miércoles, 28 de agosto de 2024

Arranca septiembre

Está a punto de llegar septiembre con el calor que aprieta pero no ahoga. Porque septiembre es el mes del bochorno, ese calor húmedo y pegajoso que no escala mucho en los termómetros, pero hace sudar copiosamente, pegándote la ropa al cuerpo. Pero es, sobre todo, cuando tradicionalmente arranca el curso escoliar y se reinicia la actividad política, una actividad que promete ser movidita, si es que alguna vez fue tranquila.

Tras el paréntesis de las (cortas o largas) vacaciones veraniegas, la legislatura afronta su segundo año de mandato con más conflictos, si cabe, que al comienzo. Y es que los problemas y los palos a la rueda no permiten desarrollar con “normalidad” la acción gubernamental. Como si estuviera predestinada a toparse una y otra vez con problemas inimaginables. Tal parece que no figura en la carta astral del presidente del Gobierno ejercer el cargo sin sobresaltos. Ya que, cuando no es una pandemia o una guerra en los confines de Europa, es un volcán en Canarias o una crisis energética que dispara la inflación a cifras estratosféricas, encareciendo los precios.

O se celebran unas elecciones autonómicas que vapulean al partido gobernante en casi todas las autonomías, pese a haber vencido en Cataluña y haber encauzado el “problema” soberanista catalán al estricto ámbito de la política, gracias, primero, a una ley de amnistía y luego, al conquistar la presidencia de la Generalitat. A cambio, ha debido pactar para aquella comunidad una financiación “singular”, además de tener que aguantar, durante el acto de investidura del molt honorable presidente, el numerito de la fuga del expresidente Puigdemont ante las barbas de la policía autonómica.

¿Qué más podría salir mal en este curso? ¡Uf! Conociendo la “baraka” del presidente del Gobierno, la lista puede ser interminable. De hecho, es lo que se espera durante el ciclo político que ahora empieza: problemas, problemas y más problemas, con sus correspondientes enfrentamientos, polarización y creciente agitación de la lid pública. Ya hay emboscados muchos sembradores de minas que persiguen dinamitar la nueva temporada. En todas las trincheras y frentes de confrontación.

Incluso los hay que no aguardan a que comience la temporada, como el juez Peinado, quien, sin despeinarse ni darse por aludido de las denuncias presentadas contra él por prevaricación, sigue buscando indicios para enchironar por corrupción y tráfico de influencias a la mujer del presidente. Busca hasta debajo de las piedras e interroga, en pleno agosto, a cualquiera que haya tenido alguna relación, profesional o de amistad, con la imputada, sean rectores de universidad o dueños y empleados de empresas que hayan trabajado con ella. No ceja en el empeño de hallar una cuña en la familia que posibilite el fin abrupto del Gobierno que preside su marido, obligándolo a dimitir.

Al parecer, es la única finalidad de unas investigaciones judiciales sin pies ni cabeza. Y en las que están puestas todas las esperanzas de una derecha  -de toda ella, la supuestamente convencional y la extremista- que sigue sin aceptar el resultado de las urnas y pretende tumbar al Gobierno mediante esta ofensiva de su terminal judicial, en coordinación con las terminales política y mediática. Como no lo logren, no sé qué harán entonces esas derechas, como no sea incendiar aun más el patio con exageraciones, mentiras y bulos, tensando todavía más la cuerda hasta que se rompa. Esa es solo una de las minas que puede estallar este otoño.

Otra es el acuerdo alcanzado entre los republicanos de ERC y los socialistas del PSC en Cataluña para investir al candidato socialista como presidente de la Generalitat. Ello no ha gustado nada al otro partido independentista catalán, Junts per Catalunya, liderado por el fugado antes citado, cuyos apoyos en el Congreso de los Diputados contribuyeron a la investidura de Pedro Sánchez. Sin tales apoyos, la legislatura puede naufragar en cualquier momento. Uno de esos momentos se prevé que tenga lugar cuando vayan a aprobarse los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año, o cuando se sometan a debate otras iniciativas legislativas de especial enjundia. Sin los votos de Junts, las cuentas para la mayoría no salen. La situación es, por tanto, extremadamente delicada para el Gobierno. Máxime si el PP de Feijóo, viéndolas venir, no está dispuesto a desaprovechar ninguna oportunidad para hacer caer a un Ejecutivo que ni siquiera considera legítimo y al que achaca todos los males del mundo. De minas así está sembrado el camino que deberá recorrer el Gobierno a partir de ahora.

