lunes, 31 de marzo de 2025

Sanidad pública negligente

Voy a elaborar este comentario sin recurrir a datos de terceros ni referencias periodísticas. Esta vez me basaré en información de primera mano que conozco porque he sido testigo o protagonista de los hechos, pese a lo cual procuraré ser objetivo porque lo que denuncio no me afecta solo a mí, sino a miles de ciudadanos en su relación con el servicio público de la Sanidad (de ahí las movilizaciones multitudinarias contra el deterioro de la sanidad pública). Escribo este artículo, pues, como usuario, pero también como profesional sanitario que ha estado trabajando en la sanidad pública durante cuarenta años. Sé de lo que hablo.

Y, desde esa perspectiva,  nunca he conocido un comportamiento tan negativo como el que describo de nuestro sistema de salud público. Antes al contrario: siempre he constatado la preocupación de sus profesionales por atender lo mejor posible a cualquier paciente, sin importar condición, que demanda asistencia, ya sea a través de la atención primaria, especializada u hospitalaria. E insisto: lo sé por experiencia propia como usuario. Como cuando fui operado de corazón en un hospital público por una patología congénita con una diligencia y profesionalidad dignas de encomio. Entonces mi queja iba contra mi propio órgano por ponerme en aquella tesitura, ya que, desde el cardiólogo de zona, las pruebas complementarias previas, el cirujano y su equipo y el postoperatorio en uci y planta, hasta los reconocimientos ambulatorios posteriores, todos fueron realizados en tiempo y forma mucho más que eficaces, satisfactorios desde el punto de vista humano.

El trato y la atención dispensados eran acorde con el hecho de tratar a personas y no expedientes a resolver u objetivos que cumplir. Como profesional sanitario, era lo que primaba en nuestro trabajo hasta que la gestión de los recursos, tanto humanos como materiales, hizo que predominasen objetivos mercantilistas que valoran la rentabilidad antes que la prestación de un servicio esencial para la sociedad, como es la sanidad. Así se impuso la reducción de gastos y comenzaron los recortes de plantilla, el cierre en determinadas zonas y horarios de centros de salud, las indicaciones para limitar las derivaciones a especialistas desde los médicos de cabecera, la clausura en verano de alas o camas hospitalarias, los copagos y “repagos” en los medicamentos, etcétera., lo cual, a la postre, provocó un aumento imparable de unas listas de espera que ya ni siquiera se contabilizan con transparencia.

Una situación que conocía de oídas y por las noticias, y también por sufrirla. Pero lo que debía de ser un acto rutinario de extirpación de cataratas en los ojos, acabó evidenciando el colapso, los retrasos y, en definitiva, la incapacidad de la sanidad pública para atender a sus pacientes con la agilidad, seguridad y profesionalidad que solía. Lo grave es que tal situación responde, al parecer, a una intencionalidad que pretende expulsar, por aburrimiento y desesperación, a los que puedan costearse cualquier prestación en el sector privado. No es por demanda creciente que el sistema no pueda atender, si no se le detraen recursos, ni por una complejidad asistencial que no pueda manejar, si se renuevan sus equipos adecuadamente. Queda, por tanto, esa finalidad del deterioro intencionado como única explicación posible a un comportamiento tan negligente de la sanidad pública durante los últimos tiempos. Así lo pone de relieve el caso aquí descrito.

Lo curioso es que el proceso terapéutico había empezado bien, aunque, por impericia mía –lo reconozco-, no recibía los mensajes telefónicos -que mi móvil archivaba como spam- para que acudiera a los análisis preanestésicos previos. Al día siguiente requerían telefónicamente desde el centro sanitario los motivos de la ausencia y me daban otra cita. Cumplidos estos prolegómenos, la operación de catarata del ojo izquierdo se efectuó al poco tiempo de forma satisfactoria, incluida la primera revisión postoperatoria del día siguiente.

En esa primera revisión, el cirujano oftalmológico señala un plazo de mes o mes y medio para volver a ser revisado. Y es a partir de entonces cuando surgen los incumplimientos, las demoras y las negligencias. Pues “el sistema”, al parecer, no da abasto para respetar sus propios protocolos y plazos para mantener los procedimientos establecidos de prevención, detección o corrección de posibles complicaciones postoperatorias. Aún a sabiendas de que, de no hacerlo, podrían producirse consecuencias indeseadas en los pacientes. Como me ocurrió a mí.

Transcurridos más de dos meses sin que me citaran, acudo personalmente a la ventanilla del servicio donde me informan de que debo seguir aguardando porque no figuro entre las citas. Me quedo perplejo por una respuesta que no brinda ninguna explicación ni solución. Hasta que otro paciente que había escuchado la conversación me aconseja, como había hecho él, que ponga una reclamación por escrito, pues solo así había conseguido ser citado para la segunda revisión. Cosa que, por supuesto, hago sobre la marcha.

Después de más de cuatro meses de estar operado, recibo al fin cita para esa segunda revisión que, teóricamente, debía haberse efectuado al mes o mes y medio de la misma. En ella me detectan una inflamación en la parte posterior del ojo, cerca de mácula, que requiere tratamiento de inmediato, a iniciar ese mismo día, y aplicar durante quince días seguidos. Así de enfáticas y precisas fueron las indicaciones del médico, quien añadió que, al cabo de ese tiempo, volvería ser citado para valorar el curso de la afección. Por ello, me entrega en sobre cerrado el informe o los datos de la exploración realizada para que lo entregue al facultativo que me atienda tras esos quince días. Ni qué decir que abandono la consulta muy preocupado y con cierta frustración. ¿Se podría haber advertido a tiempo la anomalía si se hubiera respetado el plazo para la segunda revisión? Puede que sí y puede que no. Mejor no especular y confiar en la profesionalidad de la sanidad pública, aunque puntualmente se haya visto desbordada y obligada a demorar sus actuaciones asistenciales.

Ingenuo de mi. Ni quince días, ni un mes, sino dos sin recibir esa cita. Otra vez, ya altamente preocupado por la lesión en mi ojo, acudo a interesarme en ventanilla por esa revisión sobre la evolución del tratamiento tan perentorio que el médico me había prescrito. Y como si ya me esperaran, no solo me notifican que no estoy citado, sino que, además, habían trasladado mis citas a otro centro sanitario, al hospital del que depende el centro donde fui operado. A pesar de insistir, no saben o no quieren explicarme los motivos de ello. Un proceder ciertamente extraño en una unidad asistencial que no completa el protocolo terapéutico con sus enfermos. Así que, nuevamente, interpongo otra reclamación, tras más de seis meses operado, para quejarme de la falta de revisión de una complicación que podría causar la pérdida de visión, puesto que las patologías de la mácula hacen perder visión central y aguda. Y todo por una negligencia.

La cuestión es que, como transcurren otros dos meses sin obtener respuesta, decido presentar por registro un escrito dirigido al director gerente del hospital del área sanitaria en el que detallo estas actuaciones deficientes del servicio de oftalmología y las injustificables demoras que padezco como paciente de una unidad periférica del hospital. La respuesta que obtengo, por escrito, naturalmente, es lacónica: tras dar a conocer al citado servicio mi reclamación, le hacen saber que ya me citarán cuando se pueda. Y que la próxima vez acuda a gestoría del usuario. Burocráticamente, todo perfecto y reclamación archivada. No me queda más que mandar cartas a los periódicos por si la publicidad de la anomalía obra el milagro de su reparación, obedeciendo a ese comportamiento que actúa cuando los problemas son aireados y conocidos. Pero todo resulta inútil.

Dentro de dos meses hará un año que me operé del ojo izquierdo de cataratas. Durante todo este tiempo he tenido dificultades para leer, escribir y conducir, pues, aunque en el ojo operado me pusieron una lente intraocular que corrige la miopía, en sustitución del cristalino nublado (catarata) que me extirparon, conservo la miopía del ojo derecho y la presbicia (vista cansada) en ambos ojos. Ello me obligaba a ponerme gafas para ver de cerca por el ojo sin operar (viendo borroso por el ojo izquierdo) y a quitármelas para ver de lejos por el ojo operado (viendo borroso por el derecho). Es decir, estaba peor que antes de operarme, con la angustia añadida por la inflamación macular, de la que ignoraba su evolución

Se trata de una situación y unos trastornos totalmente intolerables. Y que hasta la fecha no tiene visos de solventarse con la eficiencia y profesionalidad que cabría esperar de un organismo que presta un servicio público que, entre sus cometidos, ha de velar por la salud de la población. Tanta es su incapacidad para funcionar correctamente que no solo genera un incomprensible retraso para una revisión de una complicación postquirúrgica, sino que, además, ni siquiera permite abrigar esperanzas para la intervención pendiente del otro ojo afectado de catarata.

