viernes, 3 de octubre de 2025

Paseo por Centroeuropa (I)

Salir de las fronteras de tu país siempre te permite no solo conocer a nuestros vecinos, sino apreciar mejor lo tuyo, tu gente y tu tierra, lo que tienes al alcance de la mano y que no valoras ni disfrutas en su justa medida. Asumo que las comparaciones siempre son odiosas, pero para la comprensión de la realidad en la que nos desenvolvemos, en términos históricos, culturales, gastronómicos y hasta políticos, comparar nos ayuda a medir con mayor precisión las bondades y riquezas de la sociedad de la que formamos parte, también sus debilidades y carencias, y percibir que, en cualquier caso, compartimos con el resto de Europa y del mundo unas formas de vida que solo difieren, aparte del idioma, en detalles localistas. Es decir, que en todas partes cuecen habas.

Justamente es lo que acabo de descubrir en mi primera aventura por el corazón del continente, por esos países centroeuropeos que parecían tan lejanos y distintos, y que conocía sólo de oídas por las lecturas. Me llevé una sorpresa, a pesar de prepararme para lo que iba a encontrar. Una sorpresa que superó mis expectativas, pero que no impidió algunas decepciones a causa del turismo de masas que todo lo invade, homogeneizando la vulgaridad y la falta de respeto para con las personas y los monumentos. En fin, lo propio de nuestro tiempo de selfies y macdonalds.

Praga (Chequia)

De Praga, presente en mi imaginario, solo sabía a ciencia cierta lo de su invasión por los tanques soviéticos del Pacto de Varsovia, allá por la primavera del 1968. Un acontecimiento que protagonizó durante meses las portadas de los periódicos debido a las manifestaciones populares en demanda de libertades, como la de expresión y desplazamiento, y que acabó con los tanques rusos sofocando las protestas. Tales hechos anclaron Praga en mi memoria como un pueblo que se rebeló contra la opresión y que inspiró a escritores tan relevantes como Milan Kundera o Václav Havel, algunas de cuyas obras cogen polvo en mi biblioteca. Tenía, por ello, ganas de visitarla.

Capital de la antigua Checoslovaquia, tras la división del país en dos repúblicas -con el consentimiento de aquella Unión Soviética tan imperialista como la Rusia de Putin-, Praga es ahora la atractiva capital de la República Checa que atrae una riada de curiosos que buscan las huellas de novelistas como Kafka, astrónomos como Kepler, músicos como Dvorak o pintores como Klimt. Y no defrauda ya que de todos ellos se pueden rastrear muestras de su impronta en la ciudad.

Y es que recorrer Praga es pasear por “la ciudad de las cien torres”,  bañada por el río Moldava. No te permite dejar de mirar a lo alto, hacia los pináculos de sus edificaciones y monumentos, que la dotan de un rico patrimonio arquitectónico. No en valde el poeta Rilke describió su ciudad como un “poema épico de la arquitectura”. Para comprobarlo solo hay que acudir y extasiarse con la Plaza de la Ciudad Vieja, donde asoman las impresionantes torres de la Iglesia de Týn, el Ayuntamiento con su famosísimo reloj astronómico y el Puente Carlos.

O subir al Castillo, un enclave con varias edificaciones entre las que se encuentra la Basílica de San Jorge con su fachada roja y torres blancas, el antiguo Palacio de los príncipes bohemios, la Catedral de San Vito y el barrio del Castillo con su comercial y pintoresco Callejón de Oro.

Praga no deja de sorprenderte con su abundante arquitectura de estilo gótico y renacentista, y sus palacios de un gran valor artístico. Muestras de uno y otro son la Torre de la Pólvora y el Palacio de Schwarzenberg. Sin olvidar, naturalmente, el archiconocido Puente Carlos, emblema de la ciudad y su obra gótica más famosa. Se trata del segundo puente más antiguo de Chequia y está decorado con 30 estatuas a ambos lados del mismo, en su mayoría barrocas, entre las que destaca la que representa al mártir Juan Nepomuceno, arrojado desde el puente en 1393. El gentío que recorre el puente apenas permite pararse a contemplar tanta belleza pétrea con la tranquilidad necesaria. Aun así, hay que intentarlo, como hizo ese amigo que se pasó horas hasta que consiguió una fotografía con la luz del amanecer que buscaba.

Pero Praga no es solo la ciudad de los folletos turísticos. En sus alrededores existen rincones curiosos que también son convenientes conocer. Pequeñas localidades que encierran encantos particulares de gran atractivo para el impertinente curioso de lo desconocido. Valgan dos ejemplos: Karlovy Vary, una ciudad a un centenar de kilómetros de Praga, un pueblo perdido en medio del bosque y dividido por el río Teplá, famoso por sus manantiales de aguas termales y balnearios, ya que allí brotan más de trece fuentes principales y cientos más pequeñas con aguas a distintas temperaturas. Destaca la arquitectura rococó de sus edificaciones más emblemáticas, como el balneario Sprudel de la época comunista, la Ópera y algunos hoteles, además del impresionante paisaje del enclave.

Otro lugar que merece una visita es Cesky Krumlov, una ciudad medieval a orillas del río Moldava, considerada una Praga en miniatura. Su centro histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad, incluyendo su castillo, el segundo más grande de  la República Checa. Calles empedradas, edificios de arquitectura gótica, barroca y renacentista, unas vistas impresionantes y, para colmo, tres osos pardos –una hembra y dos machos- en el foso del castillo, legado de la época de los Rosemberg, que atraen los focos de las cámaras.

Praga es, pues, un destino sumamente interesante de esa Europa que a los meridionales nos parece lejana y extraña por su pasado de monarquías imperiales y revoluciones que cambiaron en varias ocasiones sus fronteras interiores. De todo ese periplo cultural e histórico quedan huellas ineluctables en ciudades como Praga, Viena y Budapest, que fueron el destino de mi paseo por Centroeuropa, y de las que haremos reseña en próximos comentarios.

jueves, 18 de septiembre de 2025

La imprenta en América

La familia Cromberger, tres generaciones de impresores, editores y libreros asentados en Sevilla, fue la que introdujo la imprenta en América, gracias a una licencia concedida por el rey de España. En efecto, no pasó ni medio siglo desde el desembarco de Cristóbal Colón en América hasta que los Cromberger exportasen a México, en 1539, el invento de Gutenberg, la última novedad técnica de Europa: la primera imprenta de América. Sin embargo, la instalación de talleres de imprenta en el resto del continente sería muy lenta, tanto en las colonias españolas como en las anglosajonas. De hecho, la imprenta no apareció en tierras de Norteamérica hasta un siglo más tarde, en 1639.

México

Aunque se transportaban libros a América desde Europa, un acuerdo entre fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, y Juan Cromberger, hijo del fundador de la dinastía de impresores, permite que un operario del taller sevillano, el cajista italiano Giovanni Paoli –conocido como Juan Pablos- fuera enviado a México, en 1539, con los útiles necesarios para establecer la que sería la primera imprenta en el Nuevo Mundo. De su taller, llamado “Casa de Juan Cromberger”, instalado en la casa del obispo, saldría, en 1540, el primer libro americano, Manual de Adultos, una “breve y más compendiosa doctrina christiana”. Un texto escrito en español y náhuatl, lengua nativa mayoritaria en México, del que se conocen las tres últimas páginas.

Durante una primera etapa, que duraría hasta 1548, la imprenta de Juan Pablos imprimió cartillas, doctrinas y folletos, en su mayoría de carácter religioso, de los que se conocen ocho títulos realizados entre 1539 y 1544, y otros seis, en el período de 1546 y 1548.   

Y es que, como sucediera en Europa, los primeros frutos de la imprenta estaban enfocados a temas religiosos y servían no solo para rendir tributo a la espiritualidad católica, sino para contribuir a la evangelización de los nuevos territorios americanos recién descubiertos. La imprenta se estableció en México porque, en ese siglo, era el centro administrativo del Virreinato mexicano desde el que se expandía la babor redentora de los nativos en la fe católica y la cultura europea. Con tal fin, los frailes de las distintas órdenes religiosas que acompañaban a los conquistadores aprendieron las lenguas indígenas y enseñaron a los nativos la lengua castellana, lo que requirió y posibilitó la edición de diccionarios, libros de enseñanza, gramáticas, catecismos, cartillas, etc., aunque posteriormente los impresores abordaron también temas de medicina, derechos eclesiástico y civil, ciencias naturales, navegación y otros. 

La religión y la lengua constituyeron, en cualquier caso, las vías para el acceso a un conocimiento alfabetizador que, junto a la fusión étnica, darían lugar al florecimiento de la identidad mestiza en los descendientes de colonizadores y conquistados, un legado cultural innegable e invaluable. En ese contexto, la imprenta representó una auténtica revolución cultural en la Nueva España, donde la evangelización y la enseñanza del idioma español tuvieron éxito gracias, en gran medida, a las herramientas didácticas que pudieron imprimirse en sus talleres.

Y siendo manejadas, al principio, por operarios europeos, no es de extrañar que las primeras obras impresas en América emularan las confeccionadas en el Viejo Continente e, incluso, utilizaran caracteres góticos. Predominaban en ellas las presentaciones a dos columnas que solían utilizar iniciales enmarcadas y pequeños grabados, sobre todo en los libros destinados a los indígenas.

