lunes, 27 de octubre de 2025

¿Último cambio de hora?

Ayer volvimos a modificar los relojes para retrasarlos una hora y adaptarlos al horario de invierno. Son cambios que se realizan dos veces al año (se adelanta una hora en primavera y se retrasa en otoño), al objeto, en teoría, de aprovechar al máximo la luz solar y optimizar la jornada haciendo que el día aparentemente sea más largo (anochece más tarde). Esta decisión se adoptó tras la crisis del petróleo de 1973 con la finalidad de ahorrar energía o, lo que es lo mismo, combustible. Pero es una excusa que sería válida para los países del norte de Europa, los cuales, por su posición cercana al círculo polar, no reciben tanta luz solar. En cambio, los que están situados más cercanos al ecuador terrestre, como España, “disfrutan” de una irradiación solar tan intensa que, en vez de ahorrar energía, incrementa su consumo durante el verano por la necesidad de “acondicionar” el aire de hogares, oficinas y fábricas a cambio de ahorrar en bombillas. Es decir, el cambio de hora no supone, en la práctica, ahorro alguno para España y los países ribereños.

Por si fuera poco, nuestro país ya lleva, además, un desfase horario adicional que hace que tengamos una hora adelantada de manera permanente, ya que en vez de estar sincronizados con el huso horario que nos corresponde -el de Greenwich (GMT-0)- por nuestra ubicación geográfica, el dictador Franco decidió sincronizarnos en 1940 con el huso horario de Europa Central (GMT+1) para compartir la misma hora que la Alemania nazi. De este modo, aun cuando retrasemos una hora el reloj, como acabamos de hacer, todavía estamos una hora adelantados en relación con nuestro horario real.  Es lo que explica que España sea el país en que la discordancia entre la hora oficial y la hora solar es más extrema. ¿Es esto normal?

Por enésima vez afirmaré que no, que ni es útil ni sano. Cada vez que se produce el cambio de hora, he de volver a enumerar las razones por las que abrigo la esperanza de que sea definitivamente el último, si los que deciden se guiaran por la razón y la ciencia, y que se mantenga inalterable el horario de invierno durante todo el año, ya para siempre. Reconozco que, a pesar de mi empeño, lo tengo crudo, aun cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, expresara recientemente su propuesta para que la Unión Europea dejara ya de cambiar de horario, pero sin especificar cuál de ellos -el de verano o el de invierno- se adoptaría de manera oficial y permanente. Al parecer, a solo un año del plazo previsto, España apuesta ahora por dejar de cambiar la hora, pero sin determinar cuál de los horarios estima aconsejable dejar fijo.

Lo cierto es que está demostrado que tales cambios alteran los ritmos de sueño y vigilia de nuestro organismo, trastornando temporalmente hábitos y conductas, incluso hasta estados de ánimo. Ello se debe a que nuestro reloj biológico interno se sincroniza con la luz natural y los períodos de oscuridad para activar o desactivar determinadas funciones, como la lucidez mental o el flujo sanguíneo. Cada cambio, por tanto, provoca interrupciones en su funcionamiento.

Por eso, si nos quedáramos permanentemente con el de invierno, nuestro horario se ajustaría de manera menos traumática al huso horario que nos corresponde (el de Greenwich), pues estaríamos con solo una hora de diferencia (GMT+1) todo el año y no dos, como ocurre en verano (GMT+2), lo que es una barbaridad.

Recuerdo que, en un comentario anterior, escribí: “Dada su posición geográfica, España disfruta de horas de sol suficientes, incluso en invierno” y que “atrasar el amanecer y el crepúsculo no aporta ventajas significativas más allá de prolongar la luz diurna hasta cerca de las 10 de la noche, cosa que repercute en trastornos del sueño y en desajustes de todo tipo no deseados”.

Pero es que tales trastornos no afectan solo al organismo de las personas, sino también a sectores económicos, como el transporte, el comercio, la educación o los servicios públicos, que requieren exactitud horaria y, por consiguiente, coordinación para su correcto funcionamiento. E, incluso, de una coordinación transnacional, como en la aviación, que impida interrupciones o desajustes en la prestación de sus servicios.

Sin embargo, es probable que poderosos e influyentes sectores industriales, como la hostelería y hotelería, más atentos a su interés particular que al bien general, pretendan forzar la adopción fija del horario de verano con el argumento de que beneficia al turismo, el motor de nuestra economía. Los bolsillos de estos empresarios son, al parecer, más importantes que la salud de los españoles. Es decir, el interés propio prevalece por encima de la salud pública.

Se trata, en fin, de un debate baldío, lo reconozco, porque, aunque cada vez que se ha procedido a cambiar de hora se ha generado cierta controversia social, el Gobierno nunca ha aclarado sus intenciones, adoptando una ambigüedad impropia de quien ha de velar por los intereses y el bienestar de todos los españoles, lo que le obligaría a primar la salud pública por encima del interés de cualquier sector determinado. Y hasta la fecha no se ha mojado. ¿Seguirá poniéndose de perfil y creará una comisión o convocará alguna consulta cuando tenga que tomar la decisión final? No desesperen, pronto lo veremos. Mientras tanto, disfruten de este horario de invierno, tan fresquito, recién estrenado.         

miércoles, 22 de octubre de 2025

¿Es esta la paz que todos desean?

