lunes, 30 de diciembre de 2024
December en diciembre
viernes, 27 de diciembre de 2024
Despidámoslo en paz
A esta percepción pesimista contribuye la extrema debilidad de un gobierno dependiente en grado sumo de acuerdos a izquierda y derecha del Congreso, imposibilitado para sacar adelante ninguna iniciativa sin el beneplácito, a veces parecido al chantaje, de unos y otros socios. Un gobierno que desde el primer día nació con el estigma de ilegítimo e indigno, y al que desde entonces se le ha querido tumbar por cualquier medio sin esperar al único modo saludable en democracia: mediante las urnas y con propuestas de actuación alternativas que convenzan a los ciudadanos.
Aparte de una oposición frontal que se niega a reconocer ningún mérito, hay que añadir los frentes judiciales que acosan al Gobierno, debido a demandas por corrupción, algunas infundadas y basadas en recortes de prensa, que afectan a un exministro, rápidamente expulsado del partido, y a familiares del presidente del Ejecutivo (esposa y un hermano), acusados, a pesar de las indagaciones, sin pruebas ni indicios sólidos. Una situación, en cualquier caso, delicada en la que se entremezclan el lawfare con la instrucción sumarial rigurosa y la propaganda política con la intoxicación mediática. Al parecer, es el signo de los tiempos.
No resulta extraño, por tanto, que la impresión que tenga una gran parte de la población sea de franca desconfianza y amarga decepción, aun cuando la ejecutoria gubernamental pueda considerarse meritoria, con 15 leyes aprobadas este año -25 si se suman los decretos leyes convalidados (más de dos leyes al mes)-, sobre asuntos tan relevantes como la reforma de la Constitución para retirar el término “disminuido” a las personas con discapacidad. U otras de carácter social que hacen referencia a la suspensión de los desahucios hipotecarios, los subsidios de desempleo o las ayudas por la DANA, sin olvidar la ley ELA y otras.
No obstante, nadie parece estar contento de cómo le va, aunque le vaya relativamente bien, a pesar de que el número de personas con empleo marca registros históricos, los salarios recuperan poco a poco poder adquisitivo y emerge tras el horizonte la posibilidad de trabajar menos horas semanales sin que la nómina se resienta. Son pocos los que admiten la buena marcha de la economía, salvo The Economics, para quien la de España es la economía que mejor se comporta de toda la OCDE. O la propia Unión Europea, que confirma con sus estadísticas que la economía española crece más que la media.
Tampoco parece valorarse que vivamos en una sociedad más abierta y tolerante que nunca, en la que ya no nos asombra ni son delitos el aborto, la orientación sexual o los matrimonios homosexuales. Y donde el sistema educativo, aunque perfectamente mejorable, permite la escolarización obligatoria de todo niño en España, nazca donde nazca, y que el analfabetismo sea un vago recuerdo de épocas felizmente superadas.
Ni que enfermar no suponga mayor problema que el de acudir a un hospital de la sanidad pública para que sus profesionales nos atiendan con la capacidad y la preparación que envidian en otros países mucho más ricos que el nuestro.
Los escépticos mantienen esta sensación negativa aunque la inflación y los precios –incluidos los de la gasolina y la electricidad- estén bajo control, el salario mínimo vuelva a subir, las pensiones se revaloricen conforme al IPC, y continúen las ayudas –nunca suficientes ni inmediatas- a los más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad. O, incluso, cuando se destinen ingentes cantidades en medios y recursos a los afectados por desgracias naturales imprevistas, como han sido la erupción de un volcán, unas inundaciones devastadoras o una pandemia de carácter internacional, todo ello concentrado en poco más de un lustro, sin contar los efectos económicos y comerciales de una guerra en el continente.Nada de lo positivo nos alegra. Al contrario, nos disponemos a despedir el año creyendo que los inmigrantes nos invaden y constituyen un grave problema porque están vinculados con la delincuencia u otros riesgos catastróficos, como se encargan de propalar los bulos xenófobos dictados por sectores conservadores y de extrema derecha. O que la burocracia de la Unión Europea, ese mercado continental al que tenemos acceso de manera prácticamente ilimitado, empobrece nuestra agricultura con sus normas y controles. Y que las paradas biológicas para no esquilmar determinadas especies, los límites de capturas y otras regulaciones similares solo sirven para que desaparezca la industria pesquera de nuestro país en beneficio de la foránea.
Esta negatividad sobre nuestras capacidades y potencialidades como país se expresa de manera recurrente cada vez que, con el final del año, enfrentamos un nuevo ciclo embargados de desánimo y pesimismo, sin pensar que el futuro será lo que queramos que sea, siempre y cuando el diagnóstico del presente no nuble o distorsione las expectativas del porvenir. Un futuro luminoso que puede estar al alcance con solo darnos cuenta de lo que tenemos y de lo que anhelamos en beneficio de todos. Y sobre todo, si asumimos el pensamiento del Kant más antropólogo cuando aventuraba aquello de que el género humano ha estado progresando siempre hacia lo mejor y así continuará en lo sucesivo, gracias al primado de la racionalidad.
Pero yo, en contra de mi optimismo, no aseguraría tanto, máxime cuando Trump –que jamás ha leído a Kant ni a ningún filósofo- vuelve por sus fueros; los palestinos siguen siendo masacrados en un genocidio prácticamente televisado; más de 11.000 inmigrantes han muerto ahogados este año tratando de llegar a nuestras costas; Putin amenaza con una guerra de misiles al resto del mundo; Miley no se desprende de su grosera motosierra, y tantos otros que convierten este planeta en un lugar inhóspito, triste y desagradable. Aun así, o precisamente por eso, apelaría, al menos, a que despidamos el año con esperanza y en paz. Con esperanza en nuestra racionalidad y en paz con nosotros mismos, pacíficos habitantes de un país tan privilegiado, en clima, recursos, culturas e ingenio, como el nuestro. No creáis que es poco pedir para el 2025.
sábado, 21 de diciembre de 2024
Israel: un país de, por y para la guerra
Porque lo que hoy llamamos Israel era lo que antes se conocía como Palestina, una parte del antiguo Imperio Turco Otomano. Cuando cayó este Imperio, tras la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido asumió la administración de Palestina sin poder calmar las exigencias de árabes, sionistas y hasta de Francia, con quien compartía mandato. Las hostilidades entre los gobernantes británicos, la población árabe y los inmigrantes judíos fueron especialmente intensas durante las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, debido a la formación de grupos militares árabe y judíos.
Y es que, desde finales del siglo XIX (cuando se celebra, en 1897, el primer congreso sionista con intención de crear un hogar para los judíos en Palestina), comienza la llegada de inmigrantes judíos a aquellas tierras, la mayoría provenientes del Este de Europa, empujados por el creciente antisemitismo que sufrían en el Viejo Continente. Una inmigración que se dispararía con el ascenso nazi en Alemania y el exterminio que emprende de los judíos europeos. Esas oleadas de judíos hacia Palestina provocaron enfrentamientos cada vez más virulentos entre los palestinos que reivindicaban su independencia y los judíos recién llegados que consideraban como suyo aquel territorio.
Incapaz de contener el conflicto, el Reino Unido delega en Naciones Unidas, que emite en 1947 la Resolución 181, consistente en un plan que reparte la región entre dos Estados, uno árabe y otro hebreo, correspondiéndole a este último el 54 por ciento del territorio. Además, se le otorga a Jerusalén, ciudad simbólica para las tres religiones monoteístas presentes en la región (islamismo, judaísmo y cristianismo), el estatus de “corpus separatum” bajo un régimen internacional. Ni qué decir tiene que el plan fue aceptado con renuencia por los israelíes y rechazado por los árabes. Desde entonces, el conflicto no ha hecho más que enconarse y agravarse, justificando continuas escaramuzas y la permanente actitud bélica de Israel hacia sus vecinos.