Solo pensar que estas penosas vicisitudes pueden volver a repetirse, si me llamaran para esa improbable operación pendiente, me hizo reaccionar como, supuestamente, esperan los gestores que están desmantelando la sanidad pública. Decidí recurrir a la medicina privada, a pesar de ser un profesional jubilado y un convencido defensor de la sanidad pública, cuyos trabajadores se desviven por prestar la mejor atención posible, incluso bajo las restricciones y recortes a los que se ven sometidos. Porque la sanidad pública es la única que atiende a cualquier paciente, sea rico o pobre, hombre o mujer, con trabajo o en paro, culto o sin formación, creyente o ateo, blanco, negro o mestizo. Y la única que, llegado el caso, puede afrontar un trasplante de órgano, tener ucis de neonatal y prematuros, extraer e infundir células progenitoras de médula ósea o, simplemente, abrir un quirófano a medianoche para atender una urgencia, sin preguntar por tus pólizas o cotizaciones.

Soy un ferviente defensor de la sanidad pública y por eso me duele que se la aboque a actuar de manera negligente, como he podido constatar con mis ojos, por decisiones ideológicas que, al favorecer al sector privado de la medicina, agravan la desigualdad social y las injusticias a la hora de ejercitar el derecho a la salud. Y es que la sanidad pública es un pilar fundamental de nuestro Estado del Bienestar que creíamos tener asegurado y, si nos descuidamos, nos lo podrían quebrar. Sirva este comentario como alerta del peligro que corremos no solo con nuestros derechos constitucionales, sino también con nuestra salud.

sábado, 22 de marzo de 2025

La “pax” de Trump

Llegó el emperador e impuso su paz en Ucrania, como Roma imponía “pax” en los territorios conquistados. Igual que Augusto ejercía su control sobre las provincias romanas, Trump también aplica su imperium maius o autoridad suprema para forzar una paz en Ucrania que le permita emplear su atención y fuerzas en otros frentes, como el de China. Pero del mismo modo que la de Augusto, la paz de Trump traerá una relativa tranquilidad durante un tiempo más o menos largo, pero a un alto precio.

Y es que el presidente norteamericano puede obligar al presidente ucraniano Volodimir Zelensky a aceptar la paz que le ofrece, bajo la amenaza de cortarle toda ayuda armamentística y la información de inteligencia  militar, en especial la de los satélites espías, a cambio de un endeble y limitado alto el fuego que favorece al atacante, el invasor ruso. Y lo puede hacer porque esa ayuda con la que Trump chantajea a Ucrania no puede ser reemplazada por Europa ni a corto ni a medio plazo, por mucho que se empeñe la Unión Europea en rearmarse para asumir, sin ayuda de EE UU, la seguridad continental.

Con Donald Trump en la Casa Blanca y su “comprensión” de las razones rusas para atacar Ucrania, el fin de la guerra estaba decidido. Era cuestión de poner en marcha el mecanismo poco diplomático –incluida la encerrona humillante al presidente ucraniano en el mismísimo Despacho Oval- para forzar la rendición de Ucrania, mediante una simple llamada telefónica al presidente de la federación Rusa, Vladimir Putin. Una llamada para un acuerdo de paz acordado entre el invasor y los norteamericanos, sin tener en cuenta ni a Europa ni a Ucrania, quienes, como partes afectadas, deberían, al menos, haber sido consultados si, acaso, por cortesía. Pero las opiniones de Ucrania y Europa hubieran sido requeridas si la finalidad de las negociaciones fuese un verdadero plan de paz coherente, justo y duradero. Y no era el caso. Por eso  se las excluye y trata como convidados de piedra. Y es que solo negocian –y se reparten el pastel- el emperador yanqui y el “amigo” considerado “primus inter pares”.

No hay que esperar, por tanto, un gran acuerdo de paz, digno de tal nombre, de esas conversaciones, sino algo parecido a una rendición escasamente maquillada con alusiones a la paz, la seguridad y el respeto a los intereses estratégicos de las partes concernidas, que no son otras que EE UU y Rusia. Así de claro.

Ignorar la realidad, aun siendo injusta, es errar en las soluciones, por mucho que sufra Ucrania una violenta invasión militar por parte de Rusia desde hace tres años. Aunque ello constituya una flagrante violación del derecho internacional y de la carta de Naciones Unidas de consecuencias, hasta la fecha, catastróficas, con centenares de miles de soldados muertos entre ambos bandos, miles de civiles asesinados o desplazados, infraestructuras básicas destrozadas y una enorme amenaza para la paz y la seguridad de toda Europa. Una violación de las normas, las leyes y el derecho internacional tan descarada como la que se perpetra simultáneamente en Gaza.

No es de extrañar, por tanto, que, contraviniendo también los acuerdos y normas establecidos, Donald Trump imponga un plan de paz que atiende solo las razones rusas y hace caso omiso al derecho de Ucrania, como cualquier estado, a su soberanía e integridad territorial. Justamente los objetivos declarados por Putin para declarar la guerra: impedir una Ucrania democrática,  libre, soberana e integrada en Europa y bajo el paraguas de la OTAN. Tales fueron las causas fundamentales de un conflicto por el que Putin siempre ha mirado con hostilidad a Ucrania, sobre todo a partir del levantamiento de Maidán y la expulsión del presidente prorruso Yanukóvich. Y las que había expuesto por carta, subrayándolas como condiciones inasumibles, al Gobierno de EE UU y a la Alianza Atlántica, sin que fueran tomadas en cuenta. Si se compara objetivamente, se parece mucho a los motivos por los que EE UU no permite una Cuba soberana a pocas millas de Miami y a la que lleva boicoteando su economía desde que la percibió alineada con el viejo enemigo comunista. Siendo, además, agredida e infructuosamente invadida, como acredita la existencia de Guantánamo, esa base-cárcel yanqui en la isla que avergüenza a todo demócrata. Un paralelismo curioso sobre el comportamiento de ambas potencias en sus zonas de influencia.

Y es que entre matones se entienden. Por eso el magnate norteamericano negocia, por un lado, con el agresor y excluye a la víctima agredida y desprecia olímpicamente, por el otro, la seguridad del continente. Simplemente, porque solo le interesa el reparto territorial de las respectivas áreas de influencia y la obtención, encima, de beneficio económico mutuo: tierras raras para uno, centrales de energía para el otro. Así, comparten tácticas y objetivos. En esta ocasión, ambos tratan de impedir que Europa se convierta en una potencia que rivalice con EE UU y Rusia, al menos, económicamente, a nivel mundial.

De ahí que difícilmente la “pax” trumpana pueda ser justa, coherente y verdadera, aunque acabe con la guerra y traiga el silencio de las armas y las bombas. Tampoco significará una garantía para la seguridad y tranquilidad de Europa, que seguirá permanentemente amenazada por las ambiciones geoestratégicas tanto de Rusia como de EE UU. Y, a partir de ahora, sin la confianza que confería ser parte de la estructura defensiva de una OTAN incapacitada para cumplir con sus obligaciones, hasta verse paralizada por un dilema existencial, como el que se presentaría si EE UU invade y arrebata, como ha prometido Trump, Groenlandia, un territorio perteneciente a Dinamarca, país europeo miembro de la Alianza Atlántica.

Lo único positivo de esta situación quizás sea comprender al fin, a nivel continental, que la alternativa para contrarrestar todas estas amenazas sería una Europa más fuerte, unida e integrada políticamente, y con una acción exterior y una defensa común propia, autónoma y suficiente. Es decir, la única alternativa es más Europa, pero más unida.

Mientras tanto, como en tiempos de Augusto, reinará con el nuevo emperador de Washington la paz y el fin de las hostilidades en estos dominios de su imperio, gracias a un acuerdo inmoral que no respeta la dignidad de una víctima agredida salvajemente.

Pero confiemos en que, tras un período de paz, no suceda lo que pasó con la desaparición de Augusto: el comienzo del fin del imperio romano por unos bárbaros hartos de tanta “pax” impuesta. Es difícil prever el devenir de la historia ni aun conociendo a sus protagonistas.

domingo, 16 de marzo de 2025

Europa, !ar¡

Hay una intención unánime de aumentar el gasto en Defensa de la Unión Europea (UE) como reacción a la actitud de la Administración Trump de EE UU de dejar de actuar como el “gendarme” defensivo de Occidente. El objetivo de esta intención es el rearme del Viejo Continente de manera que pueda defenderse por sus propios medios ante cualquier agresión militar procedente de fuera de sus fronteras, principalmente de Rusia, sin depender para ello del paraguas defensivo que ofrecía EE UU, a través de la OTAN, desde el final de la 2” Guerra Mundial. La intención es, pues, convertir Europa en una potencia militar, capaz de enfrentarse, si llegara el caso, a Rusia, sin ayuda de nadie.

