viernes, 27 de noviembre de 2020

La muerte de un futbolista

Acaba de fallecer un renombrado futbolista y medio mundo llora su desaparición. Su fama se extendía por todos los países donde ese deporte mueve multitudes, como Italia, España, Brasil y, naturalmente, su propio país, Argentina, donde colas kilométricas de paisanos se formaron frente al Palacio presidencial, La Casa Rosada en la que instaló su féretro, para tributar un último homenaje al jugador. Un gentío enfervorizado desbordó el perímetro policial y asaltó el Palacio, obligando a trasladar el ataúd hasta otro lugar más seguro. La gente quería despedirse del Maradona que recordaban cuando sus gestas con el balón hacían bramar de admiración a los estadios. Querían despedirse de un recuerdo ya mitificado. Algo lógico entre los amantes del fútbol y del personaje en cuestión, cuya trascendencia sobrepasaba su indiscutible talento deportivo.

Pero de ahí a dedicar a esta noticia toda la duración de un Telediario es excesivo. Máxime si se trata de una televisión pública, de ámbito nacional y generalista. La lucha por la audiencia genera este tipo de comportamientos en los medios de comunicación, independientemente de la titularidad privada o pública de los mismos. Compiten como si todos estuvieran obligados a generar beneficios, cosa que sorprende en las cadenas que se financian con los impuestos de todos los españoles y cuya finalidad fundamental es prestar un servicio público, también en sus espacios de noticias, mediante una información veraz, diversa, equilibrada y de interés general, sin que esté supeditada a la rentabilidad inmediata o la demanda de moda. Que la televisión pública reproduzca la estrategia mediática de las privadas, elaborando reportajes espectaculares sobre acontecimientos que merecen una mera referencia en el bloque pertinente, tal vez la referencia más notable en su sección, es cuando menos preocupante, por lo que supone de tendencia por la cantidad y superfluo en vez de por la calidad en lo relevante para la sociedad en su conjunto, que debería constituir el objetivo de unos medios públicos de comunicación.

Es indudable que la trayectoria del futbolista muerto despierta el interés de la audiencia por la significancia y trascendencia que ha supuesto para este deporte, pero que, en su conducta personal, aparte de la deportiva, no representa ningún ejemplo ni para los seguidores del fútbol ni para los jóvenes que buscan en la práctica deportiva una meta para sus proyectos de vida. Mitificar a un personaje hasta convertirlo en leyenda, obviando los aspectos cuestionables de su conducta, es validar un comportamiento no aconsejable ante quienes buscan modelos a seguir. Que Maradona haya surgido de los arrabales, dotado con una habilidad especial desde niño para jugar al fútbol, hasta encumbrarse como una figura excepcional en ese deporte, sin saber administrar el éxito conseguido para dedicarse a los excesos de droga y alcohol con los que desperdició su don, no engrandece su figura ni genera motivos para el culto a su personalidad. Mayor interés mediático, al menos para los medios públicos, debería representar la historia de esfuerzos y lucha que muchos niños, en la misma Latinoamérica del futbolista fallecido, hacen para acceder a la educación y la cultura, por emanciparse de la pobreza y el analfabetismo a que estaban destinados por su origen, sin sucumbir al atajo fácil del juego callejero o, lo que es peor, la delincuencia, el alcoholismo y las drogas. Ello es algo que debería tener en cuenta todo medio de titularidad pública. Ya que, por muchos seguidores que atraiga el fútbol, deporte que desata pasiones, el que ha muerto ha sido un futbolista, muy famoso, es cierto, pero no el descubridor de la buscada vacuna contra la Covid, por ejemplo.

Es preocupante que desde los medios de comunicación, especialmente desde los de titularidad pública, se contribuya al enardecimiento de actitudes que valoran lo popular frente a lo importante, lo relacionado con el entretenimiento frente a los problemas reales que nos agobian, por un mero afán de competición comercial. El tratamiento informativo del fallecimiento del jugador argentino es, a todas luces, desproporcionado para una televisión pública, puesto que el hecho, más allá de su significancia deportiva, resulta irrelevante para la formación de una opinión pública sobre lo que nos sucede como sociedad. Supone la prestación de un mal servicio público, lo que incumple la función u objeto de los medios de carácter público.

Es triste que haya muerto un futbolista que hizo historia en ese deporte, pero más lamentable es la utilización de ese suceso como coartada emocional en la estrategia comercial por la publicidad en unos medios de comunicación de masas que se definen como serios y son de financiación pública. En vez de diferenciarse de la ordinariez televisiva, Televisión Española ha preferido compartir la misma tendencia de manera espectacular. Así no gana credibilidad ni consigue ser identificada con un medio serio y de calidad. Una pena en tanto en cuanto la sufragamos entre todos.      

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