De hecho, el mismo año en que se erige como Estado, Israel es atacado por Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano, librando, así, su primera guerra regional, denominada Guerra de Independencia., con la que ocupa el 58 por ciento de Palestina, incluido el oeste de Jerusalén. Ello le permite ampliar en un 40 por ciento el territorio que tenía asignado en la resolución de la ONU. Y expulsa a un millón de palestinos al exilio, como refugiados, a Líbano y otros países árabes o los confina en Gaza y Cisjordania. Esta expulsión de palestinos de sus tierras es considerada como la “Nakba” (desastre o catástrofe) y otra resolución de la ONU (194) reconoce el derecho de retorno de estas personas refugiadas y de sus descendientes, cosa que sigue sin cumplirse.
En 1956 estalla la Guerra de Suez, debido a la actitud pro rusa del presidente de Egipto, el coronel Nasser, quien, guiado por sus aspiraciones nacionalistas contrarías al dominio colonial occidental, nacionaliza el Canal de Suez. Las potencias coloniales se alían entonces con Israel y atacan Egipto. Israel invade la península del Sinaí, y Gran Bretaña y Francia bombardean los aeropuertos egipcios y desembarcan en el puerto de Said, al norte del Canal. Es en este contexto cuando los refugiados palestinos comienzan a organizarse y surge Al Fatah, el Movimiento Palestino de Liberación, creado por Yasser Arafat, el grupo más importante de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina).
Una década más tarde, Egipto, con Siria e Irak, países adheridos
al nacionalismo panárabe liderado por Nasser, ataca en 1967 a Israel, que
responde de manera fulminante en lo que se conoce como la Guerra de los seis días. El Ejército israelí ocupa por entero la
Península del Sinaí (Egipto), la Franja de Gaza y Cisjordania (enclaves
palestinos) y los Altos del Golán (Siria). Aprovecha también para ocupar el Este
de Jerusalén.
Pero los conflictos no cesan. La OLP atrinchera sus milicias en Líbano. Y para alejar ese potencial peligro, Israel decide atacar Líbano y Siria en 1982, librando la Guerra de Líbano. Durante esta ofensiva, se produce la masacre de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en Beirut oeste, perpetrada por milicianos falangistas cristianos amparados por el Ejército israelí. Asesinaron a más de 3.000 personas inocentes: un auténtico genocidio, como lo calificó la ONU (Resolución 37/123). Obligado por las bombas, la OLP abandona Beirut y se traslada a Túnez. Líbano se compromete a no albergar grupos armados en su territorio.
Hasta hoy, en que Israel retoma las armas contra Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria en una ofensiva que considera de legítima defensa. Con ninguna de estas guerras el pueblo palestino ha resultado beneficiado ni respetado. Al contrario, solo ha conseguido ser expulsado de sus tierras o comprobado cómo menguaba un territorio que habitaba históricamente hasta quedar constreñido a la Franja de Gaza y algunas poblaciones en Cisjordania.
Los palestinos, en realidad, se hallan arrinconados y prácticamente encarcelados, ya que Gaza se ha convertido en la prisión más grande del mundo, donde malviven confinados poco más de dos millones de palestinos. Desde 2007 la Franja está bloqueada por Israel, que controla férreamente las entradas y salidas del enclave. Y para debilitar a la Autoridad Nacional Palestina (Gobierno palestino), dominada por la OLP, y dividir y aislar a los palestinos de Gaza de los de Cisjordania, Israel apoyó en Gaza a Hamás, el grupo paramilitar islamista que accedió al gobierno de la Franja mientras su rival político, Al Fatah, conservaba el de Cisjordania. Y han sido, precisamente, milicianos de Hamás, junto a otros grupos armados palestinos, los que han desencadenado la última guerra al atacar a Israel el 7 de octubre de 2023 con cohetes dirigidos hacia el sur del país y cruzar la frontera para atacar varias localidades israelíes, dejando un reguero de más de 1.200 israelíes muertos y otros 200 secuestrados.
Así arrancó la Guerra de Gaza, la sexta guerra con la que Israel, en respuesta a ese ataque de Hamás, no dudó en lanzar miles de bombas sobre Gaza, sin respetar ni escuelas ni hospitales ni refugios de civiles, y procedió a imponer un completo asedio, ordenando la evacuación de su población a la par que impedía todo suministro de combustible, alimentos y demás recursos básicos. Una ofensiva que, hasta la fecha, no solo no ha concluido, sino que continúa, extendiéndose hacia Líbano, Siria y, con misiles de advertencia, Irán.
Después de poco más de un año de guerra, el resultado es una catástrofe humanitaria en Gaza que no tiene precedentes, causando más de 45.000 victimas mortales, la mayoría de ellas mujeres y niños. En comparación con las víctimas israelíes, se trata del balance más desproporcionado desde la Segunda Guerra Mundial. A día de hoy, Gaza está totalmente devastada y sus infraestructuras completamente destruidas. Cerca del 90 por ciento de las viviendas están en ruinas. Se trata de una guerra en la que Israel ha cometido actos prohibidos en la Convención sobre el Genocidio, pues su propósito específico, confesado en diversas declaraciones no oficiales, es el de destruir a la población palestina de Gaza, como recoge un informe de Amnistía Internacional. Por ello, además, Israel ha sido denunciado ante la Corte Penal Internacional, que ha dictado órdenes de detención por presuntos crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el exministro de Defensa, Yoav Galiant, y el comandante de Hamás Mohammed Deif.
Seis guerras que, sin embargo, no garantizan la paz ni la seguridad entre judíos y árabes en Oriente Próximo, pero de las que siempre sale perjudicado el pueblo palestino. Ni siquiera los pasos dados para lograr una paz mediante el diálogo -como pretendían las Cumbres de Camp David y los Acuerdos de Oslo-, con el que ambos contendientes reconociesen su derecho a un Estado independiente y soberano, coexistiendo en pacífica convivencia y mutua seguridad, han conseguido resolver el conflicto.
Israel no se fía de sus vecinos y estos lo contemplan como un tumor que crece en un organismo (territorio) árabe, devorando una de sus vísceras: el pueblo palestino. Sometido a constantes escaramuzas, intifadas, atentados o guerras francas, la solución no se vislumbra al alcance de las bombas de unos o el terrorismo de otros. Todavía no han surgido dirigentes con altura de miras, aunque sí belicosos fanáticos cortoplacistas, capaces de afrontar el reto de dialogar y pactar una mutua y permanente convivencia en paz entre judíos y palestinos, como exhortaba la ONU en su primera resolución de los dos estados.
¿Cuántas guerras más precisará este conflicto para encarrilarse?.
miércoles, 11 de diciembre de 2024
¿La culpa fue de la DANA?
De antiguo se sabe que las borrascas, cuando son intensas, generan crecidas de los ríos, escorrentías superficiales y riadas que todo lo arrasan debido a la gran cantidad de lluvia que cae del cielo en un corto período de tiempo. Y se conocen, también de antiguo, los cursos por los que discurre esa agua hasta llegar a otros ríos o al mar, que es el vertedero final de toda el agua que no es retenida por la tierra. Esos cursos que drenan agua son conocidos y tienen nombre en los mapas: barrancos, torrenteras, quebradas, ramblas, despeñaderos, etc., cuyas formas, tamaño y longitud están determinados por la orografía del terreno y la fuerza de la gravedad. Hay mapas cartográficos que establecen con precisión las zonas inundables de riesgo. Es más, desde 2003 existe un Plan de Acción Territorial sobre prevención de riesgo de inundación en la Comunidad Valenciana. Por tanto, a nadie cogía desprevenido la fuerza del agua ni por donde se manifestaría.
