La herejía es una práctica condenada por el poder establecido, cualquier poder. Pero es en el ámbito religioso donde cobra toda su nefasta significación, porque era la acusación más recurrente para condenar al disidente de las normas o los dogmas al silencio, en el mejor de los casos, o la muerte. Todas las religiones, inevitablemente intolerantes al creerse únicas en la verdad, tienen manchadas de sangre las manos por castigar con la muerte a sus herejes. Desde Lutero, Calvino, Mahoma o la Inquisición católica, las grandes religiones monoteístas cargan con una negra historia de asesinatos y violencia inhumana a sus espaldas en nombre de Dios. A pesar de tanta violencia, nunca han podido acabar con los reiterados brotes de herejía que surgen entre sus fieles menos aborregados, entre quienes les daba por pensar además de creer. Son pensadores a contracorriente que desde joven han despertado mi fascinación. Me atraían por ser ejemplos de personas que pensaban por su cuenta y morían por sus ideas. Y me resultaba admirable ese afán por cuestionarlo todo, entre otras cosas, porque yo siempre he dudado de lo que se me ofrecía -normas, ideas, costumbres, disciplinas, etc.- como algo incuestionable e inmutable. Pero, en comparación con ellos, he tenido más suerte: mi actitud sólo me ha causado ser considerado un indisciplinado, no carne de hoguera.
Los que ponen en duda ideas preconcebidas, los que disienten
de lo establecido, lo que discuten el pensamiento dominante, los que niegan
argumentos de autoridad y los que someten a razón todo constructo humano suelen
ser tachados de herejes. Sin embargo, son ellos, con sus dudas y sus críticas a
las reglas y usos establecidos, los que hacen avanzar el pensamiento y las
instituciones, los que traen la modernidad, la racionalidad y la justicia a los
ámbitos donde faltaban. Y los que tenían razón frente al inmovilismo
anquilosante de lo establecido. Muchos de ellos murieron por decir y mantener
lo que pensaban, sin retractarse ante los ignorantes que los juzgaban y
condenaban. El tiempo y la historia demostraron que los equivocados fueron los
jueces y los dogmáticos, y que los disidentes eran los que alumbraron la verdad más limpia y
acertada, aunque unos pocos de ellos participaran de la insolencia del soberbio.
Hoy sabemos con certeza que la Tierra gira, como ha hecho siempre, alrededor
del Sol, aunque la Iglesia haya condenado a Giordano Bruno a la hoguera por
proclamarlo y afirmar que nuestro mundo no era el centro del Universo. Bruno murió
porque no se retractó como hizo, años más tarde, Galileo Galilei (“Eppur si
muove”) para salvar la vida.
Los herejes son los discrepantes con lo asumido ciegamente. Son
rebeldes con lo dado, evidencian las contradicciones de lo que se nos ofrece
como verdad. Son, en suma, los que hacen mejorar nuestros conocimientos con sus
dudas y amplían nuestras visiones de la realidad. En absoluto representan un
peligro, sino una oportunidad para repensarlo todo, para avanzar. Y hoy, en que
estamos sometidos a la dictadura del pensamiento único y con el temor de
expresar lo políticamente incorrecto, la presencia de herejes, en el más amplio
de los sentidos, es más necesaria que nunca. En medio de la confusión que nos
provoca la sobreinformación continua, los bulos malintencionados y las mentiras
bien construidas, el pensamiento herético sirve de guía para iluminarnos y
aclararnos las ideas, ayudándonos a ser críticos y desconfiados. A pensar,
investigar y no dar nada por sentado.
Antonio Pau, un curioso jurista y escritor, acaba de
publicar un interesante librito titulado Herejes (Editorial
Trotta, 2020), en el que reseña las breves biografías de veintidós de ellos,
junto a las ideas que mantuvieron y que provocaron sus condenas. Desde Marción de
Sínope hasta Miguel Servet, pasando por Valentín el Gnóstico y el Maestro
Eckhart, descubrimos los rasgos esenciales de esas personas que se alejaron de
la ortodoxia por ser fieles a lo que pensaban con honradez y con el mejor de
los propósitos: aproximarse racionalmente a la verdad. Conociendo sus vidas,
nos percatamos que no era recomendable ser un hereje. Incluso hoy seguimos
considerando a quien se aparta de lo establecido como un excéntrico que quiere
distinguirse estando disconforme con todo. El prejuicio con el hereje se
mantiene intacto, lo que hace aumentar mi admiración y simpatía por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.