jueves, 5 de noviembre de 2020

El mal perder de un trapalero


Pendiente aun del recuento de los votos por correo en algunos estados clave para decantar la victoria, todo indica que el ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de América (EE UU) será el candidato demócrata Joe Biden, la persona de más edad (78 años) que ha competido por el cargo y el que mayor número de votos ha cosechado nunca en la historia de aquel país. Y el que, sin el carisma de Barack Obama ni la agilidad dialéctica de otros contrincantes, expulsará del Despacho Oval de la Casa Blanca al imprevisible, sectario y manipulador Donald Trump, quien, como buen trapalero, busca todos los subterfugios legales o alegales para mantenerse en el cargo, insinuando incluso la probabilidad de un fraude que le arrebataría el triunfo. Es el mal perder de un trapalero, acostumbrado a mentir y hacer trampas durante toda su vida. Cree que todos hacen lo que él haría.

Lo grave de su actitud, poco respetuosa con las instituciones y los procedimientos democráticos que él está obligado salvaguardar, es la desconfianza y el deterioro que ocasiona en ellos, provocando una profunda división en el país que podría acarrear violentas consecuencias. Los infundios que propala y las simpatías que exhibe sin recato hacia los sectores “militarizados” de la extrema derecha, dispuestos “defender” con las armas a quien se presenta, cuando no convence ni gana, como víctima de los ardides de un adversario político, son sumamente peligrosos para la convivencia y la paz del país, hasta el extremo de que una guerra civil sea una opción no descartable. Esa actitud denota, además, las inclinaciones de una persona autoritaria, soberbia, nada respetuosa con la democracia, racista y sumamente impetuosa. De hecho, si se confirman los resultados electorales, Trump está a punto de ser considerado el peor presidente de EE UU, cuyo estrambótico mandato sólo pudo ser soportado durante una única legislatura. El mundo entero respirará aliviado con su marcha, salvo por los adláteres populistas que le imitan con igual desfachatez en otras naciones del planeta.

Si no fuera por tales consecuencias y lo que está en juego, resultaría hilarante la conducta de mal perder de un personaje tan trapalero, que utiliza el alto cargo que ocupa para esparcir maledicencias sobre su país y las demás naciones del mundo, con el sólo objeto de conservar el cargo y alimentar su engreimiento. Sin él, América volverá a ser el país de las oportunidades para cualquier ciudadano y el faro de la democracia y los derechos humanos para el resto del mundo. ¡Ojalá se confirmen los resultados que pronostican su fracaso!

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