Los recuerdos son imágenes congeladas en la memoria. Así recordamos hechos, personas y vivencias pasadas, cual fotogramas, mientras no se extravíen entre los pliegues del olvido. Y esas imágenes que de vez en cuando afloran a nuestra memoria no sufren los estragos del envejecimiento, pues el tiempo solo afecta al que recuerda. Por lo común, nos asombra encontrar cosas y personas que no son como los recordamos. Porque nuestros recuerdos no cambian, pero lo recordado sí envejece y cambia. Incluso, desaparece. A veces, y cada vez con más frecuencia, un fallecimiento nos obliga recordar a alguien, lo que desintegra un trozo de aquella imagen mental del tiempo compartido en el pasado, en el transcurso de nuestras existencias. Un recuerdo que ha ido quedándose atrás y que entonces retorna fracturado, como si fuera desintegrándose. Eso produce una extraña sensación de supervivencia y orfandad en quien recuerda porque muestra el destino próximo de lo que inevitablemente está condenado a desaparecer. Y, lo que es peor, a no dejar rastro. De ahí que nos esforcemos por conservar recuerdos de lo vivido. Porque todos sobrevivimos en el recuerdo de los demás, en quienes nos recuerden. Es el pensamiento que me embargó durante el breve encuentro con unos compañeros del trabajo para dar el pésame por otro amigo que muere. Vamos quedándonos atrás y desintegrándonos.
sábado, 26 de abril de 2025
viernes, 25 de abril de 2025
Cuando muere un Papa
Por eso, cuando muere un papa y el Vaticano queda vacante, se vuelve a plantear el interrogante de cómo se elige a la persona que ha de representar a san Pedro en la Tierra, al vicario de Jesucristo, como asegura la propia iglesia. ¿Es el Espíritu Santo quien elige con su gracia al Sumo Pontífice? ¿O es el Consejo de Administración de la multinacional más antigua del mundo, reunido en cónclave de cardenales electores, el que designa al nuevo CEO o gerente eclesiástico en función de las mayorías del accionariado ideológico del colegio cardenalicio? Curioso asunto para debatir en estos precisos momentos.
Porque si es la inspiración divina lo que guía las votaciones, el resultado no puede ser más arbitrario y errabundo, pues unas veces se decanta por purpurados rigoristas doctrinales y otras, por populistas reformistas. Como si el cielo no tuviera un criterio claro de lo que quiere en el mundo y menos aun del perfil de su representante en Roma. Aunque los cardenales recen el “Veni, Creátor Spíritus” antes de cada votación para sean agraciados con la inspiración del Espíritu Santo, lo divino no ilumina sus votaciones, ni mucho menos. Y eso que la cosa ha mejorado bastante a lo largo de la historia, con un listado de 264 papas, tanto legítimos como ilegítimos, casados y célibes, de casta papal familiar (padres, hijos, sobrinos) y hasta dos papas o más simultáneamente. Es decir, la pretendida acción de Dios actuando en los rectores de la iglesia, encerrados “bajo llave” (cum-clavis) en la Capilla Sixtina, no ha sido todo lo pura y divina que cabía esperar. Más parece perdida entre los caminos inescrutables por los que suele transitar.Claro que, según las escrituras, Jesús (Dios hecho hombre según el cristianismo) sólo eligió al primer papa, a Pedro, y a ninguno más. Los teólogos aseguran que también escogió a los primeros obispos, los apóstoles, cuando instituyó la Eucaristía y les concedió la capacidad de hacerlo en “su” Nombre. De ahí para adelante todo es un monumental “constructo” con el que se pretende explicar y justificar una idea, una creencia y una organización, haciendo que parezcan real e incuestionables, como la Ley de la Gravedad.
Por eso ha habido cónclaves en que la elección estaba amañada o comprada de antemano, al responder a intereses no solo religiosos sino también políticos que eran capaces de mayor influencia que el Espíritu Santo sobre sus eminentísimas. Nada extraño al comportamiento humano, máxime cuando hay que designar a un sucesor , aunque sea de san Pedro, pero que es alguien que, además, es Jefe del Estado Vaticano y una de las figuras políticas de más repercusión en el mundo mundial.
Es lo que explica que haya habido papas de todos los colores (dentro de la gama tolerada por la Iglesia). Que yo recuerde -pues uno tiene su edad y ¡ay! memoria-, Pablo VI parecía amable, pero era rigorista; Juan Pablo I no tuvo tiempo de manifestar su tendencia (murió al mes de ser nombrado) aunque parecía bonachón. Juan Pablo II parecía y actuaba como un populista mediático, pero encubrió la pederastia eclesial y la mafia económica vaticana. Benedicto XVI era rigorista acérrimo, como buen prefecto que fue de la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición), y su sucesor recién fallecido, Francisco, un populista equidistante al que las derechas extremas siempre han criticado (“Por fin nos ha dejado”, escupió Federico Jiménez Losantos por el micrófono al poco de fallecer el pontífice) porque sermoneaba contra de la desigualdad, los genocidios y las injusticias y exclusiones sociales. Hasta Milei, compatriota y presidente de su país (Argentina) lo tachó de “representante del maligno” por estar a favor de la justicia social.
