sábado, 4 de mayo de 2024

Tampoco eso, presidente.

Al final, no ha dimitido usted, señor presidente, como se desprendía de la carta que remitió a los ciudadanos después de tomarse cinco días de reflexión. No ha renunciado a la presidencia del Gobierno, como una mayoría de españoles se temían, y por lo que me permití un comentario para que así, de esa forma, no acabara tan abruptamente su mandato. No debía usted desdeñar la responsabilidad que le otorgaron los votantes en las pasadas elecciones de hace menos de un año. Le reclamé que así no, presidente, que así no podía usted irse.

Pero ahora le convino a que tampoco puede continuar de esta forma, mediante una simple declaración de intenciones y vaguedades. Así no puede usted zanjar el desasosiego, la tensión y las tribulaciones que ha causado en la ciudadanía con esa pausa para reflexionar en la que nos ha embarcado a todos. Porque, con el mismo respeto que mereció su decisión de parar a pensar, la ciudadanía merece explicaciones más convincentes y planes de futuro más detallados acerca de los motivos de ese insólito paréntesis que usted ha protagonizado para desconcierto de todo el país. La excepcionalidad por la que un gobernante interrumpe voluntariamente sus obligaciones durante cerca de una semana debe ser debidamente justificada. De lo contrario, se convierte en una arbitrariedad inaceptable.

Y, hasta ahora, lo que usted ha verbalizado, primero por carta y luego en una comparecencia sin preguntas, no ofrece razones suficientes para irse ni tampoco para quedarse. Debería usted explicar, sin ofender la inteligencia de sus paisanos, los graves asuntos que le inclinaron a seguir al frente del Ejecutivo. Porque, si la situación era tan delicada como para tentarlo a renunciar, la misma importancia adquiere el hecho de tener que continuar dirigiendo la nación, a pesar de sus intenciones previas. A menos que se trate de otra cosa, de un ardid, que no creo. 

Con lo pasado se da por descontada la irritación de los partidos de la oposición, sobre todo los de la derecha, por su decisión de seguir gobernando como si nada hubiera pasado. Ya le criticaron por pararse a reflexionar, acusándolo de débil, infantil e irresponsable. Y ahora por quedarse, tachándolo de ser el gobernante más autoritario, desde Franco, en la historia de España. En cualquier caso, esas formaciones no hacen más que ser fieles a su forma de oponerse a todo, con exageraciones y exabruptos. Si lo primero las descolocó en su estrategia de confrontación por tierra, mar y aire, lo segundo las defraudó cuando ya creían –y celebraban- cobrada su presa. A diferencia de ellas, no ponemos en cuestión lo que usted ha hecho con objeto de apartarle del poder, sino por el respeto que nos infunde la institución que usted encarna, nada menos que la presidencia del Gobierno, y por la debida transparencia y ejemplaridad con que debe ser asumida en toda democracia que se precie. Es decir, con rendición de cuentas a los ciudadanos. Cosa que usted ha efectuado con racañería.

Los ciudadanos esperan que clarifique usted eso que parece el resultado de su retiro reflexivo y el motivo prioritario para continuar en La Moncloa: su  “compromiso de trabajar sin descanso, con firmeza y serenidad, por la regeneración pendiente de nuestra democracia y por el avance y la consolidación de derechos y de libertades”. Unos problemas que usted relaciona con la propagación de noticias falsas como causa esencial del daño a la convivencia. Si los bulos y la desinformación le parecen el núcleo de nuestros  conflictos, habría que recordarle que tales amenazas ni son nuevas ni exclusivas de nuestra democracia.

Hace lustros que la información falaz y tendenciosa circula abiertamente  por todos los canales de la comunicación y la información a los que tienen acceso los ciudadanos. Es más, tales informaciones truculentas forman parte de los discursos y la propaganda no sólo de la política, sino también de la industria, el comercio, la economía, el deporte, el arte, el entretenimiento y hasta de los ecos de sociedad. Eso sí, ahora multiplicados exponencialmente por el predominio absoluto de las redes sociales y los medios digitales. Si usted descubre ahora la importancia y gravedad de estos problemas, tanto como para exigir una regeneración de la democracia española y la consolidación de los derechos y las libertades, al menos debería usted ser más explícito de la peligrosidad que representan y ofrecer una mayor concreción de las medidas que piensa adoptar para evitar que sigan alterando gravemente, hasta el extremo de hacerle pausar en sus obligaciones, nuestra tolerante convivencia como sociedad plural y pacífica. Continuar en el cargo basándose sólo en un etéreo compromiso vocacional sin justificar, no es de recibo. Tampoco eso, presidente.