Lima     

En Lima, capital del Virreinato del Perú y segunda ciudad de la Nueva España, se estableció la segunda imprenta de América, la primera de Sudamérica, en 1583. El primer impresor que estuvo al frente de la misma fue el italiano Antonio Ricardo, natural de Turín, que antes había trabajado como tipógrafo para Juan Pablos. La primera impresión conocida de la imprenta limeña es una Pragmática del rey Felipe II, un edicto con el que decretaba el cambio del calendario juliano al gregoriano “para poner el calendario de nuevo en línea con las estaciones del año”, en febrero de 15 82. Se considera la primera impresión conocida de América del Sur.

Con la llegada de la imprenta, Lima se convertiría en la única ciudad de Sudamérica  autorizada para imprimir libros hasta 1700. Y es que la Universidad de San Marcos, considerada la primera del continente, fundada por los dominicos, y otras instituciones del Virreinato requerían textos más baratos que los que llegaban de Europa para la conquista espiritual de aquellas tierras. Por eso, el 19 por ciento de lo publicado en Lima consistió en materiales didácticos y para la evangelización. No obstante, en Lima se imprimieron no solo los primeros vocabularios en lenguas indígenas, sino también obras sobre todos los dominios del conocimiento de entonces, como volúmenes de derecho, historia, literatura, científicos, etc. Destaca el hecho de que, a pesar de gran variedad de temas, en Lima no se editaron novelas de caballería, libros de rezos, música y arte. Eran obras de una elaboración artesanal, casi siempre encuadernadas en pergamino, compuestas con una tipografía precaria y sin adornos superfluos.      

Tres siglos de demora

México y Lima eran importantes capitales en la estructura colonial de la época, lo que explica la temprana llegada de la imprenta a sus dominios. Pero la instalación de talleres de imprenta en el resto del continente tardaría mucho en extenderse, aunque la Corona española y la Iglesia Católica compartieran el propósito de crear focos de irradiación cultural y evangelizadora en su afán por “homogeneizar” los pueblos nativos en las creencias, costumbres, religión y cultura del Occidente cristiano.

Se tardan, pues, casi tres siglos, desde la aparición del invento de Gutenberg, en llevar las prensas de impresión tipográfica a todas las posesiones americanas conquistadas por los españoles. De hecho, en el siglo XVII se instala una sola imprenta en América del Sur, en Guatemala, en 1661, que entonces ya era una de las principales ciudades de Sudamérica, tras los virreinatos de México y Lima. El primer libro que salió de esta imprenta fue Explicatio Apologética, en 1661, obra de fray Payo Enríquez de Rivera, primer obispo.de Guatemala. En el resto de países no llegaría hasta el siglo XVIII, cuando se produce una proliferación de imprentas en Paraguay (1705), Cuba (1707), Brasil (1724), Ecuador (1775), Argentina (1781), Colombia (1782) y República Dominicana (1783), entre otros lugares.

Esta tardanza en implantar la imprenta en el subcontinente americano viene motivada por los obstáculos que dificultan su instalación. Al impedimento físico de trasladar, recorriendo las enormes distancias en aquella época, los pesados aparejos de un taller de imprenta, se añade la necesidad de contar previamente con centros culturales, originariamente religiosos, como universidades, colegios y otras instituciones, que demanden la producción de obras impresas.             

A pesar de ello, el nuevo método de elaborar libros u otras publicaciones impresas fue extendiéndose por América, contribuyendo incluso a la emancipación colonial de esos países hacia la independencia y, sobre todo, al proceso civilizatorio y alfabetizador de sus sociedades y pueblos. Una irradiación cultural que atravesó transversalmente las élites españolas y criollas hasta las mestizas y populares que se apropiaron de la lengua y la escritura para sus propias reivindicaciones.  Se trata del indiscutible legado “modernizador” de la imprenta durante la colonización española, aunque algunos historiadores lo consideren un instrumento destinado al adoctrinamiento religioso y el proselitismo cultural en tierras amerindias.

Puerto Rico

Caso aparte es Puerto Rico, la isla caribeña que descubrió la imprenta y el periodismo de manera simultánea. Y es que hubo países que tardaron aun más en conocer las ventajas de este invento revolucionario. En Puerto Rico se demora la llegada de la imprenta hasta 1806, casi tres siglos después de haber sido introducida en América, como hemos visto anteriormente. Sin embargo, esta tardanza hizo coincidir la imprenta con la nueva era de las comunicaciones de masas, permitiendo la aparición del primer periódico puertorriqueño, La Gaceta de Puerto Rico, que se publicó por primera vez también en 1806.

Este periódico, como todas las obras impresas en cualquier dominio colonial, estaba sometido a autorización previa o censura por parte de la Corona española, por lo que desde 1806 hasta 1839 estuvo controlado por la Monarquía gobernante. Después, durante el momento constitucional de España, el periódico gozó de una libertad de prensa, sin censura, que duraría desde 1821 hasta 1823. En esos años nacería otro periódico, el Diario Liberal y de Variedades. Pero, desgraciadamente, trascurrido  ese período se abolieron las libertades concedidas y el periódico regresó al régimen anterior de control. Finalmente, en 1870 España permitió la fundación de los primeros periódicos de partidos políticos.

Después de esa etapa inicial de la imprenta y la prensa, los hermanos Real (Romualdo, Cristóbal, Matías y Manuel), oriundos de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias (España), aterrizaron en Puerto Rico y constituyeron una imprenta que renovó los procedimientos de impresión de libros y periódicos, en las primeras décadas del siglo XX, tras la ocupación de la isla por EE UU. Erigieron una rotativa que imprimía los diarios Puerto Rico Ilustrado y El Mundo, que se convirtieron en símbolo del periodismo borinqueño.y la estética modernista en la isla.         

------   

Fuentes:

La imprenta en América, de José Villamarín Carrascal.

La imprenta en el siglo XVI, de Ricardo Gutiérrez Chávez

Juan Pablos, primer impresor de México y América, de Stella María González Cicero.

La introducción de la imprenta en Puerto Rico, de Lidio Cruz  Monclova


jueves, 11 de septiembre de 2025

¿Leer sirve para algo?

Biblioteca del autor
En estos tiempos en que se presume de ignorancia, se desconfía de la ciencia y su método para acceder al conocimiento, como el de las vacunas, la esfericidad del planeta o nuestro propio origen,  y cuando las redes sociales echan humo acerca de la inutilidad de la lectura para la bondad de las personas, cabría preguntarse si, efectivamente, es útil leer o, mejor, si sirve para algo. Una pregunta capciosa para todos los ignorantes, los incrédulos del rigor científico y, en definitiva, los alérgicos a los libros.

Sin embargo, se trata de una cuestión pertinente desde el mismo instante en que un referente social, como es cualquier influencer que se precie de ser experto en “crear contenidos”, afirmara en un vídeo que “leer no os hace mejores personas”. Una afirmación rotunda que cuestiona décadas de alfabetización de la población como ideal educativo y vía para la adquisición de un fundado criterio racional. Y lo hace de manera genérica, no como fruto de su personal experiencia de lector desilusionado.

Y la verdad es que la perogrullada no iba completamente desencaminada si se esperaba que la lectura hiciese buena a una persona que no es así por naturaleza. Porque leer, como personal enriquecimiento cultural, no garantiza, por sí solo y en todos los casos, la bondad de nadie, sino una visión compartida o corroborada, más allá de la propia experiencia,  de la realidad. Existen lectores que son auténticos indeseables, del mismo modo que hay quien es una excelente persona sin haber leído un libro en su vida. Lo que no cabe duda es que no es posible la existencia de personas cultas, con capacidad de superar las condiciones sociales, económicas o culturales de origen que limitan su desarrollo, sin leer. Puesto que hasta para ser autodidacta se precisa de una amplia costumbre lectora.

Y es que leer es hallar una forma de entender el mundo, verlo a través de otros ojos, de acceder a historias y personajes que de otro modo no se hubieran conocido. Es una forma de encontrarse sin proponérselo, de autoconocimiento, pues permite hallar las palabras para lo que se piensa o se siente y que no se sabía expresar. Enseña a pensar, a imaginar. También a cuestionar y ser críticos con lo que se sabe, con lo establecido. Desde ese punto de vista, la lectura nos construye, nos moldea y nos forma. Porque leer brinda más oportunidades que el analfabetismo o la ignorancia. Posibilita confrontar ideas y salir de los estrechos esquemas tribales para explorar infinitos horizontes de mundos, emociones, visiones y valores que se desconocían o nos eran ajenos.

Pero, sobre todo, leer contribuye, con su ejemplo, a la educación de los hijos, pues tener libros en casa y habituarse a estar rodeado de ellos para leerlos, por placer o por necesidad, es uno de los estímulos más poderosos para que los hijos también se aficionen a la lectura. Y para que dispongan de mayores oportunidades de formarse y elevar su nivel educativo. Para que creen su propia biblioteca con la certeza de que constituye la mejor herramienta para cultivar no solo el intelecto, sino también el espíritu. Es decir, la persona en su integridad.

Y es que leer deja huella. Aun recuerdo libros que me impresionaron cuando comenzaba a leer en mi adolescencia. Eran lecturas desordenadas que me llevaban desde Aleksandr Solzhenitsyn hasta Sigmund Freud, pasando por Desmond Morris, Hermann Hesse, Julio Verne, Teilhard de Chardin o Daniel Defoe, por citar algunos autores.