¿Qué toca ahora? Nadie lo sabe, ni siquiera el Espíritu Santo. Pero, puestos a especular como hacen todos los opinadores del planeta, es posible que toque el turno a un rigorista doctrinal, ya que la geopolítica del cargo –como comenta Rosa María Artal en elDiario.es-, a los fascistas que campan crecidos por distintos gobiernos del mundo les interesa tener a uno de los suyos sentado en el Vaticano. Yo, sin embargo, prefiero un vaticinio menos lógico y más imaginativo, al tratarse de algo que escapa a la comprensión humana, cual es el tema religioso y sus tejemanejes. Y para ello me remito al siglo XVI, cuando Nostradamus predijo la llegada de un “papa negro” que sería elegido tras la muerte de un pontífice anciano. Cosa que no sería imposible, pues entre los cardenales candidatos hay un arzobispo africano, verbalmente duro contra la homosexualidad. Pero si yo fuera el Espíritu Santo, me mantendría todo lo que pudiera alejado de un cónclave al que le afectan tantos intereses... mundanos y divinos. Como siempre y por toda la eternidad. Amén.
miércoles, 16 de abril de 2025
Lo más alto del glamour
Tal era, sin más, el propósito del último lanzamiento, el 14 de abril pasado, del cohete New Shepard, el tercero en 2025 y el segundo tripulado, de la empresa aeroespacial Blue Origin, fundada por Jeff Bezos, dueño también de Amazon. La cápsula transportaba a la cantante Katy Perry, las periodistas Gayle King y Lauren Sánchez, la empresaria Amanda Nguyen, la ingeniera Aisha Bowe y la productora de cine Kerianne Flynn. Es decir, era la primera vez que un vuelo espacial estaba compuesto por una tripulación totalmente femenina, con excepción de la primera astronauta de la historia, Valentina Tereshkova, que tripuló la Vostok 6, en 1963, dando 48 vueltas a la Tierra durante tres días. En contraste con la pionera rusa, la distinguida y competente tripulación de la New Shepard protagonizó, más que un vuelo espacial, un salto de 10 minutos y 21 segundos de duración hasta los 100 kilómetros de altura para disfrutar de unos pocos minutos de la falta de gravedad, antes de descender enseguida de manera controlada cerca del lugar de lanzamiento. Algo que solo se lo pueden permitir quienes puedan costearse una aventura tan corta pero fascinante, aunque completamente inútil para el progreso de la ciencia y de nula repercusión para la humanidad.
Eso sí, la “misión” cumplió el objetivo de las “astronautas” de elevar el glamour al espacio. Con tal fin, la tripulación iba perfectamente maquillada y no escamoteó fotos por Instagram de sus entallados monos de color azul, a juego con la marca Blue Origin, ceñidos a la cintura, y que incluían la opción de una pierna ligeramente acampanada gracias a una fina cremallera. Una preciosidad de trajes “espaciales” que fueron confeccionados por la marca de moda Monse escaneando en 3D el cuerpo de cada pasajera para conseguir un ajuste perfecto. Todo muy cuqui y osá. Tanto que la cantante Perry aseguró, en una entrevista para la revista Elle, que “el espacio sería por fin glamuroso”. Un pequeño paso para la mujer, pero un gran salto para la humanidad, le faltó decir.Lo verdaderamente relevante del hecho es comprobar que cualquier avance del ser humano, en cuanto a ideas o técnicas, es susceptible de ser utilizado como mercancía capaz de proporcionar pingües beneficios económicos. Y la aventura espacial no iba a ser una excepción. Ya existen en el mercado varias empresas, como la de Elon Musk (SpaceX), Jeff Bezos (Blue Origin) y Richard Branson (Virgin Galactic), dispuestas a aprovechar la banalización espacial para ofertar vuelos privados a turistas multimillonarios aburridos de su mortal y terrenal existencia.
