Hoy finaliza el puente festivo que se forma entre el Día de
la Constitución y el de la Inmaculada Concepción, que se celebran el 6 y el 8
de diciembre, respectivamente. Son dos festividades distintas: una civil y otra
religiosa, separadas entre ellas por un día supuestamente laboral que en casi
todos los sectores económicos se suele “saltar” y disfrutar como si fuera
festivo, encadenándolo a las fechas oficialmente festivas entre las que se
halla. Es lo que se conoce como el “puente” de la Constitución y la Inmaculada.
O, simplemente, el puente de la Inmaculada.
La primera jornada conmemora la aprobación de la actual Constitución
que, tras la muerte del dictador, consagró la democracia en España, consolidando
un régimen de monarquía parlamentaria. Aparte del sistema político, configurado
como un Estado Social y democrático de derecho, el texto constitucional recoge
los derechos y libertades reconocidos a los españoles, como la igualdad de
todos ante la ley, y los derechos al trabajo y a la vivienda, por citar algunos
ejemplos.
La segunda festividad conmemora el dogma de la Iglesia
católica que considera que la Virgen María concibió a Jesucristo sin pecado
original, es decir, sin perder la virginidad ni ser fecundada por ningún
hombre.
Ambos motivos son indiferentes para la inmensa mayoría de los
ciudadanos que aprovechan estas fiestas para el descanso y el ocio, sin entrar
en disquisiciones legales o religiosas. Las asumen y las viven como lo que son,
excusas para disfrutar de días libres, remunerados y exentos de la obligación
de trabajar. Piensan que son artificios legales que sirven para descansar,
puesto que la Constitución no garantiza el derecho al trabajo a los millones de
españoles que no tienen empleo, engrosando las listas del paro, ni la vivienda
a quienes cada día, por ser víctimas de esta crisis económica que trajo consigo
la pandemia, son desahuciados de sus hogares.
De igual modo, una inmensa mayoría de españoles, sean creyentes
o no, tampoco se detiene a valorar un dogma religioso, tan fantástico como
irracional, de un embarazo sobrenatural que se construye para “encajar”
elucubraciones divinas con ambiciones terrenales, como son todas las religiones
y su afán de dominio, no sólo moral sino también material, en este mundo, cual
simple poder humano más.
Consideradas así, estas fiestas conmemoran patrañas
que se aceptan por tradición, sumisión, inconsciencia o indiferencia ante lo
que significan o pretenden validar socialmente. Mientras permitan cierto
provecho para la población en forma de descanso, no se discuten ni se
cuestionan. Se disfrutan, sin más. Por eso, este puente es calificado por muchos
como el puente de las patrañas. Y no sin razón
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