El presidente norteamericano Donald Trump ha conseguido imponer su plan para el cese del fuego en Gaza, logrando que Israel deje de bombardear una Franja devastada y que los milicianos de Hamás entreguen los rehenes israelíes que mantenían todavía secuestrados -vivos o muertos- en los túneles donde se esconden. Después de dos años de arrasar el enclave por tierra, mar y aire y de cerca de 70.000 gazatíes muertos, una paz es al fin impuesta sin que la firmen los contendientes, sino los mediadores, con Trump como máximo protagonista y maestro de ceremonias. De este modo, el silencio de las armas ha posibilitado que los supervivientes de Gaza regresen a lo que queda de sus casas y empiecen a recibir una ayuda humanitaria que Israel bloqueaba en los pasos fronterizos, mientras los familiares de los secuestrados israelíes respiran al abrazar a sus familiares cautivos o reciben los cuerpos de los que murieron durante el cautiverio.

A pesar del alarde propagandístico del mandatario norteamericano, lo cierto es que lo conseguido por Trump es idéntico, en esta fase del plan, al frustrado acuerdo logrado en enero de 2025 por el presidente Joe Biden para alcanzar un armisticio de las hostilidades y el intercambio de prisioneros. Aquel alto el fuego duró un par de meses, hasta marzo, cuando Israel volvió a efectuar ataques aéreos sobre Gaza, pero sirvió para que Hamás liberara a treinta y tres rehenes israelíes (ocho de ellos muertos) a cambio de 1.800 palestinos encarcelados en Israel. Fue un acuerdo tan precario como parece el actual porque desde el primer día Israel siguió matando palestinos casi a diario y obstaculizando con cualquier excusa la entrada de ayuda humanitaria. Exactamente lo mismo que ocurre ahora con el plan de Trump. ¿Es esta la paz que desea todo el mundo? 

Parece obvio que el resultado de la innecesaria, desesperada y salvaje aventura de Hamás de atacar a Israel, al que acusa de ocupar sus tierras, en una acción terrorista sin sentido que causó 1.500 israelíes asesinados y más de 200 secuestrados, y de la consiguiente respuesta de Israel de iniciar una guerra para desarticular la milicia armada, eliminar a sus líderes, destruir sus bases y los lugares donde pudiera esconderse, aunque tuviera que arrasar todo el enclave, no puede saldarse con una paz cogida con alfileres. Ni esta ni la Biden son suficientes para erradicar definitivamente la violencia de la zona.

Entre otras cosas, porque el conflicto es mucho más complejo que esta última escaramuza y porque, encima, las intenciones de Israel no fueron nunca las de rescatar a los rehenes, sino de apropiarse del territorio, expulsando o diezmando a su población, de tal forma que no puedan conseguir tener un estado propio e independiente. Por ello, estos planes de paz, por llamarlos de alguna manera, y menos aun el de Trump, jamás resolverán definitivamente el problema que enfrenta a Israel con los pobladores palestinos de aquellas tierras, la bíblica Judea.  

Y es que el plan de paz, que emerge de la disyuntiva entre genocidio u ocupación, no ofrece ninguna oportunidad, basada en la historia, la legalidad y la justicia, de prosperar y permitir la coexistencia pacífica de judíos y árabes en Oriente Próximo, según mandatan las resoluciones de la ONU con la solución de los dos estados, uno hebreo y otro palestino, que compartan el territorio. La de Trump es una paz impuesta, una mera exhibición de poder, que silencia momentáneamente las armas y que, por supuesto, para las víctimas es preferible a la continuación del genocidio. Pero con la que Hamás y gran parte de los palestinos volverán a sentirse humillados por no reconocer su derecho a la autodeterminación. Ni tampoco calmará a Israel de las ansias por ocupar lo que cree le pertenece por designación bíblica, el “gran Israel” al que aspiran los sionistas ultranacionalistas comandados por Netanyahu.

Y no resolverá el problema, si el alto el fuego no salta antes por los aires, porque el acuerdo normaliza la impunidad de Israel, a la que reserva el derecho de anexionarse un “perímetro de seguridad” dentro de Gaza, la llamada “línea amarilla”, manteniendo posiciones estratégicas y decidiendo quién entra y sale del enclave. Y niega a los gazatíes el derecho a elegir sus gobernantes y aspirar a una soberanía palestina en la Franja, ya que el documento propone que un “comité palestino tecnocrático y apolítico”, de pestilente tufo colonial, administre temporalmente la gestión diaria de los servicios y municipios, bajo supervisión y control de un nuevo organismo internacional, la denominada Junta de Paz, dirigido por Donald Trump y el exprimer ministro británico Tony Blair, con amplios poderes ejecutivos. Y del que se excluye explícitamente a la Autoridad Nacional Palestina hasta que, según Netanyahu, no se someta a una “reforma radical y genuina”, sea lo que sea lo que eso signifique, pero que no parece muy democrático.