También el artefacto por la financiación autonómica acaba de activarse. Entre otras cosas, porque para lograr que la Generalitat la dirijan los socialistas, el Gobierno ha tenido que pactar de manera bilateral un sistema de financiación “singular” para Cataluña al margen del régimen común. De modo que la Hacienda catalana recaudará la totalidad de los impuestos en aquella región (los propios, los cedidos y los estatales) y transferirá al Estado la parte correspondiente de los servicios estatales prestados, además de una aportación indeterminada de solidaridad al Fondo de Compensación Interterritorial. Algo parecido al régimen foral  del  País Vasco y Navarra, pero no igual. Lo que despierta recelos en el resto de comunidades autónomas.

Ello augura que la mecha de esta mina comenzará arder cuando haya que tramitar y, en su caso, aprobar este modelo de financiación para Cataluña en un Congreso donde sus señorías se han provisto de bidones de gasolina y mecheros listos para la ocasión. ¿Qué puede pasar? Imposible saberlo, pero cabe imaginarlo. Lo más seguro es que volvamos a oír enfáticas acusaciones de traición a la Patria, que España se rompe una vez más, que se mete mano en la caja única y se roba a los españoles y, por el estilo, un largo etcétera de otras lindezas.  Es lo que inflamará el debate público y trasladará a la ciudadanía la sensación de inseguridad y temor que alterará su pacífica convivencia y la confianza en las instituciones. Exactamente, pero con más brío, lo que se lleva haciendo, casualmente, desde que Pedro Sánchez asumió la presidencia del Gobierno.

Ninguna mina es buena, pero las hay impropias del ser humano. Son aquellas inhumanas que no tienen justificación. Como las que se valen del problema migratorio como munición contra el Gobierno, sin importar que se trate de personas que se juegan la vida y ansían un futuro mejor. Ningún gobierno ha podido resolver la presión migratoria que sufre España por ser frontera entre Europa y África. Ni con medidas drásticas (Aznar deportaba bajo sedación a inmigrantes en aviones) ni negociadas respetando los Derechos Humanos (como intentan los gobiernos progresistas cuando acceden al poder). Se podrá regular más o menos, pero jamás detener el  creciente flujo de inmigrantes que huyen del hambre, la violencia, la guerra o la miseria en sus países de origen para llegar, a tiro de piedra, a una tierra de promisión, cual es nuestra Europa de las oportunidades y el bienestar. Negarse a colaborar en la gestión de este problema migratorio podrá reportar réditos electorales, pero no deja de ser asquerosamente inmoral. Hasta el Papa lo deplora. Y más si se criminaliza la migración y se trata como delincuentes a los inmigrantes, acusándolos de todos los delitos que nos asustan, para generar rechazo en la sociedad española. Es decir, para fomentar el racismo, la xenofobia y el odio al inmigrante pobre. Como hace la extrema derecha y, para no quedarse atrás, la derecha supuestamente menos extrema de Feijóo y Albiol.

Tanto es así que, con tal de zancadillear al Ejecutivo, no tienen reparos en hacer de la inmigración una mina idónea para desestabilizar al Gobierno. No importa que sean Canarias, Ceuta o Melilla, comunidades gobernadas o apoyadas precisamente por la derecha, las que sufren en su territorio el arribo constante de inmigrantes por tierra y por mar. Por no importar, ni siquiera importa a la derecha desechar soluciones que posibilitarían encauzar y aliviar la situación en esos territorios donde gobierna y que la sufren en primera línea. Con tal de que le estalle al Gobierno en las manos, ceban la mina de explosivos…  humanos. Y es que para la derecha, por lo que se ve, todo es válido para tumbar u obstaculizar al Gobierno.

