miércoles, 2 de noviembre de 2022

Halloween y Día de los Difuntos.

Es tradición arraigada en el orbe católico la celebración del Día de Todos los Santos (me imagino que incluye también a los pecadores y herejes, pues cuentan con un nombre, sea del santoral o no) y, en la siguiente jornada, de los Difuntos, cosa que seremos todos, tarde o temprano. Son festividades religiosas para acordarnos de los vivos y los muertos, y que en otras partes y culturas del mundo revisten un carácter menos serio a la hora de aceptar un hecho tan inevitable como es que, al final, hagamos lo que hagamos, todos desapareceremos de la faz de la Tierra. Es cuestión de asimilarlo como una fiesta o una tragedia.

Este año, la manera anglosajona de celebrar estas fiestas, con máscaras y disfraces, ha imperado y extendido por todo el país, tanto que ya es una importante fecha más, como el Black Friday, de la mercadotecnia consumista, que aprovecha cualquier excusa, sagrada o profana, para hacer caja. Y ese modelo burlón e irrespetuoso de acercarnos a la memoria de los que nos acompañan por nuestro tránsito en la vida y la de los que ya la han abandonado sin remedio, se hace cada vez más predominante, sobre todo entre los jóvenes, quienes todavía no tienen un pasado que recordar y la muerte les parece una cosa extraña y lejana. Sólo piensan en disfrutar cuando y cuanto pueden. Nada de extraño por otra parte, puesto que todos hemos sido jóvenes impetuosos e irresponsables alguna vez.

Halloween, con su truco o trato que sensibiliza a las nuevas hornadas de la población que toda necesidad humana puede ser satisfecha por el mercado, y el Día de los Difuntos, con sus flores en los cementerios que también son provistas por un comercio tradicional, son simplemente dos maneras de expresar unos sentimientos que, para unos, sirven para divertirse, y, para otros, revelan la fugacidad y, sin embargo, gravedad de la vida.

Los Santos y los Difuntos no son más que visiones religiosas convenidas de nuestra trayectoria vital como colectivo humano, a la que nos adherimos según la edad que tengamos y la importancia que concedamos a las costumbres de nuestro ámbito cultural. Igual que los jóvenes seguirán mostrando su predilección por un Halloween festivo que banaliza la muerte hasta convertirla en diversión. En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras por esta colonización anglosajona de nuestras tradiciones. Ya el consumo nos había conquistado y no protestamos un ápice. Por eso, lo mejor es que cada cual celebre lo que le apetezca. Feliz día, futuros difuntos.

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