viernes, 28 de febrero de 2025

El Estatuto de la sanidad

Los médicos del Sistema Nacional de Salud (sanidad pública) andan alborotados hasta el punto de tener prevista una huelga si no se atienden sus reivindicaciones en el nuevo Estatuto Marco de la Sanidad que está negociando el Ministerio de Sanidad con los sindicatos y las Comunidades Autónomas. No es que se les quiera aplicar un régimen laboral nuevo, sino renovar el existente, que no se toca desde el año 2003, con cambios que para unos son insuficientes y para otros, excesivos.

Pero, antes de nada, habría que aclarar al profano qué es el Estatuto Marco de la Sanidad. Es fácil de explicar. Los profesionales sanitarios y demás colectivos de personal que prestan servicios en centros e instituciones de la Seguridad Social son funcionarios, pero disponen de un régimen especial: el Régimen Estatutario. Se rigen por un régimen especial dadas las peculiaridades organizativas y funcionales del Sistema Nacional de Salud (SNS) en cuanto a turnos, guardias, complementos salariales, etc. Es decir, los profesionales de la sanidad pública son personal funcionario estatutario. Y la renovación de ese Estatuto es lo que se está negociando para su modernización, mejora y consolidación. 

Sin embargo, después de meses del inicio de las negociaciones, las posturas están enfrentadas entre algunos sindicatos y el Ministerio. Los sindicatos médicos, representados por la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM), exigen un Estatuto propio, exclusivo para los facultativos. Otros sindicados, sin embargo, entre ellos CC OO, también presentes en la mesa de negociación, defienden que todos los profesionales del SNS deben estar regulados por un mismo Estatuto Marco porque es la norma general, la regulación básica. Según el Ministerio, aprobar una norma solo para un grupo específico, rompería la cohesión del sistema.

Otro de los asuntos conflictivos de la negociación es la regulación de las jornadas laborales, que han de cuadrar con la realización de las guardias médicas obligatorias. El actual Estatuto señala que, tras una guardia de 24 horas, el profesional debe a la administración las horas de descanso del día siguiente. El borrador del nuevo Estatuto contempla unas guardias de 17 horas de trabajo máximo al día, sin que se tengan que devolver las horas de descanso, pero sin que se puedan computar las horas de guardia como horas de jornada ordinaria. CC OO pide, por su parte, que el descanso tras la guardia se compute como jornada ordinaria y, por tanto, no recuperable.  Y que la jornada máxima en todas las comunidades sea de 35 horas semanales. Se trata de un viejo asunto cuya regulación no satisfará por completo a nadie, pues los médicos son el único colectivo que hace guardias mientras el resto del personal sanitario trabaja a turnos.

El otro escollo a resolver es el de las incompatibilidades a determinados cargos para ejercer simultáneamente en la medicina privada. Para la CESM, se trata de una clara discriminación que desincentiva la atracción de profesionales al SNS, ya que, si se aprobara el Estatuto en su actual redacción, los mandos intermedios, como los jefes de servicio, no podrían trabajar también en la privada, pues sus funciones en la pública están consideradas de dedicación exclusiva. El Ministerio responde que esta incompatibilidad ya existe en varias comunidades autónomas y que, para un desempeño ético de las funciones directivas o de gestión, es necesario que estas tangan una dedicación exclusiva. Y que para compensar esta dedicación plena, se ha creado el complemento de dedicación exclusiva. El resto de sindicatos considera que la exclusividad fortalece el sentido de dependencia al SNS, pero ha de estar mejor remunerado.  También los colectivos en defensa de los pacientes y de la sanidad pública  reconocen que mejorar las condiciones de los facultativos y profesionales sanitarios redunda en la calidad de la asistencia a la población. Al parecer, la cuestión se reduce a términos económicos.

Pero el Estatuto no regula solo la labor de los médicos, sino de todos los profesionales sanitarios que trabajan en los hospitales públicos. Y todos ellos exponen sus exigencias, a través de sus representantes sindicales, a la hora de abordar las modificaciones del Estatuto que les afectan, como el personal de Enfermería, técnicos auxiliares o investigadores. Y una de las reivindicaciones en las que todos coinciden es en la reclasificación de las categorías profesionales de la sanidad. Los facultativos, por ejemplo, buscan que se les suba de categoría profesional. El nuevo Estatuto propone una nueva reclasificación basada en los créditos o grados universitarios del título exigido para el ingreso, por el que los facultativos especialistas tendrían el nivel 8, las enfermeras especialistas el 7, y así sucesivamente. Los sindicatos lamentan que esta nueva reclasificación se plantee sin la mejora retributiva correspondiente.

