Si se comparara con la Cripta Imperial de los Habsburgo, bajo la Iglesia de los Capuchinos de Viena, donde descansan eternamente, entre otros, 12 emperadores y 18 emperatrices, el Panteón de los Sevillanos Ilustres, ubicado también en los sótanos de una iglesia, la de la Anunciación de Sevilla, llamaría la atención por lo reducido de su espacio y la sencillez diáfana en su concepción y contenido, sin la suntuosidad barroca del mortuorio vienés. Pero esa modestia no sería demérito para el panteón sevillano, sino muestra de su refinamiento conceptual y ornamental. Porque carece de alardes funerarios que intenten impregnar la muerte de los afanes clasistas de los privilegiados vivos… allí enterrados. No hay carrozas cargadas de símbolos pretenciosos ni calaveras que acompañen al más allá a majestades y aristócratas. En la cripta de la Anunciación solo se hallan lápidas, algún motivo funerario y un par de sarcófagos con réplicas de esculturas yacentes. Y poco más.
Y es que en
el Panteón de los Sevillanos Ilustres -una cripta con planta de cruz latina,
bóveda de cañón, revertida con granito gris en las paredes y de un salpicado
rosa en el suelo, a la que se accede por la facultad de Bellas Artes a través
de una portada renacentista de Hernán Ruiz II- no descansan emperadores ni
reyes, sino los restos de personas que han sido parte de la historia de la
ciudad, tanto del ámbito de la cultura como del arte, lo militar, la política y
algún noble. Personajes poderosos no por su riqueza, sino por su sabiduría y
los desprendidos propósitos que guiaron sus vidas.
La historia
de la propia cripta es curiosa. Tras la expulsión de los jesuitas por Carlos
III en 1767, el ilustrado Pablo de Olavide solicita al monarca la concesión de
la Casa Profesa de la compañía y el Templo de la Anunciación para crear una
nueva universidad. Así, la antigua Casa Profesa se convierte en la sede de la
Universidad Literaria, origen de la Universidad Hispalense, y la iglesia de la
Anunciación se dedica a la celebración de actos académicos y religiosos.
Cerca de un
siglo más tarde, en 1836, un deán de la Catedral propone a la Universidad el
rescate de monumentos y motivos funerarios de los templos y conventos saqueados
por las tropas francesas, posteriormente desamortizados, que se trasladan al
reformado Templo de la Anunciación, junto a otros enterramientos sucedidos con
posterioridad. Finalmente, en la década de los setenta del siglo XX, el
director general de Bellas Artes del régimen franquista, Florentino Pérez
Embid, promueve obras de restauración, limpieza y transformación de la cripta
de los jesuitas para convertirla en el actual Panteón de los Sevillanos
Ilustres, lugar al que se trasladan los restos y motivos funerarios de la
Iglesia de la Anunciación. Desde entonces es un lugar frío, gris y silencioso,
prácticamente desconocido para el nativo o visitante de la ciudad, donde se
puede rememorar algunas de las páginas de la historia de Sevilla, personificada
en los nombres de sus más ilustres representantes.
En la pared
de al lado, se halla adosado al muro un bajorrelieve en bronce de Francisco
Duarte de Mendicoa y su esposa Catalina de Alcocer. Duarte de
Mendicoa era un militar navarro, fiel al emperador Carlos I de España, que fue
destinado a Sevilla como Proveedor General de las Armadas y Ejércitos.
Y entre
ambos, sobre el suelo, los sarcófagos de Lorenzo Suárez de Figueroa,
maestre de la Orden de Santiago y fundador del convento de Santiago de la
Espada, y Benito Arias Montano, humanista extremeño que destacó en
filología semítica, griega y latina, además de filosofía, teología, poesía,
medicina, matemáticas, biología y física. Fue capellán y consejero del rey
Felipe II. En 1584 renunció a todos sus cargos y se retiró en Sevilla, donde
fue prior del Templo de Santiago de la Espada, hasta su muerte en 1598.