Así, mientras nos entretenemos con la boca abierta con la diversión de altos vuelos de estos afortunados, aquí abajo, a ras de tierra, seguimos esquilmando los recursos naturales, apropiándonos de sus bienes y destruyendo el planeta para disfrute de unos pocos privilegiados sin escrúpulos. Un desastre para quienes miramos el espacio con otros ojos, con los que sirven para explorar lo desconocido y conocer qué somos, cómo nos originamos y qué lugar ocupamos en el cosmos.
viernes, 11 de abril de 2025
Un mundo incomprensible
Ahora, no. Ahora se invaden países y se bombardea a la población sin que representen ninguna agresión u amenaza que justifique el empleo desmesurado de la fuerza. Y se hace a la vista de todo el mundo, con total descaro y desfachatez, violando cuantas leyes y tratados impedían tales atropellos. Ucrania y Gaza son lugares en los que, ahora mismo, la gente muere por motivos espurios que nada tienen que ver ni con supuestos de seguridad ni por constituir peligro alguno para nadie, tampoco para sus agresores. Simplemente, son víctimas de los afanes expansionistas de los lunáticos que asientan sus posaderas tanto en el Kremlin de Rusia como en el Kiryat de Israel. Desde sus poltronas, esos iluminados sueñan con la Gran Rusia de las repúblicas soviéticas y el Gran Israel del pueblo elegido que solo existió en las leyendas de la Biblia. Y se emplean a ello a cualquier precio.
Ambas guerras, donde el enemigo son hombres, mujeres y niños desarmados, desprotegidos e inocentes, han trastocado un mundo basado en confianzas y certezas, el civilizado y regido por leyes y normas, para reemplazarlo por otro de salvajismos, odios y venganzas, en el que la ley del más fuerte es lo que impera, como en el pasado de imperios y reinos feudales Así, Putin ordena lanzar misiles y drones-bombas contra edificios de viviendas, centrales eléctricas o teatros de distintas ciudades de Ucrania con la finalidad de descuartizar el país y quedarse con parte del territorio limítrofe con Rusia. Y Netanyahu arrasa Gaza sin piedad, como si todos los gazatíes fuesen terroristas, con la firme voluntad de expulsar a su población y anexionarse toda la Franja para convertirla, en palabras de Trump, en un resort para judíos adinerados. Y todo ello en pleno siglo XXI y con el silencio de la comunidad internacional, incapaz de frenar tales animaladas. Si así es el mundo al que nos dirigimos, prefiero bajarme.
Entre otras cosas porque, si no fuera bastante, otro energúmeno reaccionario, de aspecto anaranjado, escala a la cúspide de la primera potencia mundial para alborotarlo todo y arrodillarlo a su servicio, sin respetar leyes de comercio, acuerdos internacionales o convenios humanitarios. Ni los Derechos Humanos ni la Globalización económica frenan los pisotones del paquidermo norteamericano en la cacharrería planetaria por materializar la nostalgia de “hacer grande América otra vez”. Está convencido de ser un líder mesiánico que, con experiencia empresarial de constructor de rascacielos y casinos y sus habilidades para mentir y manipular, puede doblegar al resto de países para que se sometan a las conveniencias aislacionistas de EE. UU., ignorando que USA ha sido grande cuando se dedicaba a tejer un tapiz de relaciones multilaterales, basadas en consensos, normas, leyes, cooperación y el respeto, al menos formal, a las democracias de cualquier Estado. Era cuando se consideraba a los EE.UU. el faro del mundo que alumbraba a los países occidentales. Pero con Donald Trump en la Casa Blanca, USA se parece más al precipicio que hay que evitar, pues con sus imposiciones arancelarias, las expulsiones de inmigrantes como si fueran delincuentes, las censuras, represiones y limitaciones a la libertad de expresión en la cultura y la ciencia, sus ambiciones imperialistas sobre países vecinos, su negacionismo climático y sus ataques a la sostenibilidad medioambiental, su rechazo a todo lo que recuerde el pensamiento woke, las denuncias y encarcelamientos a los que disienten y protestan, el cierre arbitrario de instituciones estatales y el despido masivo de funcionarios, con todo ello lo único que está consiguiendo es hacer América más antipática y pobre que nunca. Hasta los magnates que apoyaron al ínclito mandatario están volviéndose contra él, al descubrir a un irresponsable que actúa por impulsos viscerales, sin ningún plan elaborado racionalmente ni nada que se le parezca.