Con todo, es probable que leer no nos hará buenas personas, pero ayudará a que los buenos sean aun mejores y más sabias personas. Porque sabrán valorar que aprender y saber es mil veces mejor que ignorar y desconocer  Algo que aprendí de mi padre, del que heredé el amor a la lectura, y que me he esforzado en transmitir a mis hijos. A pesar de lo que diga un influencer convencido de que leer no nos hará mejores personas.  

domingo, 7 de septiembre de 2025

Una guerra ilegal, inmoral y criminal

No es la primera vez que escribo sobre el genocidio que perpetra Israel en Gaza, destruyendo ciudades y matando con bombas, balas o de hambre a la población civil que malvive allí. El asco que me produce esta barbarie es inmenso. Y la frustración de que nada (la legalidad internacional) ni nadie (ningún gobierno u organismo) sea capaz de parar esta masacre me es todavía más desesperante.

Pero hay que seguir denunciando cuantas veces sea necesario esa guerra ilegal, inmoral y criminal que Israel ha declarado al pueblo palestino. En primer lugar, porque no es siquiera  una guerra, en sentido estricto del término, ya que no son dos ejércitos combatiendo en un frente de batalla, con parecidos medios, sino la bruta fuerza militar de un país atacando a una población civil indefensa que no tiene donde esconderse. Israel emplea todo su ejército, con soldados, tanques, aviones, drones y barcos, para bombardear y arrasar edificios, hospitales, tiendas de campañas, escuelas, refugios, carreteras, playas y hasta misiones humanitarias de organismos y ONGs que intentan socorrer a las víctimas. No deja ni a un periodista vivo para contar la verdad, pues ha asesinado ya a más de 200 reporteros. Los considerará terroristas armados con cámaras de televisión y fotográficas.

No es, por tanto, de una guerra de lo que hablamos, sino de un desmesurado uso y abuso del ejercicio de la violencia que contraviene todas las leyes, normas, convenios y tratados que regulan los conflictos bélicos entre las naciones. Y es tan desproporcionado ese poder militar contra civiles que constituye, por su finalidad y los medios, un delito de lesa humanidad. Cada una de las atrocidades que comete a la población no son más que crímenes de guerra de los que algún día Israel, cuando recupere la cordura y retorne a la legalidad, tendrá que rendir cuentas, a pesar de la impunidad y la desidia internacional que actualmente ampara sus acciones.

No se puede declarar la guerra a un pueblo porque de su seno surjan elementos terroristas. No solo por la contención y proporcionalidad en el uso de la fuerza, sino porque con ningún ejército se combate eficientemente el terrorismo. Es con la policía, el apoyo de la población y la política con lo que se logra vencer esa lacra. Bombardear a la población para liquidar a los individuos terroristas que puedan estar escondiéndose entre ella es practicar el mismo terrorismo indiscriminado que se dice combatir, pero en grado aun mucho más elevado y letal. Y ello solo consigue despertar la compasión con el más débil y exacerbar los odios que engendran terroristas.

España no bombardeó el País Vasco aunque entre su población se camuflaran los terroristas de ETA que tanto dolor y muerte esparcieron por el país durante décadas. Se combatió con una política antiterrorista, con medidas policiales, con colaboración policial con otros países, con disuasión carcelaria, con información de inteligencia y, sobre todo, con diálogo y entendimiento social y político.

La fuerza bruta solo provoca la enfurecida reacción irracional como respuesta, sin conseguir arreglar ningún conflicto o problema. Por ello, Gaza podrá acabar arrasada y destruida, pero las causas que alimentan el enfrentamiento entre palestinos e israelíes continuarán engordando el odio, la intolerancia y la violencia que se profesan ambos pueblos. Israel tiene motivos para desconfiar hasta de sus propios ciudadanos árabes, a los que trata como de segunda categoría, pero los palestinos también esgrimen los suyos para considerar que con la violencia podrían alcanzar algún día sus sueños nacionales. Lo paradójico es que los objetivos de ambos pueblos no son excluyentes, sino complementarios.

Es lo que contempla la ONU en sus resoluciones sobre el conflicto y lo que un día ratificaron tanto Isaac Rabin como Yasir Arafat: la solución de los dos Estados, uno palestino y otro israelí, soberanos e independientes, que conviven compartiendo aquel territorio en paz. Sin embargo, es, precisamente, lo que el recurso a la fuerza y la violencia no permite apreciar, valorar y explorar. Entre otros motivos, porque el actual primer ministro israelí, Banjamín Netanyahu, no alberga ningún interés en intentarlo. Solo le mueve una obsesión: expulsar a los palestinos para expandir sobre sus tierras lo que su visceral nacionalismo pretende, el Gran Israel, que abarcaría desde el Mediterráneo hasta el Jordán y desde los altos del Golán hasta Egipto.

Una deriva sangrienta de su Gobierno con la que un expresidente del Parlamento israelí, Avraham Burg, declaró sentirse asqueado. Ninguna persona con una mínima sensibilidad ética puede ignorar sin asquearse lo que está haciendo en Gaza y Cisjordania el Ejército hebreo contra el pueblo palestino. Así no se rescatan rehenes ni se vence al terrorismo, sino que se cultivan las semillas para perpetuar el conflicto. Y menos en nombre de una democracia como la que presuntamente rige Israel. Una verdadera democracia no puede eludir el respeto a las minorías ni ignorar los Derechos Humanos. Lo que practica Israel en Gaza es un exterminio planificado de gazatíes y la conculcación sistemática de los Derechos Humanos y la legalidad internacional.

Si eso se tolera por ser, supuestamente, una democracia, no me gustaría estar en la disyuntiva de tener que elegir entre un régimen que pisotea tales derechos y una dictadura que los respeta, aunque limite otras libertades y que, además, no masacra a ningún pueblo cometiendo genocidio, como hace hoy Israel. En estos tiempos, al parecer, las etiquetas políticas ya no se corresponden con el comportamiento de ciertas naciones y gobiernos, como sucedió con la demócrata Sudáfrica del apartheid. Y con lo que hace ahora Rusia en Ucrania. Incluso con los nuevos modos autoritarios de EE UU, que hace redadas para expulsar a inmigrantes y bombardea lanchas en aguas internacionales en vez de detenerlas, apresar a sus ocupantes y confiscar la mercancía como prueba ante la justicia de un delito.

Hay que llamar a las cosas por su nombre. Ni esos comportamientos gubernamentales son los propios de una democracia, ni Israel ejerce la legítima defensa tras los terribles atentados cometidos por las milicias terroristas propalestinas de hace dos años. Lo que está llevando a cabo el gobierno sionista de Netanyahu es una guerra ilegal, inmoral y criminal en Gaza, un diluvio de fuego y metralla que ha causado un aterrador balance: 70.000 palestinos muertos, de los cuales un 70% son mujeres y niños, el 90% de las edificaciones destruidas, una población sometida a constantes desplazamientos forzados para esquivar las bombas y una hambruna digna de los peores asedios medievales. Un auténtico genocidio que no merece ni sanciones ni represalias. Pero sí la denuncia de cuantos no pueden ni quieren mirar para otro lado. Hasta que dejen de matar. O el mundo entero se convierta en la ley de la selva. 

lunes, 1 de septiembre de 2025

La vejez no es júbilo

No es cierto que la vejez, con la que te identifican cuando alcanzas la jubilación, sea por sí misma un período feliz, propicio al júbilo. Aunque se quieran relacionar, júbilo y jubilación no son sinónimos. Porque no es júbilo lo que se siente cuando el cese de las obligaciones profesionales y el deterioro físico que comienza a hacer mella en tu organismo te condenan al ostracismo social y al temor existencial de un horizonte biológico sin apenas futuro. Por mucho que se pretenda enmascarar, la vejez no es siquiera ese tiempo de sabiduría y virtud, como creía Cicerón.

Al contrario, es una fase en la que ni el cuerpo ni la mente funcionan con todo su vigor, acusando un declive progresivo conforme los años de frescura y agilidad van quedando atrás. Los huesos empiezan a doler, los músculos se agarrotan, las articulaciones se inflaman, los órganos fallan, la fatiga no desaparece y el cerebro, si no desvaría, confunde estímulos o muestra pereza para reaccionar, conservando recuerdos antiguos y olvidando los recientes. Aristóteles calificaba este período como de decadencia física y mental

Es mentira, pues, que la jubilación sea la edad del júbilo, al menos si eres consciente del deterioro imparable que te espera y no renuncias a guardar coherencia con lo que fuiste. La vida es una sucesión de cambios que nos hacen transitar de niño a joven, de joven a adulto y de adulto a viejo. Por eso soy lo que he sido en cada momento, ya que nunca aspiré a ser otra cosa. Y en esta última etapa, no persigo parecer ser joven ni hacer lo que hacía entonces, como tampoco creer que disfruto del momento más placentero de mi existencia.

No, la vejez no significa júbilo, aunque desafortunado aquel que no puede quejarse de llegar a viejo. Pero tampoco es, como decía Séneca, el tiempo de temer al dolor y prepararse para la muerte porque la creamos el final desfavorable e irremediable del ciclo que iniciamos al nacer. No hay que empeñarse en vivir la vejez como una fiesta jubilosa ni como una desgracia que nos aplasta con un peso insoportable.