La paz de Trump -un documento de 12 páginas con 20 cláusulas de principios genéricos- no es un acuerdo detallado, elaborado y pactado por las partes en conflicto, sino propuesto e impuesto por el mandatario norteamericano a través de mediadores, sin más obligación de cumplimiento que la coacción y la amenaza de continuar con las bombas sobre una población acorralada e indefensa. Más que un plan, parece un mecanismo para gestionar el conflicto y preservar el status quo de la región, consolidando a Israel como agente predominante y custodio. Además, es calculadamente vago sobre el derecho a la autodeterminación palestina como para que Israel lo apoye, guarden silencio cómplice los países árabes y las democracias que han reconocido a Palestina asuman la contradicción de que la gestionen potencias extranjeras.

Y es que el plan no aborda la complejidad del conflicto de Oriente Medio al ignorar a Irán -el gran valedor de la lucha palestina por su independencia y suministrador de armas a las milicias propalestinas-, cuya existencia se ve amenazada por la obsesión israelí de impedir, incluso por la fuerza, su desarrollo militar y tecnológico, como ha demostrado la última incursión aérea que destruyó sus instalaciones atómicas, con ayuda, claro está, de los mismos EE UU. que ahora patrocina el plan de paz.

Ni a Siria, con un trozo de su territorio -los Altos del Golán- ocupado por Israel; ni a Líbano, “patio trasero” de Israel donde se refugian milicias propalestinas que Tel Aviv ataca periódicamente; ni siquiera a Jordania, la única monarquía árabe que acoge y nacionaliza al mayor contingente de palestinos en el exilio. Y, por supuesto, a Arabia Saudí, la petrodictadura que financia parte del desorden regional según sus conveniencias y dispuesta siempre a los pactos que favorezcan sus negocios.

Lo cierto es que, en todo caso, la viabilidad del plan depende de que Israel se retire definitivamente de Gaza, de que Hamás renuncie a las armas como método para lograr sus objetivos de un estado palestino independiente y de que sus cláusulas se adecúen al derecho internacional y a las resoluciones de la ONU sobre el conflicto.

Pero tal como pintan las cosas, con Hamás renuente a abandonar la violencia, Israel practicando el tiro al blanco con los palestinos que ignoran sus arbitrarias líneas de seguridad dentro del enclave y EE. UU. propiciando la ley del más fuerte a la hora de ejercer su papel como gendarme mundial, lo más probable es que, más pronto que tarde, desgraciadamente se reanuden las hostilidades y vuelva la violencia. Fue lo que pasó con la anterior tregua y con los acuerdos de Oslo: los fanáticos de uno y otro bando boicotearon los acuerdos alcanzados.

¿Es esta la paz que dará satisfacción, seguridad y confianza a israelíes y palestinos? No me gusta ser un aguafiestas, pero lo dudo. Ojalá me equivoque.                

domingo, 19 de octubre de 2025

Panteón de los Sevillanos Ilustres

Si se comparara con la Cripta Imperial de los Habsburgo, bajo la Iglesia de los Capuchinos de Viena, donde descansan eternamente, entre otros, 12 emperadores y 18 emperatrices, el Panteón de los Sevillanos Ilustres, ubicado también en los sótanos de una iglesia, la de la Anunciación de Sevilla, llamaría la atención por lo reducido de su espacio y la sencillez diáfana en su concepción y contenido, sin la suntuosidad barroca del mortuorio vienés. Pero esa modestia no sería demérito para el panteón sevillano, sino muestra de su refinamiento conceptual y ornamental. Porque carece de alardes funerarios que intenten impregnar la muerte de los afanes clasistas de los privilegiados vivos… allí enterrados. No hay carrozas cargadas de símbolos pretenciosos ni calaveras que acompañen al más allá a majestades y aristócratas. En la cripta de la Anunciación solo se hallan lápidas, algún motivo funerario y un par de sarcófagos con réplicas de esculturas yacentes. Y poco más.

Y es que en el Panteón de los Sevillanos Ilustres -una cripta con planta de cruz latina, bóveda de cañón, revertida con granito gris en las paredes y de un salpicado rosa en el suelo, a la que se accede por la facultad de Bellas Artes a través de una portada renacentista de Hernán Ruiz II- no descansan emperadores ni reyes, sino los restos de personas que han sido parte de la historia de la ciudad, tanto del ámbito de la cultura como del arte, lo militar, la política y algún noble. Personajes poderosos no por su riqueza, sino por su sabiduría y los desprendidos propósitos que guiaron sus vidas.

La historia de la propia cripta es curiosa. Tras la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767, el ilustrado Pablo de Olavide solicita al monarca la concesión de la Casa Profesa de la compañía y el Templo de la Anunciación para crear una nueva universidad. Así, la antigua Casa Profesa se convierte en la sede de la Universidad Literaria, origen de la Universidad Hispalense, y la iglesia de la Anunciación se dedica a la celebración de actos académicos y religiosos.

