jueves, 30 de enero de 2025

La sanidad de los funcionarios

Tras unos meses de tensas negociaciones, el Gobierno ha cedido a las pretensiones de las aseguradoras que proporcionan a los funcionarios la posibilidad de ser atendidos en clínicas de la medicina privada. Disfrutan de ese privilegio desde antiguo y se consolidó con la democracia, cuando se creó Muface en 1975, la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado, un organismo público, dependiente en la actualidad del Ministerio para la Transformación Digital y de la Función Pública, que absorbió el mutualismo administrativo creado en el franquismo, cuando la Seguridad Social no era universal, cosa que se consiguió en 1989. Además de las prestaciones sanitarias, Muface gestiona el Plan de Pensiones de la Administración General del Estado, el mayor plan de pensiones de empleo de Europa. No es un gestor cualquiera, pero Muface se ha doblegado ante las aseguradoras.

Pero no todos los funcionarios pertenecen a Muface. Los funcionarios de Defensa y de Justicia disponen de sus propias mutualidades, con similar régimen. Un régimen, financiado con dinero público, que permite a sus beneficiarios elegir que las prestaciones sanitarias puedan recibirlas bien a través de su mutualidad, bien por el Sistema Público de Salud. Todo un privilegio exclusivo que disfrutan 1,5 millones (profesores, policías nacionales o funcionarios de prisiones) entre los 2.968.522 servidores públicos que hay en España. Un privilegio al que el resto de trabajadores (sean empleados públicos o privados) y, por supuesto, los ciudadanos en general no tienen derecho, aunque paguen los mismos impuestos.

La realidad es que, incomprensiblemente, el modelo Muface privilegia a unos trabajadores públicos frente al resto de trabajadores, en función de unos derechos bastante discutibles y, en todo caso, inaceptables, puesto que genera inequidad a la hora de ejercer el derecho a la Salud. Máxime si unos pocos utilizan la opción concertada para patologías menores y, para las graves y complejas, recurren a la sanidad pública, que debería ser la única financiada con fondos públicos.

Por lo que sea, el Gobierno ha cedido a las pretensiones de las aseguradoras, como Adeslas, DKV o Asisa (que atienden a más del 80 por ciento de los funcionarios que optan por la sanidad privada), aumentar en un 41,2 % la prima que cobran por prestar asistencia sanitaria privada a los funcionarios con cargo al erario público, cuyo montante anual ronda los 1.500 millones de euros. En un pulso inédito, el Gobierno había ofrecido en una primera licitación una subida del 17 % que las aseguradoras dejaron desierta porque, a su juicio, no cubría el déficit que venían arrastrando, a pesar de lo cual declaran cada año pingues beneficios. Ante el plante, el Ejecutivo ofreció entonces una subida del 33,5 % que tampoco fue aceptada. Hasta que finalmente se logró el acuerdo gracias a un incremento de la prima del 41,2 por ciento. Un "esfuerzo" económico que los funcionarios beneficiados han valorado positivamente, como cabía esperar, ya que les permite seguir disfrutando de un derecho privilegiado a la Salud durante los próximos tres años y no tener que engrosar las listas de espera de la sanidad pública, como objetaban.

El Gobierno arguye, por su parte, que ha garantizado la atención a los 1,5 millones de funcionarios y sus familias a través de la sanidad concertada. Lo que ni unos ni otros destacan es que con los recursos que se invierten en la sanidad concertada podrían aliviarse buena parte de los problemas que aquejan a la sanidad pública. De hecho, el Ministerio de Sanidad -ajeno en estas negociaciones- defendía en un informe que era "viable y razonable" absorber la asistencia sanitaria de esos funcionarios por la sanidad pública. Porque con un incremento del 40 por ciento del presupuesto en Sanidad podrían construirse más hospitales, contratar más médicos y reducir las listas de espera.

Pero, al parecer, han prevalecido los intereses particulares de las aseguradoras por encima del interés general de los ciudadanos, del mismo modo que se mantiene, también incomprensiblemente, la educación concertada en detrimento de la pública. Y es que, con el sistema de concertación de servicios, el Gobierno practica dejación de funciones en beneficio del sector privado, cuya máxima preocupación, como empresa, es la cuenta de resultados, como ha quedado meridianamente claro con estas estas negociaciones de Muface. Se perpetúa, así, la anomalía de financiar con fondos públicos el disfrute de privilegios por parte de una minoría selecta de ciudadanos, lo que genera desigualdad e ineficiencia para ejercer derechos básicos, como la Salud y la Educación, pilares del Estado del Bienestar.

El acuerdo de Muface satisfará a sus privilegiados beneficiarios, pero entristecerá al resto de la población, aquella que no es atendida en clínicas privadas con cargo al Estado. Un acuerdo que llega, precisamente, cuando mayor es el ataque dirigido contra la sanidad pública por parte de gobiernos autonómicos conservadores, empeñados en deteriorarla para obligar a sus usuarios a preferir la asistencia privada. Es triste constatar que, si ni siquiera el Gobierno central, presuntamente progresista, prioriza la sanidad pública, difícilmente se podrá proporcionar la mejor cobertura sanitaria posible, de manera universal y gratuita, a toda la población, sin demoras ni carencias. Y sin privilegios. .                 

domingo, 26 de enero de 2025

Mis vivencias en el Bellas Artes (II)

Es curioso que el Museo de Bellas Artes de Sevilla (MBAS) apenas disponga de obras de uno de los máximos representantes de la pintura española y la historia del arte occidental, como es el sevillano  Diego Velázquez, cuyos lienzos cuelgan, sin embargo, de las paredes del Ayuntamiento y el Hospital de los Venerables de la capital hispalense, además de los más importantes museos del mundo, como el del Prado, de Madrid, el Wellington y la National Gallery de Londres, el Metropolitano de Arte de Nueva York, la Galería Dora Pamphili de Roma o el de Historia del Arte de Viena, entre otros.