Incluso sus promesas pacifistas, aquellas con las que humilló al presidente de un país invadido ilegalmente, solo han servido para evidenciar su catadura moral, su altura intelectual y la estulticia de un engreído. Prometió resolver los conflictos en menos de 24 horas con una simple llamada de teléfono, y no lo ha logrado. Ucrania continúa en guerra por la integridad y soberanía de su territorio y su dignidad como pueblo, y la tregua en Palestina ha sido rota por un descontrolado Israel que ataca con renovada furia a una acosada población indefensa, cometiendo atrocidad tras atrocidad. Ninguno de los 56 conflictos activos en el mundo puede resolverse de un plumazo. Menos aun con la chulería de un bocazas. En definitiva, el mundo con Trump es más peligroso e impredecible que nunca, donde los matones abusan de los débiles sin disimulo y total impunidad. Para alguien desubicado como yo, es motivo más que sobrado para apearse de él, antes que salte por los aires.Y, para colmo, en nuestro país seguimos sin entendernos, practicando aquello tan nuestro de comunicarnos a garrotazos (políticos, judiciales o mediáticos), sin aprender nunca de los errores. Cuanta más experiencia acumulamos de vivir en democracia, peor la practicamos. Somos incapaces de respetar a las minorías y a los distintos (de pensamiento, palabra u obra). Se nos llena la boca de libertad, igualdad y tolerancia, pero nos revienta que alguien discrepe de nuestras creencias, costumbres y opiniones. Hasta disponemos de “torquemadas” leguleyos que condenan al fuego del banquillo las opiniones, viñetas, artículos, canciones, chistes, obras de teatro, ensayos y demás manifestaciones que consideren que ofenden supuestos sentimientos religiosos, cual talibanes cristianos. Son fanáticos que no admiten la aconfesionalidad del Estado y pretenden seguir tutelando la moral de la ciudadanía para que no se aparte del rebaño, como en tiempos del nacionalcatolicismo.
No sé por qué, pero somos reacios a valorar lo que tenemos porque aspiramos a alcanzar lo que envidiamos o percibimos como mejor o exclusivo, como buenos individualistas egoístas. Es por ello que lo público nos parece vulgar y lo privado, un privilegio elitista. Nos gusta fardar de colegios privados para nuestros hijos o de seguros sanitarios antes que de una educación o una sanidad públicas y accesibles para todos, sin condición.
Y eso, a pesar de que hace relativamente poco fuimos castigados por una pandemia que, si no fuera por lo público, en cuanto a gestión epidemiológica, la vacunación masiva y el tratamiento en hospitales, habríamos salido peor parados. Como esos 7.291 ancianos de Madrid que murieron solos, incomunicados de sus familiares y sin asistencia médica en sus asilos por obra y gracia de una normativa del Gobierno regional que prohibió su traslado a hospitales, aunque estuvieran infectados de la covid o se complicaran sus enfermedades crónicas. Un protocolo vergonzante que solo se aplicó en Madrid, haciéndola liderar el ranking europeo de mortandad por la pandemia, sin que nadie asuma responsabilidades ni pida disculpas.
Es por esto, y muchas otras cosas, que el mundo me parece incomprensible, inhumano e hipócrita, porque cuando aplaudíamos desde los balcones durante el confinamiento a los sanitarios que no dejaron de hacer su trabajo, condenamos a morir sin atención médica a los más vulnerables, a los que aquella orden trataba como un estorbo porque suponían una carga o gasto, a esos ancianos madrileños recluidos en asilos a espera de la muerte.
Y porque entonces asegurábamos salir de la pandemia más unidos que nunca, trabajar colectivamente por un futuro mejor que preste atención a lo que de verdad importa: las personas (nosotros y los otros), y lo primero que hicimos fue volvernos más individualistas, descerebrados negacionistas, necios antidemócratas y deliberadamente insolidarios que se dejan idiotizar por brujos populistas que irradian sus conjuros a través de las redes sociales, mediante un relato nostálgico y profundamente reaccionario sobre una España idealizada que jamás existió. Y lo aceptamos porque es más cómodo echar las culpas a los demás que asumir la responsabilidad de nuestros males.
Ahora, en este mundo “moderno” tan veloz y “light”, somos fácilmente manipulables y tremendamente crédulos, cual niños ingenuos e inocentes, a causa de la desigualdad económica, la desconfianza en las instituciones y una polarización política que contribuye a crear imágenes sesgadas, estereotipadas y hasta falseadas de la realidad, lo que socava la calidad democrática del país. No es de extrañar, por tanto, que no sepamos detectar verdaderas `boutades´, como las del arzobispo de Oviedo, que consideraba, en un artículo destacado en ABC, que la enorme cruz del Valle de los Caídos era un símbolo exento de toda ideología, cuando en realidad es la enseña de un lugar elegido por un dictador para enterrar a sus muertos mártires de la Cruzada, según decreto del mismísimo Franco.
Si tal mendacidad con nuestra historia reciente ni se rebate y sirve, encima, de munición para la confrontación, es que hemos perdido todo juicio crítico. Y que este mundo de mentiras y engaños es lo que realmente merecemos, por volubles y maleables. Pero a mí no me gusta en absoluto porque me hace sentir desplazado. Así que, lo siento, prefiero bajarme en la próxima.