El pasado 29 de octubre, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos de la atmósfera) arrasó más 70 municipios de varias comarcas de Valencia, especialmente en l´Horta Sud y La Ribera, haciendo que el barranco del Poyo se desbordada debido a una crecida repentina, pero no inesperada. La devastación que provocó en vidas y bienes constituye el mayor desastre “natural” vivido en España en los últimos cien años. Pero no era inesperada porque las DANA, antiguas “gotas frías”, son un fenómeno habitual del otoño en el Levante español, donde confluyen masas de aire húmedo procedentes del Mediterráneo con otras corrientes frías que atraviesan la Península desde el norte, lo que da lugar a precipitaciones intensas y, a veces, torrenciales. Pero, aparte de la temporalidad del fenómeno, tampoco fue inesperado el desborde del Poyo porque la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) llevaba una semana advirtiendo de fuertes lluvias sobre la zona y alertando de la más que probable crecida de los ríos. ¿Fueron, por tanto, las lluvias o las riadas las causantes de la catástrofe?No se puede culpar al mar de que alguien se ahogue en sus aguas ni a la fuerza de la gravedad de que estrelle un avión. Son realidades, materiales y físicas, que siempre han existido y a las que nos enfrentamos para dominarlas -para nadar o volar, por ejemplo- con nuestro ingenio, audacia o irresponsabilidad. En este sentido, es conveniente distinguir, como entiende el filósofo argentino Ernesto Garzón, entre catástrofes, con frecuencia desencadenadas por fenómenos naturales que escapan al control humano, y calamidades -desastres, desgracias o miserias- que resultan de acciones humanas intencionadas.
Desde esta perspectiva, es posible afirmar que no fue la DANA la culpable de tantas muertes ni de los destrozos provocados por la crecida de los ríos y las inundaciones. Aunque se considere desastre natural, lo cierto es que la capacidad destructiva de cualquier borrasca o DANA está directamente relacionada por la actividad humana y su tendencia a intentar domeñar las fuerzas de la naturaleza o, simplemente, ignorarlas. Es ahí donde hay que exigir responsabilidades por lo sucedido en Valencia.
Lo primero que habría que determinar es quién autorizó y construyó viviendas u otras infraestructuras urbanas en zonas inundables, anteponiendo el beneficio económico a la seguridad ciudadana, sin tener en cuenta el riesgo al que se exponen cuando aparecen estos fenómenos extremos. Permitir que la gente desarrolle su vida cotidiana en zonas potencialmente peligrosas, aunque sumamente rentables, es una irresponsabilidad de la que se debería rendir cuenta. Además, la “impermeabilización” del suelo que se produce por el cemento y el asfalto de la expansión urbanística, reduce la filtración e incrementa el volumen y la velocidad de circulación superficial del agua en esas zonas urbanas. Es muy grave que ninguna de las recomendaciones del Plan de Acción Territorial ni de otros estudios similares sirviesen para introducir modificaciones en las leyes o en las ordenanzas municipales para evitar la edificación en zonas peligrosas. Antes al contrario, se ignoraron para acelerar en los últimos años la expansión urbana no sólo en la costa del Mediterráneo, sino también en las comarcas que ahora han sido castigadas por el desastre.
Y si, para colmo, los barrancos o ramblas ven limitado su cauce por muros y encauzamientos, puentes, carreteras, vías ferroviarias, matorrales, basura y todo tipo de desperdicios arrojados por el ser humano, creando barreras que obstaculizan el drenaje natural del agua, lamentar que se desborden es igualmente de una irresponsabilidad cínica. De todas estas calamidades, más que culpabilidad habría que exigir el establecimiento de responsabilidades.
Porque, incluso, cuando se acometen obras de defensa frente a inundaciones sobre estos canales naturales, en muchos casos estas actuaciones solo consiguen trasladar y poner en peligro otras áreas, aguas abajo. Es lo que recoge un informe de expertos de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA), que destaca, en relación con lo sucedido en Valencia, que “los encauzamientos de barrancos que permitieron la expansión urbana de los pueblos de l´Horta Sud y el posible efecto barrera del dique sur del nuevo cauce del Turia, que limita el espacio natural de la rambla de Poio, son ejemplos dramáticos de este fenómeno” de riadas catastróficas.Pero, la exigencia de responsabilidad política, consustancial a la democracia, no debe limitarse a los que legislan para manipular la naturaleza con planes industriales, urbanísticos y de infraestructuras minimizando riesgos, sino también a quienes, cuando se presenta el desastre, no son capaces de gestionarlo y minimizar sus consecuencias. Estos tienen una responsabilidad directa en lo sucedido en Valencia, porque hubo fallos y demoras inexplicables a la hora de alertar con suficiente antelación a la población del peligro inminente al que se enfrentaba. En una época que dispone de conocimientos científicos y adelantos técnicos y de comunicación que permiten prever y monitorizar en tiempo real estos episodios atmosféricos para, si no evitar, sí al menos reducir o paliar sus consecuencias, es inconcebible que se produzcan fallos tan estrepitosos en la prevención y gestión del desastre, debido a la poca celeridad e incompetencia de las autoridades responsables de ello.
La DANA, pues, no fue la culpable de la catástrofe producida en Valencia. Tampoco fue culpa de una falta de información y capacitación de los medios y sistemas para la detección y prevención de estos fenómenos. La culpa es de quienes debían tomar la decisión política para activar la respuesta preventiva y de gestión de una crecida repentina, pero no inesperada, como la acaecida en la provincia de Valencia. La culpa del desastre es de quienes no ejercieron con eficacia su responsabilidad política, dejándose guiar por una arrogancia insensata, una ignorancia injustificable y una incompetencia supina.
Se hace necesario reclamar responsabilidades inmediatas porque, entre otras razones, cabía esperar de ellos mayor atención y preparación frente a las amenazas indiscutibles que surgen del impacto global del cambio climático sobre zonas especialmente expuestas como es, precisamente, el Levante español. Y porque de la incompetencia e irresponsabilidad de estos cargos públicos se aprovechan los que contribuyen a fomentar un populismo que manipula la rabia, la frustración y justa indignación de las víctimas de una tragedia tan previsible como evitable.
No, la culpa no fue, en ningún caso, de la DANA. Y es necesario exigir responsabilidades.
sábado, 7 de diciembre de 2024
Apología de las ideologías
Y es que con las derrotas del fascismo y el comunismo tras la Segunda Guerra Mundial, parecía que no tenía sentido preocuparse por ideologías que prometían modelos de sociedad en los que se respetase la libertad y la igualdad en derechos y oportunidades, puesto que la democracia y el Estado del bienestar supusieron la erradicación de aquellos totalitarismos que no las toleraban Así, un nuevo fantasma empezó a recorrer el mundo, el fantasma de las democracias liberales, ligadas inseparablemente al Capitalismo, que implantaban la sociedad de consumo y una economía de mercado que satisfaría todas nuestras necesidades. Y con tanto éxito que el mundo entero se rige desde entonces por ese modelo de sociedad capitalista, sin que ningún otro pueda siquiera cuestionarlo.
El capitalismo, como nuevo orden económico, había llegado para quedarse. Hasta las mismas clases sociales dependientes de servicios y ayudas provistos por el sector público, como los trabajadores menos cualificados y los estratos más desfavorecidos, empezaron a apoyar de manera masiva a partidos que propugnan un Estado raquítico que apenas intervenga en la economía. Ello se comprende porque con la sociedad de consumo ya no existen clases sociales, pues todas ellas, incluida la del proletariado, se transforman en ciudadanos consumidores. Por eso, según la derecha defensora del capitalismo, no hacen falta las ideologías, puesto que, al ser insustituible este modelo económico, producto de la industrialización y basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la obtención de beneficios, las alternativas de gobiernos y economías no dejan de ser meras formas de administrar lo público con más o menos sensibilidad social.