Esta insólita ausencia de Velázquez en el MBAS sólo es compensada por “Retrato de Cristóbal Suárez de Ribera”, una obra póstuma sobre ese sacerdote, que pertenece a la Hermandad de San Hermenegildo, y, desde hace poco tiempo, el cuadro “Cabeza de Apóstol”, que pertenece al Museo del Prado, que lo ha cedido en depósito mientras se conmemora el 425 aniversario del nacimiento del artista sevillano en la pinacoteca de Sevilla.

Y, precisamente, delante de esa “Cabeza de apóstol”, un óleo de pequeño tamaño, es donde me detengo sin prisas a contemplarla y admirarla, pues, para mí, es otra de las maravillas que alberga, al menos temporalmente, este museo que me impresiona sobremanera. Se trata de un cuadro pintado por Velázquez entre 1619 y 1620, que representa  la cabeza de un apóstol no identificado, en el que destaca un predominante color pardo oscuro, típico de la producción sevillana del joven Velázquez.

El genial artista, que a los 24 años se traslada a Madrid y es nombrado pintor de cámara del rey Felipe IV, pinta el rostro de un anciano, basándose probablemente en un modelo real, de faz enjuta e incluso sucia, con bolsas en los ojos, penetrante mirada y profundas arrugas en la frente, en el que el modelado del cabello y la larga barba, entremezclados de canas, recuerda al anciano del Aguador del mismo autor. Todo ello denota la ausencia de cualquier clase de idealización del personaje en la intención del autor y sitúa la obra en la órbita del naturalismo tenebrista, remarcado por la oscuridad del cuadro.

Esa oscuridad, conseguida mediante una gran economía de tonos cromáticos, recibe, sin embargo, una tenue luz, proveniente de algún foco situado a la izquierda, que incide en la zona derecha del rostro, dejando el resto en absoluta penumbra, y al que, por el contraste lumínico sobre el fondo neutro, dota de volumen, como si esos toques de luz lo modelaran hasta definir las peculiaridades de la piel, consiguiendo transmitir, en su conjunto, una sensación de naturalidad y vida.

Se percibe, además, que Velázquez empleó largas pero precisas pinceladas, propias de su genialidad, para pintar los profundos surcos de las arrugas de la frente y el cabello y las barbas, de manera similar a las empleadas en otras obras tempranas del autor. Tal técnica confiere carácter a la figura, transmitiendo esa sensación de naturalismo, del que Velázquez fue uno de los principales protagonistas.

No en balde Diego Rodríguez de Silva y Velázquez es el pintor más importante y reconocido de la historia del arte de España, siendo un maestro del realismo y de la técnica del claroscuro, con la que es capaz de capturar la luz y la sombra de forma asombrosamente realista. Su influencia en el desarrollo del género del retrato es reconocida, pues logra captar la personalidad y el carácter del sujeto, como lo atestiguan este cuadro de “Cabeza de apóstol” y demás retratos de la familia real española, que son considerados obras maestras del género y del arte en general.

No es extraño, pues, permanecer boquiabiertos delante de esta obra, como me pasa a mí.

sábado, 25 de enero de 2025

Cuando las paredes hablan

Para el que siente pasión por la escritura no existe mayor satisfacción que ver publicado lo que escribe, lo reconozca o no. Yo admito abiertamente sentirme muy feliz por dar a conocer un libro de relatos que explora las vivencias que experimentan los que sufren algún trastorno de la salud y los que los atienden y tratan en un hospital. Sentidas historias que se acumulan en silencio, cual capas de pintura, entre las paredes de cualquier habitación hospitalaria hasta que alguien se presta a escucharlas y, como en esta obra, pueden ser conocidas e incluso comprendidas.

Se trata del libro titulado, “Historias hospitalarias. Cuando las paredes hablan”, que acaba de salir de imprenta, publicado y distribuido por la Editorial Círculo Rojo (https://www.libreriaeditorialcirculorojo.com/producto/historias-hospitalarias-cuando-las-paredes-hablan/), y que también estará disponible por medio de Amazon.

Los relatos que contiene parten de la realidad a la que me he enfrentado durante cuatro décadas como profesional de Enfermería, pero reelaborados literariamente para ofrecer una perspectiva personal sobre situaciones que apenas son conocidas fuera de los muros impermeables de los hospitales. Historias que nacen de mi experiencia como sanitario y de la necesidad de contar, como periodista que también ahorma mi formación, lo que me impresiona, conmueve e influye de unos pacientes  que gritan con la mirada, sin pronunciar palabra, reclamando comprensión y ayuda en los momentos más indefensos y vulnerables de sus vidas.

Historias hospitalarias, cuando las paredes hablan es mi segundo libro de relatos, quizás el más personal y sincero, con el que, mediante escuetas pinceladas descriptivas, intento mostrar todo el  caleidoscopio de emociones que aflora, evidenciando miedos, angustias, expectativas y actitudes, en quienes se hallan encerrados en esos cubículos deshumanizados, asépticos y fríos de cualquier estancia hospitalaria, y que denota la calidad humana no solo de los pacientes, sino también de los profesionales encargados de atenderlos y cuidarlos.