Los enfermeros, por ejemplo, exigen mejoras en los procesos selectivos, carrera profesional, jornada laboral y jubilación anticipada, entre otras, a fin de que el nuevo Estatuto incluya dichas mejoras de forma expresa, clara y concreta.

En definitiva, el nuevo Estatuto de la Sanidad es una compleja norma que, además de lo anteriormente expuesto, pretende poner fin a la precariedad e inestabilidad en el sistema sanitario, ya que dispone que las Ofertas Públicas de Empleo sean cada dos años y que el plazo de resolución no supere también los dos años. Obliga a los servicios de salud a tener una planificación de recursos humanos que regule la oferta y demanda de profesionales. Y que el personal estatutario tenga la consideración de autoridad pública que dote de mayor seguridad a los profesionales frente a las agresiones.

Un ambicioso marco regulatorio que, de momento, no ha alcanzado un acuerdo definitivo y que, posteriormente, habrá que llevar al Congreso para su aprobación final. El camino, pues, es largo y pedregoso.

viernes, 21 de febrero de 2025

El fascismo rebrota

Con las derrotas de Hitler y Mussolini hace siete décadas, y el fin, hace cinco, de las dictaduras de Portugal y España, creíamos haber erradicado el fascismo para siempre por estos lares, al menos, del mundo civilizado occidental. Pero ese fenómeno totalitario de dominio público que pretende la subordinación, la integración y la homogeneización de los gobernados, parece que rebrota, cual Ave Fénix, vivito y coleando, semioculto tras máscaras que, sin embargo, no logran esconder del todo el peligro que representa allí donde surge y se manifiesta, primero, sutilmente y, luego, de forma descarada y sin complejos.

Ese fascismo -término derivado del sustantivo fascio [haz] con el que se denominó a los Fascios (haces o escuadrones) de Combate de Mussolini-, que concibe la política como un conflicto irrefrenable de amigo-enemigo y no como una confrontación pacífica de ideas y programas entre adversarios, resurge a lomos de las redes sociales, las “fakes news” y la consolidación de partidos de ultraderecha en todo el mundo, pero especialmente en Europa, cuyos mensajes han logrado calar en la opinión pública y fomentar la polarización social.

Ya lo había advertido Umberto Eco, en su ensayo Il fascismo eterno, cuando alertó que el fascismo eterno “puede  volver de nuevo bajo las vestiduras más inocentes”. Y señaló, como pista para reconocerlo, que “el fascismo emplea y promueve un vocabulario empobrecido para limitar el razonamiento crítico”. Un vocabulario que manosea de manera machacona el supuesto fracaso de la democracia, la reivindicación de la soberanía nacional frente a Europa y la protección del ciudadano nativo ante la presunta ola de inmigración que desnaturaliza nuestra sociedad. Un discurso populista, simple y ramplón.

Por eso rebrota por doquier, desde Trump a Milei, pasando por Orbán, Meloni y demás franquicias, propalando eslóganes que exaltan la nostalgia de un pasado idílico, la defensa del pueblo como colectividad virtuosa frente a políticos corruptos, el desprecio a la democracia parlamentaria o sus instituciones, la propaganda del racismo y el fomento de la hostilidad hacia los inmigrantes y otras minorías, el nacionalismo tradicionalista, excluyente e intolerante, la movilización de las calles contra leyes, instituciones y poderes del Estado, la exhibición de actitudes, comportamientos y lenguajes brutales que invitan a la violencia y, sobre todo, la negación o distorsión de cualquier la información veraz –incluida la científica- que contradiga sus postulados y evidencie sus objetivos antidemocráticos. De ahí que nieguen la violencia machista, el cambio climático o la eficacia de las vacunas, por ejemplo. Sus dirigentes son hábiles en realizar afirmaciones contundentes y emocionales que favorecen una cierta fascinación en personas que, por edad o desidia, poco o nada saben del fascismo histórico y la desgracia que provocó en Europa no hace tanto.

Tanto es su empuje que -como señala Emilio Gentile en el libro-entrevista “Quién es fascista” (Alianza editorial, 2019) del que extraigo datos e ideas para este artículo-, el vocablo fascista se ha banalizado hasta el extremo de servir para calificar a cualquiera que muestre actitudes autoritarias, sin hacer distinción de que no todos los autoritarios son fascistas, aunque todo fascista es, cuanto menos, autoritario y partidario de un rígido orden que garantice la seguridad y los privilegios de unos pocos y la sumisión de la mayoría.

