Cada vez estamos más cerca de comportarnos como el ayudante
del Creador, ingenuo aprendiz que cree poder copiar los experimentos del Maestro
y jugar con los rudimentos de la vida. Por lo pronto, ya hemos hecho que las
ratas aprendan rápido a buscar agua, cosa que ya sabían hacer sin tanta
celeridad. Dependiendo de las neuronas que les injerten, pronto aprenderán a
jugar a las quinielas y cazar gatos con humano maquiavelismo. Y es que la
ciencia avanza con tanta velocidad que supera nuestra capacidad de asimilación.
Ya habíamos probado a crear un clon de una oveja de la que nunca más se supo.
Ni para lo que sirvió. Parece que es más aconsejable ir paso a paso, órgano a
órgano, y no con un individuo al completo. Por eso ahora se experimenta con
poner a las ratas células neuronales humanas. Si el bicho ya era repelente y temible
de por sí, con facultades semihumanas será intratable, inaguantable y hasta más
soberbio que un cuñado. Peor que Putin. Seguro.
En cualquier caso, se trata de un gran paso para la humanidad
que maldita gracia le hace a las ratas, que no saben cómo escapar de los
laboratorios. Sin embargo, así es como avanza la ciencia, en la que alguien
tiene que hacer de cobaya. Y no iba a ser el hombre que, como Dios, observa e
interviene, obrando milagros, desde el cielo de su inteligencia. Amén.
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