En definitiva, es un libro de relatos que invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida, la empatía y la solidaridad humana, y que estoy seguro despertará la atención y el interés de cualquier persona sensible que lo lea, aunque no haya sufrido ninguna experiencia semejante ni como enfermo ni como sanitario, afortunadamente..  

martes, 21 de enero de 2025

Mis vivencias en el Bellas Artes (I)

Visitar un museo constituye siempre una vivencia sorprendente porque nunca te deja indiferente, para bien o para mal. Y las veces que esa vivencia decepciona es, principalmente, porque no sabemos lo que estamos viendo (sí, es un cuadro, pero poco más) o ignoramos el significado que guarda cualquier obra expuesta con la cultura en la que se encuadra. Es decir, no conocemos el valor artístico aunque sospechamos su importancia por el mero hecho de estar exhibida en un museo. Y es que sin un mínimo de conocimientos generales, máxime si se trata de arte, es difícil valorar la relevancia de nada, ya sea un cuadro, una escultura, una cafetera o un vino. Es una exigencia válida para la vida diaria que se adquiere con la experiencia o los estudios y lecturas. Solo así podremos apreciar el valor de cada objeto, sea artístico o no.

Y eso es, justamente, lo que me sucedió a mí. La primera vez que visité el Museo de Bellas Artes de Sevilla, en mis años mozos, salí frustrado a la media hora. Aquellas pinturas me resultaban tétricas, oscuras y propias de un anticuario o de una iglesia de fúnebre atmósfera. No me gustó nada porque yo era tan “moderno” que no entendía lo que estaba mirando. Aquel estilo (todas las obras me parecían del mismo estilo) de fondos negros, temas religiosos y marcos sobrecargados, me impresionó desagradablemente. Recuerdo que pensé que esto yo no lo colgaría en mi casa ni muerto. Ahora lo reconozco: era un paleto ignorante.

A lo largo de mi vida he visitado en múltiples ocasiones el Bellas Artes. Y cada vez me iba gustando más, hasta el punto de quedarme extasiado con algunas de sus obras, a pesar de seguir siendo un ignorante en historia del arte. Y esa historia del arte que se producía en Sevilla –que influía en otras corrientes artísticas de Andalucía y, al mismo tiempo, recibía influencias de esas y de otras extranjeras- es lo que se puede apreciar, sabiendo lo que vemos, en el Museo sevillano: la evolución del arte medieval hasta el moderno en pintura y escultura. A cada visita se despertaba mi admiración por alguna obra que anteriormente me dejaba indiferente

Por eso, hoy, quisiera dejar constancia de las obras que para mí suponen toda una sorpresa que me dejan con la boca abierta, que me impactan por la magistral ejecución con la que han sido elaboradas y por la que siguen despertando admiración al cabo de los siglos. Serán sólo tres ejemplos de las maravillas que atesora el Museo de Bellas Artes de Sevilla y que para este analfabeto en Arte constituyen muestras magistrales del arte sevillano a lo largo de su historia. Son éstas:

San Jerónimo penitente, una de las pocas esculturas que se conservan del italiano Pietro Torrigiano durante su estancia en Sevilla, a la que llega en 1521 hasta su fallecimiento en 1528. Es tan impresionante que se expone en solitario en una sala del museo. La obra, realizada en barro cocido policromado (material habitual en la Sevilla de los siglos XV y XVI), muestra al santo en tamaño natural, con una rodilla en tierra y portando una cruz en su mano izquierda mientras que con la derecha cobija una piedra con la que se mortifica, golpeándose con ella.     

Impresiona sobre todo la perfecta anatomía del cuerpo esculpido, con sus músculos y las venas que los recorren correctamente señalados, cuyo realismo despierta la emoción del observador. Para elaborarla, el escultor tomó de modelo a un viejo criado de unos comerciantes florentinos afincados en Sevilla, esculpiendo, así, un anciano fibroso y delgado, compacto pero no voluminoso, que mantiene una posición tensa en un equilibrio inestable. Aparte del impactante estudio anatómico, en la escultura destacan, además, su magnífica cabeza y los pliegues del paño, detalles todos ellos que dotan a la figura de una capacidad expresiva excepcional, lo que pone de relieve no solo conocimientos de la estatuaria clásica del autor, sino también su trabajo con modelos vivos y la formación adquirida a través de algunas de las mejores obras y autores del Renacimiento italiano.

Por ello no es de extrañar que esta obra, admirada por sus contemporáneos y elogiada por la  crítica artística posterior, causara sensación entre los artistas sevillanos de su tiempo, pues introdujo las formas plenamente renacentistas en la escultura sevillana. De hecho, ha servido de referente para cincelar anatomía en innumerables escultores de generaciones posteriores. Incluso, la imagen del santo esculpido por Torrigiano sentó un precedente y ha pasado a formar parte, desde entonces, de su iconografía a la hora de representarlo.

San Jerónimo penitente es, pues, una obra universal, referente de la Historia del Arte, que tenemos la suerte de poder admirar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Para el crítico de principios del siglo XIX Ceán Bermúdez, no es solo “la mejor pieza de escultura moderna que hay en España, sino que se duda la haya mejor que ella en Italia o Francia”.