La vejez no es júbilo. Es algo distinto que no deja de enriquecerte. Es, simplemente, la edad de sacar provecho de lo cultivado durante toda la vida: familia, amigos, conocimientos y valores, aquello  que conforma la experiencia vital de cada persona. Y es algo mejor que nos permite rendir cuentas de nosotros mismos. Depende de cada cual el saldo que obtengamos.  

sábado, 30 de agosto de 2025

La imprenta y los Cromberger


A mi hijo Dani, impresor

Aquel “ingenioso descubrimiento de imprimir y formar letras sin hacer uso de la pluma”, como se describió al copista mecánico inventado en Alemania, en 1450, por Johannes Gutenberg (1398-1468), no tardaría en llegar a España, a finales del siglo XV, en su rápida expansión por Europa. Y es que la imprenta de tipos móviles metálicos, basada en la impresión sobre papel mediante la transferencia de tinta por medio de caracteres móviles, fue uno de los inventos de mayor repercusión para la evolución de las comunicaciones y, por ende, para la humanidad. De hecho, el invento supuso una transformación radical en la forma de producción de libros, periódicos  y otros impresos, a partir de la aparición en Maguncia (Alemania), hacia 1456, del texto de una Biblia que no había sido copiado en ningún scriptorium, sino elaborado en un taller de imprenta.

Hasta entonces, la forma mayoritaria de elaborar libros era a mano, que luego se difundían a través de copias manuscritas de monjes y frailes. También existían, desde un siglo antes, los primitivos libros xilográficos, como la Biblia pauperum, que se realizaban mediante planchas de madera grabadas en relieve con gran protagonismo de la imagen frente a breves textos explicativos. Es decir, hasta el siglo XV, eran los monjes quienes transmitían el conocimiento, constituyendo las únicas fuentes escritas de peso en la sociedad, lo que otorgaba un extraordinario poder sobre los conocimientos a la iglesia católica, que aprovechaba para ejercer un papel de censor y control sobre los temas que la población, mayoritariamente analfabeta, podía saber, hablar o ignorar.    

Gracias a la imprenta, los amanuenses -copitas manuales de libros- fueron sustituidos por un artilugio que permitía la multiplicación mecánica de los textos de manera pulcra, exacta y prácticamente ilimitada, lo que facilitó el acceso a un público ávido de textos y conocimientos que posibilitaría un cambio trascendental en la historia de la cultura occidental, algo que guardaban celosamente los poderes  establecidos (Iglesia y monarquías) durante los diez siglos de la Edad Media.

Fue así como los tipos móviles (letras), la prensa que los presionaba contra el papel y las tintas conformarían los rudimentos de un taller de imprenta donde comenzaron a imprimiese libros y todo tipo de productos impresos, desarrollando un comercio que en la península ibérica descansaba, hasta entonces, en las importaciones desde otros países de Europa y, en su mayoría, escritos en latín. La creciente demanda de libros y otros textos menores (cartillas, almanaques, bulas, etc.) en lengua vernácula, junto a la facilidad técnica de reproducción en grandes cantidades, hizo que la imprenta “brotara” por todos los rincones del continente, desde Centroeuropa hasta lugares como Venecia, Roma, Basilea y, por supuesto, España.

Al principio, los principales centros impresores radicaban en Flandes, como Lovaina y Deventer, pero sería Amberes, iniciado el siglo XVI, la que, conforme crecía como centro  comercial europeo, desarrollaría una importante industria del libro con la que atendía no solo las demandas propias, sino también las procedentes de otros países, por lo que incluía en su producción obras en castellano. De hecho, Amberes llegó a ser la ciudad fuera de España en la que se editó el mayor número de obras en castellano en el siglo XVI. 

Aquellos libros impresos durante el período inicial de la imprenta (hasta 1501) se denominan incunables, por estar realizados en la “cuna” de la imprenta. Son obras que presentan grandes similitudes con las manuscritas de la época, a las que emulan, pues carecen  de portada, suelen disponer el texto a dos columnas e idéntico tipo de letra y espacios para la decoración. Posteriormente, los libros adoptarían características propias, que se desarrollaron plenamente en el siglo XVI, en forma de portada, índice, paginación, marca de impresor y otros elementos que encontramos en la actualidad en cualquier libro.

La imprenta en España

La imprenta apareció en España alrededor del año de 1470 de la mano de impresores extranjeros (con frecuencia de origen alemán) que trajeron pequeños talleres con los que, obviamente, tenían una producción reducida, vinculada en su mayor parte a las instituciones religiosas. El primer libro impreso en España del que se tiene noticia fue El sinodal de Aguilafuente (actas de un sínodo celebrado en la iglesia de Santa María de Aguilafuente), realizado en Segovia, en 1472, por el alemán Juan Párix de Heidelberg, por encargo del obispo Juan Arias Dávila (1436-1497) para recordar a los clérigos sus obligaciones.

El libro consta de cuarenta y ocho hojas impresas y catorce en blanco, al final, para poder añadir disposiciones posteriores. Carece de portada, comienza con el índice y presenta espacios en blanco para las iniciales. Destaca por su pequeño formato a Cuatro (235x175mm) y solo se conserva un ejemplar en el mundo en la Catedral de Segovia.

El obispo Arias Dávila, humanista y reformista, mecenas de las artes y las letras, llevado por su afición a los libros y por conocer el nuevo sistema de elaboración de incunables inventado por Gutenberg, es considerado el introductor de la imprenta en España. A instancias suyas, el tipógrafo alemán instaló su taller en Segovia, siendo el primer impresor que trabajó en España.

Siguiendo este ejemplo, otras ciudades también dispusieron de imprentas, como Zaragoza o Barcelona, en torno a 1475. Al final del siglo XV había en España unas treinta imprentas en distintas ciudades y municipios, tales como Valencia, Sevilla, Salamanca, Burgos, Toledo, Zamora, Murcia, Granada, etc. Los Reyes Católicos, advirtiendo la utilidad propagandística del libro impreso, favorecieron el nuevo arte, impulsando el establecimiento de impresores en Castilla y eximiendo a los libros del pago de impuestos a partir de  1482.

Sevilla

No tardaría mucho, por tanto, en llegar la imprenta a Sevilla, donde la obra Repertorium (un compendio de derecho canónico), del jurista Alonso Díaz de Montalvo, es considerada el primer libro impreso en la ciudad, en 1477. Pese a la tendencia general descrita,  lo cierto es que los primeros impresores documentados en Sevilla fueron los españoles Antonio Martínez, Bartolomé Segura y Alfonso del Puerto, entre otros, que comenzaron actuando como una sociedad. Imprimían fundamentalmente bulas e indulgencias, datadas entre los años 1472 y 1473, pero entre sus obras destaca las Introductiones latinae de Lebrija, en 1481. Durante la época incunable, la mayoría de los libros impresos en la ciudad sería de temática religiosa y en castellano, lo que satisfacía la demanda local.

No obstante, también se asentaron en Sevilla impresores extranjeros, como los cuatro socios que se hicieron llamar en los colofones de sus obras los “Compañeros alemanes”: Pablo de Colonia, Juan Pegnitzer, Magno Herbst y Tomás Glockner, en torno a 1490. Ese mismo año, atendiendo la llamada de los Reyes Católicos, también se les une el alemán Meinardo Ungunt y el polaco Estanislao Polono, pero la sociedad comienza pronto a dividirse y para 1499 solo quedan dos socios. Se les atribuye, en total, unas sesenta ediciones de diversa índole, como las Vidas de Plutarco, la Crónica del Cid y la Introductio circa missam, de Rodrigo de Santaella.

Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo Sevilla era la ciudad más próspera y poblada de Castilla, un importante núcleo comercial y sede de relevantes instituciones religiosas, educativas y marítimas, como la Casa de la Contratación, órgano monárquico del que dependían los negocios y la navegación con las Indias. No es de extrañar, pues, que a inicios del Quinientos la imprenta fuera un invento arraigado en la ciudad.

Los Cromberger

De entre todas, sería la de la familia Cromberger, afincada en Sevilla,  la imprenta española más importante de la primera mitad del siglo XVI, de la que se conocen cerca de seiscientas ediciones con su sello, cifra asombrosa para una empresa tipográfica de la época. Junto a las demás, convirtieron Sevilla en el centro más importante de producción y comercio de libros de la península ibérica. La relevancia histórica de la Imprenta Cromberger viene determinada por ser el taller tipográfico más prolífico de la época y por establecer en México la primera imprenta que conoció el Nuevo  Mundo.

La saga de los Cromberger, tres generaciones de impresores, editores y libreros, se inicia con Jacobo Cromberger, oriundo de Nuremberg (Alemania), que se afinca en Sevilla a principios del siglo XVI y trabaja en el taller de Meinardo Ungunt. Cuando fallece su patrón, contrae matrimonio con la viuda y se hace cargo del negocio, combinando la producción de obras breves con otras más importantes, como son los libros litúrgicos encargados por contrato y con pago garantizado. Combatía, así, el riesgo de ruina que corre este tipo de negocio que invierte en maquinaria, papel y personal con perspectivas de venta de la producción o… por la persecución religiosa de obras prohibidas. En cualquier caso, de su imprenta salen desde obras erasmistas hasta libros de caballerías, imprimiendo ediciones  de Amadís de Gaula y Amadís de Grecia, entre otras. Consigue así estimular una demanda con obras de ficción cuyo modelo de presentación sería imitado por otras imprentas españolas y hasta extranjeras.  Y convierte su taller en la imprenta más importante de la primera mitad del siglo XVI, hecho contrastado por inventarios de su almacén, realizados en 1528 y 1549, que registran casi siete mil ejemplares de libros de caballerías impresos en folio, y otros casi diez mil de otras obras caballerescas.