A pesar de eso, es fácil reconocer una inspiración fascista en las actitudes y pretensiones de algunos partidos o líderes políticos del presente, que esgrimen el orden y la seguridad como bandera. Un orden –su orden- que abarca a la cultura, la educación, la judicatura, la religión y la política, ámbitos que han de plegarse al ideario fascista que limita o impide la libertad de expresión, la diversidad social, la pluralidad de creencias, la igualdad sexual  y los derechos de las minorías.

Ese ideario, que no llega a ser ideología porque es más táctico que teórico, permea las mentes de los crédulos e ingenuos que creen que los complejos problemas de nuestra época se solucionan con las recetas simples de los populistas, convirtiéndolos en cómplices involuntarios del vigoroso renacer del fascismo en la actualidad. Vox es ejemplo palmario de las simpatías que despierta el fascismo entre una juventud desorientada y unos votantes acríticos, convencidos de que Europa es el problema, los inmigrantes son un peligro, que la globalización nos perjudica, el feminismo es una afrenta al orden natural, la ecología y la sostenibilidad son obstáculos para nuestra agricultura y que la ciencia es un disparate. Ideas que se nutren del desencanto que ocasiona la democracia en algunos sectores sociales que esperaban más de ella y del temor a la modernidad y las libertades que amparan a todos, sin distinción ni privilegios.

Gente descontenta hasta tal punto que es  incapaz de considerarse demócrata porque no acepta el gobierno del pueblo, ni liberal porque desprecia la libertad individual, ni socialista por repudiar la igualdad social, ni siquiera conservadora porque prefiere un capitalismo dirigista, ni por supuesto comunista por desdeñar la comunión de los bienes, ni mucho menos anarquista por ser contraria a la abolición del poder. Desubicados ideológicamente y frustrados con la democracia y sus retos, acaba siendo presa fácil de un fascismo que le promete un proteccionismo defensivo que salvaguarde inciertas identidades nacionales, amenazadas tanto por la globalización como por las “invasiones” de inmigrantes.

Y para más inri, todo ello se ha exacerbado exponencialmente con la llegada, por segunda vez, de Donald Trump a la Casa Blanca con ánimo de venganza y dispuesto a imponer su visión “autoritaria” –su orden- del mundo. Un dirigente que con sus tics autoritarios y su xenofobia, como gobernante del país más poderoso del planeta, supone una involución en aquella vieja democracia y un estímulo para sus émulos en otras partes del mundo, a los que invitó a su toma de posesión. Trump comparte con el fascismo, como señala el semanario The Week,  el culto a la personalidad, la obsesión por la recuperación de una nación renacida, el victimismo nacionalista y un exacerbado odio racial, además de no repudiar la violencia ni los grupos armados en defensa de su causa, como sucedió con el asalto al Capitolio cuando perdió aquellas elecciones. Son elementos sumamente peligrosos de una mentalidad fascista en el gobernante de la primera potencia mundial. Es para echarse a temblar.

Porque si quedaba alguna duda del “orden” que Trump está decidido implantar, la visita del vicepresidente J.D. Vance a Europa lo ha aclarado todo, sin subterfugios ni sutilezas. Este mandatario ha apoyado abiertamente a los partidos fascistas, especialmente, por la proximidad electoral, a la ultraderecha nazi de Alemania. Ha desafiado frontalmente a la democracia de Europa, tachándola de ser una interpretación errónea de la democracia, tal como la entiende el nuevo “sheriff” estadounidense. Y ha ninguneado a la Unión Europea al no incluirla en las conversaciones que mantendrán EE.UU y Rusia para llegar a un acuerdo de paz sobre la invasión rusa en el suelo europeo de Ucrania. Por lo conocido hasta ahora, parece más bien que pretenden repartirse el país y sus recursos, sin que Europa pueda negarse. Nada extraño en Trump, que ya ha vertido amenazas imperialistas contra Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, llevando tan solo un mes en la Casa Blanca.