Conociendo estos datos, es fácil quedar fascinado ante una obra tan impresionante. 

domingo, 19 de enero de 2025

Un putero y violento en la Casa Blanca

No, no son ataques calumniosos hacia el flamante inquilino de la sede del Gobierno más poderoso del mundo. Es, simplemente, una manera vulgar -para que todos lo entiendan- de describir lo que fallos judiciales e imputaciones diversas han determinado sobre el delincuente que dirigirá los destinos de Estados Unidos de América (EE UU) e influirá en gobiernos de todo el planeta a partir de esta semana.

Aparte de ser el único presidente sometido a juicio político (impeachment) dos veces,  Donald Trumo es un putero porque una sentencia lo ha condenado por pagar 130.000 dólares, durante la campaña electoral de 2016,  a una prostituta para que guardara silencio, procurando camuflar el pago. Y es violento en tanto en cuanto intentó interferir en el resultado electoral de las presidenciales de 2020, que perdió frente a Joe Biden, al promover y apoyar el asalto violento y el caos desencadenado en el Capitolio para retrasar la certificación de aquellas eleccio0nes, y también por intentar anular su derrota electoral en el estado de Georgia ese mismo año.

Por ninguno de esos y otros delitos el ínclito presidente de los EE UU pisará la cárcel ni pagará multa, pero quedará señalado como el primer delincuente convicto que se sienta en el Despacho Oval de la Casa Blanca, desde donde dirigirá los destinos de su país e influirá en los del mundo entero durante los próximos cuatro años. Con todo, no son sus antecedentes penales lo más peligroso del mandatario estadounidense, sino sus intenciones políticas, de las que su pasado es señal de lo que nos aguarda.

Y es que Trump, de 78 años de edad, accede por segunda vez a la presidencia de EE UU con afán vengativo y dispuesto completar el programa radical que no pudo cumplir en su anterior mandato. Y lo hace desde la tranquilidad que disfruta por su inmunidad ante las causas judiciales que pendían sobre su cabeza y por el apoyo social y político que respalda su ideología populista de ultraderecha. Y que cuenta, por si fuera poco, con la bendición de la oligarquía tecnológica de los ultrarricos ultraliberales.

Es decir, Trump viene con más fuerza y más posibilidades que nunca para polarizar aun más su país y acabar de desestabilizar las relaciones y el orden internacional, en función de un proteccionismo comercial, los intereses nacionalistas de su política hostil a la globalización y las ambiciones empresariales de sus socios ultraliberales. Todo ello convenientemente elaborado con un relato antisistema, bulos y conspiraciones a mogollón y las siempre eficaces raciones de racismo y xenofobia. Una narrativa mediática con la que ofrecer hechos alternativos que sustituyan a la realidad para así controlar la interpretación de las políticas gubernamentales. Vamos, lo que ya hizo en su anterior etapa en la Casa Blanca, pero ahora con el añadido imperialista de anexionarse Groenlandia (tanto si se avienen a venderla como si no), incorporar Canadá como un estado más de EE UU y recuperar el control del Canal de Panamá, todo ello mediante presiones comerciales o el uso de la fuerza, si fuera preciso. Lo dicho: viene envalentonado.

No es difícil adivinar el comportamiento de Trump como presidente putero e irascible de la primera potencia mundial con solo recordar su anterior ejecutoria desde el 1600 de la avenida Pennsylvania de Washington. Sus impulsos son igualmente irascibles e inmorales. Porque lo primero que hizo la vez anterior fue desmantelar el programa de sanidad pública conocido como Obamacare (que no pudo derogar, pero sí erosionar). También mandó construir de manera inmediata un muro físico de 3.000 kilómetros, paralelo a la frontera con México, que impidiera la inmigración irregular procedente de su vecino del sur. Y ordenó suspender la acogida de refugiados de Siria, Irak, Irán, Libia, Yemen, Sudán y Somalia, en lo que se llamó la “prohibición musulmana”, con el fin de proteger al país del terrorismo extranjero. Además, firmó sendas órdenes ejecutivas para revisar las regulaciones medioambientales restrictivas que afectaban a varios proyectos de oleoductos. Y todo esto en sus primeros diez días de gobierno. Es así de impulsivo, como buen iluminado que se cree providencial.

Tan iluminado que no dudó en despreciar a la Unión Europea, donde se teme su nueva presidencia; descalificar a la OTAN y amenazar con salirse del tratado; no respetar a la ONU, a la que considera un “club de gente que se reúne para pasárselo bien”; abandonar la UNESCO; dar portazo al Consejo de Derechos Humanos de la ONU (UNHRC); dejar de contribuir con fondos a la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA); cuestionar a la OMS por supuesta “mala gestión” de la pandemia del SAR-Cov-2;  abandonar el Acuerdo del Clima de París para no comprometerse con las reducciones de emisiones contaminantes; desvincularse del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), etc.

Si añadimos a lo anterior sus preferencias por los líderes de fuerte personalidad pero poco recomendables, como el dictador norcoreano Kim Jong-un, el presidente ruso Vladimir Putin, el genocida israelí Benjamín Netanyahu; sus simpatías por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y sus amigos Jair Bolsonaro, Georgia Meloni, Javier Milei, Viktor Orbán, Nigel Farage, Éric Zemmour, Tom Van Grieken, Mateusz Morawiecki y Santiago Abascal, rancios representantes del populismo de ultraderecha que recorre el mundo e invitados ilustres a la ceremonia de toma de posesión, poco queda por decir de lo que nos espera en el nuevo mandato de Donald Trump, salvo que Dios nos coja confesados.