El libro más antiguo que se conoce de la imprenta Cromberger  es In Magistri Petri Hispani Logicam Indagatia, de 1503. Desde entonces, durante toda la carrera de Jacobo y sus sucesores, alrededor de dos tercios de los libros impresos en Sevilla salieron de su imprenta, lo que se sabe porque la mayoría de ellos llevaba su marca “I.C” con una cruz en la parte superior de una esfera dividida (Ver fotografía de la placa indicativa de la ubicación de la imprenta).

De sus tres hijos, Francisco –el mayor, fallecido a edad temprana-, Catalina y Juan, este último heredaría la imprenta, continuando no solo con el taller familiar y produciendo obras de mayor calidad, sino ampliando el negocio a otros lugares de España, Portugal y, particularmente, América.  Juan consiguió el monopolio para la exportación de libros y cartillas a la Nueva España, para lo que envió a México, en 1539, a su operario, el cajista italiano Giovanni Paoli (conocido como Juan Pablos), con el material necesario para establecer la que sería la primera imprenta que funcionaría en el Nuevo Mundo. El taller se instaló en la casa que poseía el obispo de México, fray Juan de Zumárraga, cerca del Zócalo, en el centro de la ciudad. Y allí se imprimió el Manual de Adultos, de 1540, considerado el primer libro americano.

Los Cromberger editaron muchos de los títulos que circularon con más frecuencia en las Indias: ediciones litúrgicas, libros de horas, obras de devoción, escritos de los Padres de la Iglesia en castellano, algunas obras de Nebrija, tratados de medicina, crónicas, escritos de Erasmo y también libros de entretenimiento, como son romances y coplas, y de ficción caballeresca, todas ellas populares en la península ibérica.

En recompensa por haber invertido en México, el Emperador de España le concede a Juan Cromberger el monopolio tanto sobre la imprenta en la Nueva España como sobre la exportación de libros hacia allí. Un monopolio a la exportación que se prorrogaba anualmente, por lo que, en 1543, coincidiendo con el auge de Medina del Campo como centro del comercio del libro que hasta entonces Sevilla había acaparado, los mercaderes de Castilla comenzaron a exportar a América.

Tipógrafo tan distinguido como su padre, Juan Cromberger murió en 1540, dejando nueve hijos. Pero como el mayor era todavía demasiado joven para tomar las riendas del taller, sería su madre enviudada, Brígida Maldonado,  la que asumiría el control del negocio. Era una mujer fuerte e inteligente que, durante los cinco años que regentó la imprenta, mostró una actitud innovadora y muy emprendedora, negociando  una renovación del monopolio cromberguiano sobre la exportación de libros a Nueva España y la impresión de libros en aquella colonia.

Pero ésta es otra historia de la que se hizo eco el Archivo Histórico de Sevilla al exponer en una muestra temporal protocolos notariales que revelan la figura de esta empresaria visionaria, considerada la primera mujer al frente de una imprenta en Andalucía.

La fama e importante producción de la imprenta Cromberger permitieron que sus ediciones llegaran a todo tipo de lectores, tanto humildes como ricos, y a las manos de coleccionistas, como Hernando Colón, hijo del Almirante, e incluso a las de Miguel de Cervantes, quien leería, años después, libros de caballerías en ediciones cromberguianas que, sin duda, contribuyeron a que Don Quijote se materializase en una novela.

-------

Bibliografía:

Clive Griffin, Los Cromberger y su imprenta, Revista Andalucía en la historia nº 40, abril 2013.

Amelia Bulnes, El triste vaso de Brígida Maldonado, artículo de El País, 26 agosto 2025.

Joaquín Hazañas y la Rúa, La imprenta en Sevilla, ensayo de una historia de la tipografía sevillana. Imprenta de la Revista de Tribunales, 1982.

martes, 19 de agosto de 2025

España no se rompe, se quema

Las llamas vuelven a ser  las protagonistas del verano en España. Fuegos que arrasan, dejando carbonizado todo donde haya algo que pueda arder con facilidad, montes, descampados, viviendas, matorrales, vehículos  y bosques repartidos a lo largo y ancho del país, desde la húmeda y fría Galicia hasta la seca y asfixiante Andalucía, sin dejar de lado a Murcia, Aragón, Asturias, Extremadura y Valencia. España arde por los cuatro costados, literalmente.

¿Qué es lo que pasa? ¿Acaso hace más calor que otros años? Es verdad que los episodios de calor extremo, como los que estamos padeciendo denominados olas de calor, son cada vez de mayor magnitud y duración, y están vinculados al cambio climático que algunos, como los antivacunas, se niegan aceptar. Tales negacionistas son, simplemente, ignaros que discuten a la ciencia sus descubrimientos por meros prejuicios ideológicos. No obstante, únicamente el calor, sea extremo o no, no explica por sí solo el número y la virulencia de los incendios forestales que se registran este verano. Aunque vengan favorecidos por el viento y la baja humedad del aire, por esa famosa regla del 30: la coincidencia de temperaturas superiores a 30 grados, vientos de más de 30 km/h y una humedad inferior al 30 por ciento. Ni por esas.

Existen, por tanto, otras causas, diversas y complejas, que facilitan la aparición y el avance de las llamas por nuestra geografía. Algunas de ellas son naturales, las menos. Otras son negligencias, la mayoría. Y las demás, actos deliberados de quemar el monte. Pero  todas ellas debieran ser combatidas si se quiere realmente evitar unos incendios tan graves y letales. A todas luces, el resultado es que se hace poco. Y se hace mal. Por eso, España se quema. Otro eslogan para la ultraderecha, siempre tan catastrofista, a añadir al de España se rompe. Aunque en realidad España no se rompe, se quema, lo que es más preocupante por el peligro que corren las personas.

La actual oleada de incendios ha calcinado ya más de 130.000 hectáreas y ha causado cuatro muertos por quemaduras y un número indeterminado de heridos. Además, hay que sumar las incalculables pérdidas ambientales y materiales, por la masa vegetal y animal (ovejas, perros, liebres, jabalíes, zorros, aves, insectos, etc.) aniquilada y por las viviendas, negocios y propiedades particulares convertidos en cenizas. A todo ello hay que añadir las pérdidas que afectan al patrimonio cultural, como el incendio que ha arrasado las minas romanas de Las Médulas, en León. Según el Sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS), la superficie quemada, en lo que llevamos de año, asciende a cerca de 350.00 hectáreas, un 0,7 por ciento de la superficie total del país. Es el peor año de incendios del siglo XXI. Toda una catástrofe que podría haberse evitado o, cuando menos, controlado. Pero no ha sido así, desgraciadamente. Para el profesor Resco de Dios, profesor de incendios forestales y cambio global de la Universidad de Lérida, “estamos viviendo la crónica de una catástrofe anunciada”.

El incendio de Zamora es el peor de la historia de España, y el de Orense, el mayor de la historia de Galicia. Sus cifras son devastadoras, en las que los perjudicados se van a contar por miles. Ya habrá tiempo de hacer balance de daños y perjuicios. Y de lamentarse por las vidas humanas sacrificadas en esta oleada de incendios descontrolados que, afortunadamente, nos ha pillado con los pantanos más o menos llenos. Porque hubiera sido mucho peor si la situación nos coge en plena sequía y con las reservas en mínimos, como el año pasado.

Y esa es otra: no queremos asumir que España sufre tal carencia hídrica que debiera obligarnos a hacer un uso más racional del agua, cosa que no hacemos. Por el contrario, la malgastamos como si sobrara, lo que agudiza y cronifica el problema de los incendios. Además, enterramos cultivos en hormigón para urbanizar campos y talamos árboles para levantar hoteles, piscinas y campos de golf. Es decir, huimos del mundo rural buscando prosperar en el urbano. Así, dejamos campos secos y bosques abandonados en una España vaciada que arde a la primera chispa. Una variante demográfica y de usos agrícolas y ganaderos que también guarda relación con los incendios que nos asolan. Algo a tener en cuenta en la búsqueda rigurosa de soluciones.

Entre las circunstancias externas que desatan un incendio –sequedad, vientos, calor-, solo un porcentaje muy pequeño es achacable a causas naturales (rayos, combustión espontánea y otros fenómenos). La mayoría de los incendios forestales obedece a involuntarias conductas negligentes (quema de rastrojos, fogatas, colillas, chispas producidas por maquinaria, cortocircuitos eléctricos, cristales rotos, etc.). Y otros son provocados intencionadamente por cuestiones económicas, especulativas o emocionales (desde transformar bosques en terrenos de cultivo, aprovechamiento de recursos forestales como la madera, buscar un empleo que sin fuego no se encontraría y hasta venganzas personales u otros motivos imprevisibles).  

Pero la causa más relevante de los incendios es la desinversión de las administraciones públicas en la prevención y extinción durante la última década. De hecho, la inversión ha caído a la mitad desde 2009, dejando sin recursos a la contratación de agentes y técnicos forestales durante todo el año (solo se contratan en verano), la realización de campañas invernales de limpieza del sotobosque, el control de la quema de rastrojos, la implementación de campañas masivas de concienciación ciudadana  y, en definitiva, el desarrollo de una política forestal coherente y eficaz. La responsabilidad recae en todas las administraciones, aunque las competencias sean de las Comunidades Autónomas. Y he ahí otro obstáculo que impide el abordaje resolutivo del problema de los incendios forestales; la confrontación entre administraciones o, lo que es igual, la confrontación política.