Este nuevo grito que recorre el continente es:” Europa, ¡ar!”, como si Europa no gastara ya en defensa un buen puñado de euros. Según el Consejo Europeo, el gasto total en defensa de los estados miembros alcanzó en 2024 la friolera de 326.000 millones de euros, alrededor del 1,9 % del PIB de la UE. Pero si contamos solo los 23 Estados de la UE que son miembros de la OTAN, el gasto sería del 1,99 % de sus PIB.

Es decir, Europa no ha dejado nunca de invertir en Defensa y Seguridad para afrontar los conflictos y crisis en todo el mundo que afecten a sus intereses, como demuestran las cifras y evidencian sus misiones militares en diversas partes del mundo, como la Operación Atalanta en el Mar Índico, etc. Ahora, además, pretende armarse todavía más, en virtud de lo aprobado el 6 de marzo para desarrollar un programa de rearme sin precedentes, de nada menos que 800.000 millones de euros en cuatro años, “para hacer frente a la amenaza de Rusia”.

España ha respaldado ese programa, comprometiéndose a hacer un esfuerzo por alcanzar el 2 % del PIB en gasto en defensa antes de 2029. Un esfuerzo que, para el Sindicato de Técnicos de Hacienda Geshta, supondría gastar en defensa 95.000 millones de euros en cuatro años. Un compromiso que se añadiría al acordado con la OTAN, por el que nuestro país se comprometió a incrementar también hasta el 2 % su contribución con esa organización militar.

Al parecer, hay que invertir más en Defensa a nivel europeo y nacional. ¿Acaso gastamos poco? Según grupos antimilitaristas y pacifistas, como el Centre Delás y el Colectivo Tortuga, nuestro país ha superado el 2 % de gasto en defensa, si se cuentan las partidas del Presupuesto vinculadas al gasto militar de otros ministerios, ya que el Gobierno solo cuantifica el gasto del Ministerio de Defensa. Es decir, España ya gasta una pasta gansa en Defensa. Pero Europa quiere más.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en un discurso ante el Parlamento Europeo, ha reconocido que su objetivo es alcanzar el 3 % del PIB en gasto militar, permitiendo que los gobiernos se endeuden por encima de lo establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Dicho pacto fijaba unas normas estrictas.en materia de deuda y déficits públicos (del 60 y el 3 por ciento del PIB, respectivamente), cuyo incumplimiento estaba penalizado.

Ahora, no solo no estará penalizado, sino que, incluso, se admite la posibilidad de que la UE asuma préstamos en los mercados privados de capital y que el Banco Europeo de Inversiones ayude a financiar ese enorme gasto militar con parte de sus recursos.  Ahora, todo son facilidades para conseguir gastar más en defensa. Es más, hay prisa por armarnos hasta los dientes.

La pregunta que generan estas pretensiones es: ¿Realmente es necesario aumentar sustancialmente las partidas destinada a gasto militar en Europa? Pues depende. Para no depender tanto de EE UU y que Europa aumente su autonomía estratégica, asumiendo su responsabilidad en defensa, habría que definir qué capacidades tiene para disuadir y defenderse frente a Rusia u otros enemigos. Y la verdad es que Europa carece de capacidad disuasoria efectiva frente a Rusia, ya que los Ejércitos de los Estados miembros arrastran limitaciones importantes en personal y recursos. Y algo más grave: no están totalmente integrados en una fuerza común ni disponen de un mando único. Carencias que suplía estar integrados en la Alianza Atlántica.

Sin embargo, fuera del paraguas de la organización militar, la fragmentación defensiva de Europa, con Ejércitos nacionales, limita considerablemente su capacidad militar para operaciones conjuntas y de forma coordinada. Además, la disparidad y la duplicidad de medios (los ejércitos de los Estados europeos cuentan con 12 tipos de carros de combate, 14 aviones de combate diferentes, etc.) dificultan no solo la operatividad conjunta, sino también la organización de suministros y recursos eficiente. Máxime cuando esas capacidades críticas (municiones, misiles, movilidad militar, defensa aérea) han de asegurarse en cantidad, logística  y producción de forma inmediata.

Otro factor a tener en cuenta sería la inversión estratégica a medio plazo en producción industrial militar, tecnológica e innovación y de inteligencia y seguridad que permita disponer de una auténtica capacidad defensiva europea que reemplace la dependencia de EE UU y consolide una ventaja comparativa sobre las capacidades enemigas, en este caso, de Rusia. Y ello no se consigue si el armamento no es de fabricación europea, así como los medios electrónicos, los misiles, submarinos, aviones, cohetes y hasta los satélites que facilitan las comunicaciones y la vigilancia del territorio. Es inimaginable una Defensa europea sin capacidades militares y estructuras de mando netamente europeos.  Y es que tener la intención de convertirse en una potencia militar precisa de autonomía en todos los aspectos involucrados con la defensa.

La pregunta del principio podría responderse reconociendo que los países europeos ya gastan, en su conjunto, una cifra importante en defensa, incluso más que Rusia. Y que el problema radica, por tanto, en gastar mejor de forma coordinada, planificando a nivel continental las inversiones y los proyectos. Y sobre todo, corrigiendo esa falta de mando único de un Ejército común europeo que pudiera efectivamente ejercer capacidad disuasoria frente a sus potenciales enemigos.

De ahí que el mayor problema no sea tanto económico como político. ¿Hay realmente voluntad en Europa de asumir la responsabilidad en defensa de manera autónoma? De la respuesta a esta pregunta depende el gran proyecto político que hace de Europa un espacio democrático de paz y prosperidad que pone nerviosos no solo a Putin, sino también a Trump.  

sábado, 15 de marzo de 2025

Otra vez en el Museo: de Bilbao a Sevilla.

Otra vez visitamos el Museo de Bellas Artes de Sevilla., pero, en esta ocasión, para ver obras pictóricas pertenecientes al Museo de Bellas Artes de Bilbao, que abarcan desde El Greco a Zuloaga, exhibidas en el museo hispalense mientras se remodela la pinacoteca vizcaína. Se trata de la exposición Del Greco a Zuloaga. Obras maestras del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que nos brinda la oportunidad de admirar veintiséis pinturas y dos esculturas que resumen la evolución del arte en España desde el siglo XVI hasta principios del XX.

Y lo primero que llama la atención es un óleo del catalán Mariano Fortuny (1838-1874) sobre la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla, pintado en Roma en 1870, en el que este autor costumbrista es capaz de capturar la luz  y una  cuidada atmósfera. En él se representa el coso sevillano de La Maestranza con la Giralda al fondo, sobre un cielo apacible, y un tendido lleno de espectadores, pero sin toro ni matador en el ruedo.  Esta ausencia de elementos taurinos, junto a la sombra sobre el albero, el colorido de la gradería y la Giralda de fondo, denotan elementos narrativos próximos al género del paisaje, además de un manejo moderno de la luz. Como curiosidad, la obra sirve de testimonio que documenta la construcción de La Maestranza, mostrando una plaza sin las gradas superiores que en la actualidad ocultan la visión de la ciudad.

Otro cuadro que atrae la atención, por su asombrosa y cuidada precisión pictórica, de estilo sobrio y elegante, es  el Retrato de Matías Sorzano Nájera, del artista valenciano Vicente López (1722-1850).  La luminosidad del personaje contrasta con la oscuridad del fondo, haciendo resaltar su figura. Con una pincelada suave y precisa, el autor modela volúmenes y texturas con meros toques de luz. Así, reproduce rostros y manos con pasmosa precisión, imprimiendo intensidad en la mirada, donde los parpados caídos o los lagrimales húmedos consiguen transmitir una increíble sensación realista, de presencia vital. El colorido de la obra, con esos tonos terrosos y oscuros, consigue crear un ambiente sereno y tranquilo que contribuye a reflejar la personalidad, con esa expresión serena y digna, de una persona importante en la sociedad de su época.

Y un último lienzo a destacar del conjunto de la exposición. Es La Anunciación, en una de las dos reproducciones que realizó El Greco. Se trata de una versión reducida del gran lienzo conservado en el Museo del Prado que el artista pintó para el retablo de la  iglesia de la Encarnación del Colegio de Doña María de Aragón en Madrid, encargado en 1596. Es una muestra de la costumbre de El Greco de repetir en lienzos de pequeño formato las obras de mayor éxito o que más le gustaban. Existe otra reproducción reducida en el Museo Thyssen Bornemisza. Y nada más ver las figuras inconfundiblemente alargadas del cuadro, identificamos a su autor.