Tal es el mensaje que siembra la derecha, la única ideología que se considera legitimada, como si de un derecho natural se tratase, para regular y ordenar nuestras vidas y… haciendas. De hecho, utiliza incluso el vocablo de manera peyorativa cuando pretende denostar cualquier iniciativa que no le agrada, como la “ideología” de género, la del feminismo, la de la igualdad y otras. Pretende que no percibamos que ella también es una ideología, esa con la que impone políticas regresivas en derechos y conquistas sociales, desmantelando poco a poco el Estado de bienestar y deteriorando la sanidad y la educación pública para favorecer la privada; limitando u obstaculizando el derecho al aborto, a la eutanasia, a una vivienda de protección oficial, a la dependencia, etc. O cuando paraliza la renovación y el funcionamiento de organismos del Estado (CGPJ, RTVE y otros), ocupa cargos públicos, utiliza el Senado para organizar encuentros con los que creen que crece “la verdad de la creación frente a la de la evolución”, afirmando que nada de eso es por motivos ideológicos. Y cuando aplica tales políticas como si su ideología, su visión del mundo, constituyera una verdad absoluta, irrefutable. De ahí que, de continuo, critique a la izquierda de estar ideologizada, como sus políticas, ya que todo lo que hace está animado por motivaciones ideológicas.
Sin embargo, aun aceptando la economía capitalista, no es conveniente que esta se regule a sí misma, que sea el mercado quien corrija sus excesos, ya que ello es contrario a su naturaleza y, por consiguiente, que tenga en cuenta a los consumidores. Porque, por propia naturaleza, el sistema capitalista tiende hacia la concentración y, por ende, a los monopolios. Fue algo de lo que ya advirtió, a mediados del siglo pasado, el economista norteamericano Galbraith, cuando habló de “pobreza pública con riqueza privada”. Desde entonces, la pobreza se extiende y la riqueza se concentra en pocas manos. ¿Puede esto remediarse? Sin ideología, no, pues los ideales son fuerzas poderosas de transformación social.
La izquierda persigue modificar lo que parece intocable con políticas que favorezcan a los perjudicados por el sistema capitalista y la sociedad consumista. No pretende romper la baraja, sino cambiar las reglas del juego, suavizar los efectos más nocivos para los menos pudientes de una economía cuya única norma es el máximo beneficio. Guiarse por este pensamiento, procurar alcanzar tales objetivos, ya es abrazar una ideología. Una ideología que aspira a que el Estado proteja a los indefensos y vulnerables de la sociedad. Una especie de humanismo que apuesta por la razón para llevar una vida digna de ser vivida. Soñar con un mundo mejor. Y no es algo nuevo, pues entronca con el cristianismo primitivo que prometía “la dicha de los pobres” y con la teoría socialista alumbrada en la Edad Moderna, desde la “Utopía” de Thomas Moro, los sistemas de Saint Simon, Fourier y Owen , hasta las obras de Marx, Engels, Hegel o Rawls, y tantos otros.¿Y ello es necesario hoy en día? Más que nunca. Con las doctrinas de los neoliberales (Reagan, Thatcher, Aznar y Rajoy) y los nuevos populismos de derechas, la desigualdad en las democracias más avanzadas ha aumentado de forma escandalosa. Además, por si fuera poco, hemos visto que el capitalismo sufre crisis cíclicas (crack del 1929, la del petróleo de 1973, la financiera de 2008 y la del covid de 2020, por citar algunas) que recaen indefectiblemente sobre los trabajadores y desfavorecidos, mientras que bancos y detentadores del Capital reciben ayudas u obtienen oportunidades de negocio con ellas. De hecho, la abundancia que experimentamos es relativa pues está mal distribuida. El mercado del trabajo solo es capaz de ofrecer precariedad laboral y salarial, y poca estabilidad. El sistema de precios es sensible a cualquier estornudo de un jeque, a una guerra en cualquier rincón del mundo o a una catástrofe natural que destruya cosechas o rutas de suministro. La vivienda es un sueño inalcanzable para una gran mayoría de trabajadores, condenados a alquileres cada vez más elevados. El medio ambiente es víctima de un cambio climático catastrófico debido a la actividad humana. Y todo ello es por causa de un sistema capitalista que mercantiliza, cuando no se le regula, cualquier actividad o necesidad del hombre.
Hay, pues, mucho por lo que indignarse, como decía Tony Judt, ante “las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades, las injusticias de clase y casta, la explotación económica dentro y fuera de cada país, la corrupción, el dinero y los privilegios”, etc. No podemos permanecer indiferentes a las consecuencias de un sistema económico carente de reglas morales y valores éticos, en el que el trabajo y el ser humano son simples recursos desechables dependiendo de su rentabilidad. Luchar contra todo ello es posible desde la ideología que impele a actuar para cambiar tal estado de cosas. La desafección política es fruto de “relatos” de la derecha, al preconizar que no hay nada que hacer, que todos los políticos son iguales, salvo los de derechas, que son quienes saben gobernar como dios manda.
Por eso yo hago apología de la ideología, ya que sin debate ideológico no es posible la libertad ni el avance social. Cada vez que oiga que tener ideología es algo trasnochado, tóquese la cartera porque quieren engañarlo para que se conforme con lo que tiene y no aspire a un mundo más justo, solidario y con igualdad de oportunidades. Las ideologías son creencias compartidas para luchar por lo que consideramos que beneficia a todos, ese mundo mejor que todos deseamos. Porque para defender sólo lo suyo le basta con el egoísmo, no necesita ideología. No confunda una cosa con la otra.
jueves, 28 de noviembre de 2024
¿Cuántos `relatos´ admite un hecho?
Es decir, el denominado relato es, simplemente, una estrategia de comunicación política que tiene por objetivo transmitir una determinada visión de los hechos en función de las conveniencias, valores o perspectivas de los gobiernos, los partidos o figuras políticas que los elaboran y difunden. Bien construidos, los relatos son eficientes porque actúan sobre los sentimientos y las emociones, facilitando, de este modo, la comprensión de una realidad compleja. En tal sentido, tratan de orientar la interpretación por parte de la ciudadanía y conformar una opinión pública a partir, precisamente, no de los hechos en sí, sino del relato que los recrea. Tanto es así que, finalmente, el mensaje del relato se convierte en un objetivo en sí mismo, aislado de los hechos.
Esto es algo fácil de comprobar, actualmente, en relación al hecho, confesado por el propio autor, de un delito fiscal por defraudación de más de 350.000 euros a la Hacienda pública, y que, en virtud del relato elaborado por el entorno político del afectado, éste aparece más como víctima que como defraudador. Bien es verdad que no todos los declarantes de Hacienda tienen el privilegio de ser defendidos mediante un oportuno relato, salvo que se sea pareja conviviente de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Tal circunstancia explica la necesidad de un relato que exonere de responsabilidad a un dirigente político y al partido en que milita. Pero la cantidad de relatos derivados del simple hecho de un delito fiscal justifica el interrogante que encabeza este artículo, pues cada día aparece una nueva ramificación del mismo, hasta el extremo de que ya no se sabe exactamente quién es el delincuente y quién el estafado.
Los hechos del caso que aludimos afectan a un comisionista que facturó, en plena pandemia, entre los ejercicios de 2020 y 2021, 3,7 millones de euros, de los que casi dos millones provenían de una única comisión por intermediar en un contrato de compraventas de mascarillas. Tales ganancias no son, sin embargo, ilícitas. Lo ilegal fue que, al hacer la Declaración de Hacienda, el declarante presentó facturas falsas a nombre de diversas empresas pantallas y otros pagos inexistentes con la finalidad de deducirse gastos y evitar tener que pagar 350.000 euros en impuestos. Es decir, cometió dos delitos fiscales y otro de falsedad en documento público, que fueron fácilmente detectados por la Agencia Tributaria durante la revisión de la declaración. Por tal motivo, la Fiscalía Provincial de Madrid denunció el pasado marzo al declarante, quien era novio de la presidenta de Madrid, por defraudar más de 350.000 euros, según resulta de la inspección de Hacienda de esos dos ejercicios.
