
Ha enmudecido para siempre, ha pasado a ser parte de esa
nada que todos seremos, un poeta que me ha acompañado toda la vida susurrándome
a los oídos del alma la belleza descrita en palabras y presentada en versos, para que la lírica se aprehenda con los sentimientos.
En silencio, con la discreción que le caracterizaba, ha muerto a los 89 años Francisco Brines, quien me cautivara con “El otoño de las rosas”, el poemario que a
finales de los ochenta del siglo pasado inoculó su veneno de sensibilidad en el
joven desorientado por la existencia que yo era entonces, sin dejar de serlo.
Desde aquel aguijonazo, no pude dejar de conmoverme con sus cantos a la vida,
al amor, a la amistad, a la tierra, a la vejez, a la muerte, de una obra
sincera e impregnada de soledad. Nos ha dejado un poeta enorme, el último de los
grandes poetas españoles, recién galardonado con el Premio Cervantes, pero nos
deja un gran legado, su poesía, con la que seguiremos buscando, como él, esa
nada que nos resume y aturde:
“Como si nada hubiera sucedido. / Es ese mi resumen / y está
en él mi epitafio”.
Descanse en paz, maestro.
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