Al parecer, es más rentable electoralmente aprovechar cualquier problema para desprestigiar y culpabilizar al adversario (persona o administración) que contribuir honestamente en su resolución, incluso existiendo peligro para el ser humano y su actividad productiva. Es tal la confrontación que ni las inundaciones por la DANA ni los últimos incendios hacen posible que se pongan de acuerdo las administraciones dirigidas por partidos enfrentados para actuar coordinadamente en evitar el desastre. No es posible cooperar con lealtad institucional. Así, las ayudas, si se libran, llegan tarde o son insuficientes. Pero emergen de inmediato, en cambio, los reproches, los insultos y las descalificaciones. Y las mentiras, los bulos y la desinformación con los que cada parte justifica su irresponsabilidad.

De este modo, se  protagoniza un espectáculo bochornoso, en el que, mientras algunos presidentes de autonomías afectadas por los incendios no interrumpen sus vacaciones para ponerse al frente en la dirección de la crisis,  otros aprovechan para cuestionar un cambio climático con el argumento de que todos los veranos hace calor, tratando, así, de minusvalorar que el incremento de 1,5 grados en la temperatura del planeta es la causa de olas de calor más altas y duraderas y de temporales violentos, como los que han asolado nuestro país. Y en vez de tomarse en serio las advertencias de los científicos y de actuar para prever las consecuencias del cambio climático, estos irresponsables se ufanan en ahorrar inversiones poco rentables electoralmente y utilizar los problemas como munición política y partidaria, echándose la culpa unos a otros.

Unas irresponsabilidad que mueve a aquellos que se autocalifican de “constitucionalistas” sean los primeros de ignorar la Constitución y el diseño autonómico del Estado, en que el sistema de distribución de competencias está contemplado, como recuerda el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, en el “bloque de la constitucionalidad”, integrado por la Constitución y los respectivos Estatutos de Autonomía en todos los territorios del Estado.

Ignoran que las comunidades autónomas disponen de unas competencias en la gestión de su territorio  que solo de manera excepcional, debido a una emergencia extraordinaria,  puede hacer que el Gobierno de la Nación y las Cortes Generales las asuman, declarando los Estados de alarma, excepción y sitio. Pero, para ello, sería necesario que el presidente de la Comunidad Autónoma lo solicite expresamente, cosa que ninguna ha hecho, dedicándose, en cambio, a echar culpas a diestro y siniestro. Y lo que es peor, parecen renegar del Estado Autonómico cuando exigen al Gobierno la asunción de responsabilidades que les corresponden y la centralización de unos recursos e inversiones que son de su exclusiva competencia.

Son las comunidades autónomas, asumiendo honestamente sus competencias, las que deben invertir en prevención de incendios, reforestación, conservación de la biodiversidad, lucha contra plagas, gestión del uso público de los montes e investigación en gestión forestal. Porque son ellas, con la financiación autonómica que reciben del Estado más los impuestos propios, las que han de administrar sus presupuestos para atender las necesidades de su territorio, entre ellas, unas políticas de prevención y extinción de unos incendios cada vez más voraces que han dejado de ser excepcionales, auténticas olas de fuego que se suceden cada vez a intervalos más cortos.

Hay que ser conscientes de que tenemos un tesoro. Nuestro país es la segunda potencia forestal de la UE. Si queremos conservar nuestra masa vegetal en tan digna posición, sería necesario que nuestros políticos se tomasen en serio evitar que las llamas destruyan cada año, por negligencia e incapacidad política, un tesoro natural del que deberíamos sentirnos orgullosos por disfrutar de tal privilegio de la naturaleza. Pero como sigamos así, no será difícil que España acabe siendo un país desértico, desde Tabernas hasta la cornisa cantábrica. Y al paso que vamos, ese chamuscado porvenir, desgraciadamente, no tardará mucho en llegar.    

viernes, 15 de agosto de 2025

La memoria de la amistad

Además de la familia, la memoria es capaz de guardar intacta la imagen de ciertos amigos durante toda la vida. Su impronta es imperecedera, a pesar del tiempo transcurrido. Y sin que exista ningún motivo relevante que lo justifique, sino probablemente por la relación de mutua simpatía y sinceridad que caracterizó esa amistad. Y porque se estableció a una edad en que las ilusiones y las ingenuidades permitían aventurar expectativas infinitas en un futuro limpio de nubarrones y lleno de posibilidades, como los sueños. Seguramente, los psicólogos dispongan de alguna explicación más prosaica de lo que acontece con recuerdos tan profundos y arraigados.

Lo cierto es que esa imagen del amigo de mi adolescencia, después de más de cincuenta años sin verlo, se mantiene nítida en mi memoria. Y se conserva así, congelada en el tiempo, porque desde entonces no hemos tenido ningún contacto ni apenas sabido nada el uno del otro. Como si fuera un fotograma no contaminado por los años ni los cambios en la persona. A buen seguro, ni su rostro ni su pensamiento o comportamiento sean los mismos de los que retengo en la memoria. Será algo recíproco porque ni yo mismo soy el mismo. Aunque, tal vez, puedan delatarnos ciertas expresiones, gestos o viejas aficiones atemperadas por la incredulidad que el tiempo acumula sobre ellas, como el óxido en los metales.

Pero, de pronto, se desentierran momentos que ni siquiera sospechábamos recordar, cuando casualmente hallamos rastros materiales que testimonian aquella antigua amistad, como el dibujo que acompaña estas líneas. Fue un regalo de ese amigo que certificaba, en un remoto 1980, además de la amistad temprana que nos unía, el camino que estaba decidido emprender por el mundo del arte y la pintura. Y, al cabo de cinco décadas, en ambas cosas ha sido fiel a sus anhelos y sentimientos. Porque sigue siendo mi amigo y se ha convertido en un gran pintor de enorme prestigio. A pesar de que llevemos más de cincuenta años sin vernos. Y aunque hace poco nos hemos encontrado gracias a internet, yo lo sigo recordando como entonces, como mi amigo de San Jerónimo.   

lunes, 11 de agosto de 2025

La excepción del verano

Para una inmensa mayoría de la gente, el verano representa una excepción en la regla rutinaria de sus vidas. Y es que el verano se destina para tomar un descanso y romper con la actividad, remunerada o no, que se desarrolla durante el resto del año. Porque en verano es cuando esa mayoría de gente disfruta de sus merecidas vacaciones. Es cuando se confirma la excepción de la regla. Por eso, regresar de las vacaciones es para muchos dar por finalizada la estación más calurosa, aunque los calores se extiendan mucho más allá del período vacacional: desde mucho antes y hasta mucho después.

La excepcionalidad del verano contiene también la excepción de las vacaciones. Y ambas excepcionalidades, la del verano y la de las vacaciones, terminan con el retorno a la rutina anual, con la vuelta a la normalidad de las obligaciones y los compromisos con los que programamos nuestras agendas vitales. Esa inmensa mayoría de gente recupera la normalidad de sus rutinas con la firme voluntad de volver a disfrutar de otra excepción que rompa la regla de sus vidas el próximo verano.

Son excepciones que nos permiten soportar los engranajes que nos inducen a comportarnos como autómatas en nuestros quehaceres profesionales y sociales, y que determinan nuestro horario desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Excepto durante el período vacacional del verano, en el que nos olvidamos de los relojes y las imposiciones. Tomar vacaciones es, pues, muy importante para la estabilidad física y psicológica con la que debemos afrontar cada año de nuestras vidas, a pesar de que algún cínico neoliberal exprese públicamente que están sobrevaloradas.

El verano es una excepción del año y las vacaciones, la excepción del verano. ¡Benditas excepcionalidades que dan sentido a nuestras rutinarias y mediocres existencias! Quizás por ello esté ahora lamentando el haber vuelto a la normalidad. A mi rutinaria y mediocre normalidad. Y deseando tener otra oportunidad de valorar la excepción del verano. Tal vez, el próximo año.  

viernes, 1 de agosto de 2025

Saber leer Don Quijote

He de confesar que, cada vez que lo intentaba, no conseguía terminar la lectura de Don Quijote de la Mancha, la celebérrima novela de Miguel de Cervantes, un clásico de la literatura universal. No podía entender muchas de las palabras del castellano del siglo XII en que está escrita la novela, con su léxico arcaico y complejos usos verbales, ni me apasionaban, salvo algunas, las aventuras que corría tan ingenioso hidalgo, de las que captaba solo la obsesión demencial que empuja al personaje, cual noble caballero, a sus dos salidas para deshacer entuertos y enfrentarse a enemigos imaginarios. No le hallaba la “gracia” a los cuentos del relato. Y se me atragantaba.

Más tarde, conseguí leer la primera parte del Quijote gracias  a la versión actualizada del castellano realizada por el escritor Andrés Trapiello (Ediciones Destino, 2015), con la que pude entender, al fin, en su literalidad la primera frase inicial de la novela: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza, ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor”. Entonces comprendí lo de “lanza en astillero” y ”adarga antigua” (Edición del Instituto Cervantes).

Pero, aun así, seguía sin captar ni el sentido irónico de la novela ni por qué se la considera una obra maestra de Cervantes, ejemplo fundacional del arte novelesco, hasta el extremo de haber influenciado a autores como Melville, Balzac, Joyce, Stendhal, Thomas Mann o Mark Twain, entre otros, quienes, a partir de ella, consolidaron el género literario de la novela como la forma narrativa suprema. Para mí, Don Quijote no era más que una serie de cuentos estrambóticos.