En resumen, que septiembre se presenta movidito. No es que sean asuntos que desvelan a los españolas y de los que discuten en los bares acaloradamente. No se trata de la vivienda, los sueldos, el trabajo, la salud, la educación o la economía que, según la derecha, van de mal en peor. Porque nada mejora,  ni el salario mínimo (que se lo pregunten a quienes lo cobran), ni las pensiones (que pregunten a los jubilados), ni la inflación (que pregunten a quienes compran en el supermercado o pagan la luz), ni las becas (a los estudiantes es mejor no preguntar, están a sus cosas), ni los trenes (bueno, de esto es mejor ni preguntar)…  ¿Existe algún país más desastroso que el nuestro?  Para la derecha, ninguno, mientras ella no gobierne. Y, así, año tras año y curso tras curso. Este que ahora arranca no va a ser menos. Supongo.

sábado, 24 de agosto de 2024

Regresar a La Favorita

No podía ser de otra manera. Tenía que volver, repetir un año más la experiencia de sumergirme en la tranquilidad y la paz de un enclave singular en plena Sierra Norte de Sevilla. Tenía que regresar a la finca La Favorita, un hotel rural de sólo seis habitaciones, que el verano anterior me causó una impresión tan grata que prometí volver a visitar. Y lo he hecho. Y no sólo se han cumplido las expectativas, sabiendo ya lo que podía esperar de un lugar tan especial, sino que éstas se han visto colmadas con creces por la belleza inconmensurable del paisaje montañoso y el encanto acogedor de unas instalaciones diseñadas al detalle para que el visitante se aísle de cualquier preocupación gracias al rumor del aire entre los árboles, el balar de ovejas, el chapoteo del agua en fuentes y albercas y los zumbidos de libélulas y abejas que rayan el silencio. Volví a sentirme parte de la naturaleza y me entregué por completo a disfrutarla activamente con todos los sentidos.

Los días transcurrían con la placidez reconfortante de no estar sujetos a horarios ni a obligaciones que acaban imponiendo esa prisa agotadora con la que se va a todas partes. Horas lánguidas que venían marcadas por los apetitos del cuerpo y las necesidades del espíritu. Con tiempo reposado para saciar el hambre, bañarse en las piscinas, tomar el sol, dar paseos, enfrascarse en la lectura de algún libro, charlar con tu pareja como no hacías desde que el trabajo, los niños y las deudas se adueñaron de tu tiempo, intercambiar impresiones con los dueños de la finca, quienes, simpatiquísimos, te revelan sus fatigas y proyectos, acercarse al pueblo para descubrir algún que otro bar que no conocías o maravillarte de un cielo nocturno plagado de estrellas que te permite ser testigo del silencioso paso de algún satélite, el parpadeo luminoso de un avión o el rastro breve de una estrella fugaz. Sin periódicos y sin apenas televisión. Solo la naturaleza y tú.

Este regreso a La Favorita, un hotel rural en Constantina, vuelve a confirmar que solo en un ambiente en plena naturaleza, sin el bullicio urbano ni aglomeraciones turísticas, es posible encontrar el remanso de paz y tranquilidad que siempre se anhela y tantos beneficios proporciona. No hace falta insistir en recomendarlo, no solo para disfrutar de unas pequeñas vacaciones veraniegas distintas, sino también para realizar alguna escapada de fin de semana en cualquier época del año. Es lo que me he propuesto para no aguardar hasta el próximo agosto, en que regresaré, sin duda, a La Favorita. Descúbranla.