Estos hechos acaban siendo de dominio público al publicarse la noticia en los medios de comunicación, los cuales hacen hincapié en la relación sentimental existente entre el declarante y la presidente de la Comunidad de Madrid. Y es entonces cuando se elabora un relato para intentar explicar los hechos a la ciudadanía de manera beneficiosa al defraudador fiscal. En un primer momento, Isabel Díaz Ayuso se presenta como víctima de una operación de desestabilización política por parte del Gobierno e, incluso, asegura que es Hacienda quien tiene que devolver esos 350.000 euros a su novio.
Acto seguido, el jefe de gabinete de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, alias MAR, filtra al periódico El Mundo y luego a otros medios, un correo electrónico del fiscal al abogado del declarante en el que ofrecía alcanzar un pacto si se admiten los delitos fiscales y se paga una multa para ver así reducida la pena y evitar ingresar a prisión. Se trata de una manipulación propagandística de MAR porque dicha propuesta de pacto pertenecía, en realidad, a otro correo electrónico, enviado un mes antes, por el abogado del declarante a la Fiscalía, solicitando un acuerdo de conformidad penal, reconociendo los hechos y comprometiéndose a pagar una multa. Para engordar aún más el bulo, MAR tuiteó que tal acuerdo de la Fiscalía había sido retirado por “órdenes de arriba”. El relato va cobrando cuerpo.
Ante tamaña falsedad en lo publicado, la Fiscalía emite una “nota informativa” que desmiente la información de El Mundo y de la Comunidad de Madrid, en la que resume los principales hechos del caso, entre ellos la conformidad del declarante para evitar la cárcel. Pero, ante este paso dado por la Fiscalía, la defensa del declarante interpone una querella porque considera que el comunicado comete una revelación de secretos delictiva, que atribuye al fiscal del caso y a su superior, el fiscal jefe de Madrid. Por su parte, el Consejo de Abogados de Madrid interpone denuncia por el mismo delito contra el fiscal general del Estado. Y como cabía esperar, el Tribunal Supremo ve en esa acción un posible delito que causa indefensión al declarante y decide encausar, por primera vez en democracia, a un fiscal general del Estado, ordenando el registro en su despacho e incautar sus dispositivos electrónicos, incluidos los móviles. El relato, a estas alturas, crece ya como una bola de nieve.
De este modo, pasamos de hechos comprobados sobre un defraudador -afortunadamente bien ayudado por el aparato político de una comunidad autónoma, con cuya presidenta es pareja convivencial- a una sospecha generalizada de actuación delictiva por parte de instituciones del Estado contra un particular. Y para reforzar el relato, el diario ABC publica que, presuntamente, La Moncloa había filtrado la denuncia contra el novio de Ayuso al portavoz socialista de la Asamblea de Madrid, Juan Lobato, a quien, a las pocas horas, el Supremo cita como testigo en un alarde de celeridad desconocido en la Justicia española.
Es así como el relato abarca ya al propio Gobierno en su explicación de una realidad, más allá de los hechos, favorable al defraudador y al interés político de su pareja, pues cumple con la función de polarizar el debate, desviar la atención y trasladar la culpabilidad del victimario a la víctima. Tal era –y es- su intención planificada; la de influir en las opiniones, actitudes o comportamientos de los ciudadanos. Y tal cosa es posible porque, como decía Antonio Machado, “después de la verdad, nada hay tan bello como la ficción”.
domingo, 24 de noviembre de 2024
La danza de `Sketches of Spain´
Y el resultado no ha podido ser más sugerente y atractivo, lleno de contenido y forma contemporáneos, a la hora de representar con la danza aquellos sketches o escenas de la cultura española que Miles Davis y Gil Evans reflejaron con música de jazz. Un maridaje perfecto que, siguiendo fielmente los acordes de trompeta de Miles, elabora un lenguaje dancístico que remite a aquellos bocetos del mundo taurino, la Semana Santa sevillana, la figura del afilador de cuchillos gallego, el tablao flamenco y hasta el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez recogidos en el álbum de jazz de los músicos norteamericanos. Unos bocetos de España transfigurados en música y vueltos a transfigurar en danza con la fascinación y elocuencia de un virtuoso del baile como Pablo Egea. Todo un espectáculo de los sueños.
Pero, ¿cómo surgió ese disco de Miles Davis sobre España? Para un músico no hay música extraña, y menos para un intérprete con una formación académica que nada tiene que envidiar a la de sus colegas de música clásica. Por eso, cuando un amigo le hizo escuchar, a principios de 1959, una grabación del Concierto de Aranjuez, Davis quiso recrear aquella melodía, pero hacerlo bien y no necesariamente bajo la perspectiva del jazz. Aparte de documentarse profundamente sobre música española para no limitarse a tocar una serie de notas sin entender todo el contexto que la ambienta, Davis contó con la colaboración para los arreglos de Gil Evans, un pianista y director de orquesta, conocedor de la música folklórica europea, africana y latinoamericana, quien, por aquel entonces, estaba precisamente investigando el flamenco por encargo del director musical de la discográfica CBS. Con tales mimbres, Davis y Evans tejieron un disco “redondo” sobre costumbres o escenas españolas de los años sesenta del siglo pasado, en el que captaron en toda su profundidad una música con tanta historia como la española, reinterpretándola de manera magistral. Un disco excepcional y único, como ya hemos señaladoY, ahora, recreados en una danza que añade emoción visual al encantamiento acústico de la música, gracias a Pablo Egea, bailarín y coreógrafo murciano, maestro de danza española y flamenco. Con la trompeta de Miles Davis dirigiendo todos sus movimientos, Egea transporta al espectador hacia los diferentes lugares, recuerdos y sensaciones que la música recrea, embarcándonos en un viaje emocional donde la danza española y el baile flamenco son el instrumento y el jazz la inspiración. Y el baile, la materialización de un sueño del que no queremos despertar.
sábado, 16 de noviembre de 2024
Reales privilegios
Porque, aunque cueste creerlo, ha sido una marquesa precisamente, una prima del rey Juan Carlos I -el emérito autoexiliado en un país árabe por sus fechorías morales, económicas y fiscales-, la que ha hecho valer sus reales privilegios frente a las actuaciones humanitarias por los damnificados de la DANA de una aldea cercana a su cortijo de caza. Tan alto representante de la nobleza ha exigido, de manera burocrática, que los socorristas que pretendían acceder a una aldea aislada por la DANA no cruzasen por el único camino viable, el que atraviesa su coto de caza. Y lo ha prohibido mediante un escrito formal enviado a la Confederación Hidrográfica del Júcar y a la Consellería de Agricultura, Aguas, Ganadería y Pesca de la Generalitat valenciana, en el que se queja de que los vecinos, al no poder acceder a su aldea por el paso habitual de un puente, lo hicieran invadiendo un camino perteneciente a su propiedad.
A la señora marquesa no le importaba que los aldeanos, afectados por la riada que destruyó parcialmente ese único puente, quedaran aislados en una zona de difícil acceso por la orografía montañosa del lugar. Ni que, en realidad, fueran unos cuantos vecinos de una pedanía de pocas decenas de casas los que se vieran obligados a atravesar por su coto privado para adquirir víveres y otros suministros con los que combatir los daños ocasionados por la catastrófica DANA. Ni que los socorristas, tan aplaudidos en otras localidades de Valencia, no pudieran prestar su ayuda a esos escasos vecinos de Reatillo, una pedanía prácticamente deshabitada situada al noroeste del municipio valenciano de Siete Aguas, del que depende administrativamente, y cuyas tierras pertenecen casi en su totalidad al Marquesado de Villaverde. Como en los tiempos feudales.
