viernes, 6 de octubre de 2023

Polvo de Bennu

En marzo pasado, con ocasión del regreso de la sonda japonesa Hayabusa 2 portando muestras de un asteroide, no pude evitar acordarme de la frase de Carl Sagan, que rezaba: “somos polvo de estrellas”. Pues bien, ahora que la NASA ha conseguido una hazaña similar, traer muestras de otro asteroide llamado Bennu, vuelvo de describir el resultado de esta proeza como “polvo de Bennu”, parafraseando la bellísima cita de Sagan.

Porque, en efecto, después de un periplo de siete años por el cosmos, la sonda Osiris-Rex (Origins, Spectral Interpretation, Resource Indentification, Security Regolith Explorer) ha conseguido regresar a la Tierra, trayendo un cargamento de 250 gramos de muestras del asteroide Bennu, un cuerpo lleno de escombros de unos 500 metros de diámetro que orbita entre Marte y la Tierra, aunque en un plano orbital distinto. Es la tercera vez, tras las sondas japonesas Hayabusa (2010) y Hayabusa 2 (2020), que el ingenio humano ha sido capaz de enviar un artefacto a recoger piedrecitas de un cuerpo sideral y traerlas a nuestro planeta para su investigación y estudio. Porque esa y no otra es la finalidad de estas misiones científicas de extraordinaria precisión tecnológica: determinar la edad y los componentes del regolito procedente de un cuerpo espacial distinto de la Tierra y comprobar si la formación de nuestro mundo guarda relación con los demás objetos de la galaxia de la que formamos parte. Es decir, averiguar si, como afirma poéticamente Sagan, "somos polvo de estrellas". 

La hazaña para lograrlo ha sido increíble. Hay que recordar que la nave Osiris-Rex partió de la Tierra en septiembre de 2016 y hasta diciembre de 2018 no alcanzó las cercanías del asteroide Bennu, su destino. Todavía tardaría aun un tiempo en maniobrar para colocarse en órbita alrededor del mismo e inspeccionarlo con detalle, hasta que, finalmente, en octubre de 2020, pudo posarse brevemente sobre él, en una zona denominada Nightingale, y obtener mediante un brazo extensible un “pequeño” volumen de regolito del asteroide -la mayor muestra espacial recogida desde las misiones Apolo-, que guardó en una cápsula de muestras. La operación duraría apenas unos segundos por la poca consistencia hallada en la superficie del asteroide, que motivó que la sonda se hundiera en el regolito más de lo esperado. Inmediatamente, por tanto, ésta activó sus propulsores para alejarse del asteroide y emprender vuelo de regreso a la Tierra, donde dejó caer la cápsula, que aterrizó el 24 de septiembre pasado, en las cercanías del Gran Lago Salado, en Utah (EE UU). La última vez que la NASA había obtenido muestras “extraterrestres” para analizarlas en la Tierra fue en 1972, cuando la misión del Apolo 17 transportó la última tanda de muestras de rocas lunares.

Las obtenidas en Bennu se trasladaron, una vez comprobado que no se habían expuesto a contaminación con material de la Tierra, al Johnson Space Center de la NASA, en Houston, un laboratorio que se construyó específicamente para almacenar y preservar las muestras en perfectas condiciones. Este centro será el encargado de supervisar la distribución de porciones de muestras que soliciten científicos de todo el mundo, y de conservar una gran parte de las mismas para el futuro, cuando la ciencia y la tecnología permitan estudios y líneas de investigación que hoy no están a nuestro alcance.

Y es que estas muestras de asteroides pueden arrojar luz sobre el Sistema Solar, aportando datos acerca de lo que ocurrió en períodos tempranos del Universo y cómo llegaron ciertos componentes imprescindibles para la vida en la Tierra. Tal es la hipótesis de Yasmina Martos, científica del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, cuando afirma que "cada asteroide contiene una parte de la historia de la formación del Sistema Solar". Y en el caso de Bennu, "nos va a contar un poco de esa historia" que hasta ahora no se sabe. Máxime, tratándose de un asteroide rico en carbono y otros componentes fundamentales para la vida. Algo que, para la geofísica Sara Russell, del Museo de Historia Natural de Londres (Reino Unido), es un asunto del mayor interés, ya que esas muestras podrían contener pistas moleculares sobre la historia del Sistema Solar y el origen de la vida en la Tierra.

Pero la misión no acaba aquí. Después de que la sonda Osiris Rex dejase caer la cápsula de muestras a la superficie de la Tierra, ha continuado viaje hacia otro asteroide completamente diferente, llamado Apophis, muy denso y rico en metales, con objeto de estudiarlo con sus sensores, pero sin poder extraer muestras de él, como hizo en Bennu. Por tal motivo, la misión cambiará de nombre y adoptará el de Osiris-Apex (Osiris-Apophis Explorer). Este nuevo destino de la sonda es un asteroide de unos 370 metros de diámetro, que se acercará a 32.000 kilómetros de la Tierra en 2029. El objetivo de la misión es acercarse al asteroide para estudiar los cambios que se producen en él cuando pase cerca de la Tierra.

Al contrario de Bennu -un asteroide "carbonáceo"-, Apophis es de los primeros en poder estudiarse entre los del tipo "pedregoso", de estructura masiva y dura resistencia. Aunque, cuando se descubrió en 2004, generó cierta preocupación de que pudiera chocar contra la Tierra, nuevos cálculos descartaron tal posibilidad en un inmediato futuro. Sin embargo, representa un tipo de asteroides potencialmente peligrosos, por lo que el conocimiento de sus propiedades podrá contribuir a orientar estrategias de mitigación y defensa planetaria. De ahí que la sonda Osiris-Apex, durante los más de 15 meses que estará orbitando alrededor del asteroide, aparte de su finalidad científica, se oriente a monitorizar a Apophis durante y después de su aproximación a la Tierra, al objeto de detectar cambios en su superficie y en su órbita que podrían influir en la probabilidad de chocar contra nuestro planeta y convertirnos, fatalmente, en "polvo de estrellas". Lo que no es ningún objetivo baladí para una sonda espacial.

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