La obra presenta una iconografía innovadora de la Virgen que, sorprendida ante la llegada del arcángel, se pone en pie y se gira hacia él. El autor abandona aquí los postulados naturalistas para presentar el mensaje doctrinal mediante una visión subjetiva y sumamente colorista. Un bello grupo de ángeles músicos ocupa la parte superior y una multitud de querubines abren camino a los rayos de luz de la paloma del Espíritu Santo. El cuadro está pintado con extraordinaria soltura y empleando una gran gama cromática, propia de los últimos años del artista. Para ser una versión en pequeño tamaño de un cuadro mayor, no deja de sorprender el genio artístico de El Greco.

viernes, 7 de marzo de 2025

Un 8M más necesario que nunca

La celebración del 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer, en conmemoración de la lucha de la mujer por su participación, la igualdad y su desarrollo íntegro como persona, se torna este año más necesaria que nunca, a pesar de los avances conseguidos en favor de los derechos de la mujer, consolidados institucionalmente, y otras medidas legales que la protegen de la violencia machista. Es más pertinente que nunca porque, aunque se cumple el 20º aniversario de la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, las iniciativas impulsadas durante todos estos años contra la discriminación, la desigualdad y las injusticias que todavía acechan a la mujer son percibidas, sobre todo por los jóvenes, como una afrenta que discrimina al hombre, considerándolas que han ido demasiado lejos.

Es lo que evidencia un estudio de la consultora LLYC, en el que, tras analizar 8,5 millones de mensajes publicados en X en 2024, el antifeminismo es el asunto predominante, y más de la mitad de los mensajes es para atacar la igualdad. Ello supone que un amplio sector de la población, la que se vale de las redes sociales, los titulares y los mensajes cortos como únicas fuentes de información y comunicación, constituye un colectivo sumamente sensible a los relatos y la propaganda antifeminista que difunden elementos o grupos ultraconservadores reaccionarios. Se trata de discursos atrayentes que alimentan el descontento y la frustración de una juventud que se siente marginada y con escasas alternativas vitales, y que acaban calando e influyendo en su visión del mundo, hasta el extremo de cuestionar los avances logrados por la igualdad entre hombres y mujeres.

Si a ese bombardeo propagandístico se suma la poca capacidad para contrastar o verificar cualquier desinformación o bulo recibido, no puede resultar extraño que sus receptores asuman doctrinas que manipulan la violencia machista, diluyéndola en una supuesta violencia intrafamiliar, como pretende la ultraderecha, cuando este tipo de violencia se ejerce mayoritariamente contra la mujer por parte de quienes son o han sido sus parejas o cónyuges. El cómputo provoca escalofríos: más de 1290 mujeres han sido asesinadas por violencia machista desde el año 2003.

Estos misóginos son incapaces  de valorar la importancia de un problema que afecta, según una macroencuesta elaborada por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, al 57,3 % de mujeres residentes en España, de entre 16 o más años, que han sufrido algún tipo de violencia machista (violencia física o sexual en el ámbito de la pareja o fuera de él, agresión sexual o acoso reiterado) a lo largo de sus vidas. Un problema que sufren cerca de 12 millones de mujeres víctimas de violencia machista por el mero hecho de ser mujeres.

Esta actitud de menosprecio a la lucha de la mujer por su dignidad, propia de personas manipulables o sin criterio, se ve desgraciadamente reforzada por el daño ocasionado por aquellos que, precisamente, se erigen ante la sociedad en baluartes progresistas que defienden la causa contra la discriminación y los abusos que padece la mujer.

Todo ello hace que, este año, sea más necesario que nunca celebrar reivindicativamente el 8M, ya que esos episodios de líderes izquierdistas acusados de agresión sexual revelan que el machismo, lejos de estar erradicado, permanece incrustado, incluso, en ámbitos sociales que hipócritamente lo combatían. Lo que evidencia que el patriarcado es transversal y se camufla, cuando se ve arrinconado, de un machismo “light” que acompaña solo formalmente al feminismo.

Un comportamiento que explica, al menos en parte, esa violencia que se ejerce contra la mujer y que el año pasado acabó con la vida de 48 de ellas. Y que en lo que llevamos de 2025, ya son dos las mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas,  Sin embargo, la percepción de los españoles sobre esta lacra es todavía miope, pues, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas que preguntó por esta materia, sólo 1,2 por ciento de los consultados lo consideraba entre los tres principales problemas del país, cuando a comienzos del siglo era alrededor del 4,5 por ciento. Estamos perdiendo fe en la lucha por la igualdad de la mujer y, con ella, por una sociedad más justa, tolerante y libre, que no discrimine a nadie por razón de sexo ni ninguna otra condición.  

No faltan, pues, motivos para participar en este 8M de manera aun más decidida y masiva, reconociendo incluso que se puedan visibilizar y defender diferentes posiciones feministas. Porque hay que defender lo conseguido y no dejar que el machismo destruya los avances logrados con tanto esfuerzo. Y porque hay que seguir peleando por lo que falta para completar este complejo y, a veces, contradictorio proceso por la efectiva igualdad entre la mujer y el hombre.  

miércoles, 5 de marzo de 2025

Vida extraterrestre

Mirar a las estrellas y preguntarse si esa inmensidad solo alberga vida en la Tierra, ha sido una cuestión que siempre ha despertado la inquietud del ser humano. Máxime si, gracias a la ciencia y la astronomía, tenemos la certeza de que nuestro Sol es únicamente una estrella más del universo, perdida en un rincón de una de las miles de millones de galaxias que giran en la vastedad del espacio. La respuesta al interrogante solo conduce a dos alternativas que dejaron a Arthur C. Clarke aun más inquieto: “Solo hay dos posibilidades, que estemos solos o no. Y no sé cuál de las dos es más aterradora”.

Por lógica estadística (que solo un 1% de las galaxias contenga estrellas parecidas a nuestro Sol, que solo 1% de esos soles disponga de planetas girando a su alrededor y que solo un 1% de esos planetas reúna condiciones aptas para la vida, como la Tierra), es razonable admitir la probabilidad de vida extraterrestre, pero también la casi imposibilidad de encontrarla y de contactar con ella, al menos como la imaginamos o deseamos: con un grado de inteligencia y de avance tecnológico muy superior al nuestro que le permita viajar por el cosmos como nosotros por el planeta.

Puestos a elucubrar, incluso se han desarrollado fórmulas matemáticas para determinar el número de civilizaciones inteligentes que podría haber en nuestra galaxia. La más conocida es la elaborada, en 1961, por Frank Drake, un astrónomo de Chicago (EE UU) e infatigable rastreador de vida extraterrestre. En la ecuación, el resultado depende de variables como el índice de formación de galaxias, el tanto por ciento del desarrollo de sistemas solares, el porcentaje de planetas situados en zona habitable, la fracción de ellos donde la vida ha emergido, la parte proporcional en los que esa vida ha alcanzado niveles de inteligencia, otro porcentaje de la inteligencia que ha desarrollado la tecnología de comunicaciones y la ha utilizado para intentar contactar con otros mundos y, por fin, un factor que cuantifica la pervivencia de esas civilizaciones.

El resultado obtenido de la Ecuación de Drake, según cálculos de su propio autor, es del orden de 10.000 civilizaciones tecnológicamente activas en la Vía Láctea. Pero adjudicando valores menos optimistas a esos parámetros, otros científicos obtienen un resultado drásticamente más bajo, del orden de 12 órdenes de magnitud del cálculo canónico: 0,00000001. Es decir, una civilización cada 100 millones de años. Ya en su día, la fórmula fue descrita como una elegante manera de empaquetar la ignorancia.

Aunque racionalmente se asuma que es prácticamente imposible contactar con vida extraterrestre, no dejamos de abrigar la improbable esperanza de tropezar con ella en algún momento, puesto que sabemos que el universo está constituido por miríadas de galaxias que contienen millones de estrellas en las que se están produciendo reacciones nucleares, las cuales van formando los elementos que actualmente conocemos: los de la tabla periódica. Y sabemos también, por propia experiencia, que partiendo de los elementos más simples de la química inorgánica es posible evolucionar hacia estructuras más complejas que dan soporte a lo que consideramos vida.

En virtud de un proceso de creciente complejidad, a partir de átomos de hidrógeno se forman moléculas y partículas más pesadas que conforman los elementos fundamentales de la vida, tal como la conocemos. Es un proceso que, por supuesto, lleva su tiempo…, muchísimo tiempo, y unas condiciones muy determinadas. Pero en un universo que lleva extendiéndose más de 13.000 millones de años, es posible que la vida, como en la Tierra, pudiera tener un comienzo semejante en cualquier otro lugar.

Animados por esa tenue esperanza, aun reconociendo que el desarrollo de la vida en nuestro planeta es fruto de un cúmulo de circunstancias –independientes unas de otras, pero encadenadas en un azar afortunado-, es por lo que no deja de buscarse esa vida extraterrestre, con mensajes de radio (el mensaje de Arecibo) u objetos (como las placas instaladas en las sondas Pioneer y Voyager). También se permanece en constante escucha  por si se recibe alguna respuesta ((el programa SETI). Un esfuerzo, hasta la fecha, valdío.