Estas, junto a otras muchas, son señales inquietantes que avisan que el fascismo rebrota con renovado ímpetu en nuestros días. Y es que, como decía Primo Levi, antifascista italiano prisionero en Auschwitz: “Cada tiempo de la historia tiene su propio fascismo”. Solo es cuestión de saber detectarlo. Y de combatirlo, sabiendo lo que votamos.

lunes, 17 de febrero de 2025

Un retrato del lado humano de la sanidad

La vida y la muerte se cruzan cada día en los pasillos de un hospital. Lo saben bien los pacientes, pero también quienes los acompañan y cuidan. "Historias hospitalarias. Cuando las paredes hablan", la nueva obra de Daniel Guerrero Bonet, nos sumerge en este espacio de lucha, esperanza y humanidad. Publicado por Editorial Círculo Rojo, este libro reúne relatos inspirados en las experiencias del propio autor como profesional de la Enfermería, en un testimonio que va más allá de lo clínico para adentrarse en la esencia de la fragilidad y la resiliencia humanas.

Guerrero Bonet ha dedicado su vida a la sanidad, pero también a la escritura. Con una trayectoria marcada por la observación y el deseo de narrar lo vivido, el autor nos presenta un mosaico de historias que, aunque no retratan a pacientes concretos, reflejan actitudes y emociones universales. Desde la vulnerabilidad de un enfermo en su lecho hasta la entrega de quienes lo cuidan, cada relato busca dar voz a quienes rara vez son escuchados.

“El libro es un reconocimiento a los pacientes con los que llegué a entablar amistad, pero también un homenaje a los compañeros sanitarios que son testigos de lo que las paredes de los hospitales callan”, comenta el autor. La sensibilidad con la que se narran estas situaciones hace de “Historias hospitalarias” una lectura imprescindible para quienes desean comprender el complejo mundo de la atención sanitaria desde una perspectiva humana.

Aunque el libro surge de la experiencia hospitalaria, su alcance va mucho más allá. Está dirigido a todo aquel que desee comprender la vida en un hospital desde dentro, especialmente a quienes nunca han tenido que enfrentarse a la enfermedad en primera persona. “El hospital es un universo aparte, donde el dolor y la esperanza conviven en cada habitación. Conocer esas vivencias es una forma de empatizar con el doliente y de entender que detrás de cada historia clínica hay una persona con nombre y apellidos”, explica Guerrero Bonet.

Con una prosa cercana y conmovedora, Daniel Guerrero Bonet nos invita a escuchar lo que, hasta ahora, solo las paredes de los hospitales conocían. Su libro no solo narra, sino que despierta conciencia y deja una huella en quienes se adentran en sus páginas.

Publicado en diciembre de 2024 por Editorial Círculo Rojo, “Historias hospitalarias” ya está disponible en librerías y plataformas digitales, ofreciendo una oportunidad única de acercarse a la realidad hospitalaria desde una perspectiva íntima y reveladora.

martes, 11 de febrero de 2025

¿Nos destruirá un asteroide?

En las últimas semanas los medios de comunicación están haciéndose eco del descubrimiento de un pequeño asteroide (en comparación con lo que flota por ahí), de entre 40 y 90 metros, que podría chocar contra la Tierra, si se confirman los datos sobre su órbita, el 22 de diciembre de 2032, sobre las 14 horas. Así de preciso parece el pronóstico.

Al leer la noticia, todo el mundo recuerda enseguida aquella película de ciencia ficción, protagonizada en 1998 por, entre otros, Bruce Willis y Ben Affleck que versaba sobre la catástrofe que iba a provocar el impacto de un enorme asteroide que viajaba en rumbo de colisión con nuestro planeta, pero que se pudo evitar gracias a unos astronautas -norteamericanos, por supuesto-, que lograron destruirlo con una bomba nuclear. Y llama la atención que, sin tener ni idea de lo que significaba aquel extraño título cinematográfico, hoy hayamos podido relacionar una observación astronómica con un “Armagedón”, un término simbólico de referencias teológicas que alude al fin del mundo. ¿Acaso nos destruirá un asteroide?

No lo sabemos. Los hechos, hasta la fecha, son más prosaicos. Porque lo que trata la noticia es de una roca, de no más de 90 metros, detectada el 27 de diciembre de 2024 por uno de los telescopios de la red ATLAS (Asteroid Terrestrial Impact Last Alert System) de la Universidad de Hawái situado en Chile, y bautizada como 2024 YR4, que presenta una probabilidad de colisión contra algún lugar de la Tierra de entre 1,5 y el 2 por ciento. Y eso está por confirmar. De ahí al Armagedón hay un trecho que muchos se han apresurado recorrer. Una colisión que, por lo demás, no causaría, si se produce, una catástrofe a nivel continental, ni mucho menos el fin del mundo, pero que podría arrasar ciudades enteras que estuvieran dentro de la zona de impacto. Vamos, algo así como la devastación intencionadamente producida de Gaza, sin esperar a que ningún asteroide la causara.

