
Detrás de esta pregunta hay mucha retranca, lo reconozco.
Empezaré, por tanto, expresando mi convencimiento de que la ufología no existe
como disciplina científica académica, por mucho que los que así lo creen dediquen
buena parte de su tiempo libre a la investigación ufológica. Quiero decir que
existen ufólogos, pero no ufología como ciencia empírica. Yo mismo fui ufólogo
en mis años juveniles hasta que imperativos vitales más acuciantes me
desinflaron el interés. También porque percibí que aquellas “investigaciones”
ufológicas terminaban siempre en un callejón sin salida, sin más “solución” que
el acopio de una casuística de la que no se lograba extraer ningún resultado o “descubrimiento”
científico válido, verificable e irrefutable, sino meras sospechas, intuiciones
e hipótesis más emocionales que racionales. En realidad, tal vez fuera que al
hacerse uno mayor se pierde frescura inocente en la mirada y la mente y nos
convertimos en escépticos y cuadriculados cascarrabias. Por lo que fuese, hace
décadas que abandoné aquella afición a la ufología, a pesar de la dedicación
que le mostré al empeño y de los esfuerzos sinceros por acometerla desde una
metodología lo más empírica que pude o supe. Yo era un ufólogo descreído, adscrito
a la banda de los incrédulos con la teoría extraterrestre, aún cuando en
ufología siempre te topas con un número residual de casos a los que no hallas
explicación posible con los conocimientos disponibles.
He de precisar, para los no entendidos, que la ufología
es el estudio de los “objetos voladores no identificados”, es decir, los
“ovnis” o platillos volantes, como eran conocidos popularmente. UFO (Unidentified
Flaying Objects) es la abreviatura de OVNI en inglés, raíz con la que se
construye el anglicismo ufología, que designa a la disciplina o campo de
estudio, y ufólogo, al experto o estudioso de ufología. Estamos
hablando, pues, de una inquietud, una “ciencia” o un campo de investigación que
está más allá de lo convencional y reglado, y que se adentra en una zona
especulativa sumamente atrayente que nos lleva a buscar pruebas, ninguna de
ellas contundente a día de hoy, sobre la existencia de huellas, artefactos,
visiones o contactos que, por eliminación, suponemos de una improbable
procedencia extraterrestre.
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Pues bien, atraído por las noticias frecuentes sobre
apariciones de misteriosas luces en el cielo y otros hechos similares que ocupaban
espacio en los periódicos, fundé junto a otros amigos adolescentes una
asociación para el estudio de estos fenómenos, a finales de los años 60 y
principios de los 70 del siglo pasado, denominada ADIASA. Aquel acrónimo
oficialmente significaba Asociación De Investigadores Aficionados Sobre
Astronomía, aunque en realidad surgió de las iniciales de los nombres de
quienes se divertían con inventar posibles agencias de investigación mientras
mataban el tiempo libre entre clases. Debido a la intensidad con que me
embarqué en la iniciativa, ADIASA rebasó las vallas del instituto y se expandió
por todo el país. Pronto consiguió aglutinar investigadores locales,
colaboradores ocasionales y socios diseminados por la península ibérica. Se
convirtió en un grupo más de los que poblaban el universo de la ufología en
España y parte del extranjero. Nada de ello hubiera sido posible sin la ayuda de
Enrique Campos Muñoz, quien desde el primer momento estuvo junto a mí
trabajando infatigablemente en el proyecto. De esos tiempos iniciales nace
también mi amistad con
José Antonio Galán Vázquez, continuador impertérrito de
aquel ímpetu juvenil por la ufología y que ahora me reclama estas notas crepusculares.