Porque, aunque la evolución química del universo es imparable y su vastedad garantice una casuística favorable (como la de la Tierra),  la magnitud de esa vastedad y sus distancias, mensurables en años-luz, obstaculizan cualquier contacto o coincidencia temporal con una supuesta civilización extraterrestre. Un ejemplo de esta dificultad lo brinda el descubrimiento, por parte del telescopio espacial Kepler, de una estrella similar al Sol con seis planetas orbitándolo, situada a 2.000 años-luz. Cualquier mensaje enviado o recibido desde ese lugar tardaría 2.000 años. ¿Qué civilización puede perdurar 4.000 años esperando una respuesta?

Pero tanta es la obsesión, nacida de la orfandad de considerar a la humanidad la única materia viva autoconsciente del universo, que hemos poblado de criaturas, gracias a la literatura y el cine, ese vacío casi infinito. Gracias a Julio Verne o Isaac Asimov y H. G. Wells o George Lucas, entre muchos otros, son tantos los alienígenas imaginados que podrían catalogarse, atendiendo a los estereotipos más populares, en hombrecitos verdes (pequeño tamaño y cabeza gorda), gigantes (de unos tres metros), angelicales nórdicos (largos cabellos rubios, de gran belleza física y elevada espiritualidad), bichos (con formas de reptil o insectos, malísimos como Aliens), cefalopoides (con formas del pulpo o combinando alguna característica antropomórfica), virus o esporas (formas microscópicas que se manifiestan cuando poseen a los humanos) y otros (mineraloides, gelatinosos, etc.).En resumidas cuentas, hemos imaginado al extraterrestre a nuestra imagen y semejanza, dotándolo de nuestros prejuicios, bondades e instintos.

Y es que vida extraterrestre, si existe, es dificilísimo de encontrar, tanto como buscar una aguja en un pajar. Nuestro conocimiento parcial del fenómeno de la vida se limita al único ejemplo que tenemos de ella, el de la Tierra, lo que nos hace buscar un albergue planetario semejante al nuestro en un universo hiperpoblado de soles y planetas. Y suponiendo que exista, no sabemos adónde mirar en un espacio con mil millones de galaxias que contienen, cada una de ellas, cien mil millones de estrellas, lo que arroja un resultado de 100 trillones de estrellas que podrían tener sistemas planetarios formados a lo largo de lo que, para nosotros, es la eternidad. Tal es el objetivo de la astrofísica que, aunque se centre en rastrear estrellas tipo Sol, ni muy frías ni muy calientes, y con la tecnología a nuestro alcance, es solo cuestión de tiempo, tal vez miles de años, poder detectar signos de vida extraterrestre.

De esta espectacular aventura, no apta para impacientes, nos habla el libro Extraterrestres, de los científicos Javier Gómez-Elvira y Daniel Martín Mayorga (editado por el CSIC en 2013), que aborda el fenómeno de la vida como una consecuencia necesaria de la evolución química del universo, explicando cuestiones tan seminales como qué es la vida, cómo surgió en nuestro planeta, si hay o ha habido vida en otros lugares del cosmos, los retos de la exploración espacial y los intentos de tomar contacto con inteligencias exteriores. Un libro que nos hace soñar con los pies en la tierra y plantearnos aquella pregunta que inquietaba a Arthur C. Clarke, dejándonos con una terrible duda por respuesta.

Claro que, como muchos de los impacientes, también podríamos recurrir a la teoría de que los extraterrestres ya nos visitan de antiguo con sus fabulosas naves o platillos volantes, capaces de salvar las inabordables distancias espacio-temporales que nos separan de sus mundos. O creer, incluso, que están camuflados entre nosotros, a pesar de que no hayamos oído hablar en klingon o vulcano a nadie. Siempre ha habido religiones que ofrecen cumplida respuesta a cualquier misterio. 

viernes, 28 de febrero de 2025

El Estatuto de la sanidad

Los médicos del Sistema Nacional de Salud (sanidad pública) andan alborotados hasta el punto de tener prevista una huelga si no se atienden sus reivindicaciones en el nuevo Estatuto Marco de la Sanidad que está negociando el Ministerio de Sanidad con los sindicatos y las Comunidades Autónomas. No es que se les quiera aplicar un régimen laboral nuevo, sino renovar el existente, que no se toca desde el año 2003, con cambios que para unos son insuficientes y para otros, excesivos.

Pero, antes de nada, habría que aclarar al profano qué es el Estatuto Marco de la Sanidad. Es fácil de explicar. Los profesionales sanitarios y demás colectivos de personal que prestan servicios en centros e instituciones de la Seguridad Social son funcionarios, pero disponen de un régimen especial: el Régimen Estatutario. Se rigen por un régimen especial dadas las peculiaridades organizativas y funcionales del Sistema Nacional de Salud (SNS) en cuanto a turnos, guardias, complementos salariales, etc. Es decir, los profesionales de la sanidad pública son personal funcionario estatutario. Y la renovación de ese Estatuto es lo que se está negociando para su modernización, mejora y consolidación. 

Sin embargo, después de meses del inicio de las negociaciones, las posturas están enfrentadas entre algunos sindicatos y el Ministerio. Los sindicatos médicos, representados por la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM), exigen un Estatuto propio, exclusivo para los facultativos. Otros sindicados, sin embargo, entre ellos CC OO, también presentes en la mesa de negociación, defienden que todos los profesionales del SNS deben estar regulados por un mismo Estatuto Marco porque es la norma general, la regulación básica. Según el Ministerio, aprobar una norma solo para un grupo específico, rompería la cohesión del sistema.

Otro de los asuntos conflictivos de la negociación es la regulación de las jornadas laborales, que han de cuadrar con la realización de las guardias médicas obligatorias. El actual Estatuto señala que, tras una guardia de 24 horas, el profesional debe a la administración las horas de descanso del día siguiente. El borrador del nuevo Estatuto contempla unas guardias de 17 horas de trabajo máximo al día, sin que se tengan que devolver las horas de descanso, pero sin que se puedan computar las horas de guardia como horas de jornada ordinaria. CC OO pide, por su parte, que el descanso tras la guardia se compute como jornada ordinaria y, por tanto, no recuperable.  Y que la jornada máxima en todas las comunidades sea de 35 horas semanales. Se trata de un viejo asunto cuya regulación no satisfará por completo a nadie, pues los médicos son el único colectivo que hace guardias mientras el resto del personal sanitario trabaja a turnos.

El otro escollo a resolver es el de las incompatibilidades a determinados cargos para ejercer simultáneamente en la medicina privada. Para la CESM, se trata de una clara discriminación que desincentiva la atracción de profesionales al SNS, ya que, si se aprobara el Estatuto en su actual redacción, los mandos intermedios, como los jefes de servicio, no podrían trabajar también en la privada, pues sus funciones en la pública están consideradas de dedicación exclusiva. El Ministerio responde que esta incompatibilidad ya existe en varias comunidades autónomas y que, para un desempeño ético de las funciones directivas o de gestión, es necesario que estas tangan una dedicación exclusiva. Y que para compensar esta dedicación plena, se ha creado el complemento de dedicación exclusiva. El resto de sindicatos considera que la exclusividad fortalece el sentido de dependencia al SNS, pero ha de estar mejor remunerado.  También los colectivos en defensa de los pacientes y de la sanidad pública  reconocen que mejorar las condiciones de los facultativos y profesionales sanitarios redunda en la calidad de la asistencia a la población. Al parecer, la cuestión se reduce a términos económicos.

Pero el Estatuto no regula solo la labor de los médicos, sino de todos los profesionales sanitarios que trabajan en los hospitales públicos. Y todos ellos exponen sus exigencias, a través de sus representantes sindicales, a la hora de abordar las modificaciones del Estatuto que les afectan, como el personal de Enfermería, técnicos auxiliares o investigadores. Y una de las reivindicaciones en las que todos coinciden es en la reclasificación de las categorías profesionales de la sanidad. Los facultativos, por ejemplo, buscan que se les suba de categoría profesional. El nuevo Estatuto propone una nueva reclasificación basada en los créditos o grados universitarios del título exigido para el ingreso, por el que los facultativos especialistas tendrían el nivel 8, las enfermeras especialistas el 7, y así sucesivamente. Los sindicatos lamentan que esta nueva reclasificación se plantee sin la mejora retributiva correspondiente.

Los enfermeros, por ejemplo, exigen mejoras en los procesos selectivos, carrera profesional, jornada laboral y jubilación anticipada, entre otras, a fin de que el nuevo Estatuto incluya dichas mejoras de forma expresa, clara y concreta.