Y no logré aclararme hasta que este verano me sumergí en las luminosas páginas del libro de Antonio Muñoz Molina: “El verano de Cervantes” (Seix Barral, 2025). A él debo que me haya enseñando a leer con ojos nuevos, entrenados a percibir lo esencial, el Don Quijote de Cervantes, impulsándome a retomar, una vez más, la relectura de esa obra universal de nuestra literatura clásica. Y es que soy así de cortito: sin ayuda (sin maestros) soy incapaz de acceder al conocimiento.

De esta forma, como explica Muñoz Molina, he podido considerar la novela de Cervantes como un relato de ficción y una crítica literaria. A valorar la parodia utilizada por su autor para resaltar el contraste entre la realidad y la forma siempre imprecisa de abordarla o apresarla, y percibir cómo satiriza las novelas pastoriles, inventando un género nuevo con el que retrata la sociedad de su tiempo a través de los ojos de un entreverado loco, lleno de lucidos intervalos. No obstante, Don Quijote no adoctrina nunca, pues toda opinión expresada en la novela pertenece a algún personaje y se corresponde con su carácter, su educación y sus peripecias. De ahí que la razón narrativa prevalezca siempre, como afirma Muñoz Molina. O como asegura Fernando Pessoa: todas nuestras opiniones son de otros. 

Además, Antonio Muñoz Molina, con enorme sensibilidad y una prosa cautivadora,  va mezclando su análisis del Quijote con los recuerdos de infancia en el mundo rural de su Úbeda natal y sus primeras lecturas. Descubrimos, así, que leía Don Quijote igual que leía todo lo que cayera en sus manos, hasta los papeles rotos de las calles. Y nos revela que sus lecturas de niño vivificaban la novela que comenzaba a escribir, en la que la propia voz de Cervantes contenía el secreto de lo que iba a estar desde el inicio en el corazón de aquel texto: Después de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido .Es decir, que un libro no se plantea, se engendra, y empieza a hacerlo mucho antes de que el autor lo sepa, en ese espacio de oscuridad y silencio del habla Proust. Y es que, para Muñoz Molina, leer y escribir, además de su afición y oficio, ha sido el refugio literal de supervivencia. Gracias al cual he aprendido a leer Don Quijote de la Mancha. Y se lo agradezco sinceramente.

martes, 15 de julio de 2025

Descanso

Es costumbre. Hay que descansar, no solo quien escribe sino también los que leen esta bitácora, sean cuantos sean. Porque es conveniente cambiar de aires para poder seguir haciendo lo de siempre, pero con renovado ímpetu. Se trata de cerrar un ciclo para iniciar otro, como hacemos cuando cumplimos años o emprendemos la vuelta al cole, aunque ya ni celebramos cumpleaños ni nos esperan en ningún colegio. Pero así es la vida: una sucesión de ciclos con los que regulamos nuestras rutinas en espacios temporales, imprimiéndoles un sentido progresivo hacia el futuro, la única dirección posible en toda existencia.

Descansar es, pues, coger impulso para seguir adelante. Por esa razón nos tomamos unos días de vacaciones, para que todos –ustedes y yo- descansemos donde podamos o queramos y nos olvidemos momentáneamente de las tribulaciones que nos impone nuestro actual estilo de vida, que consiste en vivir para trabajar. Descansar es, de alguna manera, transformar momentáneamente ese modo de vida por el de vivir –relajado- para disfrutar sin trabajar y en compañía de los seres queridos.

No serán muchos días, solo los suficientes para desconectar y soñar con utopías de mundos felices y pacíficos. Porque de ilusión también se vive, aunque sea fugazmente. Como las vacaciones.  ¡Que tengáis buen descanso!



lunes, 14 de julio de 2025

El thriller de los ovnis

Se ha publicado recientemente un libro que no dejará indiferente a ningún ufólogo, aunque la obra no trate principalmente de ufología, la “ciencia” que estudia los objetos voladores no identificados (ovnis). Unos la leerán con simpatía y agrado; otros, con insatisfacción o rechazo por el retrato con el que describe a esos investigadores de lo desconocido. Pero ninguno, como digo, dejará sin leer el libro, como tampoco hará cualquier lector. El título es bastante explícito: “Ovni 78”, de Wu Ming. Se acaba de publicar -su primera edición es de mayo de este año- por la editorial Anagrama. Pero no es un libro de ovnis. O, mejor dicho, no solo es de ovnis.

Se trata de una novela que mezcla hechos históricos con otros de ficción, acaecidos en la Italia de finales de los 70 del siglo pasado, con los que se elabora una trama en la que el secuestro y asesinato de Aldo Moro, la plaga de la droga que asola a una juventud desencantada con el orden económico y social, el aumento de avistamientos ovnis en aquellos años y un famoso autor de superventas sobre arqueología alienígena o teorías paleocosmonáuticas, entre otros asuntos, sirven para reflejar mediante una narración brillante una época convulsa.

En las páginas del libro aparecen referencias a GIUCAT, un grupo de ufólogos de Turín, la Clipeología, término que designaba el estudio de avistamientos ovnis a lo largo de la historia, Allen J. Rynek, ufólogo norteamericano, la película Encuentros en la tercera fase de Spielberg, el monte Quarzerone y sus misterios, la desaparición de dos excursionistas boy scouts, el terrorismo de las Brigadas Rojas, una antropóloga de la nueva izquierda y hasta un traficante de discos clandestinos. Y todo ello, en algunos capítulos, escrito de manera que recuerda  los informes de los investigadores de ovnis, con ese empeño en clasificar, pormenorizar y exponer unos hechos incomprensibles.

Lo que se consigue, al final, no es una historia disparatada, sino el retrato de una época en la que los ovnis constituyeron uno de sus componentes más representativos y que permitían eludir y evadirse de la vorágine de una realidad asfixiante y, a veces, terrorífica.

Se trata, pues, de una curiosa novela, vasta y coral, que ejemplifica  el modelo narrativo (objetos narrativos no identificados) de Wu Ming, un colectivo boloñés de escritores, que sin duda asombrará, en el buen sentido del término, a los ufólogos, en particular, y a cualquier lector, en general. En mi caso, me distrajo gratamente y no pude evitar sonreír en algunos capítulos que me refrescaron experiencias vividas. Por eso la recomiendo.

sábado, 12 de julio de 2025

Superman: el eterno retorno

De chico yo era adicto a los tebeos de Superman, tal vez por conocer al personaje en las viñetas dominicales del periódico que compraba mi padre y de seguirlo, hipnotizado, en unos episodios televisivos en blanco y negro que hoy a ningún niño engatusarían. Hay que tener en cuenta que el héroe de la capa roja ya venía entreteniendo a los ingenuos desde 1938, cuando el dibujante Joe Shuster y el guionista Jerry Siegel presentaron, en el primer número de la revista Action Comics, al fantástico "hombre de acero", el primer superhéroe de la historia. Y aunque soy un abuelete que peina canas, Superman es aun más viejo. De ahí mis recuerdos imborrables y la curiosidad que siento por las andanzas de un ídolo de mi infancia que volvió a la palestra gracias a la excelente interpretación cinematográfica de Christopher Reeve, el actor que protagonizó el Superman de Richard Donner, en 1978. Desde entonces, no ha dejado periódicamente de revolotear por el imaginario popular, practicando una especie de eterno retorno que actualiza y vulgariza el mito, compitiendo con denodado esfuerzo comercial con la miríada de superhéroes modernos que proceden del universo de Marvel. Pero, de entre todos ellos, sigo prefiriendo a Superman.

Por eso veré la última película, aunque reconozco que sin ningún entusiasmo y más bien por interés arqueológico. Simplemente, por ver cómo se aborda una nueva versión de la historia ficticia de un superviviente de Kripton, un planeta que se desintegró junto al sol que orbitaba, y que había sido enviado por su padre en una nave a la Tierra, siendo un bebé, para salvarlo. La cápsula se estrella en un campo de Kansas, donde los Kent, unos humildes granjeros sin descendencia, lo rescatan y crían como el hijo que nunca tuvieron, inculcándole que utilizara sus poderes para hacer el bien.

Desde antiguo, la mitología nos tiene acostumbrados a dioses parecidos, que encarnan lo bueno, lo bello y lo deseado, capaces de proezas extraordinarias con las que intervienen a menudo, para bien o para mal, en el mundo terrenal y mortal de los humanos. Superman es más sofisticado y, al mismo tiempo, el más simple arquetipo de semidios justiciero que defiende a la humanidad frente al mal que ella misma incuba en su seno, como el pérfido Lex Luthor, cuya inteligencia es tan enorme como su inmoralidad y ambición.

La última versión del mito es la película recién estrenada en los cines del director James Gunn. Al parecer, el film se aleja de los mamporros y los ruidos estruendosos para contarnos  “una historia sobre la amabilidad con la que cualquiera puede sentirse identificado”, según declaró a la revista Variety  Aun no he visto la película, pero temo que vaya a tratar al personaje, para humanizarlo, con las depresiones que contagiaron las últimas apariciones de James Bond o Batman por parte de algunos guionistas con pretensiones .de complejidad psicológica.