Nos aguarda un mundo menos seguro, en el que no se respete el Derecho Internacional, rija una economía de aranceles a la importación, el proteccionismo más aislacionista, la desregulación que favorece al poderoso, la injusticia social y racial, la amenaza en vez de la diplomacia y el desprecio a los Derechos Humanos en nombre de la seguridad..

Que un putero y violento, además de narcisista y embustero, magnate de los negocios que se jacta “saber más” que todos esos políticos “perdedores” que no tienen “ni idea”, siente sus posaderas en la Casa Blanca no augura nada bueno a nadie, excepto a la corte de multimillonarios de las `big tech´ que lo acompaña, adula y financia, y al que su trayectoria retrata con más fidelidad que cualquier biografía y dibuja el negro panorama al que nos enfrentamos desde hoy. ¡Ojalá me equivoque!

miércoles, 15 de enero de 2025

La gripe y el deterioro de la Sanidad

Se está haciendo recurrente, a partir de la pandemia de la Covid de 2020, avisar de que los centros de salud y las urgencias de los hospitales están a punto de colapsar cada vez que se desata una epidemia estacional, como la de la gripe en invierno. Y este año no iba a ser una excepción. Proliferan ya por todos los medios de comunicación las noticias sobre la saturación que soportan la Atención Primaria y las Urgencias hospitalarias debido a los casos de gripe y otras enfermedades respiratorias propias del invierno (virus sincital, parainfluenza, rinovirus, neumonías bacterianas, covid-19, etc.) que ponen al límite la capacidad del Sistema Nacional de Salud. Noticias de las que se desprende, por la insuficiencia de datos, que al parecer antes no se producían períodos álgidos de ninguna infección -salvo la Covid-  que llenara de camas los pasillos de las urgencias y las salas de observación de los hospitales, cosa que no es cierto. Yo he sido testigo de incrementos notables de ingresos, y no solo en invierno, que saturaban las urgencias y los ambulatorios de muestra red pública asistencial. Pero carecían de interés mediático y no desbordaban, salvo fechas o turnos concretos, los recursos  -camas y personal- disponibles.      

No obstante, es verdad que la gripe estacional representa un problema de Salud Pública a nivel mundial. Según la Organización Mundial de Salud (OMS), aproximadamente 1.000 millones de personas se infectan anualmente de gripe en el mundo, de las cuales entre 300.000 a 650.000 fallecen a causa de la enfermedad o de sus complicaciones. Además, por si fuera poco, existen cuatro tipos de virus gripales: A, B, C y D, con sus correspondientes subtipos. Pero son los tipos A y B los más frecuentes cada temporada, y contra los que se diseña la vacuna de uso actual en nuestro país, que se elabora en función de la epidemiología, registrada por una red de más de 140 centros nacionales en todo el mundo que forman parte del  GISRS (Global influenza Surveillance and Response System), sobre los agentes prevalentes en la temporada anterior.

En comparación con la Covid, por ejemplo, la gripe no es una patología desconocida. Es fácil de diagnosticar pues afecta a las vías respiratorias altas, donde aparece de manera súbita, provocando, al menos, alguno de estos síntomas: fiebre o febrícula, malestar general, cefalea, dolor de garganta, tos y cansancio. Lo malo es que es muy contagiosa, puesto que se transmite con suma rapidez entre las personas cuando tosen o estornudan, pero la mayoría de ellas se recupera en pocos días sin requerir tratamiento. Solo los casos graves y las personas de riesgo (por otras patologías o la edad) precisan atención médica. Y estos, al parecer, aunque no se especifica en ninguna noticia, son los que atiborran los hospitales. En cualquier caso, la vacunación es la única manera de prevenir o amortiguar la gripe, pues hace que curse con menos gravedad, lo que reduce las complicaciones en las personas vulnerables o de riesgo.

Entonces, ¿por qué estas epidemias periódicas ponen cada año en situación límite a los hospitales? La respuesta no es por el incremento previsible de la demanda asistencial, sino por la falta de planificación, los recortes y la mala gestión de los recursos de la Sanidad Pública por parte de las Comunidades Autónomas, que ejercen las competencias de Sanidad en su territorio, y del Gobierno central que no legisla para garantizar los medios del Sistema Nacional de Salud (SNS). La respuesta apunta a una situación de progresivo deterioro que lleva años produciéndose y que la pasada pandemia puso en evidencia, al destapar sus deficiencias y tensionar extraordinariamente el Sistema.

Porque fue, sobre todo, a raíz de los drásticos recortes y los tijeretazos propinados por los gobiernos de Mariano Rajoy para reducir gasto público, a causa de la crisis financiera de 2008 provocada por la especulación bancaria y la burbuja inmobiliaria, cuando se agudizó el deterioro del SNS. Tales recortes ocasionaron escasez de personal, la no cubertura de las jubilaciones y bajas por enfermedad, el cierre de plantas hospitalarias, quirófanos y consultas, limitaciones horarias en los centros de salud (que dejaron de abrir por las tardes), el aumento de la presión asistencial parejo a una menor calidad en la atención sanitaria y, en definitiva, una estructural precariedad laboral, de recursos materiales e inversiones.

Desgraciadamente, este panorama no ha mejorado mucho desde entonces, complicando sobremanera una correcta atención médica a la población, pues se han generalizado las listas de espera, hay escasez de especialistas y una explotación de unas plantillas deficitarias, que han de asumir nuevas obligaciones y restricciones que generan estrés, cansancio  y desmotivación en el personal. Todo ello se traduce en esa creciente pérdida de capacidad del sistema para atender las necesidades de salud de los ciudadanos.