Es evidente que la ufología, como ámbito del saber sobre una
realidad para distinguirla y entenderla, nace por la proliferación de casos
sobre visiones de luces u objetos extraños que se comportan desafiando las
leyes de la física en muchas partes del mundo. Denuncias sobre artefactos que
vuelan a velocidades increíbles o se mantienen estáticos en el firmamento, e
incluso que aterrizan, emiten zumbidos misteriosos y vuelven a elevarse
vertiginosamente, dejando a veces alguna huella o quemadura en el suelo. Se
parte de la premisa de que, en un universo abarrotado de estrellas, un número
incalculable de ellas contarán con sistemas planetarios orbitando a su
alrededor, como nuestro Sistema Solar. Y que lo más probable es que muchos de
ellos alberguen vida, incluso vida inteligente. Sobre esas dos certezas se
cimenta la ufología, la “no ciencia” que es fuente de obsesión para los
ufólogos. Creen, como yo lo creí, que hay “algo que flota sobre el mundo”, pero
no saben lo qué es y, menos aún, de dónde procede o qué o quién lo causa. Y la hipótesis
más generalizada entre los ufólogos es que son vehículos, tripulados o no, de
origen extraterrestre. Parece la explicación más plausible, pero es una
posibilidad remota, ínfima, que tiene mucho de antropocentrismo cósmico. Pensar
que vienen a explorarnos artefactos extraterrestres que tardan en viajes
intergalácticos cientos y millones de años, a velocidad de la luz, es elaborar un
relato de ciencia ficción, cuando no somos, como planeta, ni el centro del
Sistema Solar, ni de la Vía Láctea, ni del Universo, ni, por supuesto, de la
creación, como recuerda el divulgador científico Javier Sampedro en un artículo
reciente (El primer contacto).

ADIASA, después de una fugaz pero intensa singladura, murió
cuando me convencí de llegar a ese “callejón sin salida” al que me refería al
principio. O seguíamos acumulando y archivando casuística o reconocíamos que no
había nada más que hacer. Reconozco que fue bonito y estimulante mientras duró.
Porque ADIASA contribuyó en buena medida, a principios de los 70, a consolidar
y aglutinar lo que se denominó como Ufología Andaluza, a la creación del
Archivo Regional Andaluz y se responsabilizó de la edición y difusión del
Boletín Informativo Andaluz, apoyando la iniciativa de la RNC (Red Nacional de
Corresponsales) y de otros investigadores en esta especie de Renacimiento de la
ufología andaluza, en general, y de la sevillana en particular. También participó
y organizó alguna de las “reuniones regionales para la investigación del
fenómeno OVNI” que comenzaron a celebrarse por aquel tiempo. E, incluso, colaboramos
en la organización, bajo la dirección de Rafael Llamas Cadaval, de un evento
público de enorme repercusión mediática en la Sevilla de 1973: un ciclo de
conferencias titulado “Difícil problemática a tener en cuenta”, una
“problemática” que progresivamente iba extendiéndose hacia lo esotérico, la
mística heterodoxa, las psicofonías, los fenómenos paranormales, la
psicocirugía, etc.
Aquello dio la puntilla a ADIASA puesto que suponía, a mi
entender, suspender la incredulidad para amoldarnos a una realidad fantástica en
la que los OVNIS eran un componente más. Rompimos con todos, dejamos de
publicar el Boletín Informativo Andaluz y, al poco tiempo, nos disolvimos como
grupo organizado. Yo me volqué en completar mis estudios, conseguí una plaza de
funcionario en el Servicio Andaluz de Salud, me casé, tuve hijos y luego nietos,
acabé otra licenciatura distinta por vocación y me sumergí en la lectura (ensayo, poesía y filosofía, fundamentalmente) y en la escritura de literatura
de ficción, que me ha permitido publicar un libro de cuentos. Nada de ello me
ha impedido seguir leyendo lo que cae en mis manos sobre ufología, pero sin la absorbente
pasión antigua. Quizás entonces éramos inmaduros o juveniles aprendices de
investigador de una ciencia inexistente.
Pero de una cosa sí estoy seguro, y es que la ufología me ha
enseñado una forma crítica de ver el mundo y cuestionar lo que damos por
sentado, y que ADIASA me brindó un bagaje sumamente enriquecedor para mi
desarrollo personal y profesional. Sin la ufología, si es que existe, yo no
hubiera logrado la mitad de lo que he conseguido ni llegado a este punto de una
crónica que a muchos ufólogos podrá sorprender, viniendo de quien viene. Pido
disculpas por anticipado.