sábado, 7 de noviembre de 2020

Los hijos

Llegamos a ser padres sin un libro de instrucciones. Improvisamos la crianza de los hijos imitando lo que vimos en nuestros padres, aunque ese recuerdo esté tergiversado por proceder de una experiencia infantil. El grueso del comportamiento paternal descansa en el sentido común y lo que hace nuestro entorno. Así, guiamos a nuestras criaturas, esos locos bajitos, con la mejor de las voluntades y la más deficiente formación. Y cuando llegamos a ser abuelos, intentamos enmendar nuestros errores siendo más tolerantes con los nietos o interviniendo con consejos no solicitados. Entonces tropezamos, en algunas ocasiones, con criterios de sus padres, nuestros hijos, que difieren de los nuestros. Y nos reprenden: “Papá, déjalo”. No acabamos de aprender a ser padres. Porque los hijos son seres que nos obligan a darles lo que somos, pero mejorado. Nos arrebatan nuestro ser, nuestro tiempo, nuestra sabiduría y nuestra libertad, sin ser culpables de ello. Su inocencia es proporcional a nuestra responsabilidad. Y en sus ojos ingenuos se refleja nuestro temor a fallarles. Son unos extraños adorables en los que nos vemos a nosotros mismos. Por eso nos hacen felices.  



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