Lo que me atrae hoy de la historieta es ese Superman bondadoso, que representa a un inmigrante en un país que actualmente hace batidas para apresar y expulsar cuantos migrantes hayan atravesado ilegalmente sus fronteras. Me divierte pensar cómo se enfrentaría nuestro superhéroe, un inmigrante cósmico, a los desvelos de Trump por detenerlo y repatriarlo bajo amenazas que resultarían hilarantes si no fueran tan arbitrarias, inhumanas, graves e indignas. La realidad es, pues, más distópica que los cómics de Superman. Por eso sirven para desconectar y evadirse, que es lo que haré.  

domingo, 6 de julio de 2025

Corrupción que mata

La corrupción es inaceptable, la cometa quien la cometa, porque es un cáncer que destruye la democracia. Practica corrupción gente avariciosa y sin escrúpulos que no duda en enriquecerse traicionando la confianza que depositaron en ellos, en primer lugar, los votantes y, después, quienes los escogieron para ocupar puestos y desempeñar ocupaciones en la esfera pública. Con su obrar delictivo socaban el principio que hace fuerte a toda democracia: la confianza de los electores en sus representantes elegidos, sin la cual aquellos acaban distanciándose de estos y desinteresándose del mejor sistema posible de configurar la voluntad popular en que se basa todo gobierno democrático.

La corrupción erosiona esa confianza y, a la postre, causa desafección política en los ciudadanos, favoreciendo que unos pocos decidan por todos, lo que abre las puertas a quienes están interesados, precisamente, en destruir desde dentro la propia democracia. Por ello, la corrupción es un cáncer para la democracia al que hay que combatir con determinación y presteza, de manera contundente y sin demora, caiga quien caiga, sean afines o adversarios. Sin miramientos porque el corrupto no tiene amigos ni ideología, sino egoísmo y deslealtad bajo cualquier máscara con la que se disfrace.

Pero no solo hay que evitar la rapiña de esos avariciosos que meten mano en el dinero de todos para su lucro personal o partidario, sino también la mediocridad, estulticia, negligencia e ineptitud de quienes, por su irresponsabilidad, se derivan consecuencias letales para los administrados, para la gente que confió en su solvencia y capacitación. Porque esa deplorable gestión de lo público también alimenta el cáncer que corrompe las instituciones y los gobiernos. Es una corrupción que mata.

Caso paradigmático es el de Carlos Mazón, presidente de la Comunidad de Valencia, cuya poco aclarada conducta y su total desvergüenza contribuyeron a agravar la tragedia de la DANA, aquellas tormentas e inundaciones que provocaron más de 200 muertos en una población a la que no se le avisó a tiempo del peligro que corría, además de ingentes daños materiales en viviendas e infraestructuras. El president estuvo ilocalizable durante lo peor de la tragedia, cuando los muertos ya se acumulaban en los barrancos, sin asumir personalmente las competencias de su cargo para la gestión de la crisis. Nadie sabe todavía lo que hizo durante ese tiempo ausente. Le llueven los indicios penales que esquiva por su condición de aforado mientras reparte culpas a doquier, aun a costa de desprestigiar la democracia. Si la tuviera, en su conciencia carga con las víctimas evitables de la DANA.

Sin embargo, su proceder cuenta con antecedentes en otro gobierno del mismo partido, también en Valencia. Se trata de la catástrofe producida por el descarrilamiento del Metro de Valencia, en julio de 2006, que dejó 43 muertos y 47 heridos. Enfrascados en la organización de la visita del papa Benedicto XVI a Valencia, que se produciría cinco días más tarde, los responsables de la Generalitat y del Ayuntamiento trataron de pasar de puntillas sobre la tragedia, descargando toda la culpa a un error humano, al del maquinista que murió en el accidente. Y, como con la DANA, aquellos responsables políticos no asumieron su responsabilidad ni recibieron a los familiares de las víctimas. Se limitaron a echar las culpas a otros. Catorce años más tarde, cuatro directivos de Ferrocarrils de la Generalitat (FGV) fueron condenados a 22 meses de cárcel y tres años de inhabilitación. Una sentencia que, por supuesto, llegó demasiado tarde y tras movilizaciones convocadas por la Asociación de Víctimas del Metro 3 de julio, que acudió incluso al Parlamento europeo en busca de respaldo, como han vuelto a hacer los afectados por la DANA. La negligencia de los responsables de que los servicios públicos sean seguros y funcionen correctamente ha causado daños letales entre los usuarios. No es casualidad que Francisco Camps y Rita Barberá estuvieran involucrados, además, en diversos casos de corrupción. Ni ellos ni nadie se han dignado a pedir perdón a la ciudadanía por una tragedia, otra más, evitable.

Un descarrilamiento por falta de seguridad adecuada, unido al despiste de un maquinista, se repetiría en otro accidente, el del tren Alvia, en Galicia, causando 80 muertos y 144 heridos, otro julio fatídico de 2013.  Sólo después de 11 años de investigación judicial, una sentencia hallaba culpables al maquinista del tren y a un exdirector de Seguridad en la Circulación de Adif (la empresa estatal que administra las infraestructuras ferroviarias), condenados por negligencia y por la ausencia de medidas que mitiguen el riesgo, que -¡mira por dónde!-  figuraban en el proyecto del trazado. Y es que aquellos kilómetros finales de la línea carecían del sistema automático de frenado con el que cuenta el resto del trayecto, lo que dejaba sin protección al tren en caso de que, por cualquier circunstancia, el maquinista no atendiese las obligaciones de velocidad máxima del cuadro de mandos. Y todo por “ahorrar” en una inversión que era prioritario inaugurar cuanto antes. Otra decisión política negligente con resultado de muerte.

Como en Madrid, donde se dejó morir a 7.291 ancianos sin asistencia médica en sus residencias por un Protocolo elaborado por el gobierno de la Comunidad, durante la pasada pandemia, que por razones de edad les negaba el traslado a hospitales públicos. Es así como Madrid tiene el triste honor de contar con el índice más alto de mortalidad por la pandemia de España. Y su presidenta, también del mismo partido que los casos citados anteriormente, culpabiliza de ello a las autoridades nacionales por coartar libertades al imponer medidas de confinamiento sanitario a la población, como hizo el resto de países que siguieron las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud. La desvergüenza ideológica (los ancianos que tenían seguros privados podían acudir a sus hospitales privados), unida a la mediocridad intelectual, derivó en consecuencias funestas para la gente. Aun así, la irresponsable política permanece en el cargo sin que se le caiga la cara de vergüenza y sin que le moleste el ruido de la corrupción que emite su entorno de allegados.

Negligencias e intereses opacos que acaban desembocando en tragedia, como la sucedida con el avión Yakovlev 42,  fletado a través de una cadena de subcontratas por el Ministerio de Defensa de Federico Trillo, casualmente del mismo partido que los anteriores, y que se estrelló en la costa norte de Turquía de regreso de Kabul, con 75 personas muertas, 62 de las cuales eran militares españoles. Fue la mayor tragedia de las Fuerzas Armadas de nuestro país en tiempos de paz, producida un nefasto día de mayo de 2003. Pero lo vomitivo vendría después, cuando se quiso parecer diligente con los familiares de las víctimas y se les entregaron cuerpos sin identificar o confundidos por las prisas. Sólo tres militares fueron condenados en 2009, de los cuales uno se libró de la cárcel por enfermedad y dos acabaron indultados por el Gobierno de Rajoy, ante el estupor de los afectados. Una vez más, una corrupción que mata.

Corrupción que obedece a cuestionables decisiones políticas asumidas a espaldas del interés general por la debilidad moral e intelectual de algunos responsables políticos, como la que nos embarcó, basándose en mentiras, en una guerra ilegal en Irak, en 2003, y que causaría miles de muertos en aquel país. Es una forma de corromper la democracia que condena a muerte a ciudadanos indefensos e inocentes, en este caso iraquíes, pero también del contingente español enviado al país. Y a los que se les ha hurtado toda explicación y disculpas. Peor aun, se les ha tratado de manipular electoralmente con trágicas alusiones y mentiras, como pretendió el mismo político que decidió ir a la guerra  cuando intentó atribuir los atentados yihadistas del 11 M a ETA, lo que beneficiaba electoralmente a su partido en el Gobierno. En aquellos atentados, provocados por terroristas islámicos por nuestra participación en la guerra de Irak, fallecieron 192 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas.

Jamás el dirigente que nos involucró en una guerra ilegal se ha dignado a pedir perdón a los españoles, como hicieron otros mandatarios de la tristemente foto de las Azores, a pesar de conocer el resultado del Informe Chilcot –una investigación oficial del Reino Unido- que concluyó que “Blair y Aznar acordaron la necesidad de desarrollar una estrategia de comunicación que mostrara que habían hecho todo lo posible para evitar la guerra”. Es más, Aznar llegó incluso a negar que España mandase soldados a aquella guerra, cuando alrededor de 2.600 soldados españoles fueron desplegados en Irak entre 2003 y 2004, de los que 11 perdieron la vida, junto a dos periodistas (Julio Anguita Parrado y José Couso) de cuyos asesinatos no se ha podido hacer justicia. Otro tipo de corrupción política que manipula la verdad y vuelve a ocasionar muertes.

Ninguna corrupción es tolerable, pero la que atenta contra la vida de las personas es aun más deleznable, aunque aparentemente no afecte al dinero público. Compañeros o colaboradores de los que protagonizaron corrupción letal se han visto envueltos posteriormente en cambalaches de corrupción económica, como Jaume Matas, Eduardo Zaplana. Rodrigo Rato, Luis Bárcenas y otros, pagando incluso penas de cárcel. Otros, sin embargo, han tenido más suerte, como Ana Botella, la mujer de Aznar, que vendió como alcaldesa de Madrid viviendas sociales a un fondo buitre donde trabajaba su hijo, sin sufrir ningún reproche por ello.

Y es que hay corrupción y corrupción, depende del cristal con que se mire. Pero todas son igual de repudiables. Máxime si matan.