jueves, 27 de mayo de 2021

Días raros

Supongo que lo que me pasa es normal… Normal para quienes alcanzan una edad en que están curados de espanto y apenas nada les causa sorpresa, pero sí hastío. Y es que cuando se acumula cierta experiencia sobre las espaldas, no es inhabitual que el aburrimiento sea la sensación que despiertan problemas que, no sólo no se resuelven de una vez, sino que vuelven cíclicamente a aparecer con otro ropaje, otras envolturas, sin dejar de ser siempre los mismos asuntos problemáticos a los que no hemos sabido o querido dar respuesta. Es entonces cuando los días se convierten en esas jornadas raras, negras y pesadas que alimentan nuestro pesimismo y nos causan desolación.

Como, por ejemplo, la violencia machista contra la mujer. En la última semana, cinco mujeres y un menor han sido asesinados en nuestro país por parte de sus parejas, exparejas o familiares. Ya no es que no se consiga frenar lo que, a todas luces, es una lacra fuertemente incrustada en nuestra sociedad, sino que, a pesar de los mensajes y campañas de concienciación contra esa mentalidad machista incapaz de percibir a la mujer como una persona que posee igualdad de derechos que el hombre, se perpetúan comportamientos de subordinación de la mujer frente al hombre entre adolescentes y hasta entre estudiantes universitarios que reproducen estereotipos u actitudes machistas. Más aún, representantes de determinado partido político no admiten la existencia de la violencia machista que sufre la mujer por el simple hecho de ser mujer e intentan, cuando se denuncia este hecho, banalizar y hasta negar las cifras que contabilizan una realidad de la que todos deberíamos sentir vergüenza. Es por eso en que días así es raro no sentirse extraño en un mundo que, al parecer, no tiene arreglo, y menos habitado por trogloditas.

Como no tiene arreglo que el poderoso explote, abuse y hasta aniquile al débil. Lo acabamos de presenciar, por enésima vez, en Gaza, en el contexto del eterno conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes. Cada cierto tiempo, cuando a Israel le conviene, ataca con cualquier excusa a la población árabe, indefensa y ultrajada que ha sido expulsada de sus tierras en la antigua Palestina y confinada en territorios donde vive en condiciones miserables, sin apenas libertad ni derechos. Una situación de exterminio étnico que se consiente gracias al poder del explotador, que tiene a su favor la fuerza, y a la connivencia de la única superpotencia que existe en el mundo, EE UU, que le presta todo su respaldo… militar, por supuesto. Los palestinos, que sólo cuentan con la razón, están condenados a perder cada combate que les enfrenta a sus opresores, a pesar de que el derecho internacional, las resoluciones de la ONU, la historia y la dignidad moral les asisten. Están destinados a convertirse en uno de los últimos pueblos parias que malviven en el planeta, gracias a la indiferencia mundial y los intereses geoestratégicos de los poderosos. Para llorar.

Más cerca, pero igual de inmoral, es la crisis diplomático-migratoria acaecida en Ceuta por obra y gracia del reyezuelo autoritario de Marruecos, quien no tiene escrúpulos en utilizar a la población más pobre de su reino, facilitándole el paso ilegal de la frontera, para presionar a España en relación con cualquier asunto, en este caso, el conflicto del Sáhara occidental. Si ya en su día promovió una marcha “verde” para enfrentarla a las escasas fuerzas españolas que custodiaban aquella región en proceso de descolonización, ahora hace lo mismo con los desharrapados de su reino para protestar por el acogimiento humanitario que hace nuestro país de un líder de los saharauis, pueblo que también cuenta con la bendición de la ONU para aspirar a un referéndum de autodeterminación, aquejado de la covid-19. Como Israel, Marruecos tampoco acepta que el derecho internacional le niegue lo que considera suyo, posesiones arrebatas a sus dueños por ambiciones imperialistas. Y los representantes del mismo partido que niega la violencia machista, también en este caso se prestan a echar gasolina al fuego de la convivencia que soporta Ceuta por culpa del sátrapa marroquí. Tantos años de negociaciones y diplomacia para nada. Volvemos a la política de las cañoneras y la confrontación más burda y soez que hacen insoportables estos días tan raros.

Raros como uno mismo. Conforme pasan los años, pesan los miedos y el malestar, nos volvemos descreídos y fatalistas. Los años nos hacen sentir raros., desubicados no sólo de la realidad, sino incluso de la familia. Cada vez más lejana y extraña. No esperamos nada bueno de un tiempo que se consume velozmente entre apetitos vulgares, banales, materiales. Las noches ya no son refugio de nada, sino guaridas donde acechan peligros infinitos. Cada vez estamos más envueltos de ausencias, agujereados por vacíos que no sustituye nada ni nadie, y que rellenamos con nuestros propios temores, con un pesimismo cada vez más recalcitrante. Son días raros, mires donde mires, tanto hacia afuera como hacia adentro. Con frecuencia, entran ganas de cerrar los ojos y no abrirlos más. Una pena.    

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