Por el espacio “cercano” a la Tierra, dentro del Sistema Solar, sobrevuelan con cierta regularidad asteroides de toda forma y tamaño, la mayoría de los cuales no despierta ninguna preocupación, salvo que, por su trayectoria, represente una amenaza potencial por la posibilidad, por pequeña que sea, de que colisionen contra nuestro planeta. Y eso es, hasta la fecha, lo único que han hecho los astrónomos encargados del sistema de vigilancia y defensa planetaria que detectaron el asteroide 2024 YR4 solo dos días después de que se aproximara a la Tierra: observarlo y estudiarlo.

Porque es tremendamente difícil detectar asteroides, pues hasta que no reflejan suficiente luz solar, es decir, hasta que no se acerquen a un astro que los ilumine, son sombras en medio de la oscuridad cósmica. Ahora mismo, el 2024 YR4 está alejándose y desapareciendo de vista rápidamente, por lo que la mayoría de los telescopios tienen dificultades para rastrearlo, y los más grandes y potentes solo podrán “verlo” hasta principios de abril. Aun así, se han podido efectuar cálculos de su trayectoria y medir su tamaño, a pesar de que en estos momentos se halla a unos 47 millones de kilómetros de distancia y se aleja de nosotros prácticamente en línea recta, siguiendo una órbita alargada (excéntrica) alrededor del Sol.

Pero son datos suficientes para saber que 2024 YR4 volverá acercarse a finales de 2028 a 8 millones de kms. de la Tierra, unas 20 veces la distancia a la Luna. Y que su séptimo sobrevuelo, el que se producirá en 2032, es el que presenta más posibilidades de colisionar contra nuestro planeta, pues los cálculos prevén que pasará a unos 106.200 kms. de nosotros. Todos esos sobrevuelos que el asteroide realizará cerca de la Tierra permitirán a los astrónomos mejorar enormemente el conocimiento preciso de su trayectoria orbital, hasta el punto de “afinar” la previsión sobre si el impacto en 2032 es probable o no. Porque hasta ahora las incertidumbres sobre su órbita exacta dejan abierta una posibilidad remota de que, efectivamente, el asteroide colisione con la Tierra, hecho que con nuevas observaciones podría descartarse totalmente. O confirmarse.

Lo curioso de la noticia es que una observación astronómica, con la que se descubre un asteroide cuya trayectoria orbital podría “rozar” nuestro planeta, no despertaría tanta atención mediática si no fuera porque recuerda el argumento de la película Armagedón. Y pone de manifiesto que cualquier espectacularidad sobre una catástrofe sideral, aunque sea remotamente posible, genera más interés que los `armagedones´ bélicos que nuestras ambiciones y avaricias causan actualmente en diversas partes del mundo, tanto en Ucrania como en Palestina, sin que apenas nos conmuevan ni enciendan ningún temor fatalista. Tal vez sea porque estamos acostumbrados a lo probable y solo nos inquieta lo posible. Y olvidamos que es mucho más probable que nos destruyamos nosotros mismos a que el planeta desaparezca por el posible impacto de un meteorito.         

En fin, o cada cual se asusta con lo que quiere o yo leo la prensa de forma rara.

martes, 4 de febrero de 2025

Soy mis recuerdos

Si se piensa bien, eres lo que recuerdas. Tu consciencia o tu identidad está hecha de los recuerdos que conservas de ti mismo y de los trozos de vida que puedes rememorar como pasajes brumosos de tu historia. No eres otra cosa que fogonazos de memoria, sin más sustancia que la de unos fotogramas imaginarios ubicados en el espacio y el tiempo de tu existencia. Si desaparece la memoria, desaparecerías  con ella hasta el punto de que no te conocerías. Ni te acordarías de nada ni de nadie. Porque desaparecerían tus recuerdos, se perdería el archivo de lo que fuiste y de lo que crees que eres. Es, justamente, el síntoma más terrible de esas enfermedades cerebrales que afectan a la memoria, como el Alzheimer o la demencia senil, que te hacen vagar por recuerdos troceados sin relación ni con el tiempo ni el espacio, por lo que apenas significan nada, salvo un nombre, una melodía, un sabor o un estremecimiento sin que sepas por qué.