jueves, 15 de agosto de 2024

Silencio

Algunas personas huyen del silencio como de una enfermedad: no pueden estar o mantener silencio y necesitan una compañía sonora, ya sea la radio, la tele, música, otras personas o el  ruido ambiental. No saben qué hacer cuando el silencio los envuelve y aísla. Se creen vulnerables y frágiles, incapaces de soportar tanto silencio o soportarse a si mismos. Otros, en cambio, lo desean y lo buscan todo cuanto sea posible, como si fuera un bien esencial y beneficioso. Son a los que les encanta el silencio para leer, pensar, pintar o mirar al vacío. Hallan en el silencio la vía a la concentración y el soporte para la lucidez. Y valoran el silencio como ventana abierta al espíritu, estímulo para el raciocinio y reposo para el cuerpo. Una gran parte de la gente considera que el silencio precisa de soledad, aunque ambas sean experiencias distintas que no siempre se presentan juntas. Hay ocasiones en que es posible estar solo y, sin embargo, no disfrutar del silencio; y otras en que se puede estar acompañado en medio de un silencio que todos respetan o que es impermeable a los sonidos.  El silencio es una sensación humana que no a todos place.

Yo no conozco el silencio más que como concepto, no como experiencia sensorial. Me gustaría sentir el silencio, esa ausencia de sonido que es capaz de espesar el tiempo, volver denso al aire, abrumarnos con su peso. Aspiro al silencio sabiendo que este, como la soledad, para que no cause trastornos en la persona, debe ser deseado, no impuesto. Pero ni impuesto ni deseado consigo estar en silencio, sentir el silencio, estar ajeno de todo ruido, aunque me halle en completa soledad y sin que exista nada ni nadie que emita sonidos. Siempre oigo ruidos, sobre todo cuando consigo que el silencio reine a mi alrededor. Pero no los escucho, los oigo porque no proceden del exterior, sino de mi mismo, de mi interior. Dejo de oírlos cuando cualquier sonido de fuera es más intenso y audible. Así logro olvidarlos, como si se apagaran, cuando me sumerjo en el ruido de la vida y las voces de la gente. O cuando me entrego a escuchar música, me pongo a hablar o atiendo las exigencias ensordecedoras de la convivencia, el trabajo o la diversión. Los murmullos de la naturaleza, en cambio, con su polifonía de cantos animales y vegetales, apenas los sofocan. Continúo oyéndolos como una extraña melodía ambiental que acompaña al piar de los pájaros, al crujir de la madera, al arrullo de los ríos y al soplo del aire que agita las hojas de los árboles.

Ignoro lo que es percibir esos sonidos puros y limpios, sin que estén contaminados de mis propios ruidos. Y aunque me persiguen desde hace años, no me acostumbro a esos chirríos internos a pesar de que nunca callen. Los médicos califican estos ruidos como tinnitus. Acúfenos cuya fuente no es externa al organismo, sino que procede del mismo sentido del oído. Un nombre y una explicación que no impiden que el silencio sea una experiencia que me es negada por mi propio cuerpo o mi mente. Hasta que no caigo profundamente dormido no dejo de oir ese crujir eléctrico o de nieve en lo más hondo de mis oídos. Quizás mis sueños tengan incorporada esa banda sonora que no recuerdo al despertar. Lo único cierto es que no conozco el silencio, que nunca estoy en silencio. Tal vez por ello lo valore tanto y me enerve el ruido. Porque busco el silencio y jamás lo hallo. Daría lo que no tengo por saber qué es el silencio, sentir silencio y disfrutar de la ausencia de todo sonido. Sería una bendición. Total, para lo que hay que oír. Pero ese es el problema, que no dejo de oír ruidos.

lunes, 12 de agosto de 2024

Luna de agosto

Ese era el título de una canción de Radio Futura que describe simbólicamente al astro que reina en la noche como una diosa con poder sobre las cosechas, el vino y la naturaleza. En realidad, su influjo alcanza a los seres vivos y, por supuesto, a las personas. No solo se nota en el crecimiento de las plantas, también en el número de partos de las mujeres. Pero más allá de su poder de atracción que determina las mareas de los océanos, la Luna es musa de los poetas, objeto de adoración de los románticos y obsesión para los ojos que la contemplan luminosa sobre la oscuridad de la noche. Sus formas han sido siempre para el ser humano el misterio que ha despertado la búsqueda del conocimiento y alumbrado la ciencia que ha posibilitado hollarla con las botas blancas cubiertas de polvo selenita de los astronautas. No solo los gatos miran embaucados su rostro, los humanos quedamos desde el principio de los tiempos hipnotizados con su silente pero poderoso magnetismo nocturno y sus manchas grisáceas. Hasta en fotos, como esta de Loli Martín, es hermosa. Y en agosto, cuando miramos la noche con ojos insomnes, su reflejo brilla en nuestras pupilas como sendas luminosas sobre el mar. Su presencia reconforta, pues nos permite entablar esa conversación siempre aplazada con nosotros mismos. Bendita luna de agosto que vela nuestros sueños.

