viernes, 30 de diciembre de 2022

El machismo asesino que no cesa

El año consuma sus últimas horas y los balances que se hacen de los pasados 365 días se prestan a ser elaborados bajo múltiples enfoques. Entre otros motivos, porque este 2022 que agoniza nos ha deparado una cosecha abundante de acontecimientos que, de una manera u otra, nos han dejado con la boca abierta y la mente confusa. Desde la tragedia de Melilla, en la que murieron más de 23 inmigrantes intentando entrar a España, hasta los incendios y las reiteradas olas de calor que han achicharrado al país este verano, pasando por la crisis de liderazgo del PP, que forzó el abandono de Pablo Casado para ser sustituido por el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y la utilización del CGPJ y el TC por parte de las fuerzas conservadoras para impedir su renovación con miembros progresistas, como prevé la Constitución para reflejar las mayorías parlamentarias que surgen de las urnas, los hechos de cualquier balance son harto interesantes, pero incompletos.

A mi modo de ver, todos los asuntos citados son coyunturales debido a la contingencia de la política y de las fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, existe un rasgo estructural en la vida española que me llena de espanto. En este año que está a punto de acabar, el machismo asesino parece dispuesto a aprovechar hasta el último día para demostrar que sigue siendo capaz de matar mujeres por el mero hecho de que sean mujeres. Año tras año, se mata a la mujer por ser mujer en este país. Y nada parece remediarlo. Cerca de 50 féminas han sido asesinadas este 2022 y más de 1.100 lo han sido desde que en 2003 se iniciara el registro oficial de este tipo de asesinatos. Este mes de diciembre es ya el de más mujeres asesinadas del año, convirtiéndose en el más trágico de las últimas dos décadas, con más de 10 mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas, entre ellas, una embaraza de ocho meses a quien su expareja apuñaló, acabando también con la vida del hijo que llevaba en sus entrañas.

No es coyuntural que la mujer siga siendo la víctima de un racismo repugnante y sanguinario, al soportar  esa  lacra criminal causada por un machismo asesino que no cesa. Tan grave es la situación que, en la actualidad, hay 723 mujeres que se hallan en situación de riesgo elevado o extremo y más de 31.000 figuran en el Sistema de Seguimiento Integral de Casos de Violencia de Género. Una lacra que a todos incumbe pues todos estamos involucrados en erradicarla definitivamente de la sociedad en la que queremos convivir hombres y mujeres en igualdad y con respeto, la única manera de ser auténticamente libres.  

Pero, por muchas medidas que se tomen, ese machismo asesino, que no soporta que la mujer disfrute de sus mismos derechos y, en consecuencia, adopte las decisiones que libremente decida, sigue reaccionando con violencia extrema hasta el punto de matar. No se trata de violencia de género, término ambiguo que no especifica qué genero mata y cuál es víctima, sino de violencia machista, ya que es el hombre el que, en la inmensa mayoría de los casos, asesina a la mujer. Y asesina porque no acepta que la mujer escape del papel subordinado y sumiso al hombre, quien sigue negándole la plenitud de derechos que las leyes le reconocen, en pie de igualdad y sin discriminación alguna. Un machismo que abomina que la mujer escape de la dominación a la que la somete y del continuo menosprecio con que la trata como persona.

Se trata, pues, de un problema estructural, en tanto en cuanto, siglos de supremacismo machista en las relaciones entre hombres y mujeres, no se erradican tan fácilmente de la sociedad. La lucha contra el machismo asesino y a favor de la igualdad de la mujer es relativamente reciente en comparación con la antigüedad de la mentalidad troglodita que hace perdurar tales comportamientos criminales hasta hoy. Porque fue en 1947 cuando se reunió por primera vez una Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, en Nueva York, con apoyo de la recién creada ONU. Y, en 1963, cuando se elabora la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. En nuestro país, no es hasta 1983 cuando se crea el Instituto de la Mujer y, más tarde, el Ministerio de Igualdad, en 2008. Desde entonces se suceden leyes y normas para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer y para la protección y asistencia a las víctimas de violencia de género. Todo ello con resultados poco satisfactorios, como este mes de diciembre ha evidenciado, puesto que se continúa matando a mujeres por parte de hombres con mentalidad y maldad machista y asesina. Algo más habrá que hacer. Y todos nos tenemos que implicar en ello.

Lo que no puede ser es que cada año nos resignemos a contabilizar, con frialdad estadística, el número de mujeres que mueren a causa de la violencia machista, aparte de otros feminicidios fuera de las relaciones de pareja y de las víctimas de la violencia vicaria, sin hacer nada. Porque no podemos aspirar a construir una sociedad justa, libre, pacífica y democrática si la mitad de sus habitantes son víctimas inocentes del machismo asesino de algunos miembros de la otra mitad. Es por ello que, puestos a hacer balance, me inclino para destacarlo por el negro balance de la violencia machista. Es mi modo de contribuir a la toma de conciencia sobre este problema que debería avergonzar a cualquier hombre digno de tal consideración.

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