Más adelante
también se encuentran las lápidas de los sepulcros de los marqueses Jerónimo
Girón de Moctezuma y Ahumada y Salcedo, de Antonio Desmaisieres Flores
Rasoir y Peán, de Manuela Fernández de Santillana y del conde Luis
José Sartorius y Tapia.
De grandes
dimensiones es el motivo funerario de Federico Sánchez Bedoya, militar y
político conservador de la segunda mitad del siglo XIX, y su esposa, Regla
Manjón, condesa de Lebrija, interesada en el arte y la arqueología, en cuya
casa palacio de la calle Cuna reunió esculturas, ánforas, columnas y mosaicos
romanos, además de una amplia biblioteca, una apreciable pinacoteca y valioso
mobiliario.
El
historiador José Gestoso tiene su espacio en un monumento funerario en
el que también hay rectores de la Universidad como Antonio Martín Villa o
Mota Salado, y otros historiadores como José Amador de los Ríos,
nacido en Baena y discípulo de Alberto Lista, que destacó como poeta,
historiador y catedrático de Literatura. También están Jorge Díez,
catedrático de Filosofía de apreciada labor docente, Nicolás María Rivero,
licenciado en Medicina, diputado, ministro de Gobernación y presidente del
Congreso durante el breve reinado de Amadeo de Saboya, y Antonio Lecha-Marzo,
pionero en España de la Medicina Legal.
José María
Izquierdo, poeta,
ensayista, profesor, periodista y activo ateneísta, padre de la Cabalgata de
Reyes Magos de la ciudad, está enterrado en el Panteón, al igual que Francisco
Mateos Gago, catedrático de Teología de la Universidad de Sevilla y
fundador de la Academia Sevilla de Estudios Arqueológicos.
Pero puede que sea el del poeta Gustavo Adolfo Bécquer el motivo funerario que más atraiga la atención del visitante, cuyos restos se guardan en el Panteón junto a los de su hermano Valeriano, pintor, quien realizo el lienzo con la imagen más popular del poeta. Sobre la lápida que los conmemora, se alza una escultura neogótica de un ángel que porta en su mano izquierda un libro cerrado, en cuyo lomo puede leerse “Rimas” -en alusión a la obra del poeta-, y en la derecha, un escudo, y que apoya los pies sobre un pedestal adornado con volutas vegetales y evocadoras golondrinas. Allí solían dejar los visitantes trocitos de papel con poemas, pensamientos o dedicatorias que ahora se depositan en una urna.
Frente a este
monumento se halla la lápida del escritor, sacerdote, matemático, poeta y
periodista Alberto Lista y la del también eclesiástico ilustrado Félix
Reinoso, animadores de tertulias y miembros con Blanco White y Manuel María
Arjona de la Academia Sevilla de las Letras Humanas. Existe también una pequeña
placa que conmemora a Rodrigo Caro, insigne utrerano, cuyos restos
fueron traídos desde el Convento de San Miguel, un hombre de gran cultura que,
a sus cualidades como historiador, biógrafo y anticuario, sumó la de poeta.
Por último, otro
de los moradores más conocidos de la cripta es “Fernán Caballero”, pseudónimo
de la novelista Cecilia Bölh de Faber, hija del hispanista y comerciante
Juan Nicolás de Faber y de Frasquita Larrea. Nacida en Suiza, educada en
Alemania y Cádiz, vivió y murió en Sevilla, “Fernán Caballero” es autora de “La
Gaviota”, su obra más conocida, una visión realista de la sociedad española y
crítica de los folletines sensacionalistas. Sus restos fueron trasladados al
Panteón desde el cementerio de San Fernando de Sevilla en 1999.
Dice la
leyenda que empleados de la Facultad de Bellas Artes aseguran haber visto y
sentido por las noches la figura blanquecina de “Fernán Caballero”, a la que se
refieren, con un poco de humor sevillano, como “la Cesi”.
Incluso por estas
expectativas fantasmales es aconsejable la visita al Panteón de los Sevillanos
Ilustres o, si no, por las lecciones de vida e historia que nos dan a conocer quienes
allí descansan por los siglos de los siglos.
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