Como, por ejemplo, la violencia machista contra la mujer. En
la última semana, cinco mujeres y un menor han sido asesinados en nuestro país
por parte de sus parejas, exparejas o familiares. Ya no es que no se consiga
frenar lo que, a todas luces, es una lacra fuertemente incrustada en nuestra
sociedad, sino que, a pesar de los mensajes y campañas de concienciación contra
esa mentalidad machista incapaz de percibir a la mujer como una persona que
posee igualdad de derechos que el hombre, se perpetúan comportamientos de subordinación
de la mujer frente al hombre entre adolescentes y hasta entre estudiantes
universitarios que reproducen estereotipos u actitudes machistas. Más aún,
representantes de determinado partido político no admiten la existencia de la
violencia machista que sufre la mujer por el simple hecho de ser mujer e
intentan, cuando se denuncia este hecho, banalizar y hasta negar las cifras que
contabilizan una realidad de la que todos deberíamos sentir vergüenza. Es por
eso en que días así es raro no sentirse extraño en un mundo que, al parecer, no
tiene arreglo, y menos habitado por trogloditas.
Más cerca, pero igual de inmoral, es la crisis
diplomático-migratoria acaecida en Ceuta por obra y gracia del reyezuelo
autoritario de Marruecos, quien no tiene escrúpulos en utilizar a la población
más pobre de su reino, facilitándole el paso ilegal de la frontera, para
presionar a España en relación con cualquier asunto, en este caso, el conflicto
del Sáhara occidental. Si ya en su día promovió una marcha “verde” para enfrentarla
a las escasas fuerzas españolas que custodiaban aquella región en proceso de
descolonización, ahora hace lo mismo con los desharrapados de su reino para
protestar por el acogimiento humanitario que hace nuestro país de un líder de
los saharauis, pueblo que también cuenta con la bendición de la ONU para
aspirar a un referéndum de autodeterminación, aquejado de la covid-19. Como
Israel, Marruecos tampoco acepta que el derecho internacional le niegue lo que
considera suyo, posesiones arrebatas a sus dueños por ambiciones imperialistas.
Y los representantes del mismo partido que niega la violencia machista, también
en este caso se prestan a echar gasolina al fuego de la convivencia que soporta
Ceuta por culpa del sátrapa marroquí. Tantos años de negociaciones y diplomacia
para nada. Volvemos a la política de las cañoneras y la confrontación más burda
y soez que hacen insoportables estos días tan raros.
Raros como uno mismo. Conforme pasan los años, pesan los
miedos y el malestar, nos volvemos descreídos y fatalistas. Los años nos hacen
sentir raros., desubicados no sólo de la realidad, sino incluso de la familia. Cada
vez más lejana y extraña. No esperamos nada bueno de un tiempo que se consume
velozmente entre apetitos vulgares, banales, materiales. Las noches ya no son
refugio de nada, sino guaridas donde acechan peligros infinitos. Cada vez
estamos más envueltos de ausencias, agujereados por vacíos que no sustituye
nada ni nadie, y que rellenamos con nuestros propios temores, con un pesimismo
cada vez más recalcitrante. Son días raros, mires donde mires, tanto hacia
afuera como hacia adentro. Con frecuencia, entran ganas de cerrar los ojos y no
abrirlos más. Una pena.
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