domingo, 11 de agosto de 2024

La careta de Puigdemont

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, de turismo en Bruselas durante casi siete años tras proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña en 2017, decide regresar a España para, en teoría, asistir como diputado electo y líder de la formación Junts per Catalunya, a la sesión de investidura, el pasado 8 de octubre en el Parlament catalán, del socialista Salvador Illa, ganador de las últimas elecciones autonómicas.

Después de reiteradas promesas nunca cumplidas de retornar de su autoexilio, esta vez iba en serio y, sorpresivamente, se presenta en Barcelona, pronuncia un alegato de apenas seis minutos ante poco más de tres mil seguidores y, acto seguido, en vez de dirigirse al Parlament como había anunciado, da la espantada y desaparece, ayudado por varios miembros, de paisano y sin estar de servicio, de los Mossos d´Esquadra -la policía autonómica-, para escabullirse de la Justicia, que tiene dictada contra el requisitoriado una orden de detención por malversación, a pesar de la reciente amnistía que debía beneficiarlo.

Desconfiando de la Justicia española, Puigdemont volvió a huir, esta vez como auténtico prófugo. Materializaba, así, el colofón impensable e incomprensible de un personaje que ha pretendido durante todo este tiempo representar el papel de víctima de la "represión" de España y de guía mesiánico que alumbraba el camino hacia la independencia de Cataluña. Pero le han faltado arrestos para rematar de manera coherente el relato mítico de su aventura política, con la que ha embaucado a un número nada desdeñable de ingenuos catalanes mediante declaraciones puramente retóricas, carentes incluso de rigor histórico, para, en cambio, ofrecer un vergonzante espectáculo de escapismo. Mostrándose nervioso y desorientado durante su breve disertación, leída para colmo, al final se ha despojado de la careta de héroe visionario y ha exhibido su verdadera faz, la de un ingenioso oportunista más irresponsable que valiente. Todo lo contrario de un auténtico y honesto estadista.

Tras el bochorno, sus correligionarios no sabían explicar tan extraño comportamiento y los seguidores, que aún conservan la fe en este apóstol del independentismo, no acababan de creer tamaña frustración. Nadie atisbaba las razones del proceder como un delincuente inquieto cuyo único afán es escapar de la policía como sea. Pero a quienes, seguramente, no ha sorprendido lo sucedido son aquellos que, en su día, lo acompañaron en su utópica ruptura con España y posterior y fugaz declaración de un Estado catalán independiente, y que, por tal motivo, fueron juzgados, encarcelados y finalmente indultados. Aquellos que, como Oriol Junqueras y otros que permanecieron en sus puestos, se quedaron atónitos cuando el expresident Puigdemont, antes de que fuera inculpado de nada (de ahí que no se le pudiera considerar fugado), dejó a todos en la estacada y emprendió viaje preventivo a Bruselas, desde donde podía eludir cualquier deriva judicial por sus actos (no por sus ideas) y, en todo caso, defenderse de la esperada reacción de la Justicia española y sus intentos por extraditarlo, convirtiéndose, de este modo, en heroico referente del independentismo catalán.