Como botón de muestra, cabe citar el déficit del personal de Enfermería que acusa el sistema. Según el último informe técnico del Ministerio de Sanidad, España necesitaría 100.000 profesionales de Enfermería para equiparar su ratio con el de la Unión Europea, que es de 8,5 enfermeros por cada 1.000 habitantes, frente a los 6,5 de media en nuestro país. Este déficit genera otro efecto alarmante: cuatro de cada diez enfermeras plantea abandonar la profesión en un futuro inmediato.

Tal es el contexto que explica las tensiones que una previsible epidemia de gripe provoca. Porque se trata de una situación de crónica precariedad que repercute en la capacidad del SNS para afrontar no solo los picos –como el de la gripe-, sino cualquier demanda asistencial convencional, como las intervenciones de traumatología u oftalmología, entre otras, debidas al aumento y envejecimiento de la población.

En el caso de Andalucía, este deterioro se ha agudizado por el proceso privatizador impulsado desde que el Partido Popular gobierna la Comunidad, hasta el extremo de que, desde 2020 a 2023, el porcentaje de gasto por habitante en la Sanidad Pública se ha reducido en 2,5 puntos, mientras aumenta, en idéntico porcentaje, el del sector privado. No es de extrañar, por tanto, que para cerca del 10 por ciento de andaluces la sanidad sea el principal problema que les preocupa, según un sondeo reciente del Centro de Estudios Andaluces (Centra).  

Pero lo más grave es que este deterioro no es debido solo por cuestiones económicas (algo incomprensible en empresas de titularidad pública que dependen de los Presupuestos del Estado), sino por motivaciones ideológicas. Se trata de un deterioro intencionado que obedece a políticas orientadas al desmantelamiento de la Sanidad Pública para que sus servicios los provea el sector privado y los sufrague quien pueda permitírselo. Una privatización que no ha ido a más, hasta ahora, por el rechazo social que genera entre los usuarios y los profesionales sanitarios, y que se ha materializado en las mayores movilizaciones conocidas en defensa de la Sanidad Pública a lo largo y ancho de Andalucía.

Es por esta razón que las estructuras sanitarias se resienten ante una epidemia estacional de gripe. Un deterioro que afecta al derecho a la Salud y que contribuye, además, a agrandar la brecha de desigualdad y falta de equidad en el acceso a las prestaciones sanitarias para un sector de la población que tiene dificultades para la cobertura de sus necesidades asistenciales y no puede recurrir a los servicios ofertados por el sector privado. Y todo en nombre del mercado y del neoliberalismo imperante. 

No hay, pues, una cima de gripe en los hospitales, sino una sima en los recursos de la Sanidad Pública.  No le echen la culpa a los virus invernales.

sábado, 11 de enero de 2025

Recordar para valorar

El Gobierno ha puesto en marcha un variado programa para conmemorar el 50º aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco y la consiguiente restauración de la democracia en nuestro país. A los partidos de la derecha no les agrada la iniciativa y la rechazan de plano, entre burlas e hipérboles, aduciendo que la democracia no nació el año que murió Franco. Pero se les olvida precisar que, si bien la democracia no surgió en el año 1975 (muerte de Franco) sino en 1977 (Ley de amnistía), ésta no hubiera sido posible sin el fallecimiento de aquel. Les cuesta admitir que no hubiera sido posible una democracia en España en vida del dictador, quien repudiaba la democracia y las libertades. Negar, por tanto, esa relación condicionante solo puede responder al sectarismo y la manipulación de los que,  aun hoy, se niegan a condenar de forma inequívoca aquel golpe de Estado y la dictadura para blanquearlo mediante la ignorancia o el olvido de esa parte impresentable de nuestra historia. Motivo de más para organizar cuantos actos sean necesarios para que los españoles nacidos en democracia conozcan la verdad de una página negra de nuestro pasado reciente, la  que no se podía contar ni se quiere enseñar en los colegios.

Y es necesario hacerlo porque la democracia no es un don que cae del cielo, sino una conquista que ha costado mucho conseguir. Millones de españoles dieron su vida, tuvieron que exiliarse, fueron encarcelados, torturados o perdieron sus bienes y profesiones por defender sus ideas y luchar para que nuestro país se dotase de un régimen de libertades democrático. Una democracia cuya permanencia no está garantizada, sino que, por el contrario, está amenazada constantemente por tendencias que la ponen en riesgo al cuestionar o desconfiar de su viabilidad para resolver los problemas de los ciudadanos y propiciar de algún modo la polarización política y el distanciamiento entre dirigentes y ciudadanos.

Es imprescindible, por tanto, recordar ese pasaje oscuro de nuestra historia para poner en valor la democracia que hoy disfrutamos y que es vilipendiada, precisamente, por aquellos sectores económicos, políticos y sociales que sienten nostalgia de aquel ignominioso pasado y hacen un constante revisionismo histórico de él. Y por si fuera necesario un motivo más contundente, para exaltar la democracia al conmemorar, no el fin de una guerra ni de ninguna revolución, pero sí el día de la liberación de aquella dictadura franquista que España padeció durante cuarenta años, hasta que el dictador murió en su cama. Es conveniente, pues, relacionar la muerte del dictador con el surgimiento inmediatamente posterior  de una democracia que afortunadamente ha perdurado hasta nuestros días, pero a la que hay que defender para que no nos sea arrebatada.  

