A mi hijo Dani, impresor
Aquel “ingenioso descubrimiento de imprimir y formar letras
sin hacer uso de la pluma”, como se describió al copista mecánico inventado en
Alemania, en 1450, por Johannes Gutenberg (1398-1468), no tardaría en llegar a España,
a finales del siglo XV, en su rápida expansión por Europa. Y es que la imprenta
de tipos móviles metálicos, basada en la impresión sobre papel mediante la
transferencia de tinta por medio de caracteres móviles, fue uno de los inventos
de mayor repercusión para la evolución de las comunicaciones y, por ende, para la
humanidad. De hecho, el invento supuso una transformación radical en la forma
de producción de libros, periódicos y
otros impresos, a partir de la aparición en Maguncia (Alemania), hacia 1456, del
texto de una Biblia que no había sido copiado en ningún
scriptorium, sino elaborado en un taller de imprenta.
Hasta entonces, la forma mayoritaria de elaborar libros era
a mano, que luego se difundían a través de copias manuscritas de monjes y
frailes. También existían, desde un siglo antes, los primitivos libros xilográficos, como la Biblia pauperum, que se realizaban
mediante planchas de madera grabadas en relieve con gran protagonismo de la
imagen frente a breves textos explicativos. Es decir, hasta el siglo XV, eran los
monjes quienes transmitían el conocimiento, constituyendo las únicas fuentes
escritas de peso en la sociedad, lo que otorgaba un extraordinario poder sobre
los conocimientos a la iglesia católica, que aprovechaba para ejercer un papel
de censor y control sobre los temas que la población, mayoritariamente
analfabeta, podía saber, hablar o ignorar.
Gracias a la imprenta, los amanuenses -copitas manuales de
libros- fueron sustituidos por un artilugio que permitía la multiplicación
mecánica de los textos de manera pulcra, exacta y prácticamente ilimitada, lo
que facilitó el acceso a un público ávido de textos y conocimientos que posibilitaría
un cambio trascendental en la historia de la cultura occidental, algo que guardaban
celosamente los poderes establecidos (Iglesia
y monarquías) durante los diez siglos de la Edad Media.
Fue así como los tipos móviles (letras), la prensa que los presionaba
contra el papel y las tintas conformarían los rudimentos de un taller de
imprenta donde comenzaron a imprimiese libros y todo tipo de productos
impresos, desarrollando un comercio que en la península ibérica descansaba,
hasta entonces, en las importaciones desde otros países de Europa y, en su
mayoría, escritos en latín. La creciente demanda de libros y otros textos
menores (cartillas, almanaques, bulas, etc.) en lengua vernácula, junto a la
facilidad técnica de reproducción en grandes cantidades, hizo que la imprenta “brotara”
por todos los rincones del continente, desde Centroeuropa hasta lugares como
Venecia, Roma, Basilea y, por supuesto, España.
Al principio, los principales centros impresores radicaban
en Flandes, como Lovaina y Deventer, pero sería Amberes, iniciado el siglo XVI,
la que, conforme crecía como centro
comercial europeo, desarrollaría una importante industria del libro con
la que atendía no solo las demandas propias, sino también las procedentes de
otros países, por lo que incluía en su producción obras en castellano. De
hecho, Amberes llegó a ser la ciudad fuera de España en la que se editó el
mayor número de obras en castellano en el siglo XVI.
Aquellos libros impresos durante el período inicial de la
imprenta (hasta 1501) se denominan incunables, por estar realizados en la
“cuna” de la imprenta. Son obras que presentan grandes similitudes con las
manuscritas de la época, a las que emulan, pues carecen de portada, suelen disponer el texto a dos
columnas e idéntico tipo de letra y espacios para la decoración.
Posteriormente, los libros adoptarían características propias, que se
desarrollaron plenamente en el siglo XVI, en forma de portada, índice,
paginación, marca de impresor y otros elementos que encontramos en la
actualidad en cualquier libro.
La imprenta en España
La imprenta apareció en España alrededor del año de 1470 de
la mano de impresores extranjeros (con frecuencia de origen alemán) que trajeron
pequeños talleres con los que, obviamente, tenían una producción reducida,
vinculada en su mayor parte a las instituciones religiosas. El primer libro
impreso en España del que se tiene noticia fue El sinodal de Aguilafuente (actas de un sínodo celebrado en la
iglesia de Santa María de Aguilafuente), realizado en Segovia, en 1472, por el
alemán Juan Párix de Heidelberg, por encargo del obispo Juan Arias Dávila (1436-1497)
para recordar a los clérigos sus obligaciones.