Con esta última astracanada, el actual proceso soberanista catalán puede darse definitivamente por muerto, precisamente de manos de la principal figura que lo convirtió en el mayor desafío a la nación española y a su sistema democrático. No por ello, sin embargo, se extingue el sentimiento independentista que sienten muchos ciudadanos catalanes, cuyos anhelos deberán hallar ahora otra vía de expresión menos traumática y más respetuosa con la legalidad que enmarca la Constitución. Es, justamente, la opción que ha tomado la histórica formación independentista catalana, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), aliada con Junts en la aventura del procés, y que ahora apoya al Partido Socialista catalán para investir a su candidato como presidente de la Generalitat. De este modo, ERC asume la representación no solo actual, sino histórica del independentismo catalán que le había sido arrebatada por el soberanismo sobrevenido del nacionalismo conservador de Convergéncia i Unió -el partido fundado por Jordi Pujol- y su heredero Junts per Catalunya -el partido de Puigdemont-.

A estas alturas de la historia, conviene recordar que la "revolución" secesionista del procés, que convulsionó Cataluña y también a la normalidad de las relaciones políticas e institucionales entre España y aquella comunidad, brotó con inusitada fuerza a partir de la recesión económica de 2008, que imponía duros recortes y restricciones, y del fracaso de la reforma del Estatuto de Autonomía, mutilado por el Tribunal Constitucional en 2010 a causa de un recurso del Partido Popular. Y porque, además, sirvió al expresident Artur Mas, sustituto de Pujol, para desviar la atención de los escándalos por corrupción que afloraban en el partido y en su gobierno. Hasta que, en 2016, fue sustituido por Carles Puigdemont, entonces alcalde de Gerona, quien, a lomos de esa ola independentista, culminó el proceso convocando un referéndum ilegal de autodeterminación y proclamando, por escasos segundos, la independencia de Cataluña. Eso llevó al Gobierno de Mariano Rajoy, en respuesta al desafío soberanista, a aplicar el artículo 155 de la Constitución, por el que quedaba en suspenso temporalmente las instituciones catalanas, y a promover la persecución judicial de los responsables y demás implicados en lo que se dado en llamar procés.

Tal es, en apretado resumen, el contexto en el que Carles Puigdemont, oriundo de Amer, donde llegó a ejercer como periodista local, alcalde Gerona, diputado autonómico, presidente de la Generalitat, eurodiputado europeo y nuevamente diputado catalán, rubrica tan provechosa carrera política con una nueva escapada a la desesperada, incapaz de ser coherente con sus soflamas a la lucha por la independencia y de afrontar ningún sacrificio personal por sus ideas, salvo el de vivir a buen recaudo, sin lujo pero sin privaciones, en su exilio dorado de Bruselas. Desde allí ha pretendido internacionalizar el "conflicto" y lo que ha conseguido es visualizar al mundo entero su propia incoherencia personal y política. 

Es por ello que, con notables signos de nerviosismo y temor, huye de nuevo al cobijo donde elucubra sus desvaríos, dejando a propios y extraños con la boca abierta por el desconcierto y la extravagancia de una "visita" sin sentido y que solo ha servido para confirmar la catadura de una persona que no es capaz de responsabilizarse de las consecuencias de su comportamiento y acciones. Lo que, en su caso, equivale a demostrar, arrancándose la careta, el rostro real de un individuo que no está a la altura del personaje que trata de representar.

Imposible prolongar más el esperpento, a Puigdemont solo le resta asumir que el procés se ha extinguido, que su partido no cuenta con la confianza mayoritaria de la población y que, en consecuencia, no tiene posibilidades de volver a presidir la Generalitat de Cataluña. Y que sus cuentas con la Justicia española se limitan a imputaciones por malversación de fondos públicos que, en su caso, descartan el enriquecimiento personal, por lo que, más pronto que tarde, con amnistía o sin ella, podría pasearse con completa libertad por toda España, sin miedo ni preocupaciones salvo las que afligen a cualquier ciudadano por costearse de su bolsillo sus necesidades y caprichos. Que no creo que fuera su caso, Pero eso sí, su prestigio como líder político sería escaso. Es lo que tiene ocultarse detrás de una careta que, cuando se cae, nos deja como somos en realidad.