Nada de eso importaba a la señora marquesa. Lo único que le importaba a tan noble dama era su coto privado de caza y el privilegio de hacer con él lo que quisiera a su real antojo. Estos es: cualquier cosa, menos permitir que un camino de su propiedad pudiera facilitar la comunicación con la aldea y servir de ayuda a esos pobres vecinos desgraciados. Tal es la distancia moral que separa la nobleza –una clase que aun existe- del populacho, meros súbditos en cualquier monarquía. El caso es que ni la Guardia Civil podía doblegar la voluntad de la señora marquesa ni esgrimiendo causas de fuerza mayor. Porque la mayor causa para la marquesa era la defensa de sus privilegios indiscutibles e inquebrantables.
Tal oprobio lo consiguen los que defienden, aunque lo desconozcan, una institución como la monarquía, que crea a su alrededor una casta social -la Nobleza- con la que mantiene una relación simbiótica de mutuo apoyo a cambio de privilegios, como el Marquesado de la señora marquesa y su intocable coto privado de caza.
Una casta de barones, condes, marqueses, duques, infantes, príncipes y reyes, junto a una aristocracia del poder económico, religioso y militar, siempre dispuesta a arrimarse al sol que más calienta, conforman un estrato social que se caracteriza por su amor a la patria, su patria, la que ellos identifican con sus pertenencias y privilegios. Y cuyos herederos más tiernos, aunque carezcan de oficio o prestigio, ya son capaces de exhibir sin recato una adhesión fervorosa a esa élite. Y que, creyéndose invulnerables por los privilegios que disfrutan, incluso se atreven a mostrar públicamente, sin hipocresías, la tendencia ideológica que asumen, aquella que coincide, casualmente, con la que defiende su estatus social y protege sus privilegios.
Por eso no es de extrañar que una sobrina del rey de España publicara, en una story de instagram, una defensa de su tío, en la que descubre sus simpatías políticas: “El rey, que no tiene poder ejecutivo, se queda a dar la cara, y Pedro Sánchez, que sí lo tiene, huye. Así es cómo se resume todo. Un rey que sufre por su pueblo y un presidente que lo desprecia”. La ingenua sobrina piensa que así apoya al régimen monárquico que encarna su tío, sin caer en la cuenta –o siendo consciente de ello- que con su opinión está amplificando los bulos y la desinformación que sectores radicales de ultraderecha propagan, aprovechando la catástrofe valenciana y el descontento de la población afectada, para atacar al Gobierno.
Cree este cachorro de la nobleza, igual que la señora marquesa, que sus privilegios le permiten, no solo primar su interés particular sobre el general, sino expresar opiniones no completamente veraces y tendenciosas que causan división y odio en la sociedad. Porque ni Pedro Sánchez huyó de la zona, sino que fue evacuado tras ser atacado con un palo y en un coche con los lunas traseras rotas. Ni desprecia a un pueblo sobre el que se vuelca en propiciar el reconocimiento de nuevos derechos y libertades, a fin de combatir cualquier tipo de desigualdad, sea económica, religiosa, sexual, racial, cultural o social. Justo lo contrario de lo que contempla una monarquía, en la que una familia cree tener el derecho exclusivo y hereditario, sin que la elija el pueblo, de representar a un país. Y puestos a hablar de fugas, el único poderoso que ha huido de este país, en la actualidad, es el abuelo de la niña de noble cuna. Flaco favor le ha hecho a la monarquía esta joven al manifestar, con insinuaciones y datos subjetivos, que le parecía más digno la actitud del no elegido que la del elegido, sin apreciar todas las circunstancias. Cuando, por si fuera poco, la propia alcaldesa de la localidad repudió aquellas algaradas, achacándolas a infiltrados violentos con deseos de provocar enfrentamientos y altercados durante la visita de las autoridades.Y es que, la pobre ingenua, a pesar de sus privilegios, no da para más, por lo que no merece la pena exigirle mejor y más fundado juicio. Pero sí, al menos, dada la exquisita educación que se le supone, podía esperarse que se condujera con más prudencia y respeto a la hora de opinar sobre el Gobierno de su país, máxime en momentos tan graves y dramáticos como los que se han vivido en Valencia por culpa de una DANA. Entre otras cosas, porque para difundidores de bulos y patrañas ya tenemos a Iker Jiménez con sus discursos demagógicos y mensajes engañosos que nada ayudan a los afectados por las inundaciones en Valencia y otras zonas de España.
Difícil empeño, ya que estos miembros de la realeza o la nobleza, independientemente de su edad, gozan de tantos privilegios que se creen con derecho a hacer o decir lo que quieran, pues se consideran impunes e invulnerables frente al resto de los mortales súbditosjueves, 7 de noviembre de 2024
Pedro Sánchez y los elementos
La oposición parlamentaria al Gobierno de izquierdas, durante estas legislaturas, siempre ha estado encarnada por los partidos de la derecha, tanto por el Partido Popular como por Vox. Y ese frente de las derechas nunca ha aceptado que el líder socialista accediera al gobierno gracias a la primera moción de censura que ha tenido éxito en nuestra democracia, pero tampoco que consiguiera mantenerse en el poder tras las elecciones de 2020 y 2023, conformando, por primera vez en la historia reciente, gobiernos de coalición, primero con Podemos y, después, con Sumar, a pesar de que el PSOE no fuera el partido más votado, pero sí el que reuniera la mayoría parlamentaria necesaria para investir a su candidato.
Desde el primer día como gobernante, Sánchez ha sido objeto de la virulencia verbal de esa oposición de derechas que aprovecha un día sí y otro también para descalificar y desprestigiar su Gobierno. Pablo Casado, en aquel entonces líder del PP, inauguró durante el pleno de investidura de 2020 la andanada de descalificaciones, tildando a Sánchez de “sociópata” y “presidente fake”. Pero ya antes, en un acto de partido en 2019, se había explayado contra el socialista, acusándolo de “traidor”, “felón”, “mentiroso compulsivo”, “okupa”, “ilegítimo” y otras lindezas por el estilo. Unos ataques que continuaron durante todo su mandato, tanto en el Congreso como en la calle y en los medios afines.
En 2023, Pedro Sánchez volvería a ser investido presidente, frustrando todas las apuestas que daban por vencedor de esas elecciones al PP liderado ahora por Alberto Núñez Feijóo. Acabaría consiguiendo 179 votos a favor, 12 más que en 2020, gracias a los acuerdos de investidura que lograría cerrar con Sumar, ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG y Coalición Canaria, es decir, con todos los partidos del arco parlamentario, excepto las formaciones de la derecha, que arreciaron su campaña de acoso y derribo contra el nuevo Ejecutivo socialista, ahora coaligado con Sumar.
Las protestas en la calle se multiplicaron y se volvieron más violentas, organizando concentraciones diarias frente a la sede madrileña del PSOE, que duraron varias semanas, y celebrando rezos públicos del rosario por la unidad nacional de España. Allí estaban grupos ultras, como Falange, Democracia Nacional, Bastión Frontal o Desokupa, entre otros, en un intento común por desatar el caos con los enfrentamientos con la Policía en esas protestas a las que también asistían representantes del PP y Vox. Estos últimos, por su parte, convocaban mítines periódicos por todo el país para denunciar que España vivía un “cambio de régimen” que transita hacia una “dictadura” por culpa de un presidente de Gobierno “ilegítimo”.