Porque desde hace años la política se judicializa y la justicia se inmiscuye en la política. Ya no resulta extraño que cualquier disenso político acabe en los tribunales ni que jueces cuestionen y hasta se manifiesten con sus togas por decisiones políticas. ¿Qué propone usted para que las instituciones democráticas y los poderes del Estado no sobrepasen los cauces de sus propias atribuciones constitucionales? Más fácil aun: ¿cómo piensa restaurar el respeto y la educación en el debate político y la diatriba parlamentaria? El desborde de los primeros y la discusión tabernaria de los segundos constituyen el abono más fértil para la germinación abundante de bulos, fakenews y demás información tendenciosa que pretende manipular la voluntad de los ciudadanos. Pero no es algo nuevo. Ya Alfonso Guerra tildaba a Adolfo Suárez de “tahúr del Mississippi” y opinaba que “en política, la única posibilidad de ser honesto es siendo aficionado”.  Hoy la confrontación es, cotidianamente, más burda y barriobajera que nunca y se extiende de forma instantánea.   

Pero, puesto que esa desinformación es práctica habitual en la actualidad, ¿cómo planea usted corregir tal tendencia en los medios de comunicación que se valen de ella con fines espurios? ¿Cómo obligarlos  a no mezclar intencionadamente opinión con información? ¿Cómo convencer a los propagadores de bulos de que no consientan ser meros propagandistas  de información sin contrastar, sino que se rijan con deontología profesional? ¿Cómo evitar que medios de comunicación, sin más financiación que las ayudas y la publicidad de instituciones públicas, actúen como gabinetes de comunicación de partidos políticos y administraciones concretas? ¿Cómo controlar y regular ese matrimonio de conveniencia entre el periodismo y la política, señor presidente, sin que las libertades de expresión y de prensa y el derecho a la información se vean afectados o restringidos? Explíquelo, por favor.

En definitiva, ¿qué va a hacer con las denuncias y los rumores que se han vertido sobre su entorno familiar con ánimo de apartarle de sus obligaciones? ¿No va a responder a esos ataques al parecer infundados? Porque, aunque es evidente que con su pausa para reflexionar ha conseguido que nos percatáramos del lodazal en el que chapotea la política, sus explicaciones no son suficientes. Hace falta que anuncie un viraje decidido a favor de la transparencia, la honestidad y la legalidad de la labor pública y en apoyo a los servidores que la desempeñan, sean elegidos o funcionarios. Aparte de señalar el fango, debió usted subrayar lo obvio: que su esposa defenderá su inocencia, como cualquier ciudadana particular, de las ofensas vertidas sobre ella. Y explicar con todo detalle, en las instancias correspondientes, todos aquellos asuntos que sus oponentes sospechan próximos a la corrupción o al tráfico de influencias, mostrando cuantos papeles, procedimientos y resoluciones en sede parlamentaria sean pertinentes para alejar cualquier duda de irregularidad. Le faltó anunciar que asumirá, este sí, el compromiso formal y permanente de informar y ser más transparente acerca de todo asunto controvertido, sin esperar a que le sea requerido o le resulte conveniente. Y que denunciará ante los ciudadanos y los tribunales, llegado el caso, el método de la difamación, la infamia y la injuria, que constituyen el grumo de los bulos, por quienes hacen uso de ello para el ejercicio indigno de la política.

Si usted, señor presidente, hubiese añadido en su comparecencia explicaciones prolijas sobre los motivos que le tentaron a dimitir, el alivio por su continuidad no se hubiera limitado a los afiliados y simpatizantes de su partido, sino también al conjunto de la sociedad que contempla atónita la deriva de chabacanería por la que se despeña la política en estos tiempos. Y se lo hubieran agradecido. Porque, además de exhibirse usted como un político sagaz para afrontar adversidades, también habría podido mostrar el lado humano y sensible de su persona, defendiendo su dignidad y la honestidad intachable de su familia y su gobierno. Los ciudadanos no esperaban otra cosa, señor presidente.

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