domingo, 3 de septiembre de 2023

Arranca el curso

Se inicia un nuevo curso lectivo, económico y político -en la enseñanza, las empresas y la gobernanza de lo público, lo que de verdad condiciona la vida de las personas (no en lo tradicional, que lo marcan la cronología anual y las navidades)- en un mes de septiembre un tanto atípico, por aquello de unas elecciones generales en plena canícula de julio. Es el comienzo real de año. Y la verdad es que se presenta de lo más interesante y movido, no sólo por los condicionantes internos (nuestros problemas domésticos), sino también por el contexto global en que se produce (la coyuntura internacional). Parece conveniente, por tanto, alejar nuestra mirada del detalle para observar el conjunto del cuadro y poder valorar lo que representa.

Los colegios, institutos y universidades abren sus puertas a lo largo de septiembre para acoger las nuevas remesas de alumnos que inauguran cada etapa educativa con una ilusión que, desgraciadamente, irá menguando conforme se disponen, con los diplomas bajo el brazo, a ofrecerse a un mercado laboral endemoniado que apenas valora su formación y su esfuerzo. El mundo laboral solo tiene aprecio por la mano de obra barata, la disponibilidad cuasi absoluta a sus condiciones y las destrezas  y conocimientos que pueda aportar el empleado sin que sean remunerados. Aquello de la educación como “ascensor social” ha devenido frustración entre quienes se resistían a pensar que fuera un cuento chino para obligarlos a estudiar, y también entre unos padres que estaban convencidos de que, gracias a los estudios, sus hijos podrían escapar del destino familiar y acceder a un estatus social más elevado. Si a esa inoperancia de la educación unimos la inutilidad de unas leyes educativas que, cada dos por tres, son cambiadas por el gobierno de turno, un profesorado harto de promesas –y no me refiero a las salariales, que también- que se incumplen sistemáticamente y unos hogares que afrontan las carestías que conlleva cada nueva “entreé” escolar, lo más suave  que se puede decir del arranque del curso académico es que sólo los alumnos más ingenuos lo aguardan con inocente ilusión. Porque hasta la fecha ningún “libro blanco” elaborado al respecto ha servido para consensuar, tratándolo como Pacto de Estado, un verdadero Plan Educativo serio, fiable, eficaz, estable y duradero, ajeno a los tumbos de la política y a la tentación adoctrinadora de cada gobierno. Y así va, con ocho leyes educativas (una cada 8 años, aprox.) y una Evau –el último diseño de selectividad- cuya implantación se prorroga al próximo curso. ¿Cabe ejemplo más palpable de la eterna provisionalidad de la política educativa de España?

Mejor arranca el curso para las empresas y las finanzas. Al menos, para las grandes empresas que se reparten el pastel del comercio en nuestro país. Porque, después de tanto quejarse de los desajustes (menos ganancias) que padecieron -¡pobrecitas!- por culpa de la pandemia y los problemas que ha supuesto la guerra en Ucrania, las firmas más destacadas, en el balance anual que publican siempre en septiembre, muestran unos beneficios extraordinarios que hacen palidecer a los de años anteriores. Sobre todo en las empresas del sector de la energía (eléctricas, gasísticas y petroleras) y, por supuesto, las de finanzas (la banca). Para todas ellas, las crisis han supuesto una providencial oportunidad para incrementar sus resultados, con solo trasladar a  precios los costes adicionales que estas acarrearon. Son sus clientes quienes cargan con todos los sobrecostes, mientras el accionariado engrosa sus retribuciones. Hasta las cadenas de alimentación (distribuidoras y supermercados) vieron crecer sus rendimientos a pesar de la inflación, cobrando al consumidor hasta la bolsa para cargar la compra, cosa que, en todo caso, siempre habían hecho, prorrateando su coste en el  precio de los productos. No, el arranque de curso para las empresas y la economía no es en absoluto pesimista, sino todo lo contrario. Hasta la industria del turismo se ha visto agraciada con grandes beneficios, pues la temporada que acaba de finalizar ha sido espectacular, mejor incluso que las anteriores a la pandemia, aunque ya vuelven a quejarse de las dificultades en las que se enreda el Gobierno para  poner en marcha los viajes del Imserso. Nunca tienen bastante.