Cerca de un siglo más tarde, en 1836, un deán de la Catedral propone a la Universidad el rescate de monumentos y motivos funerarios de los templos y conventos saqueados por las tropas francesas, posteriormente desamortizados, que se trasladan al reformado Templo de la Anunciación, junto a otros enterramientos sucedidos con posterioridad. Finalmente, en la década de los setenta del siglo XX, el director general de Bellas Artes del régimen franquista, Florentino Pérez Embid, promueve obras de restauración, limpieza y transformación de la cripta de los jesuitas para convertirla en el actual Panteón de los Sevillanos Ilustres, lugar al que se trasladan los restos y motivos funerarios de la Iglesia de la Anunciación. Desde entonces es un lugar frío, gris y silencioso, prácticamente desconocido para el nativo o visitante de la ciudad, donde se puede rememorar algunas de las páginas de la historia de Sevilla, personificada en los nombres de sus más ilustres representantes.

Así, nada más entrar en el recinto nos topamos con unas lápidas conmemorativas, encabezadas por el escudo heráldico familiar, de Pedro Ponce de León, su esposa y otros miembros de la familia del siglo XVI, cuyos restos proceden del convento de San Agustín, donde había sido enterrado. Era un ricohombre castellano que había prestado apoyo a los Trastámara durante la primera guerra civil castellana, destacando su participación en la conquista del reino nazarí.

En la pared de al lado, se halla adosado al muro un bajorrelieve en bronce de Francisco Duarte de Mendicoa y su esposa Catalina de Alcocer. Duarte de Mendicoa era un militar navarro, fiel al emperador Carlos I de España, que fue destinado a Sevilla como Proveedor General de las Armadas y Ejércitos.

Y entre ambos, sobre el suelo, los sarcófagos de Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago y fundador del convento de Santiago de la Espada, y Benito Arias Montano, humanista extremeño que destacó en filología semítica, griega y latina, además de filosofía, teología, poesía, medicina, matemáticas, biología y física. Fue capellán y consejero del rey Felipe II. En 1584 renunció a todos sus cargos y se retiró en Sevilla, donde fue prior del Templo de Santiago de la Espada, hasta su muerte en 1598.

Más adelante también se encuentran las lápidas de los sepulcros de los marqueses Jerónimo Girón de Moctezuma y Ahumada y Salcedo, de Antonio Desmaisieres Flores Rasoir y Peán, de Manuela Fernández de Santillana y del conde Luis José Sartorius y Tapia.

De grandes dimensiones es el motivo funerario de Federico Sánchez Bedoya, militar y político conservador de la segunda mitad del siglo XIX, y su esposa, Regla Manjón, condesa de Lebrija, interesada en el arte y la arqueología, en cuya casa palacio de la calle Cuna reunió esculturas, ánforas, columnas y mosaicos romanos, además de una amplia biblioteca, una apreciable pinacoteca y valioso mobiliario.

El historiador José Gestoso tiene su espacio en un monumento funerario en el que también hay rectores de la Universidad como Antonio Martín Villa o Mota Salado, y otros historiadores como José Amador de los Ríos, nacido en Baena y discípulo de Alberto Lista, que destacó como poeta, historiador y catedrático de Literatura. También están Jorge Díez, catedrático de Filosofía de apreciada labor docente, Nicolás María Rivero, licenciado en Medicina, diputado, ministro de Gobernación y presidente del Congreso durante el breve reinado de Amadeo de Saboya, y Antonio Lecha-Marzo, pionero en España de la Medicina Legal.

José María Izquierdo, poeta, ensayista, profesor, periodista y activo ateneísta, padre de la Cabalgata de Reyes Magos de la ciudad, está enterrado en el Panteón, al igual que Francisco Mateos Gago, catedrático de Teología de la Universidad de Sevilla y fundador de la Academia Sevilla de Estudios Arqueológicos.  

Pero puede que sea el del poeta Gustavo Adolfo Bécquer el motivo funerario que más atraiga la atención del visitante, cuyos restos se guardan en el Panteón junto a los de su hermano Valeriano, pintor, quien realizo el lienzo con la imagen más popular del poeta. Sobre la lápida que los conmemora, se alza una escultura neogótica de un ángel que porta en su mano izquierda un libro cerrado, en cuyo lomo puede leerse “Rimas” -en alusión a la obra del poeta-, y en la derecha, un escudo, y que apoya los pies sobre un pedestal adornado con volutas vegetales y evocadoras golondrinas. Allí solían dejar los visitantes trocitos de papel con poemas, pensamientos o dedicatorias que ahora se depositan en una urna.

