martes, 3 de noviembre de 2020

¿Defensores de la libertad?


Decenas de jóvenes, muchos de ellos simples adolescentes, han protagonizado hace una semana, coincidiendo con el último puente festivo, diversos actos de vandalismo en algunas ciudades de España para exigir, a voz de grito e incendios, recuperar la “libertad”. Los hechos, por minoritarios que fueran, surgieron al poco de decretarse el estado de queda que posibilitaba a las Comunidades Autónomas poder establecer confinamientos perimetrales de la población para luchar contra la segunda oleada de la pandemia de covid que ha situado a nuestro país como el que más contagios registra en Europa. Al parecer, estos jóvenes se sienten “apresados” en sus ciudades, impedidos de ejercer sus libertades y derechos. Y exteriorizan su disconformidad con las restricciones de forma colectiva, mediante protestas y desórdenes. No parecen dispuestos a hacer sacrificios individuales en beneficio de un bien común prioritario, cual es la protección de la salud de todos los ciudadanos. Si no lo entienden, con su actitud demuestran que ni siquiera quieren intentarlo.

La mecha de los altercados prendió en una barriada de la periferia de Sevilla, donde en la madrugada del martes pasado una veintena de jóvenes comenzó a lanzar bengalas y quemar contenedores para protestar violentamente contra lo que considera una intolerable limitación de la libertad. No se trataba de una iniciativa original por cuanto emulaba las emprendidas en otros países, en los que se produjeron manifestaciones organizadas por grupos negacionistas de extrema derecha. Pero era la primera vez que acaecía en nuestro país en el contexto de las restricciones impuestas por la lucha contra la pandemia. Por ello, semejaba más un espontáneo acto de imitación con pretensión de “entretenimiento” espectacular que una genuina reivindicación de libertades gravemente recortadas.

Tales muestras de violencia en las protestas, protagonizadas siempre por un escaso número de personas, en su mayoría muy jóvenes, se multiplicaron en días sucesivos por Logroño, Baleares, Murcia, Barcelona, Burgos, Málaga, Vitoria y varias ciudades más, subrayando el carácter imitativo de cada una de ellas. Y también su escasa participación. Ninguna de las algaradas congregó a más de 500 personas, como mucho, lo que no impidió que se desencadenaran algunos actos de vandalismo, como el destrozo de mobiliario público, quema de papeleras y neumáticos, rotura de lunas y asalto y saqueo de establecimientos comerciales. La “libertad” esgrimida consistía, con su proceder, en no respetar la propiedad pública ni la privada para exigir el derecho a congregarse y divertirse sin limitaciones. Tal es el único motivo que se deduce de las algaradas, puesto que el estado de queda no vulnera ningún derecho a la educación, al trabajo, a la salud, a la reunión o a la movilidad, siempre que se restrinja a seis personas y en el ámbito de cada confinamiento municipal, provincial o comunitario establecido de forma temporal en función del índice de contagios en tales territorios.

Lo que llama la atención de estas manifestaciones es que sus protagonistas sean jóvenes que no se han significado anteriormente por luchar contra problemas más graves e hirientes que hipotecan su futuro, como son los escasos recursos para su formación, las regresivas condiciones para el trabajo, los obstáculos económicos para el acceso a una vivienda propia o las tapias de desigualdad de oportunidades que aún se levantan entre ambos sexos. No salir ni reunirse de noche les resulta más ofensivo que todo lo anterior, aunque esa limitación temporal de movilidad y reunión persiga la protección de la salud de toda la ciudadanía, incluidos también ellos.

Antes que defensores de la libertad, se comportan más bien como simples gamberros. Antes que presos, están aburridos y buscan distraerse con actitudes de provocación y violencia. No conocen sacrificios ni penalidades como no sean las que limitan sus salidas y reuniones movidas por el ocio. Ni se sienten compelidos a compartir la responsabilidad de combatir la mayor crisis sanitaria conocida en nuestro país en el último siglo, que puede ser letal, tanto para ellos, pero fundamentalmente para sus familiares de mayor edad vulnerables. No demuestran una actitud de concienciación social, sino de puro egoísmo e insolidaridad.

Pero peor aún que lo anterior, es que son manipulables y están orquestados por fuerzas ocultas que promueven estas expresiones emocionales de descontento desde las redes sociales y la propagación de bulos y mentiras con fines de desestabilización política. Son espoleados por populistas del odio y la confrontación que persiguen réditos electorales. Ello se evidencia en la heterogeneidad apolítica y social de los manifestantes, que sólo convergen en las convocatorias virales a través de las redes sociales. E infiltrados por grupos radicales expertos en transformar cualquier protesta en explosiones de vandalismo y violencia.

Y es una lástima que estos jóvenes, que han vivido toda su vida, aun con estrecheces, en la época más larga de paz, progreso y bienestar de España, sin conocer ni los estragos de una guerra ni las calamidades e indignidades de la dictadura, sólo sientan motivos para protestar por las “quirúrgicas” limitaciones de ciertos derechos a causa de una pandemia que se ha cobrado miles de muertos y más de un millón de contagios en nuestro país. ¿Es que acaso no tienen algo realmente importante por lo que expresar su disgusto? ¿Tan aburridos están?      

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