Distinto es el panorama político, de extrema polarización y mayor confrontación, después de unas elecciones generales que la derecha estaba convencida de poder ganar por goleada. Hay que recordar que se convocaron de manera anticipada tras el enorme batacazo del partido gobernante en las elecciones municipales y autonómicas. El PSOE, que perdió muchísimo poder local y regional, interpretó aquel resultado como una pérdida de confianza de los ciudadanos y creyó oportuno convocar a urnas para clarificar la situación. El resultado no ha podido ser más nefasto, tanto para la derecha, que ganó las elecciones pero sin conseguir mayoría absoluta, como para la izquierda, que obtuvo mayoría parlamentaria si logra el acuerdo con todas las formaciones de izquierdas, incluidos nacionalistas e independentistas. Así, el panorama político empeoró notablemente respecto a la legislatura anterior, ya que ahora no basta con repetir el acuerdo de la moción de censura. Ahora hay que pactar también con el partido cuyo líder está fugado de la Justicia por organizar un referendo ilegal y declarar fugazmente la república de Cataluña. Se trata, por tanto, de un panorama realmente endemoniado que alimentará, más si cabe, la polarización y la confrontación que soporta el país. Ninguna de las alternativas que se barajan, tanto si el PP y Vox consiguen culminar el proceso de investidura de su candidato, lo que parece improbable, como si el PSOE y Sumar aglutinan los apoyos necesarios para investir al suyo, lo que se antoja más probable pero no menos complicado, no augura una legislatura tranquila y duradera. Porque la tensión política se agudizará con cada votación parlamentaria y en cada iniciativa legislativa. Tampoco una repetición electoral, bien porque ningún candidato consiga la investidura, o bien dentro de unos meses porque gobernar en tales condiciones sea imposible, garantiza solventar el problema de la gobernabilidad de España. Tal parece que estamos condenados a chocar siempre con el empate entre los bloques ideológicos y la fragmentación parlamentaria. Y con la intransigencia de quienes son incapaces de alcanzar acuerdos con sus rivales políticos en favor de los intereses de la Nación.

Mientras tanto, el país se mantiene en “stand by”, con un gobierno en funciones que, por si fuera poco, asume la presidencia del  Consejo de la Unión Europea, hasta el próximo 31 de diciembre, organizando sus reuniones  y representándola ante las demás instituciones europeas, como  el Parlamento y la Comisión. De hecho, esta “interinidad” del actual Gobierno ha obligado que Pedro Sánchez retrasara por segunda vez su comparecencia ante el Parlamento europeo, donde debía exponer las prioridades que abordaría en el semestre de presidencia española de la UE. No puede presentar el programa, aunque esté elaborado y ejecutándose, puesto que todavía no se sabe quién será el presidente del Gobierno que culminará el semestre de presidencia española de la UE. Nada más rocambolesco.

Y todo ello enmarcado en un ambiente global de inestabilidad y enfrentamientos, si no bélico directamente, sí diplomático, comercial y de sanciones económicas con Rusia, por emprender la invasión y guerra de Ucrania; con China, por la desconfianza que entraña su penetración tecnológica y económica en Occidente, donde disputa la supremacía que ejerce EE. UU.; y con África, en la que se suceden los golpes de estado en los países de la Franja del Sahel, antiguas colonias de potencias europeas, y donde se engendran los mayores problemas que preocupan a Europa, como los del yihadismo y la migración, que alimentan las respuestas populistas y los votos a partidos radicales en nuestro continente.

En conclusión, el arranque del curso nunca ha sido más convulso como el presente, por la multitud de problemas y obstáculos que ennegrecen el futuro inmediato. Tanto es así que nadie descarta nada puesto que todo es posible, frase que evidencia la incapacidad de quien la pronuncia –o escribe- para aventurar cualquier vaticinio o prever alguna expectativa. Es mi caso, justamente. Habrá que seguir atentos.

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