Frente a este monumento se halla la lápida del escritor, sacerdote, matemático, poeta y periodista Alberto Lista y la del también eclesiástico ilustrado Félix Reinoso, animadores de tertulias y miembros con Blanco White y Manuel María Arjona de la Academia Sevilla de las Letras Humanas. Existe también una pequeña placa que conmemora a Rodrigo Caro, insigne utrerano, cuyos restos fueron traídos desde el Convento de San Miguel, un hombre de gran cultura que, a sus cualidades como historiador, biógrafo y anticuario, sumó la de poeta.  

Por último, otro de los moradores más conocidos de la cripta es “Fernán Caballero”, pseudónimo de la novelista Cecilia Bölh de Faber, hija del hispanista y comerciante Juan Nicolás de Faber y de Frasquita Larrea. Nacida en Suiza, educada en Alemania y Cádiz, vivió y murió en Sevilla, “Fernán Caballero” es autora de “La Gaviota”, su obra más conocida, una visión realista de la sociedad española y crítica de los folletines sensacionalistas. Sus restos fueron trasladados al Panteón desde el cementerio de San Fernando de Sevilla en 1999.

Dice la leyenda que empleados de la Facultad de Bellas Artes aseguran haber visto y sentido por las noches la figura blanquecina de “Fernán Caballero”, a la que se refieren, con un poco de humor sevillano, como “la Cesi”.

Incluso por estas expectativas fantasmales es aconsejable la visita al Panteón de los Sevillanos Ilustres o, si no, por las lecciones de vida e historia que nos dan a conocer quienes allí descansan por los siglos de los siglos.      

sábado, 11 de octubre de 2025

Paseo por Centroeuropa (y III)

Y Budapest (Hungría)

He de reconocer que de Budapest, en particular, y Hungría, en general, apenas sabía nada, salvo que el país está gobernado por un dirigente de ultraderecha que actúa como “pepito grillo” en la Unión Europea. Creía que visitaría una ciudad gris y triste, influenciada aun por su pasado en la órbita comunista que la alejaba de la modernidad. Esta ignorancia hizo que Budapest me causase el mayor y más agradable impacto de cuantas capitales he recorrido en este Paseo por Centroeuropa. Fue, sin duda, una inesperada pero grata sorpresa, porque descubrí una ciudad hermosa, muy hermosa.

Y es que Budapest es una de las capitales que cruza el Danubio, el mítico río que constituye un elemento histórico y cultural esencial en todas ellas, que la divide en las dos partes que dan nombre a la urbe: Buda (la parte montañosa) y Pest (la parte llana). Ambas partes contribuyen a dotar de identidad y belleza a la capital húngara.

En Buda, sobre lo más estratégico de la colina, se halla el Bastión de los Pescadores, de estilo medieval, un mirador anexionado en 1902 a los antiguos muros del castillo, en el espacio que ocupaba el mercado del pescado, desde el que se puede disfrutar de unas impresionantes vistas del Danubio, del Parlamento que está situado en la orilla opuesta y de la ciudad moderna que se extiende hacia el horizonte por la parte llana, por Pest.

Si escapamos de la impresión y miramos atrás, hacia lo que dejamos a nuestras espaldas, contemplaremos los pináculos y el precioso tejado de colorido mosaico de la Iglesia de Matías, templo neogótico donde se coronaba a los reyes. Y también, por supuesto, lo que era el castillo de Buda, el cual, tras la dominación otomana, fue restaurado por los Habsburgo, en época del imperio austrohúngaro, para convertirlo en un colosal Palacio Real de estilo neobarroco, residencia de los sucesivos reyes húngaros. Más tarde, tras haber sido destruido durante la Segunda Guerra Mundial, finalmente se reconstruyó como palacio neoclásico y actual recinto gubernamental.

Cruzando el río, ya en la parte llana de Pest, podemos admirar la mole del Parlamento, un monumental edificio que ofrece una fachada de 202 metros de largo que mira al Danubio, en cuyas aguas se refleja esplendoroso, sobre todo de noche cuando está iluminado. Se trata de la mayor obra del siglo XIX construida en la ciudad, de estilo neogótico, con una estructura grandilocuente que incluye cúpula, estatuas y otros elementos decorativos arquitectónicos.

Una decena de puentes salvan el río, pero los más importantes son los tres puentes históricos más famosos de Budapest: el Puente de las Cadenas, el Puente Verde y el Puente de Elisabeth. El de las Cadenas constituye uno de los símbolos más importantes de Hungría, ya que fue el primero que unió permanentemente los dos lados de la ciudad y, por tanto, el más antiguo de Budapest  Es un puente colgante con cadenas de hierro y cuatro leones que simbolizan los “guardianes” de la ciudad.

Pero el Puente Verde, reconstruido tras la Segunda Guerra Mundial, es sin duda el más hermoso y popular de Budapest, dada su arquitectura Art Nouveau, adornada con herrajes de encaje de color verde crema que lo distingue de los demás. Es el más corto y enlaza la zona de los baños Gellert, en el lado de Buda, con el Mercado Central de Pest.

Y, por último, el elegante Puente Elisabeth, bautizado así en memoria de la emperatriz austrohúngara Sisi. Se construyó como conexión ferroviaria entre Alemania y la República Checa, aunque hoy es un puente modernista reconstruido en la década de 1960.