El libro consta de cuarenta y ocho hojas impresas y catorce
en blanco, al final, para poder añadir disposiciones posteriores. Carece de
portada, comienza con el índice y presenta espacios en blanco para las
iniciales. Destaca por su pequeño formato a Cuatro (235x175mm) y solo se
conserva un ejemplar en el mundo en la Catedral de Segovia.
El obispo Arias Dávila, humanista y reformista, mecenas de
las artes y las letras, llevado por su afición a los libros y por conocer el
nuevo sistema de elaboración de incunables inventado por Gutenberg, es
considerado el introductor de la imprenta en España. A instancias suyas, el
tipógrafo alemán instaló su taller en Segovia, siendo el primer impresor que
trabajó en España.
Siguiendo este ejemplo, otras ciudades también dispusieron de
imprentas, como Zaragoza o Barcelona, en torno a 1475. Al final del siglo XV
había en España unas treinta imprentas en distintas ciudades y municipios,
tales como Valencia, Sevilla, Salamanca, Burgos, Toledo, Zamora, Murcia,
Granada, etc. Los Reyes Católicos, advirtiendo la utilidad propagandística del
libro impreso, favorecieron el nuevo arte, impulsando el establecimiento de
impresores en Castilla y eximiendo a los libros del pago de impuestos a partir
de 1482.
Sevilla
No tardaría mucho, por tanto, en llegar la imprenta a
Sevilla, donde la obra Repertorium (un compendio de derecho canónico), del
jurista Alonso Díaz de Montalvo, es considerada el primer libro impreso en la
ciudad, en 1477. Pese a la tendencia general descrita, lo cierto es que los primeros impresores
documentados en Sevilla fueron los españoles Antonio Martínez, Bartolomé Segura
y Alfonso del Puerto, entre otros, que comenzaron actuando como una sociedad.
Imprimían fundamentalmente bulas e indulgencias, datadas entre los años 1472 y
1473, pero entre sus obras destaca las Introductiones
latinae de Lebrija, en 1481. Durante la época incunable, la mayoría de los
libros impresos en la ciudad sería de temática religiosa y en castellano, lo
que satisfacía la demanda local.
No obstante, también se asentaron en Sevilla impresores
extranjeros, como los cuatro socios que se hicieron llamar en los colofones de
sus obras los “Compañeros alemanes”: Pablo de Colonia, Juan Pegnitzer, Magno
Herbst y Tomás Glockner, en torno a 1490. Ese mismo año, atendiendo la llamada
de los Reyes Católicos, también se les une el alemán Meinardo Ungunt y el
polaco Estanislao Polono, pero la sociedad comienza pronto a dividirse y para 1499
solo quedan dos socios. Se les atribuye, en total, unas sesenta ediciones de
diversa índole, como las Vidas de
Plutarco, la Crónica del Cid y la
Introductio circa missam, de Rodrigo
de Santaella.
Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo Sevilla era la
ciudad más próspera y poblada de Castilla, un importante núcleo comercial y
sede de relevantes instituciones religiosas, educativas y marítimas, como la
Casa de la Contratación, órgano monárquico del que dependían los negocios y la
navegación con las Indias. No es de extrañar, pues, que a inicios del
Quinientos la imprenta fuera un invento arraigado en la ciudad.
Los Cromberger
De entre todas, sería la de la familia Cromberger, afincada
en Sevilla,
la imprenta española más
importante de la primera mitad del siglo XVI, de la que se conocen cerca de
seiscientas ediciones con su sello, cifra asombrosa para una empresa
tipográfica de la época. Junto a las demás, convirtieron Sevilla en el centro
más importante de producción y comercio de libros de la península ibérica. La
relevancia histórica de la Imprenta Cromberger viene determinada por ser el
taller tipográfico más prolífico de la época y por establecer en México la
primera imprenta que conoció el Nuevo
Mundo.
