
Una especie de esquizofrenia aqueja a las autoridades
gubernamentales de España a la hora de administrar la gestión de la pandemia
que nos atenaza. Se debaten entre la protección a la salud de los ciudadanos y
la protección de la actividad económica, como demandan los sectores afectados.
Y no saben qué hacer sin molestar a unos y a otros. A los gobiernos regionales
les era más fácil criticar cualquier medida que adoptara el Gobierno central
cuando detentó el mando único del primer estado de alarma sanitaria, al inicio
del brote pandémico. Desde las autonomías se cuestionaba, según ellas, la tardía
reacción en decretar el confinamiento de la población y el parón subsiguiente de
la actividad no esencial; la excesiva duración de tales medidas por, según sospechaban, ejercer un control único que evidenciaba la tendencia al autoritarismo
del Gobierno de la nación; cuando por fin se confió las últimas etapas de la
desescalada a la cogobernanza con las autonomías, se tildó al Ejecutivo de
lavarse las manos y no asumir su responsabilidad; y cuando estas deben decidir
las restricciones que se han de imponer en función de la evolución de la pandemia
en cada territorio, empieza una competición entre ellas por ver quien atiende
mejor las exigencias de los ciudadanos sin castigar paralelamente a la
economía, culpando, eso sí, al Gobierno de no concretar medidas, en cada
Consejo Interterritorial celebrado con el Ministerio de Sanidad, comunes para
todo el mundo. En definitiva, se ha exhibido una porfía entre gobiernos, en la que
cada cual se cree más preparado y eficaz, mientras que los demás son considerados
manipuladores o sobrepasados por los contagios, sobre todo el central.
La cosa se complica a la hora de organizar un plan para las
fiestas de navidad para que los ciudadanos puedan celebrarlas y los negocios apuren
la última oportunidad del año para hacer caja. Cada uno exige ser compensado
tras tantas restricciones y pérdidas como han sufrido, lo que agrava la actitud
esquizofrénica de los gobernantes. Y estos, a su vez, pretenden contentar a
todos, sin cometer graves errores que comprometan su continuidad política. Por
eso se miran unos a otros y exigen del Gobierno de España medidas a la carta
para cada uno de ellos. Madrid quiere que las farmacias realicen test de
autodiagnóstico de anticuerpos, Andalucía pide ser ya, si no la primera, de las
primeras en vacunar a la población, cuando la Agencia Europea del Medicamento
aún no ha autorizado ninguna vacuna; otras anuncian autorizar reuniones
familiares de hasta diez personas, entre convivientes y allegados, mientras
otras las limitan a seis miembros, sólo de convivientes; y, así, hasta 17
propuestas de cara a las próximas fiestas, incluyendo, claro está, las
distintas normas de aforo, horarios comerciales y movilidad ciudadana que cada
una quiere adoptar en su respectiva comunidad.

La segunda ola de la pandemia evidenció la imprudencia del
relajo social permitido durante el verano. Los expertos epidemiológicos
advierten de que repetirlo ahora en navidad supondría facilitar la llegada de
una tercera ola, cada vez más aguda en contagios, aunque no en mortandad, pero
que puede a volver a saturar los hospitales y las ucis. La crisis económica
derivada de la pandemia no deja de hacer estragos en el empleo, las empresas y
hasta en las cuentas del Estado, a pesar de las ayudas -Ertes, aplazamientos de
impuestos y tasas, subvenciones, préstamos con aval estatal, etc.- implementadas
para amortiguar su impacto en la actividad económica. Tal generosidad, que
resulta insuficiente y no contenta a nadie, sólo se explica por el ingente apoyo
acordado por la Unión Europea para la recuperación de los estados miembros.
Entre tantas improvisaciones y contradicciones, pensadas más
para la confrontación política que para la solución del problema, lo único que perciben
los ciudadanos es, simplemente, la apelación constante a la responsabilidad
individual para que se respeten las normas generales que exige la situación, es
decir, que se consuma pero que no se salga, que se guarde la distancia interpersonal que
no se mantiene en muchos bares ni en el transporte público, que no se quite la
mascarilla pero que se coma y beba para contribuir a recuperar la economía, que se mantenga el confinamiento perimetral del municipio, provincia o comunidad, incluso la de
la zona básica de salud que alguna comunidad contempla como unidad territorial,
mientras prolifera la publicidad institucional promocionando el turismo de cada
región, etc.

En definitiva, esta esquizofrenia en la actuación gubernamental genera
desconfianza e inseguridad en la ciudadanía y alimenta la tendencia hacia el
negacionismo y la incredulidad en crecientes sectores de la población sobre
autoridades, leyes y el conocimiento científico. La confusión que crea es
peligrosa y dañina para el comportamiento social. Porque, mientras los expertos
recomiendan este año no lanzarse a celebrar la navidad, los gobiernos regionales
todavía discuten si aumentar las restricciones o evitar castigar aún más la
economía, siendo conscientes, además, de que el Gobierno central propone
endurecer las medidas, pero deja en manos de las autonomías cualquier decisión
al respecto. Una auténtica esquizofrenia gubernamental.
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