En definitiva, el nuevo Estatuto de la Sanidad es una compleja norma que, además de lo anteriormente expuesto, pretende poner fin a la precariedad e inestabilidad en el sistema sanitario, ya que dispone que las Ofertas Públicas de Empleo sean cada dos años y que el plazo de resolución no supere también los dos años. Obliga a los servicios de salud a tener una planificación de recursos humanos que regule la oferta y demanda de profesionales. Y que el personal estatutario tenga la consideración de autoridad pública que dote de mayor seguridad a los profesionales frente a las agresiones.

Un ambicioso marco regulatorio que, de momento, no ha alcanzado un acuerdo definitivo y que, posteriormente, habrá que llevar al Congreso para su aprobación final. El camino, pues, es largo y pedregoso.

viernes, 21 de febrero de 2025

El fascismo rebrota

Con las derrotas de Hitler y Mussolini hace siete décadas, y el fin, hace cinco, de las dictaduras de Portugal y España, creíamos haber erradicado el fascismo para siempre por estos lares, al menos, del mundo civilizado occidental. Pero ese fenómeno totalitario de dominio público que pretende la subordinación, la integración y la homogeneización de los gobernados, parece que rebrota, cual Ave Fénix, vivito y coleando, semioculto tras máscaras que, sin embargo, no logran esconder del todo el peligro que representa allí donde surge y se manifiesta, primero, sutilmente y, luego, de forma descarada y sin complejos.

Ese fascismo -término derivado del sustantivo fascio [haz] con el que se denominó a los Fascios (haces o escuadrones) de Combate de Mussolini-, que concibe la política como un conflicto irrefrenable de amigo-enemigo y no como una confrontación pacífica de ideas y programas entre adversarios, resurge a lomos de las redes sociales, las “fakes news” y la consolidación de partidos de ultraderecha en todo el mundo, pero especialmente en Europa, cuyos mensajes han logrado calar en la opinión pública y fomentar la polarización social.

Ya lo había advertido Umberto Eco, en su ensayo Il fascismo eterno, cuando alertó que el fascismo eterno “puede  volver de nuevo bajo las vestiduras más inocentes”. Y señaló, como pista para reconocerlo, que “el fascismo emplea y promueve un vocabulario empobrecido para limitar el razonamiento crítico”. Un vocabulario que manosea de manera machacona el supuesto fracaso de la democracia, la reivindicación de la soberanía nacional frente a Europa y la protección del ciudadano nativo ante la presunta ola de inmigración que desnaturaliza nuestra sociedad. Un discurso populista, simple y ramplón.

Por eso rebrota por doquier, desde Trump a Milei, pasando por Orbán, Meloni y demás franquicias, propalando eslóganes que exaltan la nostalgia de un pasado idílico, la defensa del pueblo como colectividad virtuosa frente a políticos corruptos, el desprecio a la democracia parlamentaria o sus instituciones, la propaganda del racismo y el fomento de la hostilidad hacia los inmigrantes y otras minorías, el nacionalismo tradicionalista, excluyente e intolerante, la movilización de las calles contra leyes, instituciones y poderes del Estado, la exhibición de actitudes, comportamientos y lenguajes brutales que invitan a la violencia y, sobre todo, la negación o distorsión de cualquier la información veraz –incluida la científica- que contradiga sus postulados y evidencie sus objetivos antidemocráticos. De ahí que nieguen la violencia machista, el cambio climático o la eficacia de las vacunas, por ejemplo. Sus dirigentes son hábiles en realizar afirmaciones contundentes y emocionales que favorecen una cierta fascinación en personas que, por edad o desidia, poco o nada saben del fascismo histórico y la desgracia que provocó en Europa no hace tanto.

Tanto es su empuje que -como señala Emilio Gentile en el libro-entrevista “Quién es fascista” (Alianza editorial, 2019) del que extraigo datos e ideas para este artículo-, el vocablo fascista se ha banalizado hasta el extremo de servir para calificar a cualquiera que muestre actitudes autoritarias, sin hacer distinción de que no todos los autoritarios son fascistas, aunque todo fascista es, cuanto menos, autoritario y partidario de un rígido orden que garantice la seguridad y los privilegios de unos pocos y la sumisión de la mayoría.

A pesar de eso, es fácil reconocer una inspiración fascista en las actitudes y pretensiones de algunos partidos o líderes políticos del presente, que esgrimen el orden y la seguridad como bandera. Un orden –su orden- que abarca a la cultura, la educación, la judicatura, la religión y la política, ámbitos que han de plegarse al ideario fascista que limita o impide la libertad de expresión, la diversidad social, la pluralidad de creencias, la igualdad sexual  y los derechos de las minorías.

Ese ideario, que no llega a ser ideología porque es más táctico que teórico, permea las mentes de los crédulos e ingenuos que creen que los complejos problemas de nuestra época se solucionan con las recetas simples de los populistas, convirtiéndolos en cómplices involuntarios del vigoroso renacer del fascismo en la actualidad. Vox es ejemplo palmario de las simpatías que despierta el fascismo entre una juventud desorientada y unos votantes acríticos, convencidos de que Europa es el problema, los inmigrantes son un peligro, que la globalización nos perjudica, el feminismo es una afrenta al orden natural, la ecología y la sostenibilidad son obstáculos para nuestra agricultura y que la ciencia es un disparate. Ideas que se nutren del desencanto que ocasiona la democracia en algunos sectores sociales que esperaban más de ella y del temor a la modernidad y las libertades que amparan a todos, sin distinción ni privilegios.

Gente descontenta hasta tal punto que es  incapaz de considerarse demócrata porque no acepta el gobierno del pueblo, ni liberal porque desprecia la libertad individual, ni socialista por repudiar la igualdad social, ni siquiera conservadora porque prefiere un capitalismo dirigista, ni por supuesto comunista por desdeñar la comunión de los bienes, ni mucho menos anarquista por ser contraria a la abolición del poder. Desubicados ideológicamente y frustrados con la democracia y sus retos, acaba siendo presa fácil de un fascismo que le promete un proteccionismo defensivo que salvaguarde inciertas identidades nacionales, amenazadas tanto por la globalización como por las “invasiones” de inmigrantes.

Y para más inri, todo ello se ha exacerbado exponencialmente con la llegada, por segunda vez, de Donald Trump a la Casa Blanca con ánimo de venganza y dispuesto a imponer su visión “autoritaria” –su orden- del mundo. Un dirigente que con sus tics autoritarios y su xenofobia, como gobernante del país más poderoso del planeta, supone una involución en aquella vieja democracia y un estímulo para sus émulos en otras partes del mundo, a los que invitó a su toma de posesión. Trump comparte con el fascismo, como señala el semanario The Week,  el culto a la personalidad, la obsesión por la recuperación de una nación renacida, el victimismo nacionalista y un exacerbado odio racial, además de no repudiar la violencia ni los grupos armados en defensa de su causa, como sucedió con el asalto al Capitolio cuando perdió aquellas elecciones. Son elementos sumamente peligrosos de una mentalidad fascista en el gobernante de la primera potencia mundial. Es para echarse a temblar.

Porque si quedaba alguna duda del “orden” que Trump está decidido implantar, la visita del vicepresidente J.D. Vance a Europa lo ha aclarado todo, sin subterfugios ni sutilezas. Este mandatario ha apoyado abiertamente a los partidos fascistas, especialmente, por la proximidad electoral, a la ultraderecha nazi de Alemania. Ha desafiado frontalmente a la democracia de Europa, tachándola de ser una interpretación errónea de la democracia, tal como la entiende el nuevo “sheriff” estadounidense. Y ha ninguneado a la Unión Europea al no incluirla en las conversaciones que mantendrán EE.UU y Rusia para llegar a un acuerdo de paz sobre la invasión rusa en el suelo europeo de Ucrania. Por lo conocido hasta ahora, parece más bien que pretenden repartirse el país y sus recursos, sin que Europa pueda negarse. Nada extraño en Trump, que ya ha vertido amenazas imperialistas contra Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, llevando tan solo un mes en la Casa Blanca.

Estas, junto a otras muchas, son señales inquietantes que avisan que el fascismo rebrota con renovado ímpetu en nuestros días. Y es que, como decía Primo Levi, antifascista italiano prisionero en Auschwitz: “Cada tiempo de la historia tiene su propio fascismo”. Solo es cuestión de saber detectarlo. Y de combatirlo, sabiendo lo que votamos.

lunes, 17 de febrero de 2025

Un retrato del lado humano de la sanidad

La vida y la muerte se cruzan cada día en los pasillos de un hospital. Lo saben bien los pacientes, pero también quienes los acompañan y cuidan. "Historias hospitalarias. Cuando las paredes hablan", la nueva obra de Daniel Guerrero Bonet, nos sumerge en este espacio de lucha, esperanza y humanidad. Publicado por Editorial Círculo Rojo, este libro reúne relatos inspirados en las experiencias del propio autor como profesional de la Enfermería, en un testimonio que va más allá de lo clínico para adentrarse en la esencia de la fragilidad y la resiliencia humanas.

