
El próximo fin de semana, el último de este mes de octubre,
debemos cambiar por enésima vez de hora para adoptar el horario de invierno. Se
trata de unos cambios que se vienen produciendo dos veces al año desde que se
produjo la primera crisis energética por encarecimiento del precio del petróleo,
allá por los años 70 del siglo pasado. En España, ya anteriormente durante la Dictadura,
habíamos modificado el horario para tener el mismo que el de Centro Europa y Berlín.
Es decir, que ya teníamos una hora de más en relación con el huso horario que
nos correspondería por nuestra ubicación geográfica, que es la del meridiano de
Greenwich, que determina los horarios del Reino Unido y Portugal. Desde
entonces, cada vez que se cambia la hora, tenemos una hora o dos de diferencia
(en invierno o en verano) respecto al horario que nos corresponde en realidad.
Al atrasar una hora el próximo fin de semana, todavía tendremos una hora de
adelanto sobre nuestro horario, sin que de verdad se obtenga de ello ningún
beneficio ni ahorro económico. Entonces, ¿por qué se hacen estos cambios?
Ya en 2018 el Parlamento Europeo abordó la posibilidad de eliminar
el cambio horario y, apenas un año más tarde, tras una consulta a la opinión
pública en la que el 87 % de los participantes mostró su preferencia por contar
con un horario fijo, el Ejecutivo Comunitario acordó, en 2019, suprimir el
cambio de hora. Aunque me congratulé de ello, sin embargo se continúan efectuando tales cambios horarios dos veces al año. ¿Será este el último?
Aparte de las razones meramente técnicas, relativas a la
franja horaria que debería adoptar cada país del continente, existen además
fuertes intereses económicos y empresariales, sin que ninguno de ellos atienda a
la verdadera exigencia de salud de los ciudadanos, que se ve afectada por tales
cambios continuos. Es por ello que, en nuestro país, no existe todavía una fecha
concreta para fijar nuestro horario peninsular, ni siquiera para determinar
cuál se adoptará, entre el de invierno o de verano, de manera definitiva. Bruselas
se ha visto obligada a ampliar el plazo otros cinco años antes de obligar adoptar
la medida, a pesar de su acuerdo inicial de materializarlo en 2021. De ahí que
el Ministerio español competente en la materia haya fijado el límite hasta 2026
para comprometerse acabar con los cambios horarios en nuestro país.

¿Es posible que esta vez sea la definitiva? Lo dudo. Dado
que los beneficios para el ahorro energético del cambio horario son
testimoniales y los motivos para continuar con ello responden a otros
intereses, no hay prisas por suprimir algo que favorece al sector turístico, la
primera industria de nuestro país. Que nuestros biorritmos internos se alteren
y otros trastornos, tanto orgánicos como sociales (escolares, alimenticios,
etc.), sean consecuencia de estos cambios, no parece suficiente para
adoptar una solución definitiva acerca de un horario fijo. De hecho, el
Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDEA) asegura que la
situación hoy en día es “muy distinta a la de aquel momento”, cuando se adoptó
el cambio horario con el objetivo de ahorrar energía.
Ni hay voluntad ni existe consenso para fijar el
horario en España. Así que hemos de acostumbrarnos, como lo hacemos a nuestro
pesar, a seguir soportando cada seis meses que nuestros hábitos para
levantarnos y acostarnos, para trabajar y divertirnos, para comer y descansar,
tengan que modificarse dos veces al año, aunque con ello no se obtenga ningún
beneficio energético para el país, pero sí para el bolsillo de los acaudalados
patrones de una industria en concreto y los intereses particulares de una
minoría, en detrimento del bien general y de la salud de todos. No, no será el último cambio de hora,
desgraciadamente.
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