
Si el ser humano se comportara en verdad de manera racional,
facultad que se supone lo distingue de las demás especies, no existirían ni
violencia ni matanzas entre ellos. La alta consideración de su propia relevancia,
cúspide del reino animal, unido al respeto que haría prevalecer la dignidad
personal y el derecho inviolable a la vida e integridad de cada hombre,
formalmente reconocidos por la Declaración de los Derechos Humanos, deberían imposibilitar
cualquier acto de agresión y de violencia entre los seres humanos, tanto individual
como colectiva. Solo los animales, regidos por instintos irracionales,
actuarían con agresividad salvaje frente a cualquier amenaza, incluso contra miembros
de su misma especie. Reconocernos únicos y privilegiados entre los seres vivos,
gracias a la inteligencia y la capacidad racional con las que hemos sido
dotados por la evolución natural, debería permitirnos erradicar toda pulsión violenta
y asesina entre nosotros, puesto que no hallaríamos motivos racionales para imitar
comportamientos más propios de los animales que de los humanos. Sin embargo, no
es difícil ni infrecuente el uso de la fuerza y la guerra para dirimir nuestros
conflictos por simples ambiciones de dominio y poder. Y así nos va.
En este rincón del mundo más desarrollado, el que disfruta
de comodidades materiales nunca imaginadas y de un marco jurídico que ampara
derechos y libertades como en ningún otro, se desata una agresión militar que
bombardea a la población civil por una nostalgia imperial atávica. No solo se
afana en masacrar a ciudadanos inocentes que nada han hecho, salvo nacer y
vivir en su país, sino que además ignora y destroza el andamiaje de una legalidad
internacional, basada en la soberanía de los estados-nación, que había logrado
una paz duradera y el mayor progreso y bienestar en la historia de la
humanidad.

Nada de ello le ha importado a una persona para actuar como
los animales: atacar con fiera violencia cuando cree sentirse amenazado o
percibe una mengua de su poder e influencia. Es lo que ha demostrado el
presidente de Rusia, Vladimir Putin, al invadir un país vecino, Ucrania,
antigua república de la órbita soviética, al considerar que la autonomía política
y la soberanía de ese país significaban un peligro real que ponía en cuestión la
capacidad de control de Rusia de su área de influencia. No le ha importado, por
tanto, comenzar una salvajada militar, sin declarar oficialmente la guerra, que
se desarrolla como cualquier guerra auténtica, es decir, siendo injusta además
de inútil, puesto que sólo sirve para poner de relieve la carencia de razones que
la justifiquen, dado que ninguna guerra los tiene, y la desesperación de un
agresor que es incapaz de resolver sus conflictos por medios racionales y pacíficos,
propios de seres inteligentes.
La guerra no es la continuación de la política por otros
medios, como cínicamente afirmaba Clausewitz, sino más bien el fracaso absoluto
de la política. La guerra, simplemente, es la sinrazón y el retorno a la animalidad
más despiadada de los humanos, especie supuestamente cumbre entre los seres
vivos e inteligentes. En Ucrania asistimos al espeluznante horror inhumano de
la guerra en las mismas puertas de la civilización. Una guerra que amenaza
explícitamente con el recurso a las armas atómicas si el agredido sigue
oponiendo resistencia a la agresión que sufre y no claudica a unas
“negociaciones” que certifiquen su rendición.

No es esta esquina de Europa el único lugar del planeta donde
se aplica aquella cínica “continuación de la política por otros medios” a la
hora de dirimir conflictos territoriales, étnicos, religiosos o económicos. Las
balas, las bombas y los misiles vuelan por doquier para vergüenza de la supuesta
capacidad racional que distingue al hombre. Hasta ahora, aquellos focos de
enfrentamientos mortales nos resultaban remotos y de pueblos dominados por una
mentalidad primitiva. No podíamos imaginar que tal cosa pudiera acontecer en el
epicentro de la civilización occidental, como es Europa, después de la terrible
experiencia de dos guerras mundiales que asolaron al continente. Una Europa,
para colmo, que en su conjunto está siendo chantajeada con el miedo a la
asfixia energética si continúa prestando apoyo moral y material a la víctima de
la agresión irracional rusa.
Aunque no hay razones que justifiquen esta violencia, es
indudable que sí existen argumentos de estrategia global que explican los
motivos (más psiquiátricos que racionales) que han llevado al autoritario
dirigente del Kremlin a decidir la brutal agresión bélica, todavía parcial, de
un país independiente y soberano como es la vieja Ucrania de los cosacos. Pero
una explicación no es ninguna razón que justifique de manera racional una iniciativa
asesina, inmoral y demencial. Porque, como venimos insistiendo, no existe razón
alguna para conducirse con violencia y guerras entre seres con inteligencia y
raciocinio. Eso sólo es posible entre las fieras, pero incluso ellas evitan todo
lo que pueden los enfrentamientos mortales entre miembros de la misma especie.

Ante el recrudecimiento de la guerra en Ucrania sólo cabe exigir
el uso de la razón y la inteligencia, especialmente por parte del agresor. Que
se recupere la capacidad racional para resolver de manera pacífica y sensata
cualquier problema que enfrente a los contendientes y a su correspondiente tropa
de seguidores y aliados. Que se comporten como seres racionales y actúen como
humanos dotados de la mayor inteligencia del reino animal. Que no provoquen otra
devastación injusta e inútil en una Europa que todavía sufre las consecuencias
de dos guerras mundiales y de unos odios y resentimientos que no dejan de
supurar. Tal vez sea ello lo que explica esta nueva agresión que intenta recomponer
viejos dominios y feudos, pero en absoluto justifica un comportamiento animal,
por violento e irracional, que ofende a la inteligencia humana. La guerra no es
ningún mal necesario. Más bien, un mal injusto e inútil impuesto por la fuerza ante
la ausencia razón y nula voluntad de entendimiento. Cuanto antes se dé cuenta
Putin del fracaso de su iniciativa irracional, mejor para todos, también para
él y su país. Pero, sobre todo, para los masacrados ucranianos. Paremos esta
guerra insensata.