domingo, 4 de agosto de 2024

Sevilla y agosto

El sol pega fuerte. Es lo normal en agosto por estas latitudes del sur de España. Lo sorprendente es que hiciera fresco. Lo habitual son días infernales y noches tropicales en las que no corre ni una brizna de aire, un aire recalentado que permanece sin renovarse en el interior de unas viviendas castigadas por el calor. La única manera de combatirlo es manteniéndolas a la sombra durante todo el día, con las persianas bajadas y las ventanas cerradas. E intentar que los ventiladores sirvan para aliviar el bochorno de unas estancias en las que no te libras de sudar al mínimo esfuerzo. O mantener el aire acondicionado encendido si el sofoco es insoportable y no te importa el recibo de la luz a final de mes. A veces, como un milagro que se apiada de los que sufren este infierno, las noches parecen bendecidas por una brisa fresca que te permite descansar con las ventanas abiertas, procurando que el aire circule entre las habitaciones. Entonces sueñas a pierna suelta mientras las estrellas parpadean en el cielo oscuro, Y crees que el verano está próximo a acabar. Hasta que al día siguiente vuelve a apretar el calor. Se trataba solo de un respiro con el que soportar la estación más inclemente del año, al menos por estas fechas en estas tierras. Así es agosto en Sevilla, una maravilla para las chicharras y los frioleros. Aunque tiene su encanto, no crean. Es cuestión de saber combatir tanto calor y no desesperarse. El otoño acabará sustituyendo al verano y se podrá respirar sin tener que abrir la boca. Paciencia.

sábado, 3 de agosto de 2024

Vacaciones para esto

Tras varias semanas alejado del ruido mediático, regreso a casa aturdido por el vocerío escandaloso con el que se manifiesta la lid política. Y no solo aquí, también fuera. Me fui creyendo que la agitación con la que se desenvuelven nuestros representantes se calmaría con la canícula. Pero constato que ni siquiera en vísperas de agosto, cuando todos abandonan sus despachos y aparcan la confrontación para tomarse un terapéutico descanso (la lengua, como músculo al fin y al cabo, también necesita aliviar contracturas por exceso de uso), ninguno de ellos ha sido capaz de rebajar la tensión. Tal parece que la viven como si fuera una adicción de la que no pueden librarse, so pena de sufrir el mono de la abstinencia.

El caso es que nuestros líderes patrios continúan erre que erre con que si España se rompe, aunque no acabe de hacerlo; que si el presidente es un felón que se aferra al poder; que el golpe de estado fiscal destrozará la caja de la financiación autonómica; que esta vez Puigdemont regresará de su autoexilio para quedar como víctima de la opresión del Estado español; que si Begoña Gómez (de tanto repetirlo hemos memorizado el nombre de esta particular) es corrupta hasta las bragas, primero por una cosa y después, por lo que un juez encuentre tras escarbar –lo acusan de instruir prospectivamente- por todas partes; que si dicho juez que la investiga prevarica por empeñarse en  ir en coche azul (¿qué otro color representaría mejor sus intenciones?) a la Moncloa para tomar declaración como testigo al Presidente, o si sufre persecución, ¡pobre magistrado!, por aquellos a los que investiga en los aledaños del Gobierno (en realidad, la imputada es, casualmente, la mujer del presidente del Gobierno); que si los barones díscolos del PSOE airean en público su disconformidad, como suelen, con lo que haga su Secretario General (también, casualmente, presidente del Gobierno), etc. Y así, día sí y el otro también.

Lo malo es que afuera también hay un ruido insoportable, una escandalera que enloquece al más pintado. Cuando no es Biden, el abuelito que se sienta en la Casa Blanca, que renuncia al fin a su reelección, es otro abuelo de mejor pelambre y peor leche, tan bocazas como mentiroso, que compite por arrebatarle el sillón de Washington al primero y recibe un balazo en una oreja, cosa que no extraña a nadie en un país con más armas de fuego que habitantes.