La saga de los Cromberger, tres generaciones de impresores,
editores y libreros, se inicia con Jacobo Cromberger, oriundo de Nuremberg
(Alemania), que se afinca en Sevilla a principios del siglo XVI y trabaja en el
taller de Meinardo Ungunt. Cuando fallece su patrón, contrae matrimonio con la
viuda y se hace cargo del negocio, combinando la producción de obras breves con
otras más importantes, como son los libros litúrgicos encargados por contrato y
con pago garantizado. Combatía, así, el riesgo de ruina que corre este tipo de
negocio que invierte en maquinaria, papel y personal con perspectivas de venta
de la producción o… por la persecución religiosa de obras prohibidas. En
cualquier caso, de su imprenta salen desde obras erasmistas hasta libros de
caballerías, imprimiendo ediciones de Amadís de Gaula y Amadís de Grecia, entre otras. Consigue así estimular una demanda
con obras de ficción cuyo modelo de presentación sería imitado por otras
imprentas españolas y hasta extranjeras. Y convierte su taller en la imprenta más
importante de la primera mitad del siglo XVI, hecho contrastado por inventarios
de su almacén, realizados en 1528 y 1549, que registran casi siete mil
ejemplares de libros de caballerías impresos en folio, y otros casi diez mil de
otras obras caballerescas.
El libro más antiguo que se conoce de la imprenta
Cromberger es In Magistri Petri Hispani Logicam Indagatia, de 1503. Desde
entonces, durante toda la carrera de Jacobo y sus sucesores, alrededor de dos
tercios de los libros impresos en Sevilla salieron de su imprenta, lo que se
sabe porque la mayoría de ellos llevaba su marca “I.C” con una cruz en la parte
superior de una esfera dividida (Ver fotografía de la placa indicativa de la
ubicación de la imprenta).
De sus tres hijos, Francisco –el mayor, fallecido a edad
temprana-, Catalina y Juan, este último heredaría la imprenta, continuando no
solo con el taller familiar y produciendo obras de mayor calidad, sino
ampliando el negocio a otros lugares de España, Portugal y, particularmente,
América. Juan consiguió el monopolio para
la exportación de libros y cartillas a la Nueva España, para lo que envió a
México, en 1539, a su operario, el cajista italiano Giovanni Paoli (conocido
como Juan Pablos), con el material necesario para establecer la que sería la
primera imprenta que funcionaría en el Nuevo Mundo. El taller se instaló en la
casa que poseía el obispo de México, fray Juan de Zumárraga, cerca del Zócalo,
en el centro de la ciudad. Y allí se imprimió el Manual de Adultos, de 1540, considerado el primer libro americano.
Los Cromberger editaron muchos de los títulos que circularon
con más frecuencia en las Indias: ediciones litúrgicas, libros de horas, obras
de devoción, escritos de los Padres de la Iglesia en castellano, algunas obras
de Nebrija, tratados de medicina, crónicas, escritos de Erasmo y también libros
de entretenimiento, como son romances y coplas, y de ficción caballeresca, todas
ellas populares en la península ibérica.
En recompensa por haber invertido en México, el Emperador de
España le concede a Juan Cromberger el monopolio tanto sobre la imprenta en la
Nueva España como sobre la exportación de libros hacia allí. Un monopolio a la
exportación que se prorrogaba anualmente, por lo que, en 1543, coincidiendo con
el auge de Medina del Campo como centro del comercio del libro que hasta
entonces Sevilla había acaparado, los mercaderes de Castilla comenzaron a
exportar a América.
Tipógrafo tan distinguido como su padre, Juan Cromberger
murió en 1540, dejando nueve hijos. Pero como el mayor era todavía demasiado joven
para tomar las riendas del taller, sería su madre enviudada, Brígida
Maldonado, la que asumiría el control
del negocio. Era una mujer fuerte e inteligente que, durante los cinco años que
regentó la imprenta, mostró una actitud innovadora y muy emprendedora,
negociando una renovación del monopolio
cromberguiano sobre la exportación de libros a Nueva España y la impresión de
libros en aquella colonia.
Pero ésta es otra historia de la que se hizo eco el Archivo
Histórico de Sevilla al exponer en una muestra temporal protocolos notariales que
revelan la figura de esta empresaria visionaria, considerada la primera mujer
al frente de una imprenta en Andalucía.
La fama e importante producción de la imprenta Cromberger permitieron
que sus ediciones llegaran a todo tipo de lectores, tanto humildes como ricos,
y a las manos de coleccionistas, como Hernando Colón, hijo del Almirante, e
incluso a las de Miguel de Cervantes, quien leería, años después, libros de
caballerías en ediciones cromberguianas que, sin duda, contribuyeron a que Don
Quijote se materializase en una novela.
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Bibliografía:
Clive Griffin, Los Cromberger y
su imprenta, Revista Andalucía en la historia nº 40, abril 2013.
Amelia Bulnes, El triste vaso de
Brígida Maldonado, artículo de El País, 26 agosto 2025.
Joaquín Hazañas y la Rúa, La
imprenta en Sevilla, ensayo de una historia de la tipografía sevillana.
Imprenta de la Revista de Tribunales, 1982.