Guerrero Bonet ha dedicado su vida a la sanidad, pero también a la escritura. Con una trayectoria marcada por la observación y el deseo de narrar lo vivido, el autor nos presenta un mosaico de historias que, aunque no retratan a pacientes concretos, reflejan actitudes y emociones universales. Desde la vulnerabilidad de un enfermo en su lecho hasta la entrega de quienes lo cuidan, cada relato busca dar voz a quienes rara vez son escuchados.

“El libro es un reconocimiento a los pacientes con los que llegué a entablar amistad, pero también un homenaje a los compañeros sanitarios que son testigos de lo que las paredes de los hospitales callan”, comenta el autor. La sensibilidad con la que se narran estas situaciones hace de “Historias hospitalarias” una lectura imprescindible para quienes desean comprender el complejo mundo de la atención sanitaria desde una perspectiva humana.

Aunque el libro surge de la experiencia hospitalaria, su alcance va mucho más allá. Está dirigido a todo aquel que desee comprender la vida en un hospital desde dentro, especialmente a quienes nunca han tenido que enfrentarse a la enfermedad en primera persona. “El hospital es un universo aparte, donde el dolor y la esperanza conviven en cada habitación. Conocer esas vivencias es una forma de empatizar con el doliente y de entender que detrás de cada historia clínica hay una persona con nombre y apellidos”, explica Guerrero Bonet.

Con una prosa cercana y conmovedora, Daniel Guerrero Bonet nos invita a escuchar lo que, hasta ahora, solo las paredes de los hospitales conocían. Su libro no solo narra, sino que despierta conciencia y deja una huella en quienes se adentran en sus páginas.

Publicado en diciembre de 2024 por Editorial Círculo Rojo, “Historias hospitalarias” ya está disponible en librerías y plataformas digitales, ofreciendo una oportunidad única de acercarse a la realidad hospitalaria desde una perspectiva íntima y reveladora.

martes, 11 de febrero de 2025

¿Nos destruirá un asteroide?

En las últimas semanas los medios de comunicación están haciéndose eco del descubrimiento de un pequeño asteroide (en comparación con lo que flota por ahí), de entre 40 y 90 metros, que podría chocar contra la Tierra, si se confirman los datos sobre su órbita, el 22 de diciembre de 2032, sobre las 14 horas. Así de preciso parece el pronóstico.

Al leer la noticia, todo el mundo recuerda enseguida aquella película de ciencia ficción, protagonizada en 1998 por, entre otros, Bruce Willis y Ben Affleck que versaba sobre la catástrofe que iba a provocar el impacto de un enorme asteroide que viajaba en rumbo de colisión con nuestro planeta, pero que se pudo evitar gracias a unos astronautas -norteamericanos, por supuesto-, que lograron destruirlo con una bomba nuclear. Y llama la atención que, sin tener ni idea de lo que significaba aquel extraño título cinematográfico, hoy hayamos podido relacionar una observación astronómica con un “Armagedón”, un término simbólico de referencias teológicas que alude al fin del mundo. ¿Acaso nos destruirá un asteroide?

No lo sabemos. Los hechos, hasta la fecha, son más prosaicos. Porque lo que trata la noticia es de una roca, de no más de 90 metros, detectada el 27 de diciembre de 2024 por uno de los telescopios de la red ATLAS (Asteroid Terrestrial Impact Last Alert System) de la Universidad de Hawái situado en Chile, y bautizada como 2024 YR4, que presenta una probabilidad de colisión contra algún lugar de la Tierra de entre 1,5 y el 2 por ciento. Y eso está por confirmar. De ahí al Armagedón hay un trecho que muchos se han apresurado recorrer. Una colisión que, por lo demás, no causaría, si se produce, una catástrofe a nivel continental, ni mucho menos el fin del mundo, pero que podría arrasar ciudades enteras que estuvieran dentro de la zona de impacto. Vamos, algo así como la devastación intencionadamente producida de Gaza, sin esperar a que ningún asteroide la causara.

Por el espacio “cercano” a la Tierra, dentro del Sistema Solar, sobrevuelan con cierta regularidad asteroides de toda forma y tamaño, la mayoría de los cuales no despierta ninguna preocupación, salvo que, por su trayectoria, represente una amenaza potencial por la posibilidad, por pequeña que sea, de que colisionen contra nuestro planeta. Y eso es, hasta la fecha, lo único que han hecho los astrónomos encargados del sistema de vigilancia y defensa planetaria que detectaron el asteroide 2024 YR4 solo dos días después de que se aproximara a la Tierra: observarlo y estudiarlo.

Porque es tremendamente difícil detectar asteroides, pues hasta que no reflejan suficiente luz solar, es decir, hasta que no se acerquen a un astro que los ilumine, son sombras en medio de la oscuridad cósmica. Ahora mismo, el 2024 YR4 está alejándose y desapareciendo de vista rápidamente, por lo que la mayoría de los telescopios tienen dificultades para rastrearlo, y los más grandes y potentes solo podrán “verlo” hasta principios de abril. Aun así, se han podido efectuar cálculos de su trayectoria y medir su tamaño, a pesar de que en estos momentos se halla a unos 47 millones de kilómetros de distancia y se aleja de nosotros prácticamente en línea recta, siguiendo una órbita alargada (excéntrica) alrededor del Sol.

Pero son datos suficientes para saber que 2024 YR4 volverá acercarse a finales de 2028 a 8 millones de kms. de la Tierra, unas 20 veces la distancia a la Luna. Y que su séptimo sobrevuelo, el que se producirá en 2032, es el que presenta más posibilidades de colisionar contra nuestro planeta, pues los cálculos prevén que pasará a unos 106.200 kms. de nosotros. Todos esos sobrevuelos que el asteroide realizará cerca de la Tierra permitirán a los astrónomos mejorar enormemente el conocimiento preciso de su trayectoria orbital, hasta el punto de “afinar” la previsión sobre si el impacto en 2032 es probable o no. Porque hasta ahora las incertidumbres sobre su órbita exacta dejan abierta una posibilidad remota de que, efectivamente, el asteroide colisione con la Tierra, hecho que con nuevas observaciones podría descartarse totalmente. O confirmarse.

Lo curioso de la noticia es que una observación astronómica, con la que se descubre un asteroide cuya trayectoria orbital podría “rozar” nuestro planeta, no despertaría tanta atención mediática si no fuera porque recuerda el argumento de la película Armagedón. Y pone de manifiesto que cualquier espectacularidad sobre una catástrofe sideral, aunque sea remotamente posible, genera más interés que los `armagedones´ bélicos que nuestras ambiciones y avaricias causan actualmente en diversas partes del mundo, tanto en Ucrania como en Palestina, sin que apenas nos conmuevan ni enciendan ningún temor fatalista. Tal vez sea porque estamos acostumbrados a lo probable y solo nos inquieta lo posible. Y olvidamos que es mucho más probable que nos destruyamos nosotros mismos a que el planeta desaparezca por el posible impacto de un meteorito.         

En fin, o cada cual se asusta con lo que quiere o yo leo la prensa de forma rara.

martes, 4 de febrero de 2025

Soy mis recuerdos

Si se piensa bien, eres lo que recuerdas. Tu consciencia o tu identidad está hecha de los recuerdos que conservas de ti mismo y de los trozos de vida que puedes rememorar como pasajes brumosos de tu historia. No eres otra cosa que fogonazos de memoria, sin más sustancia que la de unos fotogramas imaginarios ubicados en el espacio y el tiempo de tu existencia. Si desaparece la memoria, desaparecerías  con ella hasta el punto de que no te conocerías. Ni te acordarías de nada ni de nadie. Porque desaparecerían tus recuerdos, se perdería el archivo de lo que fuiste y de lo que crees que eres. Es, justamente, el síntoma más terrible de esas enfermedades cerebrales que afectan a la memoria, como el Alzheimer o la demencia senil, que te hacen vagar por recuerdos troceados sin relación ni con el tiempo ni el espacio, por lo que apenas significan nada, salvo un nombre, una melodía, un sabor o un estremecimiento sin que sepas por qué.

