domingo, 25 de octubre de 2020

El cambio horario

Hoy nos levantamos temprano, no por estar desvelados y perder el sueño, sino porque la hora ha sido cambiada esta madrugada. A las tres hemos tenido que retrasar una hora en el reloj. Y cuando hemos abandonado la cama a las nueve de la mañana, en realidad eran las ocho. El día, por tanto, hoy nos parecerá muy largo y nos sentiremos un poco confundidos hasta que nos adaptemos -también nuestro estómago- al nuevo horario de invierno.

Estos cambios vienen produciéndose desde hace décadas. El primero lo realizó Francisco Franco para hacer coincidir nuestro horario con el de la Alemania nazi, país que por aquel entonces apoyaba al régimen dictatorial que impuso en España, durante 40 años, el general sublevado que provocó y ganó una guerra civil. Gracias a ese cambio llevamos una hora de adelanto del que nos corresponde por el huso horario en que se halla nuestro país, justo el del meridiano de Greenwich.

En los años setenta del siglo pasado, a raíz de una crisis en el abastecimiento de petróleo, tuvimos que intentar ahorrar energía y aprovechar al máximo la luz solar. Europa en su conjunto, con algunas excepciones, decidió adelantar una hora más durante el horario de verano, con objeto de tener más horas de sol por las tardes. Con tal cambio, todavía vigente y que hoy se corrige, nuestro país acumula dos horas de adelanto sobre el que le correspondería por la luz solar. Por ese motivo, en los días veraniegos, cuando más calor hace, el sol luce sobre nuestras cabezas hasta cerca de las diez de la noche. Una excelente circunstancia para el turismo, pero para quien tiene que madrugar al día siguiente para trabajar, las casas recalentadas no le permiten conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada. Evidentemente, la medida estaba pensada para los países nórdicos, en los que oscurece más temprano y así aprovechan mejor la luz diurna.

Nunca me han convencido ni gustado estas modificaciones horarias. Además de ilógicas, por lo ya expuesto, me parecen contraproducentes, dado los trastornos innecesarios que ocasionan. Ni siquiera entonces, cuando se adoptaron, estos cambios contribuían a ningún ahorro energético. Y menos en un país ubicado en latitudes tan al sur, donde los rayos del sol inciden de manera más directa. Porque lo que ahorramos en bombillas que no hay que encender, nos lo gastamos en aires acondicionado que hay que mantener a pleno rendimiento hasta bien entrada la noche. Sin embargo, todavía continuamos practicando tales cambios horarios. ¿Por qué?

A veces las medidas se mantienen por pura inercia. Otras veces, porque nadie evalúa sus efectos y logros. Además, existe una cierta resistencia a modificar lo establecido, si no es a causa de una fuerte presión social que lo demande. Y, en este caso, la presión que ejercen las industrias del turismo es en el sentido de mantener los cambios, ya que beneficia al negocio. Y una parte de la población, acostumbrada a veranos largos y al disfrute vacacional, es sumamente reacia a recuperar el horario más natural, aunque ello suponga más gasto energético para el país. Un país, no lo olvidemos, en el que el turismo es la primera fuente de riqueza de una economía, como la nuestra, enfocada al sector servicios. Más que por aquellas excusas ahorrativas iniciales, los cambios se mantienen fundamentalmente porque favorecen a la hostelería, el negocio hotelero y al turismo.

Hacer coincidir nuestros ritmos biológicos y los relojes internos con los ciclos de luz y oscuridad del día, cuyas alteraciones ocasionan trastornos en los hábitos alimenticios, los de sueño y descanso, y en la actividad que desarrollamos en función de ellos, no es tenido en cuenta en absoluto. Dos veces al año nos vemos sometidos a cambios horarios que nos obligan a cambiar conductas y hábitos biológicos. Y quienes más los sienten -y los sufren- son los ancianos y los niños, que continuamente han de aclimatarse a estos cambios horarios.

Como en todo, existen partidarios y detractores de un horario y otro. Si no se puede ya adoptar el huso horario que nos corresponde geográficamente, yo particularmente prefiero que se mantenga definitivamente, durante todo el año, el actual horario de invierno. Es cierto que oscurecerá más temprano, casi al término de la jornada laboral, pero también amanecerá más temprano, justo cuando emprendemos nuestras actividades cotidianas y los niños han de acudir a los colegios. Y en verano, cuando el sol derrite sin piedad el asfalto, la noche empezará antes a refrescar calles y casas, permitiéndonos disfrutar o descansar más cómodamente, sin estar empapados en sudor.  Y es que, a estas alturas de mi vida, estoy más a gusto sin tantos cambios y disfrutando del fresco antes que padeciendo calor. Será cuestión de edad.

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