Un recordatorio y una defensa que son aun más convenientes, si cabe, en momentos como los actuales, en los que la desinformación, la manipulación y las mentiras tratan imponer relatos que no se ajustan al rigor histórico. De ahí que sea oportuno conocer el pasado para no repetir los errores cometidos. Máxime cuando los más atroces totalitarismos del siglo XX nacieron de sufragios aparentemente democráticos y en contextos, como sucede hoy, de crisis económica, polarización social, cuestionamiento de la democracia que lleva a los ciudadanos a preferir alternativas autoritarias y de un ambiente saturado de propaganda y manipulación que intoxica la confianza y la credibilidad en las instituciones y los  dirigentes.

Hay que recordarlo y tenerlo en cuenta porque fue así como Mussolini accedió al poder en Italia, en 1924, tras  obtener el 64 por ciento de los votos válidos. O Hitler en Alemania, cuando consolidó su liderazgo en las elecciones parlamentarias de 1933. E, incluso, en la España franquista, cuando el dictador aseguró la continuidad de su régimen mediante un referéndum sobre la Ley de Sucesión, en 1947, por el que Franco se convertía en regente del Reino de España con potestad de designar al futuro rey de España, como de hecho hizo. Un referéndum que ganó con el 93 por ciento de los votos.  

Es útil recordar para valorar. Recordar que con la muerte del dictador pudo al fin aflorar la democracia en nuestro país, del mismo modo que recordamos una enfermedad para valorar la vida con salud que posibilitó superarla. Y aunque parezca tabú, es útil saber que España padeció durante cuarenta años una dictadura fascista, la última de Europa. Y que, hasta que no falleció Franco, el país no pudo aspirar a vivir en democracia. Y que bajo aquel régimen nadie osaba hablar de política y menos aun criticar al dictador. No se podía hablar, aunque ahora parece que tampoco es conveniente remover la memoria de aquella época infausta de nuestra historia, ni siquiera para celebrar haberla superado. ¿Qué heridas siguen latentes? ¿Quiénes se molestan o se sienten ofendidos?

Hace poco visité una exposición sobre los hermanos Machado que subrayaba los lazos sentimentales que los unían con más fuerza que las diferencias ideológicas que mantuvieron. No contaba nada que ningún curioso de esos hechos no supiera, pero ofrecía una oportunidad para relatarla a mis hijos y a quienes la ignoraban. Un colectivo que, salvo excepciones, nada conocen de la dictadura de Franco, aquel general que se sublevó contra la República, inició una guerra civil y gobernó cerca de cuarenta años con un régimen totalitario en el que imperaba la censura, la opresión, los fusilamientos, las cárceles y las depuraciones. Un régimen político antidemocrático que rigió la economía, la cultura y la sociedad españolas durante todo ese tiempo, hasta la muerte del dictador, gracias al concurso del Ejército, de cuyas filas salieron los generales sublevados alzados en armas, la Iglesia Católica, que bendijo la dictadura como “Cruzada por Dios y España” y paseaba bajo palio al dictador, y al apoyo ideológico de los falangistas, fascistas que nutrieron de servidores al partido único tolerado, el famoso Movimiento, que conformaba el entramado de controles de la sociedad civil (Organización Sindical, Sección Femenina, Frente de Juventudes, etc.). Nada de eso se recuerda ni para honrar a sus víctimas.

Sí, es bueno recordar. Recordar que el franquismo, como todo totalitarismo, fue un régimen antidemocrático en que el Estado ejerce un control absoluto sobre todos los aspectos de la vida pública y privada, con un poder centralizado en una sola persona: el Generalísimo Franco, líder supremo, omnímodo guía de juicio inapelable, magistratura vitalicia y caudillo de España,  responsable solo “ante Dios y la Historia”. Y que pretendió dejarlo todo atado y bien atado para que sus sucesores y nostálgicos continuaran su obra.

Por eso la democracia puede salir fortalecida cuando se la compare con lo que había antes, con esa España negra y triste de una cruel dictadura que tantos años pisoteó los anhelos de libertad de los españoles. Y podrá ser valorada de manera racional cuando seamos conscientes de su fragilidad si no somos capaces de preservarla cada vez que concurramos a cualquier sufragio democrático. Porque, a falta de debate historiográfico sobre aquel período de nuestra historia, cuya enseñanza tampoco da tiempo a impartir en los colegios, bueno será, al menos, una conmemoración que refresque la memoria y abra los ojos a quienes canalizan su descontento a través de propuestas retrógradas que añoran ese pasado.   

Conmemorar que el dictador murió hace cincuenta años es, pues, celebrar que a partir de entonces la democracia pudo germinar y rige hasta hoy nuestras vidas. No por gracia de Dios, sino gracias a nuestro voto, con el que impedimos que ningún Mussolini, Hitler o similar pueda imponernos su ideario excluyente y delirios totalitarios. Recordar para valorar la democracia.      

jueves, 2 de enero de 2025

El día después

El día después del champán, las uvas, el confeti y los abrazos no es un año nuevo, sino otro día más, semejante al anterior, pero con resaca. No sucede ningún milagro y nada cambia de forma relevante salvo los precios, que experimentan una subida reglada que se suma a las producidas durante todo el año anterior por uno u otro motivo, aunque ninguno tenga que ver con encarecimientos en la cadena productiva y sí con expectativas de negocio fruto de contingencias arbitrarias. Ni siquiera la edad de nadie sufre alteración alguna que no se haya reflejado cada día en el continuo envejecimiento por oxidación de la materia, ni los buenos propósitos expresados por efecto de una euforia festivo-etílica tienen más consistencia que el humo dispersado por el aire.

