También es bueno que los herederos consanguíneos del
sanguinario dictador Francisco Franco se vean obligados por la Justicia a
abandonar el palacete del pazo de Meirás, en Galicia, de donde era oriundo.
Aquella propiedad, fruto de un chantaje económico al pueblo tras la Guerra
Civil para obsequiar al general sublevado, pertenece a Patrimonio Nacional, es
decir, al Estado, es decir, a todos los españoles. Pero como pretendían apropiarse
de las obras de arte saqueadas que ocultaba en su interior, extraídas de hasta
la Catedral de Santiago de Compostela, la Justicia, otra vez, ha tenido que paralizar
la mudanza hasta que se elabore el inventario de tales bienes y se esclarezca la
propiedad de cada objeto. Es otra noticia buena: impedir que los saqueadores
sigan apropiándose de lo ajeno, ese auténtico botín de guerra y de una
postguerra de cuarenta años. Seguían considerando que la “finca” (España) era
del abuelo.
Y como no hay dos sin tres, también ha venido a sumar como positivo
que la multinacional farmacéutica Pfizer anunciase que las pruebas de la vacuna
contra la Covid-19 que está elaborando, y que se encuentra en la última fase de
ensayos, ofrecen datos sumamente esperanzadores. La inmunidad que induce la
vacuna es de un noventa por ciento, tras administrarse dos dosis en el plazo de
21 días. Y anuncia que, si consigue la homologación de las autoridades de
Sanidad, para finales de año estará en condiciones de fabricar millones de
unidades de una vacuna capaz de combatir la pandemia. Para una población
confinada al borde de la desesperación, esta noticia es recibida como una luz al
final de esta pesadilla. Tanta ha sido la alegría general que la Bolsa de
Valores española subió más de un ocho por ciento, sobre todo en acciones de
empresas relacionadas con el turismo, como las del transporte aéreo y el sector
hotelero. Otro buen dato, sin duda, aunque para unos signifique pingues
beneficios y para otros, mejores expectativas de vida. Hay que alegrarse, en
todo caso. Nada es gratis. Tampoco vivir.
Pero lo bueno se alternó con lo malo. Esa tenue esperanza por
una futura vacuna no ocultó que la segunda oleada de la pandemia está provocando
que los contagios y las muertes vuelvan a multiplicarse de manera incontrolada.
Los registros diarios del avance de la enfermedad no dejan de crecer, poniendo
a los hospitales en una situación límite, cercana al colapso de sus unidades de
cuidados intensivos. Y, otra vez, son los mayores, los ancianos residentes en
asilos, los que pagan el peor precio: pierden la vida no sólo a causa de un
virus para ellos letal, sino por la falta de medidas eficaces para mantenerlo a
raya en espacios donde la vulnerabilidad de las personas es un peligro de sobra
conocido. ¿Qué se ha hecho desde marzo, cuando se reconoció el azote del
coronavirus, hasta hoy? Lo que se ha hecho ha sido insuficiente y mal
coordinado, útil sólo para la confrontación política, no para reforzar la salud
pública. Es cierto que ya no faltan respiradores ni equipos de protección y mascarillas,
pero seguimos sin la dotación en recursos humanos necesaria en hospitales y centros
de atención primaria, sin los rastreadores precisos para delimitar la cadena de
contagios y supervisar el seguimiento de los enfermos que deben guardar
cuarentena en sus domicilios, etc. Tampoco se han contratado los maestros adicionales
que se requieren para rebajar el aforo de aulas en escuelas y universidades. Se
ha hecho, en definitiva, lo fácil: ordenar confinamientos, procurando
perjudicar lo menos posible la actividad económica, y se ha elaborado un
discurso propagandístico de cara a la población. El resultado de tanta vacuidad
implementada se puede comprobar en las residencias de ancianos. La muerte se
pasea ufana por sus pasillos. Es el contrapunto negro que acompaña la
cotidianeidad de nuestros días.
Y es tan malo como esa lacra que parece estar incrustada de
manera indeleble en nuestra sociedad: la de la violencia machista. Un nuevo
asesinato, cometido en Gerona, acabó ayer con la vida de una mujer de 49 años (otra
más: ¿se enterará la ultraderecha de que no se trata de violencia doméstica,
con víctimas de ambos sexos?) de manos de su pareja, ambos de nacionalidad
belga. Son ya 38 las mujeres asesinadas en España en lo que va de año por sus
parejas o exparejas, lo que eleva a más de mil el número de víctimas mortales,
todas de sexo femenino, desde que comenzara la contabilidad oficial de esta
violencia, a partir de 2008. Un cómputo superior al de víctimas del terrorismo
etarra, pero que no acaba de ser percibido con la misma magnitud y gravedad.
Vox, las siglas de los negacionistas ultras, cree que se trata sólo de una
campaña ideológica promovida por el feminismo radical, del mismo modo que la
memoria histórica es fruto del rencor de los vencidos. ¿Cuánto dolor y odio
gratuitos hay que seguir soportando en este país? ¿Cuándo la tolerancia, el
respeto, la dignidad y la justicia se convertirán en valores preponderantes de
nuestra forma de convivencia?
Es insufrible que lo malo acompañe inseparablemente a lo
bueno en lo cotidiano. Lo primero no nos deja disfrutar de lo segundo, amargándonos
los días con el desasosiego y la frustración que nos provoca. E impide que la
esperanza y la confianza en el futuro resplandezcan de manera absoluta. Es un
reto que hay que superar. Y una forma de hacerlo es asumiendo que lo bueno y lo
malo conforman la realidad que nos ha tocado vivir. Hay que ser conscientes de
ello.
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