Paralelamente, esa derecha incapaz de asumir el resultado de las urnas también ha recurrido a deslegitimar al Gobierno mediante acusaciones sin pruebas de presuntos delitos de corrupción que afectan a la mujer y al hermano del presidente del Gobierno. Y otra vez, son grupos o asociaciones de extrema derecha los que presentan denuncias en los juzgados, basadas en declaraciones anónimas o recortes de prensa, para que jueces de conocida tendencia ideológica acepten abrir investigaciones que se alargan y amplían prospectivamente de manera injustificada. El objetivo declarado es abrir tantos frentes como sean posible contra un Gobierno que la derecha en su conjunto considera ilegítimo y quiere derribar.
Todas estas maniobras son, no obstante, batallas políticas que el presidente Sánchez esperaba por parte de la oposición y que ha sabido o podido capear con más o menos fortuna y habilidad. Sólo en un momento de debilidad tuvo dudas de qué hacer, y fue cuando acusaron a su esposa de ilícitos penales de los que ni la propia Guardia Civil hallaba indicios. Tal golpe lo llevaría a tomarse cinco días para reflexionar sobre si valdría la pena someter a su familia a tal acoso por continuar con su deber como presidente de Gobierno. Y a punto estuvo de tirar la toalla.
Sin embargo, lo que no se esperaba ni por asomo era esa concatenación de elementos naturales y de acciones geopolíticas internacionales que le han obligado a adoptar decisiones sin precedentes e imprevisibles. Y es que hasta las fuerzas de la naturaleza parecieron ponerse de acuerdo para no facilitarle la tarea de gobernar un país de intereses tan enfrentados como España. Ya que, cuando no es una pandemia como nunca vista que motivó el confinamiento temporal de la población, es una borrasca, bautizada Filomena, que cubría de nieve medio país y bloqueaba carreteras, o la erupción violenta y activa durante meses de un volcán que escupió cenizas sobre gran parte de una isla en Canarias. Y, ahora, una DANA que provoca lluvias torrenciales que inundan el Levante valenciano, causando enormes daños materiales y centenares de muertos. En suma, una catástrofe natural cada dos años que ha obligado al Gobierno adoptar medidas extraordinarias que, en ocasiones, rozaban la legalidad en función del marco jurídico en que se encuadraban.Pero es que, por si fuera poco todo lo anterior, el gobierno de coalición de Pedro Sánchez ha tenido que sortear, además, las consecuencias económicas y políticas de la guerra de Rusia en Ucrania, una agresión intolerable contra la soberanía e independencia de un Estado que aspira ser miembro de la Unión Europea. Los problemas energéticos y comerciales derivados de las sanciones impuestas a Rusia por parte de EE UU y Europa han hecho tambalear las cifras macroeconómicas del Gobierno, incrementando en exceso la inflación y los precios de carburantes y alimentos hasta cotas intolerables. Tanto subieron que se habilitaron subvenciones a la gasolina y se rebajaron, y en algunos productos se anularon, los impuestos (IVA) a los alimentos de primera necesidad y al consumo de electricidad en los hogares.
Además, el Ejecutivo, en coherencia con las resoluciones de la ONU, ha confirmado la posición de España sobre el conflicto palestino-israelí, precisamente cuando Israel comete, a la vista de todo el mundo, la mayor masacre jamás perpetrada, un auténtico genocidio, contra los habitantes de la Franja de Gaza, donde han muertos más de 43.00 palestinos, niños y mujeres en su mayor parte. Una guerra que Israel extiende a Cisjordania y hasta al sur de Líbano e Irán, en respuesta al ataque terrorista de las milicias palestinas de Hamás de octubre de 2023, que causaron 1.200 israelíes asesinados y otros 250 secuestrados. Pero esa defensa de la legalidad internacional enarbolada por el Gobierno de Sánchez le ha acarreado la ojeriza del primer ministro hebreo, Benjamin Netanyahu, que entiende que tal posicionamiento favorece a los terroristas de Hamás y afecta negativamente al derecho a la legítima defensa del país sionista. Claro que, por el mismo motivo, Israel también acusa a la propia ONU de ponerse del lado de los terroristas y, en consecuencia, expulsa de aquel territorio a la agencia de la ONU que ayuda a los palestinos a sobrevivir a las restricciones y las bombas.
Por lo que sea, en el Este de Europa y el Próximo Oriente se desatan dos guerras demasiado cercanas que enturbian las relaciones diplomáticas, económicas, culturales y comerciales entre estados, como Ucrania e Israel pero también Rusia y la comunidad árabe que engloba a Palestina, con los que España mantiene vínculos insoslayables. Y que trastocan el delicado equilibrio de la Globalización y el Derecho Internacional sobre el que descansa la interdependencia, la confianza y la integridad de los estados soberanos del mundo.
Si todo esto no es luchar contra los elementos, se le parece bastante, por lo que no me extrañaría que Pedro Sánchez sueñe con la utopía de una legislatura en la que se limite a propiciar medidas que favorezcan el avance social, cultural y económico del país, sin confrontación, sin polarización y sin más sustos de las fuerzas de la naturaleza. Pero, desgraciadamente, me temo que ello no será posible, porque la derecha seguirá buscando por cualquier medio obstaculizar o, mejor aún, hacer caer al Gobierno, la naturaleza es impredecible y, para colmo, Trump vuelve con más bríos a las andadas. Vivimos tiempos difíciles. Sin duda.
sábado, 2 de noviembre de 2024
La basura de Puerto Rico
La demagogia y las mentiras han sido y son los habituales recursos dialécticos del neofascista Trump en sus intervenciones hasta el punto de que ya nadie se molesta en contabilizarlos, como hizo durante un tiempo en su anterior mandato el diario The Washington Post, que le descubrió más de 20.000 declaraciones falsas o engañosas, a un ritmo de 50 mentiras diarias. Pero cuando pretende ser sutil, invita como teloneros en sus discursos a seguidores entusiastas de sus ideas y modales para que verbalicen lo que él debe callar para no perder votantes. Es lo que sucedió hace poco en un mitin en el Madison Square Garden de Nueva York, en el que el cómico Tony Hinchcliffe se permitió la gracieta de calificar a Puerto Rico de “isla flotante de basura en medio del océano”. El que lo contrató se ha tronchado de risa en su mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). Y tan satisfecho quedó con la actuación de su palmero que aquellos exabruptos le parecieron un “festival de amor absoluto, y fue un honor para mí participar”.
Me imagino que a los puertorriqueños no les halagará que los tilden de basura y que, encima, deban aceptar tal calificativo como una muestra de amor de Donald Trump. Ni a los puertorriqueños que habitan en la isla ni a los seis millones que viven en EE UU. La zafiedad de los insultos descalifica a quien los pronuncia y los consiente, sea payaso o un ricachón populista e inmoral. Y me imagino, también, que pocos serán, entre los nacidos en esa isla del Caribe, que aplaudirán los cánticos de odio y sectarismo que denotan tales declaraciones de “amor” del republicano hacia el ciudadano de origen hispano, concretamente puertorriqueño, de EE UU. Y puestos a imaginar, pienso que no serán muchos los votos que consiga el ínclito candidato bocazas en Puerto Rico y en aquellos estados con importante población hispana. Hay que tener en cuenta que los latinos representan el 15 por ciento del electorado total del país. Pero, claro, todo son imaginaciones mías.
Lo que no es imaginación es que las ofensas de Trump hacia Puerto Rico no son nuevas. Ya en 2017, cuando el huracán María devastó la isla provocando grandes destrozos, el fallo del sistema eléctrico en toda la isla, muchos lugares sin acceso a agua potable y más de 2.900 muertos, el entonces presidente norteamericano, no solo retrasó o limitó las ayudas federales a la recuperación del Estado Libre Asociado, sino que se permitió la mofa de repartir rollos de papel de cocina, durante una visita relámpago de cinco horas a la isla, como si fuera lo único que necesitasen los damnificados de Puerto Rico.
