Hoy, y ojalá que siempre, debiéramos en justicia valorar el
trabajo permanente de toda madre por generar una familia, criarla y sacarla
adelante, con esa generosa disposición, sin reservas, a echar una mano cada vez
que sea necesario. En ellas coinciden las circunstancias que hoy conmemoramos: ser
madre y ser trabajadora, sin que puedan desligar una cosa de la otra y sin más
remuneración que el cariño que muchas veces racaneamos. Porque, en estos
tiempos tan egoístas, cuando los hijos recurren a las abuelas como guarderías
que alivian sus ocupaciones y preocupaciones laborales, pensar que las madres
no descansan nunca de trabajar debería llevarnos a reflexionar en, si no a cambiar de actitud,
al menos en ser conscientes de todo lo que se les exige y lo poco que reciben
de gratitud y hasta de afecto.
Y si hoy no nos damos cuenta de ello, al simultanearse ambas
celebraciones, es que somos insensibles y ciegos. Feliz día, madres e incansables trabajadoras.
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