lunes, 15 de agosto de 2022

¡Como no llueva…!

A esa imploración se reduce nuestra esperanza de que el otoño resuelva la “pertinaz” sequía que padecemos y que amenaza el estilo de vida al que estamos acostumbrados, en el que el agua es un componente básico, inagotable y asequible. Si no se remedia la situación, nos vemos abocados a mayores restricciones para la industria y el consumo doméstico que nos harán recordar aquellas imágenes de tribus que transportan tinajas de agua sobre sus cabezas desde pozos lejanos hasta sus chabolas. Y si no llegamos a tal extremo, nos veremos obligados, cuanto menos, a olvidarnos del despilfarro con el que malgastábamos un agua que cada vez será más escasa. 

Habrá que seguir rezando porque no somos capaces de ajustar nuestro comportamiento en el planeta en función de sus limitados recursos. Seguimos sin tomar en serio las políticas de sostenibilidad y racionalización del consumo. Arrasamos con todo: esquilmamos los mares y desertizamos la tierra de tanto explotarlos con afán de lucro, no por mera sobrealimentación de algunos y hambre para muchos. Todo ha de ser intensivo, las granjas, los cultivos, la pesca, para que sea rentable, aunque suponga un atentado irreversible a las capacidades productivas de lo que utilizamos para abastecemos. Somos desenfrenados acaparadores egoístas. Y esto es lo que conseguimos; sequías, escasez de pesca, campos estériles, aires contaminados. Y, encima, descreídos del cambio climático que llevan años alertando los científicos. ¡Imposible un cambio climático que arruine el tinglado que tenemos levantado!, parece ser lo que creemos. Hasta que se instala una sequía como esta y las olas de calor que la acompañan. Entonces nos acordamos de santa Bárbara y nos ponemos a implorar lluvia. Ya mismo sacaremos a nuestras vírgenes a procesionar rogativas, como hacían los indios norteamericanos alrededor de sus tótems mediante danzas con igual finalidad. Nuestra diferencia con ellos es que nosotros conocemos la física de las precipitaciones y sabemos perfectamente cómo la actividad humana acelera los ciclos climáticos…  y no hacemos prácticamente nada por evitarlo. Salvo implorar que llueva. ¡Como no llueva este otoño se va a ver un numerito! Por nuestra única y exclusiva culpa. Somos la especie animal más dañina del mundo. ¡Venga, a rezar!

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