O si París bien vale el tedio soporífero de los Juegos Olímpicos a través de las dos cadenas de TVE -dos tazas por si no  querías una- por ver cuántas medallas nos colgamos; que Maduro vuelve a hacer una fantochada de las suyas, ganando sí o sí las elecciones presidenciales, pero no como Franco, que vencía referendos con el ciento y pico por ciento de votos favorables (y obligatorios, por supuesto); que si Israel no se harta de matar (el saldo sale a un miliciano de Hamás o Hezbolá por cada dos mil palestinos inocentes) y que sigue dispuesto a ampliar el genocidio por todo Oriente Próximo (Líbano e Irán parecen próximos objetivos) hasta eliminar a todo aquel que considere enemigo antisemita; que si Putin también continúa con su guerra contra Ucrania, bombardeando hospitales, edificios civiles o mercados, entre otros objetivos “militarmente” estratégicos, en su campaña por seguir desgajando y anexionándose trozos del país invadido, etc.

En fin, un interminable bla, bla, bla de acaloramiento político que ríase usted de las recurrentes olas de calor con las que los informativos rellenan sus espacios estos días veraniegos. Excepto TVE, nuestra televisión de servicio público, que ni hueco halla para ofrecer el pronóstico del tiempo a causa de esas retransmisiones deportivas mañana, tarde y…, si los hubiera, también de noche, hora, en cualquier caso, de los resúmenes medalleros de la jornada. Una saturación de molestos ruidos que, nada más regresar, ya me hacían sentir como si no hubiera descansado nada durante las vacaciones. Las percibía como si hiciera mucho tiempo de ello y no fuera ayer, sino hace meses que estuve con los pies hundidos en la arena mojada de la playa, sentado en una silla bajo la sombra de una sombrilla y con un libro sobre las rodillas, dejándome acariciar por la brisa marina, extasiado con la inmensidad del horizonte y el murmullo de las olas. Aquello era paz y tranquilidad, lo más cercano a la felicidad.

Sin embargo, lo más curioso era que, aparte de los catastrofismos apocalípticos que generaban tanto ruido, también existían sonidos agradables que, solapados por aquellos, apenas eran audibles, cual susurros en medio del griterío. Como si fueran preferibles los primeros, por resultar más rentables mediática y políticamente, que los segundos, o se vendiera mejor y más caro el odio y la bronca que las cosas del comer. Y es curioso porque, a la par de lo ruidoso, también había voces que anunciaban que el Producto Interior Bruto (PIB) había crecido, lo que significa que la economía crece y se muestra más activa que la media europea; y que el Índice de Precios al Consumo (IPC) había sido del 2,8 %, seis décimas inferior al del mes anterior, dejando  la inflación acumulada de 2024 en el 2,2 por ciento. Es decir, que bajan los precios, aunque poco se note en la cesta del supermercado.

También desciende el paro, situando en poco más de dos millones y medio el número de personas sin empleo, la cifra más baja desde hace dieciséis años. No parece que sea interesante anunciar que hay más empleo y más oportunidades de trabajo. De hecho, este verano está siendo de récord en cuanto al número de turistas que vienen aquí a gastarse los cuartos, disfrutando de nuestro sol y nuestras paellas. Hay tantos turistas que algunas ciudades empiezan a estar hartas de soportar guiris por doquier. Porque también hacen ruido y ocasionan el encarecimiento de recursos y servicios, como la vivienda o la hostelería, haciendo que una cerveza, por ejemplo, cueste más de cinco euros en cualquier tasca de barrio… turístico.

En definitiva, que regreso de la playa para introducirme en una olla de grillos, todos chillando de manera estridente e imparable. Un ruido ensordecedor que brota nada más abrir el periódico, encender la televisión o escuchar la radio. Y no te digo nada si navegas por las redes sociales e internet. Con lo bien que estaba yo en la playa, no solo por la belleza paisajística y la placidez emocional, sino además porque estaba aislado de tanto ruido ambiental, como el que genera la política y transmiten, amplificándolo, los medios de comunicación de masas. No sé si se habrán dado cuenta: lo que me pasa es que me está costando retomar la rutina. Y que, lo peor, es que me queda todo un año para volver a interrumpirla. ¡Que lo paséis bien!