De ahí que, pensándolo bien, me considere que soy solo lo que recuerdo. Aquellas imágenes  difusas de mi niñez, la mano del abuelo que una vez me llevó de paseo, un río que abrazaba al pueblo, las sombras sin rostro de mis padres, cuya vejez no llegué ver,  el recuerdo remoto de los estudios que cursé, sin proponérmelo, para formarme, algunos compañeros de trabajo que han quedado ocultos tras la niebla del olvido, la joven muchacha que perseguía en mi adolescencia detrás de su fresca hermosura y que desde entonces me acompaña y con la que tuve mis hijos, los escasos momentos que no me perdí del crecimiento de los niños, los agobios y desdichas que padecimos para criarlos hasta que por fin pudieron emanciparse, la inusitada presencia de unos nietos que reavivan aquellos recuerdos de su niñez…

En fin, recuerdos y vivencias que se acumulan con el tiempo y con los que damos forma a nuestra consciencia e identidad. Recuerdos que nos permiten ser lo que somos y definir o moldear nuestra existencia individual para distinguirnos de los demás y de lo que nos rodea. Un misterio producto de los chispazos de la mente que, sin embargo, nos hace humanos, más allá de la cáscara biológica que habitamos. Es, pues, lo que somos: recuerdos, y es lo que dejamos.

sábado, 1 de febrero de 2025

Mis vivencias en el Bellas Artes (y III)

Lo que sí abunda en el Museo de Bellas Artes son obras de Murillo. Tesoros del imprescindible pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), perteneciente al barroco y figura central de la escuela sevillana, que contó con innumerables discípulos y seguidores, y cuya influencia lo ha hecho ser el pintor más conocido y mejor apreciado fuera de España. La producción artística de Murillo es amplia y se halla repartida, además del MBAS, en la Catedral, en el Hospital de la Caridad, la iglesia de Santa María la Blanca, el palacio Arzobispal, el Hospital de los Venerables, el Alcázar y, desde luego, dispersa por muchos otros museos de Europa,  donde acabaron muchas de sus obras a causa del expolio que sufrieron tras la invasión francesa.

Por su temática casi exclusivamente religiosa, para un profano como yo no son desconocidas las famosas inmaculadas de Murillo, de las que el Museo sevillano alberga algunas de las más importantes, como las iconográficas  Inmaculada Concepción del Buen Pastor y la  Inmaculada Colosal, cuadros que atraen la atención del visitante pues han sido infinitamente reproducidas hasta en cajas de polvorones, almanaques y estampitas.

Pero el lienzo que a mí me llama la atención y hace que me detenga frente a él para admirarlo con detalle es el de Santo Tomás de Villanueva dando limosna, una obra cumbre de su producción y  del que el mismo Murillo se sentía orgulloso, considerándolo “su lienzo”. Es un cuadro monumental en el que el santo ocupa el centro de la composición, en actitud caritativa repartiendo limosnas, mientras dirige la mirada hacia un grupo de mendigos y enfermos que lo rodean.  La escena está representada en el interior de una iglesia con un fondo cuya profundidad espacial está lograda por una sucesión alternativa de planos de luz y sombra.

Y entre las sombras, en la parte inferior izquierda del lienzo, aparece medio difuminada la escena  de una madre que mira con serena ternura a su hijo de corta edad, quien le muestra, lleno de alegría, las dos monedas que tiene en su mano y que acaba de recibir del santo. Pocas representaciones pictóricas de la ternura y el amor maternal han sido tan conseguidas y emotivas como ésta y que a mí me deja deslumbrado. Una imagen que parece ajena al cuadro, como si Murillo hubiera querido pintar un cuadro dentro de un cuadro, sabiendo captar una de las imágenes más bellas de la vida popular sevillana.

Y es que Murillo supo plasmar en sus obras la esencia de su tiempo y de su ciudad, no solo interpretando el sentir religioso del siglo XVII, sino mostrándolo a través de los motivos, personajes y situaciones de la vida cotidiana, como constató Diego Angula, quien fuera director del Instituto Diego Velázquez del CSIC y del Museo del Prado. “De esta forma es trasladado el tema divino al escenario de lo humano”, asegura el científico del Arte.   

No es extraño, por tanto, que este pintor de suaves tonos, la luz radiante y la devoción sencilla, creara escuela y dejara un legado que todavía despierta la admiración en quienes contemplan unas obras que ocupan un lugar destacado en el arte barroco no solo andaluz, sino también universal.

jueves, 30 de enero de 2025

La sanidad de los funcionarios

Tras unos meses de tensas negociaciones, el Gobierno ha cedido a las pretensiones de las aseguradoras que proporcionan a los funcionarios la posibilidad de ser atendidos en clínicas de la medicina privada. Disfrutan de ese privilegio desde antiguo y se consolidó con la democracia, cuando se creó Muface en 1975, la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado, un organismo público, dependiente en la actualidad del Ministerio para la Transformación Digital y de la Función Pública, que absorbió el mutualismo administrativo creado en el franquismo, cuando la Seguridad Social no era universal, cosa que se consiguió en 1989. Además de las prestaciones sanitarias, Muface gestiona el Plan de Pensiones de la Administración General del Estado, el mayor plan de pensiones de empleo de Europa. No es un gestor cualquiera, pero Muface se ha doblegado ante las aseguradoras.

Pero no todos los funcionarios pertenecen a Muface. Los funcionarios de Defensa y de Justicia disponen de sus propias mutualidades, con similar régimen. Un régimen, financiado con dinero público, que permite a sus beneficiarios elegir que las prestaciones sanitarias puedan recibirlas bien a través de su mutualidad, bien por el Sistema Público de Salud. Todo un privilegio exclusivo que disfrutan 1,5 millones (profesores, policías nacionales o funcionarios de prisiones) entre los 2.968.522 servidores públicos que hay en España. Un privilegio al que el resto de trabajadores (sean empleados públicos o privados) y, por supuesto, los ciudadanos en general no tienen derecho, aunque paguen los mismos impuestos.

La realidad es que, incomprensiblemente, el modelo Muface privilegia a unos trabajadores públicos frente al resto de trabajadores, en función de unos derechos bastante discutibles y, en todo caso, inaceptables, puesto que genera inequidad a la hora de ejercer el derecho a la Salud. Máxime si unos pocos utilizan la opción concertada para patologías menores y, para las graves y complejas, recurren a la sanidad pública, que debería ser la única financiada con fondos públicos.

Por lo que sea, el Gobierno ha cedido a las pretensiones de las aseguradoras, como Adeslas, DKV o Asisa (que atienden a más del 80 por ciento de los funcionarios que optan por la sanidad privada), aumentar en un 41,2 % la prima que cobran por prestar asistencia sanitaria privada a los funcionarios con cargo al erario público, cuyo montante anual ronda los 1.500 millones de euros. En un pulso inédito, el Gobierno había ofrecido en una primera licitación una subida del 17 % que las aseguradoras dejaron desierta porque, a su juicio, no cubría el déficit que venían arrastrando, a pesar de lo cual declaran cada año pingues beneficios. Ante el plante, el Ejecutivo ofreció entonces una subida del 33,5 % que tampoco fue aceptada. Hasta que finalmente se logró el acuerdo gracias a un incremento de la prima del 41,2 por ciento. Un "esfuerzo" económico que los funcionarios beneficiados han valorado positivamente, como cabía esperar, ya que les permite seguir disfrutando de un derecho privilegiado a la Salud durante los próximos tres años y no tener que engrosar las listas de espera de la sanidad pública, como objetaban.

El Gobierno arguye, por su parte, que ha garantizado la atención a los 1,5 millones de funcionarios y sus familias a través de la sanidad concertada. Lo que ni unos ni otros destacan es que con los recursos que se invierten en la sanidad concertada podrían aliviarse buena parte de los problemas que aquejan a la sanidad pública. De hecho, el Ministerio de Sanidad -ajeno en estas negociaciones- defendía en un informe que era "viable y razonable" absorber la asistencia sanitaria de esos funcionarios por la sanidad pública. Porque con un incremento del 40 por ciento del presupuesto en Sanidad podrían construirse más hospitales, contratar más médicos y reducir las listas de espera.

Pero, al parecer, han prevalecido los intereses particulares de las aseguradoras por encima del interés general de los ciudadanos, del mismo modo que se mantiene, también incomprensiblemente, la educación concertada en detrimento de la pública. Y es que, con el sistema de concertación de servicios, el Gobierno practica dejación de funciones en beneficio del sector privado, cuya máxima preocupación, como empresa, es la cuenta de resultados, como ha quedado meridianamente claro con estas estas negociaciones de Muface. Se perpetúa, así, la anomalía de financiar con fondos públicos el disfrute de privilegios por parte de una minoría selecta de ciudadanos, lo que genera desigualdad e ineficiencia para ejercer derechos básicos, como la Salud y la Educación, pilares del Estado del Bienestar.

El acuerdo de Muface satisfará a sus privilegiados beneficiarios, pero entristecerá al resto de la población, aquella que no es atendida en clínicas privadas con cargo al Estado. Un acuerdo que llega, precisamente, cuando mayor es el ataque dirigido contra la sanidad pública por parte de gobiernos autonómicos conservadores, empeñados en deteriorarla para obligar a sus usuarios a preferir la asistencia privada. Es triste constatar que, si ni siquiera el Gobierno central, presuntamente progresista, prioriza la sanidad pública, difícilmente se podrá proporcionar la mejor cobertura sanitaria posible, de manera universal y gratuita, a toda la población, sin demoras ni carencias. Y sin privilegios. .