En el Budapest cosmopolita, al final de la avenida Andrassy, nos topamos con la espectacular Plaza de los Héroes, flanqueada por un semicírculo con esculturas de figuras de la historia de Hungría y dominada por una columna de 36 metros de altura, coronada por el arcángel Gabriel. La plaza, Patrimonio de la Humanidad, comenzó a tomar su forma actual en 1896, durante la celebración del milenario de la conquista de Hungría. A la derecha de la plaza se ubica el Museo de Bellas Artes y a la izquierda, el Monumento del Milenio. La plaza es la antesala del Parque de la ciudad, en el que, junto a un lago y frondosas arboledas, podemos visitar el balneario Széchenyy y el sorprendente Castillo de Vajdahunyad, réplica del castillo de Drácula de Transilvania (Rumanía), construido para la Exposición de 1896.  En los terrenos del castillo se encuentra la estatua de Anonymus, que representa a un cronista del siglo XII que cubre el rostro con una capucha, lo que le da un aire tenebroso.

De regreso al centro de la ciudad podemos entrar en la Basílica de San Esteban, el mayor templo de Budapest, en cuyo interior se conserva la reliquia más importante de la cristiandad húngara: la mano momificada del primer rey de Hungría, Esteban I. Ricamente adornada con mármoles, esculturas y relieves de los siglos XIX y XX, la Basílica luce impresionante, siendo, además, junto al Parlamento, el edificio más alto de la ciudad, con una cúpula que se eleva hasta los 96 metros de altura.

Y puestos a admirar construcciones religiosas, no hay que olvidar la Sinagoga de Budapest, la segunda más grande del mundo, con sus dos torres con cúpulas, altas ventanas y un bello altar. El templo es una mezcla del estilo romántico con elementos bizantinos, que recuerda construcciones parecidas en España. En su interior se guardan los rollos de la Torá, custodiados por toda la simbología judía (candelabro de siete brazos, la estrella de David, una doble columna, el león y la corona). El complejo de la Sinagoga también alberga un cementerio conmemorativo del Holocausto, el Templo de los Héroes y el Museo Judío Húngaro.

Finalmente, después de recorrer la popular calle Váci, una de las calles peatonales y comerciales más concurrida de Budapest, hay que acceder al Mercado Central, el mercado cubierto más grande de la ciudad y uno de los mayores de Europa, repleto de tiendecillas y puestos en los que es posible adquirir cualquier producto tradicional húngaro, comprar un recuerdo turístico y tomar alguna delicadeza de la gastronomía húngara. El edificio es de estilo Secesión (el modernismo surgido en Viena) y un lugar donde pulsar el ritmo de la ciudad.

Budapest supuso, por tanto, una afortunada e inesperada sorpresa en este Paseo por Centroeuropa con el que recorremos lo que, para mí, eran los confines de una Europa que está ligada históricamente a España por la dinastía de los Habsburgo y, desde mucho antes, por el emperador Trajano, originario de la Itálica hispánica, quien combatió por estas tierras para consolidar el imperio romano. No hay mejor colofón para este viaje que estas asociaciones que enlazan pueblos, historia y cultura. 

martes, 7 de octubre de 2025

Paseo por Centroeuropa (II)

Viena (Austria)

El paseo por Centroeuropa me conduce, tras dejar atrás Praga, a Viena, capital de Austria, donde descubro una ciudad distinguida y próspera, con aires aristocráticos, que rezuma elegancia y refinamiento por su vasto patrimonio arquitectónico acumulado durante siglos. Y me entero de que Viena es considerada, desde el siglo XVI, la capital musical de Europa, ya que en ella nacieron compositores de la talla de Johann Strauss o Franz Schubert, además de haber acogido durante un tiempo a Mozart. Semejante prestigio lo mantiene con el afán por seguir cultivando su amor a la música, como demuestra el impresionante palacio de la Ópera, de estilo neorrenacentista, uno de los teatros más prestigiosos del mundo, y el no menos popular Musikverein, donde se celebra el tradicional concierto de Año Nuevo, que cada año se retransmite al mundo entero el día 1 de enero para deleite de melómanos. Por ambas causas, Viena es ejemplo vivo de arte y música.

Ubicada a orillas del río Danubio, durante mi visita a Viena me siento objeto, al pasear por los lugares en que vivieron, de la curiosidad de austriacos tan insignes como Sigmund Freud o Gustav klimt. Y empequeñecido ante una ciudad que fue la mayor de Europa durante la dinastía de los Habsburgo y capital del imperio austríaco y, posteriormente, del austro-húngaro. Y eso se nota actualmente en su fisonomía, con edificaciones barrocas y neoclásicas que coexisten en armonía y belleza, dotando a la ciudad de un carácter único.

