No es fácil, pues, celebrar 72 años en 2025, tres cuartos de tu vida en el primer cuarto del siglo, ni siquiera conservándote relativamente bien y creyendo que la salud, que no el vigor, te acompañará siempre. Te miras al espejo cada mañana y no te ves como eres en realidad, sino como te imaginas que eres, aquel que fuiste, y en quien crees percibir en sus ojos aquella ilusión que lo empujó a emprender el camino por los meandros de su existencia. Apenas notas diferencia alguna de la evolución, salvo por las canas y cuando te percatas de la de tus hijos, a los que llevabas de la mano para evitarles cualquier tropiezo, y que ahora solo necesitan de ti para rememorar fugazmente aquella sombra a la que se aferraban en su inocencia. Son ellos, con su bendito presente, los que te instalan en un pasado que les parece remoto y que, para ti, tan solo fue ayer. Lo piensas mientras los ves que te miran al cantar tu cumpleaños y relatar antiguas anécdotas edulcoradas con el tiempo.
Es difícil aceptar la edad cuando esta te aplasta con todo el peso de una cifra que da escalofríos al pronunciarla. Por lo que significa para los demás y por lo que representa para ti de un porvenir con menos plazos o garantías. No es fácil, pues, celebrar 72 en este 2025 como si consiguieras rellenar un número en el cartón de tu vida y estuvieras a punto de completar el bingo. Porque ni la metáfora del juego consigue atenuar la tragedia vital que sientes por dentro, muy dentro, allá donde la conciencia hace balance de los triunfos, pero también de los fracasos. Y donde lo único reconfortante que te permite es valorar que peor sería no poder celebrar el premio de contarlo. Otros no pudieron. Y yo ya llevo 72 en este 2025 que acabamos de inaugurar. 72 en 25. Celebrémoslo pues, estoy en racha.
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