martes, 20 de febrero de 2024

La limpieza de Gaza

De forma inesperada pero cuando más oportuno era para el primer ministro de Israel por los apuros judiciales que padece y las complicadas relaciones con los socios ultraortodoxos de su Gobierno, una criminal incursión de Hamás a unas fronterizas colonias judías en octubre pasado vino a dar vitalidad bélico-patriotera a Benjamin Netanyahu. Sin pensárselo dos veces, ordenó de inmediato una “ofensiva” militar contra la Franja de Gaza para limpiar de terroristas el enclave de donde partieron los atacantes de la milicia armada palestina. El problema es que terrorista, para el gobernante sionista, es la totalidad de la población palestina que malvive en un espacio que nunca ha sido libre, pues siempre ha dependido del control de Israel para entrar o salir de sus límites

Como cínico oportunista, Netanyahu se empeña en considerar legítima defensa  lo que no es más que la limpieza de palestinos de una tierra que pueblan en condiciones absolutamente intolerables para cualquier país. Pero a los palestinos no se les consiente ningún país propio, como desean y por lo que luchan. Por eso, la comunidad internacional apenas hace nada efectivo contra la expulsión y matanza que se está cometiendo con ellos en Gaza en nombre del derecho a la defensa de un Israel embravecido con los restos de la antigua e histórica Palestina. Ni siquiera la ONU, cuyas misiones en la Franja han sido bombardeadas sin miramiento y que ha sido acusada de amparar a elementos terroristas entre su personal, ha podido no solo frenar sino siquiera condenar la inmoral barbarie que comete Israel contra los hombres, mujeres y niños palestinos de Gaza. Y, de paso, aunque en menor escala, de Cisjordania.

Cerca de 30.000 palestinos han muertos ya por esta ofensiva “defensiva” israelí. Más de 15.000 han resultado heridos. Y otros miles más están todavía por descubrir -sus cadáveres- bajo los escombros. Y aun falta el anunciado ataque final sobre Rafah, el último rincón al sur de la Franja, donde se ha empujado a más de la mitad de la población gazatí para acabar con ella o expulsarla, si Egipto se apiada y facilita su huida forzosa hacia campamentos en su territorio, cosa que las autoridades egipcias tratan de evitar como fuere.

Esta es la venganza que está perpetrando el gobierno sionista de Netanyahu con la excusa del sorprendente ataque de Hamás. Porque eso era lo que él perseguía desde siempre: que jamás exista un Estado palestino, ni en Gaza ni en Cisjordania. No quiere palestinos dentro de lo que considera el gran Israel. Y pretende expulsarlos, por las buenas o las malas, a Jordania, Egipto, Líbano o cualquier país árabe que quiera aceptarlos. Por las buenas, infestando de colonias judías Cisjordania. Y por las malas, emprendiendo una guerra, bajo cualquier oportuna excusa, no contra un ejército enemigo, sino contra los habitantes civiles e indefensos de un enclave que pretende ocupar con población israelí. Y se está saliendo con la suya. Ninguno de los 193 estados que conforman la ONU, juntos o por separado, ha podido frenar esta barbarie. Tampoco los que constituyen la Unión Europea.

El último intento por detener esta locura ha sido la Conferencia de Seguridad de Múnich sobre Oriente Próximo, celebrada hace unas fechas en la capital bávara, que se saldó con buenos deseos pero sin ningún compromiso efectivo que sirva para disuadir a Israel de proseguir con el exterminio de gazatíes. Tampoco el presidente de EE UU, Joe Biden, que autoriza el suministro del arsenal que necesita Israel para sus guerras, ha sido capaz de influir sobre el gobernante hebreo para que apacigüe su ánimo vengativo. Solo ante la anunciada ofensiva a Rafah, donde se halla acorralada la casi totalidad de los gazatíes, ha tenido a bien EE UU presentar una resolución de Naciones Unidas con la que se opone a la misma, siendo la primera vez que respalda un alto el fuego entre Israel y Hamás. Por lo que parece, nada detiene a Netanyahu en su ofuscación sanguinaria. Ni siquiera los rehenes israelíes todavía secuestrados por Hamás en Gaza. De ahí que se haya negado incluso a enviar representantes a las últimas negociaciones que se han llevado a cabo en Egipto, con patrocinio de la CIA y de Qatar. Netanyahu solo quiere la guerra y la pírrica victoria que obtendrá su ejército luchando contra una población cautiva entre las balas de los terroristas y las bombas israelíes. 

Lo único que le importa a Benjamin Netanyahu es que la contienda le permita continuar gobernando, a pesar de mancharse las manos de sangre. Los muertos, sobre todo si son palestinos, serán en cualquier caso un precio inevitable –daños colaterales- para culminar su ambición política e ideológica, esto es, que la Justicia no lo aparte del poder  y que nunca exista un Estado Palestino, aunque su existencia ofrezca garantías de seguridad para Israel y entable relaciones de mutua y pacífica convivencia, como establecen las Resoluciones de la ONU y el Derecho Internacional.

Esta guerra de Gaza es un insulto a la inteligencia, una afrenta a la ética y a la moral y un reto para las democracias decentes del mundo. Porque ni en Gaza ni en Ucrania la fuerza puede sustituir a la razón, a la legalidad y a la inviolabilidad de los estados o países. Hay que parar los delirios criminales de los Netanyahu y Putin que hoy destrozan impunemente la paz y la libertad de los pueblos que agreden por capricho imperialista. Y hay que pararlos gritando cada vez más alto ¡basta!, sin esperar la condena de la historia. No nos está permitido ser equidistantes ni condescendientes con la violencia en ningún lugar, la ejerza quien la ejerza. Ya está bien.      

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