Prueba de ello es la Catedral de Viena, el edificio gótico más alto de Austria y emblema de la ciudad, con una de sus cuatro torres que se eleva hasta los 136 metros de altura. El interior ha cambiado a los largo de los siglos hasta adoptar su actual estilo barroco. El tejado está construido con ladrillos de colores que le dan un aspecto inconfundible.

Otro ejemplo es el Belvedere, un esplendoroso palacio barroco con amplios jardines, máxima expresión de arquitectura paisajística, construido en lo que eran las puertas de la ciudad como residencia de verano del príncipe Eugenio de Saboya. En la actualidad alberga colecciones artísticas de gran valor en Austria, como las obras más relevantes de Klimt (El beso, Judith). En total, unas 400 obras que abarcan 800 años de historia del arte, desde Cranach al modernismo vienés.

O el palacio de Schönbrunn, antigua residencia de los Habsburgo desde finales del siglo XVII hasta principios del siglo XX, una de las construcciones barrocas más imponentes y mejor conservadas de Europa, dotado de recargadas estancias imperiales y un enorme y fantástico jardín, con fuentes, estatuas y monumentos, que le confieren una gran belleza y personalidad. Incluso dispuso del primer zoo del mundo, inaugurado en sus jardines en 1752. En el Salón de los Espejos del palacio interpretó Mozart piezas musicales cuando era solo un niño prodigio y el Salón Chino Azul fue el lugar en el que, en 1918, el emperador Carlos I firmaría su renuncia, dando lugar al final de la dinastía. Por todos esos motivos, históricos y arquitectónicos, el Palacio forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Pero es que, además, Viena fue la ciudad donde nació, al inicio del siglo XX, el Art Nouveau, el movimiento creativo modernista de diseñadores, artistas y arquitectos vieneses que se denominó Secesión, término por el que también se conoce al pabellón de exposiciones, de estilo modernista, construido por Joseph María Olbrich, que sería el primer centro de exposiciones de Europa Central y, hoy, una de las construcciones más conocidas de Viena. En el pórtico del pabellón figura el lema “Der Zeit ihre Kunst – der Kunst ihre Freiheit” (A cada tiempo, su arte – A cada arte, su libertad) Entre los fundadores de aquel movimiento figura el citado Gustav klimt, cuyas obras, refinadas y herméticas, se caracterizan por los motivos geométricos y la sensualidad, en un cuidado equilibrio entre líneas curvas y rectas, y abundancia del dorado, propio del arte bizantino.

Tampoco hay que olvidar, entre los edificios vieneses más destacados, a la Biblioteca Nacional de Austria, la mayor biblioteca barroca de Europa y una de las más hermosas del mundo. Alberga más de 200.000 tomos históricos en sus altas estanterías de madera, incluyendo una de las mayores colecciones con los escritos de la Reforma de Martín Lutero. La impresionante Sala de Gala, con 80 metros de longitud y 30 de altura y coronada por una cúpula en su zona central, deja al visitante con la boca abierta. Una estatua de mármol en el centro del espacio, justo debajo de la cúpula, representa al emperador Carlos IV, el monarca que encargó la construcción de la biblioteca en 1723. Otras 16 estatuas representan a regentes y nobles de las familias austriaca y española de los Habsburgo. También adornan la sala dos globos terráqueos venecianos de más de un metro de diámetro.

Y sin ser fúnebres, es curiosa la visita a la Cripta Imperial, bajo la Iglesia de los Capuchinos, lugar de sepultura de los Habsburgo de Viena, donde descansan 150 de ellos, entre los cuales hay 12 emperadores y 18 emperatrices. Podemos contemplar allí el magnífico sarcófago doble de María Teresa y su esposo, el emperador Francisco I, que contrasta con el sencillo féretro de su hijo, José II. También se hallan el sarcófago de la emperatriz Sisí y del príncipe heredero Rodolfo. El último emperador enterrado en la cripta fue Francisco José I (1916).  No es macabro señalar que, de 1654 a 1878, los corazones de los Habsburgo serían extraídos y enterrados en la Cripta de los Corazones de la Iglesia de San Agustín.

Viena, pues, no deja indiferente a nadie.

viernes, 3 de octubre de 2025

Paseo por Centroeuropa (I)

Salir de las fronteras de tu país siempre te permite no solo conocer a nuestros vecinos, sino apreciar mejor lo tuyo, tu gente y tu tierra, lo que tienes al alcance de la mano y que no valoras ni disfrutas en su justa medida. Asumo que las comparaciones siempre son odiosas, pero para la comprensión de la realidad en la que nos desenvolvemos, en términos históricos, culturales, gastronómicos y hasta políticos, comparar nos ayuda a medir con mayor precisión las bondades y riquezas de la sociedad de la que formamos parte, también sus debilidades y carencias, y percibir que, en cualquier caso, compartimos con el resto de Europa y del mundo unas formas de vida que solo difieren, aparte del idioma, en detalles localistas. Es decir, que en todas partes cuecen habas.