De ahí que, pensándolo bien, me considere que soy solo lo que recuerdo. Aquellas imágenes  difusas de mi niñez, la mano del abuelo que una vez me llevó de paseo, un río que abrazaba al pueblo, las sombras sin rostro de mis padres, cuya vejez no llegué ver,  el recuerdo remoto de los estudios que cursé, sin proponérmelo, para formarme, algunos compañeros de trabajo que han quedado ocultos tras la niebla del olvido, la joven muchacha que perseguía en mi adolescencia detrás de su fresca hermosura y que desde entonces me acompaña y con la que tuve mis hijos, los escasos momentos que no me perdí del crecimiento de los niños, los agobios y desdichas que padecimos para criarlos hasta que por fin pudieron emanciparse, la inusitada presencia de unos nietos que reavivan aquellos recuerdos de su niñez…

En fin, recuerdos y vivencias que se acumulan con el tiempo y con los que damos forma a nuestra consciencia e identidad. Recuerdos que nos permiten ser lo que somos y definir o moldear nuestra existencia individual para distinguirnos de los demás y de lo que nos rodea. Un misterio producto de los chispazos de la mente que, sin embargo, nos hace humanos, más allá de la cáscara biológica que habitamos. Es, pues, lo que somos: recuerdos, y es lo que dejamos.

sábado, 1 de febrero de 2025

Mis vivencias en el Bellas Artes (y III)

Lo que sí abunda en el Museo de Bellas Artes son obras de Murillo. Tesoros del imprescindible pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), perteneciente al barroco y figura central de la escuela sevillana, que contó con innumerables discípulos y seguidores, y cuya influencia lo ha hecho ser el pintor más conocido y mejor apreciado fuera de España. La producción artística de Murillo es amplia y se halla repartida, además del MBAS, en la Catedral, en el Hospital de la Caridad, la iglesia de Santa María la Blanca, el palacio Arzobispal, el Hospital de los Venerables, el Alcázar y, desde luego, dispersa por muchos otros museos de Europa,  donde acabaron muchas de sus obras a causa del expolio que sufrieron tras la invasión francesa.

Por su temática casi exclusivamente religiosa, para un profano como yo no son desconocidas las famosas inmaculadas de Murillo, de las que el Museo sevillano alberga algunas de las más importantes, como las iconográficas  Inmaculada Concepción del Buen Pastor y la  Inmaculada Colosal, cuadros que atraen la atención del visitante pues han sido infinitamente reproducidas hasta en cajas de polvorones, almanaques y estampitas.

Pero el lienzo que a mí me llama la atención y hace que me detenga frente a él para admirarlo con detalle es el de Santo Tomás de Villanueva dando limosna, una obra cumbre de su producción y  del que el mismo Murillo se sentía orgulloso, considerándolo “su lienzo”. Es un cuadro monumental en el que el santo ocupa el centro de la composición, en actitud caritativa repartiendo limosnas, mientras dirige la mirada hacia un grupo de mendigos y enfermos que lo rodean.  La escena está representada en el interior de una iglesia con un fondo cuya profundidad espacial está lograda por una sucesión alternativa de planos de luz y sombra.

Y entre las sombras, en la parte inferior izquierda del lienzo, aparece medio difuminada la escena  de una madre que mira con serena ternura a su hijo de corta edad, quien le muestra, lleno de alegría, las dos monedas que tiene en su mano y que acaba de recibir del santo. Pocas representaciones pictóricas de la ternura y el amor maternal han sido tan conseguidas y emotivas como ésta y que a mí me deja deslumbrado. Una imagen que parece ajena al cuadro, como si Murillo hubiera querido pintar un cuadro dentro de un cuadro, sabiendo captar una de las imágenes más bellas de la vida popular sevillana.

Y es que Murillo supo plasmar en sus obras la esencia de su tiempo y de su ciudad, no solo interpretando el sentir religioso del siglo XVII, sino mostrándolo a través de los motivos, personajes y situaciones de la vida cotidiana, como constató Diego Angula, quien fuera director del Instituto Diego Velázquez del CSIC y del Museo del Prado. “De esta forma es trasladado el tema divino al escenario de lo humano”, asegura el científico del Arte.   

No es extraño, por tanto, que este pintor de suaves tonos, la luz radiante y la devoción sencilla, creara escuela y dejara un legado que todavía despierta la admiración en quienes contemplan unas obras que ocupan un lugar destacado en el arte barroco no solo andaluz, sino también universal.