viernes, 3 de octubre de 2025

Paseo por Centroeuropa (I)

Salir de las fronteras de tu país siempre te permite no solo conocer a nuestros vecinos, sino apreciar mejor lo tuyo, tu gente y tu tierra, lo que tienes al alcance de la mano y que no valoras ni disfrutas en su justa medida. Asumo que las comparaciones siempre son odiosas, pero para la comprensión de la realidad en la que nos desenvolvemos, en términos históricos, culturales, gastronómicos y hasta políticos, comparar nos ayuda a medir con mayor precisión las bondades y riquezas de la sociedad de la que formamos parte, también sus debilidades y carencias, y percibir que, en cualquier caso, compartimos con el resto de Europa y del mundo unas formas de vida que solo difieren, aparte del idioma, en detalles localistas. Es decir, que en todas partes cuecen habas.

Justamente es lo que acabo de descubrir en mi primera aventura por el corazón del continente, por esos países centroeuropeos que parecían tan lejanos y distintos, y que conocía sólo de oídas por las lecturas. Me llevé una sorpresa, a pesar de prepararme para lo que iba a encontrar. Una sorpresa que superó mis expectativas, pero que no impidió algunas decepciones a causa del turismo de masas que todo lo invade, homogeneizando la vulgaridad y la falta de respeto para con las personas y los monumentos. En fin, lo propio de nuestro tiempo de selfies y macdonalds.

Praga (Chequia)

De Praga, presente en mi imaginario, solo sabía a ciencia cierta lo de su invasión por los tanques soviéticos del Pacto de Varsovia, allá por la primavera del 1968. Un acontecimiento que protagonizó durante meses las portadas de los periódicos debido a las manifestaciones populares en demanda de libertades, como la de expresión y desplazamiento, y que acabó con los tanques rusos sofocando las protestas. Tales hechos anclaron Praga en mi memoria como un pueblo que se rebeló contra la opresión y que inspiró a escritores tan relevantes como Milan Kundera o Václav Havel, algunas de cuyas obras cogen polvo en mi biblioteca. Tenía, por ello, ganas de visitarla.

Capital de la antigua Checoslovaquia, tras la división del país en dos repúblicas -con el consentimiento de aquella Unión Soviética tan imperialista como la Rusia de Putin-, Praga es ahora la atractiva capital de la República Checa que atrae una riada de curiosos que buscan las huellas de novelistas como Kafka, astrónomos como Kepler, músicos como Dvorak o pintores como Klimt. Y no defrauda ya que de todos ellos se pueden rastrear muestras de su impronta en la ciudad.

Y es que recorrer Praga es pasear por “la ciudad de las cien torres”,  bañada por el río Moldava. No te permite dejar de mirar a lo alto, hacia los pináculos de sus edificaciones y monumentos, que la dotan de un rico patrimonio arquitectónico. No en valde el poeta Rilke describió su ciudad como un “poema épico de la arquitectura”. Para comprobarlo solo hay que acudir y extasiarse con la Plaza de la Ciudad Vieja, donde asoman las impresionantes torres de la Iglesia de Týn, el Ayuntamiento con su famosísimo reloj astronómico y el Puente Carlos.

O subir al Castillo, un enclave con varias edificaciones entre las que se encuentra la Basílica de San Jorge con su fachada roja y torres blancas, el antiguo Palacio de los príncipes bohemios, la Catedral de San Vito y el barrio del Castillo con su comercial y pintoresco Callejón de Oro.

Praga no deja de sorprenderte con su abundante arquitectura de estilo gótico y renacentista, y sus palacios de un gran valor artístico. Muestras de uno y otro son la Torre de la Pólvora y el Palacio de Schwarzenberg. Sin olvidar, naturalmente, el archiconocido Puente Carlos, emblema de la ciudad y su obra gótica más famosa. Se trata del segundo puente más antiguo de Chequia y está decorado con 30 estatuas a ambos lados del mismo, en su mayoría barrocas, entre las que destaca la que representa al mártir Juan Nepomuceno, arrojado desde el puente en 1393. El gentío que recorre el puente apenas permite pararse a contemplar tanta belleza pétrea con la tranquilidad necesaria. Aun así, hay que intentarlo, como hizo ese amigo que se pasó horas hasta que consiguió una fotografía con la luz del amanecer que buscaba.

Pero Praga no es solo la ciudad de los folletos turísticos. En sus alrededores existen rincones curiosos que también son convenientes conocer. Pequeñas localidades que encierran encantos particulares de gran atractivo para el impertinente curioso de lo desconocido. Valgan dos ejemplos: Karlovy Vary, una ciudad a un centenar de kilómetros de Praga, un pueblo perdido en medio del bosque y dividido por el río Teplá, famoso por sus manantiales de aguas termales y balnearios, ya que allí brotan más de trece fuentes principales y cientos más pequeñas con aguas a distintas temperaturas. Destaca la arquitectura rococó de sus edificaciones más emblemáticas, como el balneario Sprudel de la época comunista, la Ópera y algunos hoteles, además del impresionante paisaje del enclave.

Otro lugar que merece una visita es Cesky Krumlov, una ciudad medieval a orillas del río Moldava, considerada una Praga en miniatura. Su centro histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad, incluyendo su castillo, el segundo más grande de  la República Checa. Calles empedradas, edificios de arquitectura gótica, barroca y renacentista, unas vistas impresionantes y, para colmo, tres osos pardos –una hembra y dos machos- en el foso del castillo, legado de la época de los Rosemberg, que atraen los focos de las cámaras.

Praga es, pues, un destino sumamente interesante de esa Europa que a los meridionales nos parece lejana y extraña por su pasado de monarquías imperiales y revoluciones que cambiaron en varias ocasiones sus fronteras interiores. De todo ese periplo cultural e histórico quedan huellas ineluctables en ciudades como Praga, Viena y Budapest, que fueron el destino de mi paseo por Centroeuropa, y de las que haremos reseña en próximos comentarios.