Justamente es lo que acabo de descubrir en mi primera aventura por el corazón del continente, por esos países centroeuropeos que parecían tan lejanos y distintos, y que conocía sólo de oídas por las lecturas. Me llevé una sorpresa, a pesar de prepararme para lo que iba a encontrar. Una sorpresa que superó mis expectativas, pero que no impidió algunas decepciones a causa del turismo de masas que todo lo invade, homogeneizando la vulgaridad y la falta de respeto para con las personas y los monumentos. En fin, lo propio de nuestro tiempo de selfies y macdonalds.

Praga (Chequia)

De Praga, presente en mi imaginario, solo sabía a ciencia cierta lo de su invasión por los tanques soviéticos del Pacto de Varsovia, allá por la primavera del 1968. Un acontecimiento que protagonizó durante meses las portadas de los periódicos debido a las manifestaciones populares en demanda de libertades, como la de expresión y desplazamiento, y que acabó con los tanques rusos sofocando las protestas. Tales hechos anclaron Praga en mi memoria como un pueblo que se rebeló contra la opresión y que inspiró a escritores tan relevantes como Milan Kundera o Václav Havel, algunas de cuyas obras cogen polvo en mi biblioteca. Tenía, por ello, ganas de visitarla.

Capital de la antigua Checoslovaquia, tras la división del país en dos repúblicas -con el consentimiento de aquella Unión Soviética tan imperialista como la Rusia de Putin-, Praga es ahora la atractiva capital de la República Checa que atrae una riada de curiosos que buscan las huellas de novelistas como Kafka, astrónomos como Kepler, músicos como Dvorak o pintores como Klimt. Y no defrauda ya que de todos ellos se pueden rastrear muestras de su impronta en la ciudad.

Y es que recorrer Praga es pasear por “la ciudad de las cien torres”,  bañada por el río Moldava. No te permite dejar de mirar a lo alto, hacia los pináculos de sus edificaciones y monumentos, que la dotan de un rico patrimonio arquitectónico. No en valde el poeta Rilke describió su ciudad como un “poema épico de la arquitectura”. Para comprobarlo solo hay que acudir y extasiarse con la Plaza de la Ciudad Vieja, donde asoman las impresionantes torres de la Iglesia de Týn, el Ayuntamiento con su famosísimo reloj astronómico y el Puente Carlos.

O subir al Castillo, un enclave con varias edificaciones entre las que se encuentra la Basílica de San Jorge con su fachada roja y torres blancas, el antiguo Palacio de los príncipes bohemios, la Catedral de San Vito y el barrio del Castillo con su comercial y pintoresco Callejón de Oro.

Praga no deja de sorprenderte con su abundante arquitectura de estilo gótico y renacentista, y sus palacios de un gran valor artístico. Muestras de uno y otro son la Torre de la Pólvora y el Palacio de Schwarzenberg. Sin olvidar, naturalmente, el archiconocido Puente Carlos, emblema de la ciudad y su obra gótica más famosa. Se trata del segundo puente más antiguo de Chequia y está decorado con 30 estatuas a ambos lados del mismo, en su mayoría barrocas, entre las que destaca la que representa al mártir Juan Nepomuceno, arrojado desde el puente en 1393. El gentío que recorre el puente apenas permite pararse a contemplar tanta belleza pétrea con la tranquilidad necesaria. Aun así, hay que intentarlo, como hizo ese amigo que se pasó horas hasta que consiguió una fotografía con la luz del amanecer que buscaba.

Pero Praga no es solo la ciudad de los folletos turísticos. En sus alrededores existen rincones curiosos que también son convenientes conocer. Pequeñas localidades que encierran encantos particulares de gran atractivo para el impertinente curioso de lo desconocido. Valgan dos ejemplos: Karlovy Vary, una ciudad a un centenar de kilómetros de Praga, un pueblo perdido en medio del bosque y dividido por el río Teplá, famoso por sus manantiales de aguas termales y balnearios, ya que allí brotan más de trece fuentes principales y cientos más pequeñas con aguas a distintas temperaturas. Destaca la arquitectura rococó de sus edificaciones más emblemáticas, como el balneario Sprudel de la época comunista, la Ópera y algunos hoteles, además del impresionante paisaje del enclave.

Otro lugar que merece una visita es Cesky Krumlov, una ciudad medieval a orillas del río Moldava, considerada una Praga en miniatura. Su centro histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad, incluyendo su castillo, el segundo más grande de  la República Checa. Calles empedradas, edificios de arquitectura gótica, barroca y renacentista, unas vistas impresionantes y, para colmo, tres osos pardos –una hembra y dos machos- en el foso del castillo, legado de la época de los Rosemberg, que atraen los focos de las cámaras.

Praga es, pues, un destino sumamente interesante de esa Europa que a los meridionales nos parece lejana y extraña por su pasado de monarquías imperiales y revoluciones que cambiaron en varias ocasiones sus fronteras interiores. De todo ese periplo cultural e histórico quedan huellas ineluctables en ciudades como Praga, Viena y Budapest, que fueron el destino de mi paseo por Centroeuropa, y de las que haremos reseña en próximos comentarios.