De hecho, el día después es tan monótono, aunque paralice en parte la rutina laboral, que resulta aburrido y hay que darle un contenido que lo signifique, aunque resulte trivial. De ahí la etiqueta llena de brillo con que catalogamos al día después como de nuevo año, contabilizado, desde hace apenas dos mil años, a partir de un determinado punto de la órbita de un planeta que lleva más de cuatro mil millones de años girando alrededor del Sol. Si algo tan banal motiva tanta euforia no es por lo preciso y determinante de la medición, sino por la propensión psicológica de la especie humana a la superstición y las creencias de su fértil imaginación. Ningún otro animal modifica su conducta por un hecho tan subjetivo que no captan sus sentidos ni procede de su medio ambiente, sino de una elaboración simbólica de la mente humana.

Es verdad que la lógica mercantilista de las sociedades actuales ritualiza cualquier nimiedad susceptible de generar grandes beneficios económicos, como acostumbra con cualquier fecha tradicionalmente festiva del calendario. Incluso inventa nuevas fechas para generar mayores ganancias, como esos “viernes negros” de consumo desbocado. De ahí que el día después no pueda escapar de esa tendencia tan rentable. Celebrar la llegada del día después es tan inevitable, por la presión social del mercado, como vestir tal y como exige la moda de cada época, so pena de distinguirte como el hereje estrafalario del rebaño.

Aun así, el día después es tan insulso e irrelevante que todo sigue igual, con los mismos problemas que arrastramos de los precedentes e idénticas posibilidades de subvertir ninguna situación o circunstancia. Es más, incluso es harto probable que las cosas empeoren aun más y los ánimos de enmienda flaqueen nada más se apague la euforia de la jornada.. Y es que el día después es solo eso: otro día que nada se diferencia del anterior ni nada lo destacará del próximo, a menos que lo importante sea que simplemente es un día más para el que sueña con vivir muchos otros. En tal caso, no hacen falta ni tantos petardos ni tantas comilonas. Sería suficiente con tener a los seres queridos cerca no solo el día después, sino cualquier otro del año en que el Sol salga por el Este y se esconda por el Oeste. Justamente, de lo que el resto de animales se vale para organizar sus vidas. ¿O acaso usted es distinto al de ayer tras todas las felicitaciones que ha dado y recibido? Por si acaso, ahí tiene una más: ¡feliz día!.     

miércoles, 1 de enero de 2025

72 en 25

Oigo la cifra, mientras la cantan, y se me pone la piel de gallina. No es fácil asumir que eres viejo con una provecta edad que ya repele y apesta, como si fuera una enfermedad. Solo los más ancianos aprecian que aun tienes futuro por delante, porque para los jóvenes eres lo más parecido a las Pirámides, restos de un pasado que nadie recuerda. Ni le importa.  Pero que a ti, aparte de asombrarte de cuán rápido se acumulan, te hace sentir que los años pasan a un ritmo distinto al tuyo, al de tu vida. Y que la edad la contabilizan los otros, mientras que tú siquiera te das cuenta de su discurrir, como el agua de un río, ignorando o haciendo caso omiso de que si cesan de fluir los años o el agua, dejan de existir la persona o el río. Parece evidente y natural, pero ni los ríos ni yo nos damos cuenta de ello hasta muy tarde, cuando el caudal se va agotando.

No es fácil, pues, celebrar 72 años en 2025, tres cuartos de tu vida en el primer cuarto del siglo, ni siquiera conservándote relativamente bien y creyendo que la salud, que no el vigor, te acompañará siempre. Te miras al espejo cada mañana y no te ves como eres en realidad, sino como te imaginas que eres, aquel que fuiste, y en quien crees percibir en sus ojos aquella ilusión que lo empujó a emprender el camino por los meandros de su existencia. Apenas notas diferencia alguna de la evolución, salvo por las canas y cuando te percatas de la de tus hijos, a los que llevabas de la mano para evitarles cualquier tropiezo, y que ahora solo necesitan de ti para rememorar fugazmente aquella sombra a la que se aferraban en su inocencia. Son ellos, con su bendito presente, los que te instalan en un pasado que les parece remoto y que, para ti, tan solo fue ayer. Lo piensas mientras los ves que te miran al cantar tu cumpleaños y relatar antiguas anécdotas edulcoradas con el tiempo.

Es difícil aceptar la edad cuando esta te aplasta con todo el peso de una cifra que da escalofríos al pronunciarla. Por lo que significa para los demás y por lo que representa para ti de un porvenir con menos plazos o garantías. No es fácil, pues, celebrar 72 en este 2025 como si consiguieras rellenar un número en el cartón de tu vida y estuvieras a punto de completar el bingo. Porque ni la metáfora del juego consigue atenuar la tragedia vital que sientes por dentro, muy dentro, allá donde la conciencia hace balance de los triunfos, pero también de los fracasos. Y donde lo único reconfortante que te permite es valorar que peor sería no poder celebrar el premio de contarlo. Otros no pudieron. Y yo ya llevo 72 en este 2025 que acabamos de inaugurar. 72 en 25.  Celebrémoslo pues, estoy en racha.