Mayor muestra de insensibilidad con los afectados por parte del presidente de EE UU no se ha visto nunca, hasta ahora, cuando permitió que en un mitin se volviera a exhibir ese odio racial hacia los puertorriqueños, como si fueran ciudadanos norteamericanos de segunda clase. Tan de acuerdo estuvo el candidato Trump con la bazofia vomitada por un cómico que, no solo no le recriminó tales mensajes racistas, sino que ni siquiera se ha disculpado por ello, como le pidió el arzobispo de Puerto Rico en un comunicado.
A horas de las elecciones, Ignoro si Donald Trump volverá a ser presidente de EE UU, pero sé que si llegara a la Casa Blanca los hispanos en general, y los puertorriqueños en particular, verán otra vez restringidos o cercenados muchos de sus derechos y libertades. El muro que continuará levantado el populista republicado entre los supremacistas blancos y el resto de etnias y razas que conforman la sociedad estadounidense será miserablemente enorme, como el que se empeña en completar a todo lo largo de la frontera con México.
No sé si Trump vencerá en estas elecciones, pero si sé que, si pudiera votar, mi voto hispano no lo conseguiría. El modelo de democracia iliberal que propugna, en la que puede ignorar o eludir su responsabilidad y los límites constitucionales (como se deduce de las causas judiciales que tiene abiertas), un modelo que rechaza la pluralidad y la protección de las minorías, que criminaliza la inmigración y que es negacionista de la violencia machista, del cambio climático y de la lucha por la igualdad de la mujer, no es la democracia en la que todos los ciudadanos, sin importar condición, se puedan sentir representados, amparados y protegidos.No lo votaría porque ya sabemos cómo actuará Trump, aquel misógino que extendió los ataques al feminismo y eligió jueces ultraconservadores que limitaron el derecho al aborto, el que eliminó el castellano de la página web de la Casa Blanca, el que ordenó separar a niños de sus padres inmigrantes en la frontera, el que no condenaba los actos de violencia contra los negros, el que pretendía repatriar a los hijos nacidos en EE UU de inmigrantes indocumentados, el que dejaría que Rusia invadiera totalmente Ucrania y permitiría a Israel acabar con los palestinos para infestar sus territorios con colonias judías, el que, en definitiva, representaría el mayor peligro para la democracia no solo en EE UU, sino en todo el planeta, pues la legalidad internacional es para él papel mojado..
Donald Trump, como los Orbán, Putin, Milei. Bolsonaro, Wilders, Le Pen, Meloni y tantos otros, sin olvidar al Abascal español, defiende una democracia en la que el sectarismo y la desigualdad ahondarían sus nefastos efectos, causando división y odio en la sociedad. Un odio racial hacia minorías desfavorecidas, que se consideran basura. Un energúmeno así no puede llegar a ser presidente de todos los norteamericanos, incluidos los puertorriqueños. Por eso, si por mí fuera, lo despediría como él solía hacer en un programa televisivo: ¡You´re fired, Mr. Trump!
jueves, 24 de octubre de 2024
La Artillería de los Machado
Afortunadamente, la piqueta no pudo arrebatar esas instalaciones que, tras años de reformas y adecentamientos, han pasado a formar parte del equipamiento público y cultural de la ciudad, destinado a convertirse en el Centro Cultural y de Innovación Magallanes. Como tal, será un espacio explicativo y conmemorativo del V Centenario de la primera vuelta al mundo, la gran gesta marinera que, partiendo del puerto de Sevilla, logró circunnavegar el planeta en barcos comandados por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Además, el nuevo centro cultural servirá también para albergar espacios de coworking para nuevas ideas empresariales, un lugar escénico experimental, talleres multidisciplinares, estudios de grabación, salas de exposición, oficinas, laboratorios de pensamiento, incubación y aceleración de startups, todo ello dispuesto en cinco espacios interconectados y con funcionalidades diferentes.
Pero antes, desde hace unos días, la antigua Fábrica de Bronces, fundada alrededor de 1565 por iniciativa privada de la familia Morel y que dio origen a la Fábrica Artillería, acoge una exposición sin precedentes sobre los hermanos Machado, Manuel y Antonio, que mostrará que la relación entre ellos, lejos de estar enfrentadas, eran fraternales y colaborativas. Ambos eran poetas y dramaturgos, pero la Guerra Civil los separó, al permanecer Manuel, el mayor de ellos, en Burgos, donde lo sorprendió el levantamiento militar, y huir Antonio al exilio en Francia por su defensa de los principios de la República. Tal adversidad azarosa entre hermanos sirvió para alimentar el mito de las dos Españas, basándose, entre otras cosas, en el supuesto enfrentamiento entre Manuel y Antonio Machado, separados geográfica y políticamente a causa de la guerra, pero unidos fraternalmente por la sangre y la literatura. Y eso es, precisamente, lo que la muestra trata de aclarar con la exposición Los Machado. Retrato de familia, que conmemora los 150 años del nacimiento de los hermanos Machado, y que fue inaugurada el pasado 21 de octubre en la Real Fábrica de Artillería por el rey Felipe VI.La exposición presenta, juntos por primera vez, los dos depósitos documentales más importantes sobre los Machado que existen en nuestro país: la colección Los papeles de los Machado, perteneciente a la Fundación Unicaja, y la de la Institución Fernán González de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, complementados, además, por elementos de otras instituciones, como el Museo del Prado, la Real Academia Española de la Lengua, la Universidad de Sevilla y el Ayuntamiento hispalense. Todo ese material, desde las colecciones hasta los elementos reunidos en la exposición, permite descubrir el legado intelectual de los Machado, un linaje sevillano que abarca tres generaciones, poniendo de relieve el valor historiográfico, literario y emocional de una muestra que no solo trata de reconstruir la trascendencia cultural y creativa de la familia Machado, sino también la relación íntima y familiar que mantenían ambos hermanos, dos de los más notables poetas españoles a los que la guerra separó.
De este modo, se puede contemplar, reunidos por primera vez en esta exposición, los fondos documentales de los hermanos Manuel y Antonio Machado Ruiz, así como el legado de los abuelos Antonio Machado Núñez –un científico que fue rector de la Universidad de Sevilla, gobernador civil y alcalde de Sevilla- y Cipriana Álvarez Durán –pintora y apasionada de la literatura oral y el folklore-, de los padres Antonio Machado Álvarez `Demófilo´ -considerado el primer gran folklorista español- y Ana Ruiz Hernández, y del hermano José Machado Ruiz, pintor.
Y es que Manuel y Antonio Machado eran dos grandes poetas que estaban más unidos de lo que la propaganda y los prejuicios ideológicos nos hicieron creer. No solo recibieron una educación idéntica en la Institución Libre de Enseñanza, creada por Francisco Giner de los Ríos, sino que colaboraban entre ellos, con una admiración mutua, escribiendo sobre todo obras de teatro. También colaboraron juntos, en 1893, en el semanario satírico La Caricatura, bajo los seudónimos Polilla (Manuel) y Cabellera (Antonio). Y firmaron conjuntamente, con el nombre de Tablante de Ricamonte, uno de los primeros textos escritos a cuatro manos que marcarán sus vidas.
Poema de Manuel Machado sobre un verso de su hermano Antonio, en el que también evoca a su madre:
Tanto por el recinto histórico, la Real Fábrica de Artillería, como por la muestra sin precedentes que allí se exhibe, merece la pena visitar la exposición Los Machado. Retrato de familia, que se podrá disfrutar de manera gratuita hasta el próximo diciembre, antes de trasladarse a Burgos, Madrid y Salamanca. Está comisariada por Alfonso Guerra y coordinada por Eva Díaz Pérez y Belén Castillo.